cabecera ampliadas
Si nos deseas ampliar la información sobre alguna foto, o algo relacionado con ella, pulsa aquí, no olvides hacer referencia al número de la foto en cuestión.

Don Juan Valera

Ver el conjunto completo de fotografías sobre Don Juan Valera



Nº 19000. Retrato de Don Juan Valera y Alcalá Galiano de Enrique Romero de Torres(1891) óleo sobre lienzo de 1423 x 115 cm.
- Juan Valera y Alcalá Galiano nacio en Cabra (1824-1905) aunque fue educado en Málaga y Granada donde estudió derecho.
- Estudió la carrera diplomática y como embajador de España tuvo la oportunidad de conocer algunas de la principales ciudades y capitales de Europ y America: San Petersburgo, Lisboa. Rio de Janeiro, Napoles, Washington, Perís y Viena.
- Fue director de periódico, diputado a Costes, Secretario del Congreso, y al tiempo se dedicó a la literatura y a la ciencia literaria.
- Cultivo todos los géneros literarios, epistolar, periodistico, poesía, cuento, novela ....
- Sus obras completas alcanzan el medio centenar, entre ellas destacan sus novelas "Pepita Jiménez" (1863) y "Juanita la larga" (1895).
- Miembro de la Real Academia Española desde 1862. Valera fue uno de los españoles más cultos de su época. - Destacó por ser un gran benefactor del Instituto de Cabra, al que prestó ayuda en diversas ocasiones.
- Este retrato de Valera, encargaro por el propio escritor y donado al Instituto para que figurara en su Sala de Actos. (ver video)











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19001. Busto de Valera en el patio del Museo de Bellas Artes de Córdoba. Foto facilitada por Jose Antonio Lopez Martinez

- Rafael Luna Leiva El autor de esta escultura es un sobrino del escritor: Coullaut Valera.

- Antonio José Navarro Domínguez El mismo autor del monumento a Valera en el Paseo de Recoletos de madrid.

- Jose Antonio Lopez Martinez Efectivamente, asi es

- Isabel León Arroyo Que bonita escultura. Nunca la había visto

- Antonio Suárez Cabello Aprovechando la oportunidad: Valera, en el patio romántico de los dos Museos














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19002. Maruja Espejo: "Don Juan Valera en su biblioteca. Año 1904". (Archivo de Adolfo Molina Guarddon)











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19003. Don Juan Velera a los 68 años. Foto publicada en El Egabrense y facilitada por Antonio Borrallo Gutiérrez.











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19004. Don Juan Velera a los 18 años. Foto publicada en El Egabrense y facilitada por Antonio Borrallo Gutiérrez.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19005. Sello con retrato de Valera. Gentileza de MRosa Nieva












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19006. Segundo borrado de «La vida de don Juan Valera» de Don Manuel Azaña.
  Útima página autógrafa y firmada. Noviembre de 1925.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19007. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Valera dictando"

- Isabel León Arroyo Todas estas fotos son historia que estamos viviendo

- Antonio Muñoz Muñoz D.Juan Valera y su secretario " Periquito ".














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19008. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "una caricatura de Valera".

-Isabel León Arroyo Alguien había visto esta caricatura antes? Yo no












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19009. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Retrato de Valera por Ramón Casas".

-Rafael Luna Leiva El catalán Ramón Casas fue uno de los mejores retratistas y publicistas en la España de finales del siglo XIX y principios del XX. Este retrato de Valera se conserva en el Museo Nacional de Arte Catalán (MNAC).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19010. Antonio Suárez Cabello: "Yeso original de 1897. Primera obra profesional del artista Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932). Obtuvo Mención Honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1897". Antonio Suárez Cabello: "Yeso original de 1897. Primera obra profesional del artista Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932). Obtuvo Mención Honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1897".

- Rafael Luna Leiva Comentario de Antonio Suárez Cabello: "Representa al escritor en su madurez, luciendo bigote y con peinado de raya al medio. Viste conforme a la moda de su época: chaqueta, camisa de cuello duro y corbata en forma de lazada. Es una obra eminentemente realista que intenta captar la fuerte personalidad del personaje".

- Rafael Luna Leiva Comentario de Antonio Suárez Cabello: "Lorenzo Coullaut Valera era hijo de una sobrina de don Juan; escultor que nos dejaría cautivados con su monumento a Bécquer en el sevillano Parque de María Luisa y el dedicado a Valera en el madrileño Paseo de Recoletos".

- Antonio Suárez Cabello Creo que este busto es el original, que es en escayola, de 1897. En Rusia hay dos en bronce. Esto siempre con las reservas oportunas. De éste parece que hicieron unos vaciados para bronce.

- Antonio Suárez Cabello Este busto está en la Biblioteca Pública Municipal Juan Soca. Lo hemos visto en la foto de los Amigos de Valera. No sé su procedencia. Creo que es el original y no una copia, pero todo puede suceder con la investigación, a la que animo a Pepe Garrido Ortega por aquello de tener mejor relación con los Coullaut-Valera.

- Rafael Luna Leiva Comentario de Antonio Suárez Cabello: "Representa al escritor en su madurez, luciendo bigote y con peinado de raya al medio. Viste conforme a la moda de su época: chaqueta, camisa de cuello duro y corbata en forma de lazada. Es una obra eminentemente realista que intenta captar la fuerte personalidad del personaje".

- Rafael Luna Leiva Comentario de Antonio Suárez Cabello: "Lorenzo Coullaut Valera era hijo de una sobrina de don Juan; escultor que nos dejaría cautivados con su monumento a Bécquer en el sevillano Parque de María Luisa y el dedicado a Valera en el madrileño Paseo de Recoletos".

- Antonio Suárez Cabello Este busto está en la Biblioteca Pública Municipal Juan Soca. Lo hemos visto en la foto de los Amigos de Valera. No sé su procedencia. Creo que es el original y no una copia, pero todo puede suceder con la investigación, a la que animo a Pepe Garrido Ortega por aquello de tener mejor relación con los Coullaut-Valera.a












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19011. Pepe Garrido Ortega Primer plano de que tengo yo. Este busto es un vaciado en escayola del original en bronce que posee Juan Valera Coullaut-Valera

- Rafael Luna Leiva Pepe Garrido Ortega, puede que ambos bustos de escayola tengan el mismo origen.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19012. Busto de don Juan Valera realizado por Coulaut Valera. Esta obra se encuentra en el museo que la localidad sevillana de Marchena tiene dedicado al escultor sobrino nieto del novelista egabrense.

- Rafael Luna Leiva Intuyo que este busto está relacionado con los que hemos visto anteriormente (el de Pepe Garrido Ortega y el que posee el Ayuntamiento de Cabra).

- Pepe Garrido Ortega A los tres les encuentro algo diferente. Y no se si es pasión de proximidad, me gusta mas el mío jjjjj

- Rafael Luna Leiva Coincido contigo, Pepe Garrido Ortega. Me llama la atención una cosa: los tres tienen algo en común: están realizados por el mismo autor y los tres están vinculados con la misma localidad (Marchena).

- Antonio Suárez Cabello Este busto está más relacionado con el que hay en el patio del Museo de Bellas Artes de Córdoba. El que hay en Cabra es la primera obra del artista; en esta ya se observa la madurez del escultor.

- Antonio Suárez Cabello Valera fue un protector del artista y consiguió una pensión de la Diputación de Sevilla para estudiar (creo), a través de las recomendaciones a Rodríguez Marín. Siempre confió en que sería un gran artista. Este busto debió ser después de la muerte de don Juan. En fin, una historia por hilvanar.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19013. Caricatura de don Juan Valera. aportación de Maria Sierra Palomeque Fernandez












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19014. Imagen facilitada por Maria Sierra Palomeque Fernandez












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19015. Desde el año 2004, con motivo del centenario del fallecimiento de Valera, son dos las bibliotecas rusas que cuentan con un busto del polifacético egabrense don Juan Valera. Se trata de la Biblioteca Nacional Rusa de Literatura y la Biblioteca Nacional Rusa de San Petersburgo. Esta última dispone, asimismo, de un importante fondo de manuscritos originales de Juan Valera. Foto facilitada por Rafael Luna Leiva

- Rafael Luna Leiva Valera ejerció como Secretario de la Legación de España en San Petersburgo (diciembre 1856 - junio 1857).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19016. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Con su secretario Pedro de la Gala. Bien puede ser la última fotografía en vida de D. Juan Valera".

- Isabel León Arroyo Que maravilla de foto. Esto es increíble estoy aprendiendo más cosas de Don Juan Valera, que en toda mi vida

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19017.   "Juan Valera, político", de doña Matilde Galera. Foto facilitada por Víctor Manuel Morales Agudo

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19018. Cabra en el Recuerdo.
  Homenaje a Juan Valera en el Instituto Aguilar Eslava en septiembre de 1927.
  Fotos publicadas en El Popular el 14/9/1927.
  Aportación de Pili Mo -Miguel Mellado Moreno. Ver también foto 19018 del mismo homenaje en el paseo Alcántara Romemro.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19019.  Biografia de Jose Freuiller Alcalá Galiano.Málaga 2008 Hermanastro de don Juan Valera. Archivo de Adolfo Molina Guarddon

- Rafael Luna Leiva El retrato de la portada de este libro lo realizó en 1858 Federico de Madrazo, uno de los pintores españoles más representativos del siglo XIX.

- Rafael Luna Leiva José Feüller Alcalá-Galiano era hermanastro de Valera porque su madre se casó dos veces, primero con Santiago Füller y luego con José Valera, padre del escritor.

- Rafael Luna Leiva José Füller fue alcalde de Málaga y primer presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

- Pepe Garrido Ortega Copio y pego del libro "Vida y Obra de Juan Valera" pag. 10: La madre de Juan Valera, doña María Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, heredera del marquesado de la Paniega, había nacido en Écija el 19 de abril de 1791; su rama materna pertenecía a una familias de abolengo de dicha ciudad. Con todo, tampoco estaba holgada de fortuna, tal como reconocía su hijo: «Los bienes de mi madre no eran sino muy cortos, a pesar del título» (Semblanza autobiográfica). Doña Dolores había casado en primeras nupcias en Écija, en 1813, con el brigadier Suizo don Santiago Freüller Curti (1775-1818), el cual llegó a España como otros tantos suizos mercenarios que tenían por profesión el servicio de las armas a sueldo . De este matrimonio nació don José Freuller y Alcalá-Galiano, hermanastro, pues, de Juan Valera. El brigadier suizo murió en Salamanca en 1818.

- Pepe Garrido Ortega Copio y pego, pag. 184: Escuálidos bienes dejó don José Valera a sus hijos Juan, Ramona y Sofía: una finca rústica situada en el término de Baena, conocida por El Alamillo, y la mitad de los bienes gananciales: unas tierras de viña y otras incultas situadas en el lugar llamado Los Balanchares, valoradas en 58.750 reales; la casa conocida por El Colegio con bodega y lagar apreciada en 27.264 reales; otra casa igualmente en Doña Mencía valorada en 19.815 reales; y los muebles de la casa de Madrid estimados en 20.000 reales. A la vez, al disolverse la sociedad conyugal se recogía en la liquidación de la testamentaría unas deudas pendientes de pago a diversos acreedores por 91.800 reales (40.000 a Agustín Valera, 20.000 a un comerciante de Madrid, 5.000 a Baldomero Jiménez de Doña Mencía, 15.400 a José Freuller, y 11.400 a su hija Sofía).

- Pepe Garrido Ortega Copio y pego pag. 184-185: En una de sus estancias en Doña Mencía, escribe Valera a su hermano, después de haber hecho las paces con él: «Aunque ya se hizo la paz entre nosotros, no por eso mi salud está más floreciente, prueba de que no es tan poderosa la paz para dar salud a quien no la tiene [...] No tengo nada que decirte porque aquí nada sucede. Leo, rabio, escribo cartas, porque no tengo ganas de escribir otra cosa y doy de vez en cuando grandes paseos por esos andurriales, que sólo pueden parecer bonitos a esta gente que tiene, en vez de la idea de la belleza, la idea de la utilidad en el alma. Mirada sin pasión esta tierra, aunque no tanto como La Mancha, es fea y árida; pero a mí me debe parecer preciosa, pues lo único que poseo en el mundo está en ella» (Doña Mencía, 14 de julio de 1859). Ciertamente, por esta época, más que en Cabra Valera se sentía a gusto en Doña Mencía, por conservar allí la casa familiar. Además, algunos comportamientos de la burguesía de Cabra no casaban bien con su carácter: «Ayer estuve en Cabra, no a ver los toros, sino a ver a los parientes y la extraordinaria concurrencia que con ocasión de los toros ha habido allí. Parecía Cabra una corte, pero yo si hubiera de vivir siempre aquí preferiría, a Cabra, Doña Mencía. Lo que allí presumen de finos me estomaga» (Doña Mencía, 3 de septiembre de 1859). Siempre que volvía a su lugar, su estado de ánimo oscilaba entre la felicidad nostálgica de la infancia y el desagrado por la rusticidad de sus paisanos. También, decía, se le escapaba la musa y le resultaba difícil escribir, sobre todo de lo que le rodeaba, al contrario de lo que le ocurría cuando se encontraba alejado de su tierra, pues, la distancia le permitía idealizar con bellas imágenes la realidad prosaica que se encontraba cuando volvía de visita por allí:En este lugar tengo menos tiempo y reposo que en Madrid para ocuparme de re litteraria. Las visitas no me dejan. Aquí no es posible decir el señorito no recibe o no está en casa; por manera que desde las ocho de la mañana estoy de conversación, hablando siempre de olivos, viñas, granos y otras cosas por el estilo (Doña Mencía, 18 de julio de 1862).

- Pepe Garrido Ortega Por cierto esta biografía sobre Freuller es muy buena. De haberse publicado antes que mi biografía de Valera me hubiese servido para completar más la relación de don Juan con su hermanastro. También es verdad que a la autora de este libro también le habría venido bien conocer el mío. Estas son las cosas de este tipo de libros que tienen distribuciones tan pobres que en muchas ocasiones a los interesados en estos temas se le escapan muchos libros que le podrían ser de utilidad. Bastante de los libros que poseo sobre Valera me costó mucho tiempo y dinero hacerme con ellos; uno de ellos lo conseguí de un librero de viejo de Buenos Aíres, pues por España no se encontraba ni por iberlibro.com

- Antonio Suárez Cabello Pongo el enlace de un artículo que escribí reseñando el libro. Hay varias fotos muy interesantes. José Freüller Alcalá Galiano (Antonio Suárez Cabello)"

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19020.   Foto de KATHERINE BAYARD, hija del Secretario de Estado norteamericano, quien se enamoró locamente de Valera. por quien se suicida en 1886.

- Rafael Luna Leiva: La educación sentimental de don Juan Valera

- Antonio José Navarro Domínguez Intensa vida de Valera. Le dio tiempo a "todo", como ya sabemos. Claro que no existía le televisión.

- Mari Molina Ramirez Una chica muy guapa pero con un trite final!!

- Antonio Suárez Cabello Aprovechando la oportunidad del tema: "Katherine Bayard y Valera en Angelica"

- Ricardo Sánchez La historia de la chica preciosa, típica dle romanticismo. El artículo de Andrés Amorós lo voy a compartir para que lo vean mis amigos.

- Jose Vico Espero que no nos quitaran Cuba por este echo. La chica es muy guapa

- Aurora Arenas Navas Que triste historia de amor

- Isabel León Arroyo Que pena, locura de amor

-

  












Nº 19021. Cabra en el Recuerdo.
  La Andalucía íntima de Juan Valera, programa de La 2 producido en el año 1968.
  Enlace facilitado por Aure Molina
  Muy recomendable.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19022. Laura Fdez Nieva: "foto del hijo mayor de Don Juan, Carlos, que falleció con 16 años. La foto aparece en la Biblioteca Cervantes Virtual".  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19023. Libro de Manuel Azaña «Valera en Italia: Amores, Política y Literatura», Madrid 1929. Con dedicatoria autografa a Corpus Bargas. 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19024. Dolores de Lavat, esposa de Valera. Foto facilitada por Lola Salido Perez 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19025.  Cabra en el Recuerdo.
  Lourdes Pérez Moral: "Tarjeta postal con el busto del marqués de la Paniega, hermano de madre de Juan Valera y prototipo, en parte, del “doctor Faustino”. Este busto era de yeso y original del bronce custodiado en la Escuela de Artes y Oficios de Málaga y estaba en la casa de don Juan Moreno Gueto en Doña Mencía". 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19026. Col Fernández Rivero: Queridos amigos, os presentamos un reportaje estereoscópico, realizado con motivo de la visita del marqués de La Paniega a "El Retiro", un bellísimo jardín del XVIII, en Churriana (Málaga), declarado Bien de Interés Cultural, hoy cerrado al público, que se nos revela en estas, sus primeras fotografías de 1865.
Ver

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19027. «Juan Valera. Pepita Jiménez» Edición y prólogo de Manuel Azaña. Madrid 1927.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19028. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : Fotografia de Periquito de la Gala. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra

- Rafael Luna Leiva En la foto, Periquito de la Gala con Carolina, su mujer. Periquito fue secretario de Valera.

- Margarita Moral Ruiz La dedicatoria es para mis bisabuelos Rafael Ruiz y Ángeles López hermana de Carolina era la mujer de Pedro de la Gala.

- Elvira Padillo Ruiz Esta foto se la dejé a Matilde Galera para su estudio sobre Juan Valera, y nunca me la devolvió, al verla me ha causado alegría por saber donde está, pero tambié malestar por que no supe nunca más de ella, después de habérsela pedido muchísimas veces, y al morir, ya en Granada no supe a quien pedirla.

- Isabel León Arroyo Debería de haberle dicho lo que había hecho con ella Elvira Padillo Ruiz. Es parte de la historia de Juan Valera y era suya.

- Elvira Padillo Ruiz Tienes razón Isabel lo he pasado mal al verla.

- Pilar Cubero Gracias Rafa por poner tanto interés en las cosas de CABRA, vivo lejos y cuando leo algo de mi pueblo no te imaginas la alegría que me da. Gracias de nuevo.

- Biblioteca de Cabra Elvira, efectivamente, la fotografía a la que haces referencia forma parte del legado que los familiares de Matilde Galera donaron a la Biblioteca. Lamentamos mucho que lo hayas "pasado mal al verla". Como sabes, la Biblioteca y concretamente el Centro de Estudios Valerianos se encarga del estudio y difusión de la figura de Juan Valera y cualquier tipo de documentación es de suma importancia para nosotros. En cualquier caso, y dado que existen más fotografías te invitamos a que nos visites y compruebes si hay algunas otras que te puedan interesar y poder realizar las copias oportunas.

- Francisco Ruiz Lopez Foto increíble, me emociona el verla.

- Antonio José Navarro Domínguez No sabía la donación de los familiares de Matilde Galera a la Bibioteca de Cabra ¿Fue iniciativa de los deudos o de Matilde en vida? Si supiera Matilde lo que se opina de ella a través de estas páginas, no creo que hubiese donado nada.

- Rafael Ruiz Ruiz PERO ELVIRITA TIENE TODA LA RAZON ES SU FAMILIA.

- Antonio Suárez Cabello La foto debe volver a sus propietarios. Y más sabiendo todas las circunstancias. El Ayuntamiento tiene todos los argumentos para devolverla. Otra cosa es que se quede con una copia, pero donada por la familia y no por los herederos de Matilde Galera.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19029. Azulejo en la casa natal de don Juan Valera. Foto facilitada por MRosa Nieva

- Rafael Luna Leiva Muy interesante este azulejo conmemorativo. Tras él hay una gran historia local.

- Manuel Rodriguez Ruiz En esa casa naci yo

- Antonio Suárez Cabello Manuel Rodríguez Ruiz, ¿tienes alguna foto del interior de la casa? Explícanos tus recuerdos de cómo era la casa, por favor. Gracias.

- Rafael Luna Leiva Esta azulejo se hizo gracias a una suscripción popular. Para financiarlo se llegó a representar obras de teatro.

- Manuel Rodriguez Ruiz Pues la puerta de entrada era enorme con muchos adornos dorados tambien en la misma puetta una mas pequena por si no abrias el portalon En el recibidor un puerta bien grande de una hoja era de hierro macizo con cristales rayados con figuras de flores Ya dentro a la derecha una escalera de marmol blanco q hermosos escalones en el techo de esa escalera habia un dibujo que lo pillaba todo recuerdo que era como un dios una virgen y varios angelitos K buena baranda de madera tenia en el cual me delizaba hasta el final Continuare...

- Manuel Rodriguez Ruiz Antnio suarez las fotos se me estraviaron lo siento

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19030. Maruja Espejo: "Casa de D. Juan Valera en la calle San Martin de Cabra" - Miguel Ángel Córdoba Increíble y Espectacular foto Rafael Luna Leiva!!!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19031. Noticia sobre la compra de la casa de don Juan Valera. Imagen facilitada por Antonio Borrallo Gutiérrez.

- Antonio Suárez Cabello Muy bien el titular "Una vez remodelada se convertirá en Museo", en Casa Museo D. Juan Valera. ¿A quién se le pide las responsabilidades del expolio?

- Susana Córdoba Mellado En esta casa nació mi cuñada M' Carmen Ruíz Poyato.

- Mari Carmen Rodriguez Ruiz En esa casa nací yo también y mis hermanos y varios primos

  

















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19032. Alejandro García: "El escudo pertenece a don Miguel Alcalá Galiano y Venegas de Saavedra, segundo marqués de la Paniega, bisabuelo de don Juan Valera".

- Rafael Luna Leiva Este escudo se encuentra coronando la portada de la casa natal de Valera. 

-Rafael Luna Leiva La portada en la que se inserta este escudo se realizó a finales del siglo XVIII. Buen ejemplo del estilo rococó tan presente en la arquitectura civil egabrense.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19033. Tarjeta postal de la casa natal de Valera en los años 20. Foto facilitada por Antonio Ramón Jiménez

- Antonio Gomez Moyano Esta foto debe estar hecha en alto desde algún balcon de la casa de enfrente no la conicia

- Antonio Gomez Moyano Se ve algo así como la palabra París el lo oscuro de la puerta principal

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19034.  Casa natal de don Juan Valera. Foto facilitada por MRosa Nieva

- Rafael Luna Leiva Interesante portada de estilo rococó de finales del siglo XVIII. El abuelo de Valera, Marqués de la Paniega, adquirió esta casa de Cabra.

- Jose Roldan " Aqui nació el insigne poeta y novelista D, Juan Valera, 1824-1924. Centenario del nacimiento ", de pequeño me encantaba leer esta placa

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19035. Ahí va una foto de la calle Llana, que tomé hace 7 años y medio, aún se puede ver la casa de los Valera que, como bien dice Antonio Suárez, es distinta de la de los Alcalá-Galiano. Hoy día ya no existe, efectivamente la derribaron no hace mucho, y tampoco es igual el adoquinado. Se trata de la calle más antigua de Doña Mencía.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19036. Partido de bautismo de Valera.

- Antonio José Navarro Domínguez Estos documentos, preciosos, firmados y requetefirmados, constituian un auténtico pasaporte de garantía moral para su poseedor dada la relevancia de la iglesia-católica en estos pasajes de la vida.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19037. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "La tumba de Juan Valera en Madrid, después parte de sus restos fueron trasladados a Cabra".

- Loles Moreno Alconchel ¿En qué cementerio de Madrid está?  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19038.   Maruja Espejo: "Casa donde vivió Juan Valera, en la calle Santo Domingo de Madrid"

  














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19039.  - Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Inauguración del monumento a Valera en Madrid".

-Isabel León Arroyo Que historia tan bonita estamos viendo aquí, gracias a este reto

-Maria Del Carmen Mari-Carmen Serrano Maravillosas e historicas fotos de uno de los escritores mas amado de todos

  

















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19040. Proyecto de un monumento a Valera en Cabra (Escultor Coullant Valera y arquitecto Pedro Muguruza). Nunca llegó a realizarse. — con Lola Salido Perez, Isabel León Arroyo, Maribel Rubia y 36 personas más.

- Rafael Luna Leiva De haberse llevado a cabo este monumento, Cabra contaría hoy con una obra esencial en cuanto a su patrimonio artístico. Imagino que no se haría por motivos económicos.

- Isabel León Arroyo Que pena. Es un estilo a la que hay en Madrid

- Antonio José Navarro Domínguez Este monumento de gran similitud con el de Madrid, yo diría que más grandioso en algunos aspectos que el madrileño, como la figura completa de Juan Valera, aunque no conozco su historia seguramente no se llevaría a cabo por presupuesto, como bien indica Rafael Luna, o porque se pensó seguramente que era un monumento más capitalino que para una ciudad como Cabra.

- Mari Molina Ramirez Que pena porque este monumento es una máravilla!!!

- Antonio Montes Santiago Si se llega a realizar quien sabe.........................en Cabra a veces tenemos unos politicos que son mas raros que un piojo vizco y si para destacar había que cargarse el monumento seguro que no lo habria dudado. A mi , sin entender nada de arte, me parece una aberración quitar la estatua que había frente a la casa natal de Juan Valera para poner la fuente de colores , más aun teniendo la fuente de las Andovalas la lado

- Maria Sierra Palomeque Fernandez No se pudo construir en Cabra pero sirvió de "boceto" para el construido en Madrid. Con algunos cambios, dado que sólo se hizo el busto de D. Juan y se le incorporaron a los laterales los caños para el estanque. Los encargados de la cuestación popular fueron los Hnos. Álvarez Quintero y en Madrid si llegó a buen fin. Lo podemos ver justo frente a la Biblioteca Nacional, lugar de gran privilegio, junto a la Plaza de Colón.

- Antonio José Navarro Domínguez Lástima que el monumento esté retranqueao en el Paseo , hacia la zona de jardines y no a la vera del paso de viandantes. Pero nos podemos dar por contentos. A lo mejor el día de San Juan, unas flores....

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19041. Monumento de Juan Valera en el Paseo de Recoletos de Madrid. Foto facilitada por Pepe Perez Muñoz

- Rafi Corpas Reyes Precioso al natural......

- Rafael López Este hombre, hera genial, muy bonita descrision de la mujer andaluza,y de su pueblo, también de D, mencia

- Rafael López Viajero, diplomático, en difinitiva , un egabrense del que hay que presumir

- Isabel León Arroyo Que bonito. Y ahí en Madrid . Ole hay

- Francisco Ruiz Fernández A este monumento np le han originado daños, ni le han roto la nariz.

- Toñi Ruiz Muñoz A mi me sorprendió cuando lo vi me llevó a verlo mi hermano Jaime y me encantó ver un trozito de Cabra en Madrid Donde por cierto también hay una calle que se llama

- Francisco Ruiz Fernández No hay en madrid calle Cabra, pero sí una llamada plaza Egabro, situada cerca ermita del Santo.

- Antonio Suárez Cabello Un primer plano de Pepita Jiménez. ver foto  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19042. Un primer plano de Pepita Jiménez, Monumento de Juan Valera en el Paseo de Recoletos de Madrid.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19043. - Foto del archivo de Adolfo Molina Guarddon de la Glorieta de Juan Valera. Se puede observar la frondosidad de los árboles y que el monumento está rodeado por un arriate con flores y plantas.

- Antonio José Navarro Domínguez Qué es como debería estar.

- Isabel León Arroyo Estaba muy bonito.

- Rafael Valentin Villar-moreno Comparto la opinión de Antonio José. Desde que el recordado alcalde Muñiz Gil, realizara su desafortunada reforma del Paseo, cada vez que se ha intervenido en el mismo han superado los errores a los aciertos.

-Antonio Suárez Cabello Los objetivos de la librería estaban expuesto en un lateral. Ver foto de Antonio Suárez Cabello.

- Rafael Valentin Villar-moreno Por desgracia para mí soy tan viejo que recuerdo cuando las librerías existentes en las glorietas dedicadas a la provincias españolas en la Plaza de España de Sevilla, contenían libros.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19044. Antonio Suárez Cabello Los objetivos de la librería estaban expuesto en un lateral.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19045. - Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Aunque la fotografía es de pésima calidad, he recordado, al ver la que ha publicado Adolfo Molina, que hace unas semanas alguien preguntó que era esa caseta que aparecía en las fotografías antiguas de la Glorieta de Juan Valera. Era un pequeña biblioteca que se colocó en ese lugar. No está mal la idea".

- Rafael Luna Leiva Gracias a esta fotografía, se confirma la vieja creencia. Muy acertada, Maria Sierra Palomeque Fernandez

- Antonio José Navarro Domínguez Sospecho que los libros sufrirían bastante por las inclemencias del tiempo en la hornacina de mármol que los albergaba. ¿Se prestaban a los paseantes del parque para su lecttura sosegada

- Isabel León Arroyo Que buena idea. Vas a pasear y lees mientras.

- Isabel León Arroyo Mi afición por la lectura es desde pequeña. Cuando entraba al colegio por la tarde a las tres , la madre Sur Carmen nos hacia leer cada día un libro y después teníamos que hacer un resumen de lo leído. A mi me gustaba mucho y de hecho me encanta leer.

- Rosario Ascanio yo la conoci pero siempre la vi cerrada, aunque tenia libros porque se veian un poco por la persiana de metal que la cerraba  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19046. La glorieta de Valera en el Paseo en el año 1936. Foto facilitada por Elvira Padillo Ruiz — con Francisco Cabello Martin, Antonio Mesa Jurado, Cenci Gonzalez Navas y 45 personas más.

- Elvira Avila Castro Asi era cuando yo estaba en Cabra que bonito , aunque ahora con el arreglo con tantas flores estara preciso

- Elvira Padillo Ruiz En esta foto se puede apreciar el quiosco donde decían se guardaban los libros de Don Juan Valera ¿¿es cierto?? yo lo recuerdo de pequeña y oirlo comentar

- Rafael Luna Leiva Esa creo que era la idea en un principio. Elvira Padillo Ruiz. Como en muchos parques de ciudades europeas, hubiese sido un asunto interesante: lectura pública y gratuita en un lugar adecuado para la lectura (eso sí, antes más que ahora). El quiosco no tenía que haber desaparecido.

- Elvira Padillo Ruiz Lo mismo pienso Rafael Luna Leiva,pues además era bonito y no hubiese costado tanto conservarlo

- Elvira Avila Castro No entiendo porque lo quitaron siendo que queda muy bonito en la foto , y era el quiosco un recuerdo de toda la vida

- Mari Molina Ramirez Wuauu..que foto mas bonita y emotiva lo que llo e peseado poreste paseo...los cartuchos de pipas patatas y de ganbitas que llo e comido eneste paseo ..que recuerdos mas bonitos !!!

- Maria Del Carmen Mari-Carmen Serrano Y CONTINUA LA HISTORIA, Gracias Elvi

- Antonio Duran Fernabdez Cuantas cosas estamos aprendiendo de Don Juan Valera yo que en mi ignorancia solo conocía la estatua del paseo su casa y poco mas

- Isabel León Arroyo Pues si se pudiese rescatar ese kiosco seria estupendo. Estaba muy bonito

- Miguel Angel Lubian Preciosa foto con Juan Valera, una parte importante de la Historia de Cabra, que ahora todos podemos conocer algo mas sobre este Ilustre, Gracias a Rafael Luna, y a todos los que aportan y colaboral con estas historicas fotos. una muy buena labor que una vez mas realiza con la colaboracion de todos el entrañable amigo Rafael Luna. y desde aqui le envio un saludo amigo

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19047. Primera piedra en el monumento a don Juan Valera en el Paseo. Años 20. Foto facilitada por Antonio Borrallo Gutierrez. y por Lola Salido Perez: "Colocación de la primera piedra en el busto de Don Juan en el parque Alcántara Romero, con las presencia de su hija Carmen Valera, el 7 - 9 - 1927"

- Rafael Luna Leiva Histórica foto, Lola Salido Perez

- Miguel Ángel Córdoba Sin duda alguna, es impresionante poder disfrutar de fotos de tan gran valía!!!

- Mateo Olaya Marín A mayor tamaño no la hay?

- Rafael Luna Leiva Mateo Olaya Marín, te he etiquetado una de mayor tamaño. 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19048. Instantánea en el glorieta de don Juan Valera del Paseo en el año que se inauguró este monumento (1927) por suscripción popular. Foto facilitada por Elvira Padillo Ruiz

- Rafael Luna Leiva A la izquierda, el fotógrafo Rafael Ruiz Romero, abuelo de Elvira Padillo Ruiz

- Antonio José Navarro Domínguez Ese arreate que circunda el monumento con abundantes plantas , nunca debió desaparecer. A pesar del gamberriismo que impera. Ceder es aceptar algo inevitable. Y no debemos ceder.

- Maruja Espejo Que pena,, yo no puedo competir,, no tengo de estas fotos

- Elvira Padillo Ruiz Mi abuelo con uno de sus hijos ,PACO y su amigo que se apellidaba CEBALLOS

- Isabel León Arroyo Que elegantes

- Loli Oteros Cantos que bonitos recuerdo ya mi padre me explicaba munchas cosas

- Maria Del Carmen Mari-Carmen Serrano Continua la historia, Magnifico Elvi

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19049. Ofrenda floral a don Juan Valera. Años 80. Foto facilitada por Antonio Borrallo Gutiérrez.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19050. Foto facilitada por Antonio Borrallo Gutierrez.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19051. Casa de don Juan Valera en Doña Mencía. Fotos facilitadas por Florentino Bonilla

-Rafael Luna Leiva Creo que esta casa de Doña Mencía también era la casa de los Alcalá Galiano

-Rafael Luna Leiva Florentino Bonilla, veo que hoy te has pateado nuestra querida Doña Mencía. ¡Todo un RETO

- Antonio Suárez Cabello Creo, que esta casa, sin habitar en la actualidad, es de los Alcalá Galiano, los de la rama de Dionisio. Deberían darle un destino de Museo para todo lo vinculado con la actividad marinera. La casa de Valera, en la misma calle, está haciendo esquina y es hoy un solar, pues fue derribada hace poco. Eso sí, se aprovechan los solares para hacer cosas modernas.

- Antoñi López Sanchez Esta casa situada en la calle llana en la actualidad es de mi tia Carmen Ruiz y su familia.

- Lola Vera Jimenez Yo he querido tambien ponerla, pues muchas veces pasaba por esa calle. Me refiero a la calle Juan Valera. Con cinco años estuve en el Colegio de las Monjas, que está en esa calle. Maria José Ortiz puso una foto pero no he sido capaz de encontrarla. La foto a la que me refiero, se ve la calle casi entera. Para entrar a la calle llana hay que pasar por la calle Juan Valera.

-Florentino Bonilla Rafael Luna Leiva como bien dices hoy me e pateado toda Doña Mecia pueblo muy querido por mi tanto como Cabra lo conozco desde niño y pasaba muchos veranos con mis abuelos maternos

-Lola Vera Jimenez Florentino Bonilla pues seguro que hemos coincidido, porque yo tambien me iba en verano, Semana Santa y Navidad, y para no perderme nada, para la ferias de San Pedro Martir y Jesus Nazareno. Toda mi familia es de alli.

- Lola Vera Jimenez De Doña Mencia. - Rafael Luna Leiva Florentino Bonilla, yo también tengo muy buenas recuerdos de Doña Mencía. Tengo buenos amigos allí. Asimismo, trabajé dos años, de los primeros de mi vida laboral, y eso no se olvida.

- Lola Vera Jimenez Fuistes alli maestro?

- Florentino Bonilla Lola Vera Jimenez seguro que podriamos a ver coisidido si es que somos mas o menos de la.misma edad mis abuelos vivian en la.calle pilar de arriba y me acuerdo que.nos íbamos en la cochinita bueno yo soy del 57 pero no quiero ponerte en compromiso jijijijiji

- Rafael Luna Leiva Lola Vera Jimenez, sí, estuve allí destinado dos años (1986-1988).
Manuel Chacón Ahí va una foto de la calle Llana, que tomé hace 7 años y medio, aún se puede ver la casa de los Valera que, como bien dice Antonio Suárez, es distinta de la de los Alcalá-Galiano. Hoy día ya no existe, efectivamente la derribaron no hace mucho, y tampoco es igual el adoquinado. Se trata de la calle más antigua de Doña Mencía. Una foto de Manuel Chacón. 16 de noviembre a la(s) 1:01 · Me gusta · 1 Lola Vera Jimenez Exactmente como dije un poco mas arriba. En la torre esta la Virgen. hacia la izda se sale a la calle Juan Valera. A la derecha creo que se va a la calles Santa Catalina. Ahi empezó Doña Mencia,

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19052. Ruta valeriana de Doña Mencía. Foto facilitada por Florentino Bonilla

- Florentino Bonilla Don. Juan Valera es Muy querido en Doña Mencia - Rafael Luna Leiva Si es que era tanto egabrense como menciano.

- Lola Vera Jimenez Te refieres a la calle Llana, donde en la torre hay un Virgen en una orcina. Esa calle no tiene salida es verdad, pero en esa calle el 15 de Agosto se celebraba El dia de la Virgen de Agosto. Era una especia de verbena. - Lola Vera Jimenez Eso tambien está dentro de mis recuerdos infantiles.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19053. Busto de Valera en Doña Mencía. Foto facilitada por Florentino Bonilla

- Rafael Luna Leiva Cada vez tengo más la impresión de que de una obra original se hicieron varias copias, o bien se se inspiraron en un mismo modelo.

- Rafael López Pues siDOÑA MENCIA, esta muy orgulloso de VALERA, la insinúa en su obras.Dicho sea de paso,un pueblo muy unido al nuestro yo diría el que mas,ellos simple en sus compras se acuerda de CABRA,muchos han estudiado aquí,muchos casatorios, nuestra sierra,y la suya es la misma con su abrevia,mucho fervor a nuestra VIRGEN,narrativa de D.JUAN,de los 2 pueblos.En fin me caen muy bien,y me resultan muy simpáticos con su habla muy peculiar,un saludo amigos mencianos,y viva S PEDRO MARTILLO

- Antonio José Navarro Domínguez No siempre Valera alabó las virtudes del pueblo menciano, y en alguna carta escrita desde su cortijo en Doña Mencía, no sale muy bien parada la sociedad de nuestros vecinos. Antonio Suárez lo refiere muy bien con ocasión de la visita recientemente organizada a las ruinas del viejo cortijo.

- Pepe Garrido Ortega Antonio José Navarro, pos anda que de los de Cabra (a los que en alguna carta llama "cabritos"), !las cosas que decía¡. Pero de estas cosas no hablan los valeristas pero yo como ni soy ni he querido ser nunca valerista sí que he hablado de la visión que tenía don Juan sobre sus paisanos de Cabra y Doña Mencia. Digo bien, "sus paisanos de Cabra y Doña Mencía" pues se consideraba tanto menciano como de los cabreños (que recuerde nunca utilizó el término de egabrense, lo consideraría cursi, supongo). Pero OJO que nadie de ahora se escandalice de la mala opinión que tenía de sus paisanos de Cabra: cuando habla mal de ellos, obviamente, se refería a los cabreños de su época, y no a todos, se refería a los de Cabra que pertenecían a su mismo estatus social; como suele ocurrir siempre, don Juan no se consideró nunca profeta en su tierra, pero de esto habría mucho de que hablar y no es este el lugar adecuado. Por el contrario, al pueblo llano lo trataba con cariño, no exento de su guasa propia. Me acuerdo ahora mismo de lo que decía en cierta carta sobre sus paisanos. Decía en ella, más o menos, hablo de memoria: a los de mi lugar ("mi lugar", expresión muy de don Juan cuando se refería a Cabra o Doña Mencía) les he contado de todo sobre mis viajes, pero lo que no he conseguido es que se crean que cuando estuve en Italia vi un monte del que salía jumo por la punta. Obviamente, se refería al Vesubio.

- Antonio José Navarro Domínguez !Cómo hablábamos de Doña Mencía.......Pues eso!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19054. Cabra en el Recuerdo.
  Araceli Osuna: "Buenas tardes. Paso una fotografía de una publicidad que he encontrado en una revista de Galicia de 1878".

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19055. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Publicada anteriormente, ésta tiene más calidad. D. Juna Valera junto a Pérez Galdós, Menéndez Pelayo, José María de Pereda y varios literatos más".

- Rafael Luna Leiva De izquierda a derecha: Pedro Antonio de Alarcón, Benito Pérez Galdós, Marcelino Menéndez Pelayo, Conde de las Navas, José María Pereda, ?, Juan Valera, Rubén Darío (tras el escritor egabrense) y otro literato por desvelar.

- Antonio Suárez Cabello Llevo tiempo averiguando los dos personajes que cuando aparece esta foto te pone siempre "sin identificar". Uno de ellos es Ocampos, el que está a la izquierda del Conde de las Navas, de pie; el otro, el que está a la izquierda de Rubén Darío se me resiste, pero algún día que le dedique más tiempo lo identificaré, y tal vez tengamos alguna sorpresa.

- Pepe Garrido Ortega Hay un libro titulado "Vida y Obra de Juan Valera (1824-1905) De sus andanzas diplomáticas y sus avatares en el periodismo y la política" en el que en la página 746 se habla de la reclusión de don Juan en los últimos años de su vida en su casa de la Cuesta de Santo Domingo, y en la misma se da una lista de los escritores que más frecuentaban por entonces sus tertulias, en su casa o en la casa del conde de las Navas (de la cual es esta foto), pues bien, entre los escritores citados se habla "de los colombianos Restrepo y Ocampo". Por ahí puede ir los tiros sobre los dos personajes no identificados en dicha foto.

- Pepe Garrido Ortega Por cierto, dicha foto es la que se utiliza en la portada del libro al que me refiero anteriormente.

- Pepe Garrido Ortega Copio y pego de dicho libro, págs. 745-746: El quedar recluido en su piso de la Cuesta de Santo Domingo, por estar casi ciego y «flojísimo de piernas», no le impedía estar al día de las novedades políticas y literarias, pues hacía que le leyesen los periódicos y revistas o nuevos libros, además de que en casa recibía a los amigos de siempre y a jóvenes literatos en busca de su rica y chispeante conversación. Aparte de los ya mencionados, en las cartas cita entre los asistentes a sus tertulias a muchísimos literatos: Emilio Pérez Ferrari, Alfonso Dánvila, Juan Antonio Cavestany, Emilio Cotarelo Mori, José Ramón Lamba Pedraja, Ricardo Spottorno, Antonio de Zayas, el lucentino Gámir, los colombianos Restrepo y Ocampo, «los Vázquez de Parga», su sobrino el escultor Lorenzo Coullaut Valera, el pontanés Manuel Reina, los hermanos Álvarez Quintero, Juan Francisco Muñoz y Pavón, Gregorio Martínez Sierra, el húngaro Pekar Gyula, el peruano Ricardo Palma, Antonio de Hoyos y Vinent, Julio Cejador, Mauricio López Roberts, el jesuita Julio Alarcón, José Alemany Bolufer, la poetisa Blanca de los Ríos Nostench y su esposo Lampérez, Emilia Pardo Bazán, Javier de la Pezuela (vizconde de Ayala), Palmaroli, Tomás Mendigutia, el mallorquín Juan Esterlich, Salvador Rueda, el granadino Antonio de Zayas; el marqués de Jerez de los Caballeros, el conde de la Viñaza, el filólogo Ramón Menéndez Pidal.

- Francisco Ruiz Fernández Como no lo sé, pregunto a este listón cultural tan alto. ¿El marino Dionisio Alcalá Galiano tiene parentesco con Juan Valera y Alcalá Galiano?, ya sé que el marinero es casi 100 años más antiguo, que el escritor y diplomático. Ignoro también, la relación del escritor con Doña Mencía.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez Antonio Suárez Cabello , he buscado el pie de foto y pone los siguiente: Pérez Galdós, Juan Valera, Menéndez Pelayo, José María de Pereda, Salvador Rueda, conde de las Navas, Andrés Mellado y marqués de Valdeiglesias. (Además de Carlos María Ocantos). 16 de noviembre a la(s) 18:28 · Me gusta · 1 Antonio Suárez Cabello María Sierra, mándame por mensaje la fuente de la que hablas. El del bigote que está a la derecha de la foto es el que intento localizar. El otro, el que está entre el Conde de las Navas y Valera, de pie, es Ocampos. Detrás del sillón de Valera, de pie, es Rubén Darío, que no figura en tu reseña. Espero tus noticias. Un millón de gracias.

-Maria Sierra Palomeque Fernandez: Ocantos en honor de Pereda Transcribimos

- Antonio Suárez Cabello Gracias, María Sierra por tu información. El pie de foto está equivocado, con cabe la menor duda. Es un error de La Esfera. El Conde las Navas es el que preside el acto.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez Antonio, en el enlace anterior, página 879 habla de esta reunión, no se nombra a Rubén Dario. Una foto de Maria Sierra Palomeque Fernandez.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez Ahora sí, resuelto. Estos son los nombres de la reunión. Una foto de Maria Sierra Palomeque Fernandez.

- Antonio Suárez Cabello María Sierra, muy interesante el enlace. La foto que debía corresponder a lo que se dice es otra y no ésta. A mí me sirve la reseña para tirar del hilo. Gracias.

-Rafael Luna Leiva Apasionante poder aprender en grupo, amigo Antonio Suárez Cabello y Maria Sierra Palomeque Fernandez

-Antonio Suárez Cabello María Sierra Palomeque, PLENO AL QUINCE o BINGO. Ahora tenemos localizamos a todos los de la foto. FENOMENAL!!! En el mismo libro de Pepe Garrido Ortega, con relación a la foto, se habla (como en muchas de las reproducciones que he visto en varios

- Rafael Luna Leiva Me congratula el hecho de ser "culpable", jaja. Gracias, Antonio Suárez Cabello

- Maria Sierra Palomeque Fernandez Me alegro que hayamos resuelto entre todos este pequeño enigma.

- Antonio Suárez Cabello Maria Sierra Palomeque Fernandez, para confirmar el testimonio pongo la foto que viene en el libro de Lombardero "Otro Don Juan". Una foto que también la he visto en ABC con el mismo texto al pie. Además, en ambas está cambiado el orden: es Pereda y después el Conde de las Navas.

  













Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19056.- Maria Sierra Palomeque Fernandez: "Aunque no tenga demasiada calidad la fotografía, dejar constancia de la presidencia de la Real Academia por D. Juan Valera".

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19057. Junta Directiva de la Asociación Amigos de Valera. Foto facilitada por Antonio Borrallo Gutierrez.

- Antonio Suárez Cabello Pulula por ahí que el libro de actas de la Asociación Amigos de Valera fue entregado en el Ayuntamiento y al parecer está en manos privadas. Lo suyo sería que formara parte del fondo documental del Centro de Estudios Valerianos, o una fotocopia del mismo al menos.
Antonio José Navarro Domínguez Aunque a otro nive históricoque no pase como con el niño del brocal del pozo romano....

  













Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19058. Equipo de colaboradores que altruistamente están colaborando en la catalogación de la biblioteca histórica del instituto Aguilar y Eslava. En dicha catalogación quedan incluidos los libros que en su día donó Valera a dicha institución. Foto facilitada por Antonio Ramón Jiménez

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19059. Firma de la escritura de compra de la casa de don Juan Valera. Imagen facilitada por Antonio Borrallo Gutiérrez.

- Susana Córdoba Mellado Mi cuñada M' Carmen Ruíz Poyato nació en la casa de D. Juan Valera.

- Mari Carmen Rodriguez Ruiz En primer lugar esa persona que acaba de subir esa foto no tiene nada que ver con esta familia que esta en la fotografía

- Mari Carmen Rodriguez Ruiz En primer lugar están mis padres mi abuela que es la que esta firmando y varias personas que no están en este mundo y para mi a sido de muy mal gusto ver la foto . La mujer que esta firmando es mi abuela materna y no tiene nada que ver con juan valera

- Mari Carmen Rodriguez Ruiz Y si puede ser esta fotografía no debería de entrar al retro fotográfico

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19060. Pepe Perez Muñoz: "Despacho de Valera en biblioteca. Visita este verano de Motohide Yoshikawa, embajador de Japón en Naciones Unidas y el egabrense Juan Leña, embajador de España".

- Rafael Luna Leiva Magnífica foto, Pepe Perez Muñoz

- Rafael Luna Leiva Efectivamente, se trata del escritorio de don Juan Valera. El frontal de la chimenea en rojo de Cabra (creo que perteneció al antiguo Banco de España).

- Pepe Perez Muñoz La chimenea, efectivamente, es de lo poco que se conserva del antiguo Banco de España.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19061. Escudo heráldico de la familia de don Juan Valera. Foto facilitada por Jose Antonio Lopez Martinez












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19062. Portada del libro "Vida y obra de Juan Valera (1824 - 1905)" de Pepe Garrido Ortega. Cabra, 2008.

- Rafael Luna Leiva Muy recomendable la lectura de este excelente libro de Pepe Garrido Ortega, el cual viene a tratar "De sus andanzas (de Valera) diplomáticas y sus avatares en el periodismo y la política".

-Diario de Cabra Periodico On Line 21/06/2009 Presentada en Madrid la vida y obra de Valera.

- Pepe Garrido Ortega: Pepe Moreno, a quien tendré que agradecer la atención que ha prestado siempre a la presentación de mis libros, me ha traído recuerdos imborrables de la presentación en Madrid de mi biografía de Valera. Nada más que por aquella presentación de mi querida amiga Carmen Calvo y de la encantadora Carmen Caffarel ¡vaya lujo de presentación! me doy por muy satisfecho de haber escrito ese libro. Además aquel día estuve arropado en Madrid por muchos de familia y mis mejores amigos ¿que más podía pedir? Por supuesto, sin olvidar la presentación anterior en el Círculo de la Amistad de Cabra en la que también estuve muy arropado por familiares y amigos

-ABC de Sevilla: Garrido Ortega relata la vida diplomática de Valera a través de sus cartas. El escritor y diplomático egabrense Juan Valera paseó por todo el mundo la cultura española y fue un gran defensor del castellano. Por ello, el Instituto Cervantes pidió ser la sede de la presentación .












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19063. Antonio Suárez Cabello: "Con motivo del II Congreso Internacional sobre Don Juan Valera, se realizó una exposición bibliográfica con los libros donados por Valera al Colegio-Instituto. Estuvo organizada por la Fundación Aguilar y Eslava y patrocinada por la Delegación de Cultura (Javier Ariza). La selección de textos y montaje fue de José Manuel Jiménez Migueles y Antono Suárez Cabello. La exposición tuvo lugar en la Biblioteca del Instituto Aguilar y Eslava (un templo de los libros)".

- Antonio José Navarro Domínguez Cómo no figuran fechas no recuerdo cuando fue el Congresp internacional de Juan Valera.........

- Rafael Luna Leiva Antonio José Navarro Domínguez: del 27 de abril al 1 de mayo de 2005.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19064. - Antonio Suárez Cabello: "Los libros que donó Valera al Instituto-Colegio (1874) se están catalogando y poniendo en valor, junto a toda la Biblioteca Histórica Aguilar y Eslava. Fueron 319 volúmenes (152 títulos), de los cuales se ha localizado casi el 90%. Los otros, en principio, no aparecen. Había una relación impresa que fue expoliada del Archivo del Instituto, pero de la que conseguimos una fotocopia. Estos libros vinieron de su casa natal (por aquel entonces propiedad de su hermano José Freüller) y pertenecen a la biblioteca personal y familiar de Valera. El diccionario latino-español de Manuel Valbuena, en su quinta edición, tiene la firma autógrafa de Valera".

- Rafael Luna Leiva Incuestionable la excelente labor de catalogación que estáis haciendo de la biblioteca histórica del Aguilar y Eslava. Todo mi apoyo y felicitaciones.

- Antonio José Navarro Domínguez Nadie pude dudar de la magnífica catalogación de la bibiloteca histórica del Instituto y entre los volúmenes el donativo del diplomático Juan Valera, lamentando esa desaparicíon provisional de material y que refiere Antonio Suarez. Otro diplomático y egabrense, Juan Leña, hizo también una importante donación a la Bibioteca Municipal pero desconozco los titulos entregados












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19065. Antonio Suárez Cabello: "Varios de los libros donados por don Juan Valera al Instituto-Colegio tienen manuscrita la propiedad, como esta Gramática italiana o las Poesías de Espronceda, lo que hace que estos libros tengan aún más valor. El italiano para Nápoles y el de Espronceda a quien conoció en los Baños de Carratraca en la sierra de Málaga".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19066. Antonio Suárez Cabello: "Varios de los libros donados por don Juan Valera al Instituto-Colegio tienen manuscrita la propiedad, como esta Gramática italiana o las Poesías de Espronceda, lo que hace que estos libros tengan aún más valor. El italiano para Nápoles y el de Espronceda a quien conoció en los Baños de Carratraca en la sierra de Málaga".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19067. Tesoros bibliográficos pertenecientes a Maribel Rubia
- Rafael Luna Leiva Buena colección, Maribel Rubia
- Remedios Pineda Moral Una joya












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19068. La novela "Pepita Jiménez" se publicó por entregas en los periódicos madrileños España y El Imparcial. Este diario la editó en libro en 1874, esta es la portada de la primera edición. Archivo de Adolfo Molina Guarddon.

-Puedes descargar esta obra en el siguiente enlace












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19069. Varias ediciones de la novela "Pepita Jiménez" publicadas en diversos idiomas. Gentileza de Maria Sierra Palomeque Fernandez.

-Puedes descargar esta obra en el siguiente enlace












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19070. Edición en francés de Pepita Jiménez.














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19071. Antonio Suárez Cabello Un ejemplar de la edición portuguesa se encuentra en en Fondo Valera de la Biblioteca Histórica Aguilar y Eslava. Fue donado por don Juan Valera: La Opinión
















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19072. Antonio Suárez Cabello: "Don Juan Valera, aparte de la donación de libros que hizo, quiso que sus obras estuvieran en la biblioteca del Colegio-Instituto. Dedicatoria de los ediciones de Pepita Jiménez traducida al inglés y al polaco: "Pepita Jiménez, algo libremente traducida al inglés. La ofrece el autor al Colegio-Instituto de Cabra, patria suya y de Pepita. Juan Valera"; "Pepita Jiménez en lengua polaca. La ofrece al Colegio Instituto de Cabra el autor. Juan Valera".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19073. Antonio Suárez Cabello: "Don Juan Valera, aparte de la donación de libros que hizo, quiso que sus obras estuvieran en la biblioteca del Colegio-Instituto. Dedicatoria de los ediciones de Pepita Jiménez traducida al inglés y al polaco: "Pepita Jiménez, algo libremente traducida al inglés. La ofrece el autor al Colegio-Instituto de Cabra, patria suya y de Pepita. Juan Valera"; "Pepita Jiménez en lengua polaca. La ofrece al Colegio Instituto de Cabra el autor. Juan Valera".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19074. Varias ediciones de la novela "Pepita Jiménez" publicadas en diversos idiomas. Gentileza de Maria Sierra Palomeque Fernandez.

-Puedes descargar esta obra en el siguiente enlace












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19075. Rosi Garcia: "Pepita Jiménez, editada por Ediciones Busma,S.A. En el año 1982".

-Puedes descargar esta obra en el siguiente enlace













Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19076. Isacc Albéniz, autor de la ópera "Pepita Jiménez". Foto facilitada por Víctor Manuel Morales Agudo

-Calixto Bieito estrena en Madrid su "Pepita Jiménez"












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19077. "Pepita Jiménez" en japonés con prólogo de Borges. Obra donada a la Biblioteca por Juan Leña. Gentileza de la Biblioteca de Cabra.

-Puedes descargar esta obra en el siguiente enlace












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19078. Ilustración de Lozano Sidro para la novela "Pepita Jiménez" de Valera. Foto facilitada por Antonio Ramón Jiménez

- Rafael Luna Leiva Los niños estás vestido de los Siete Sacramentos, tras el baile de la cruz de mayo. Reminiscencia de esta costumbre en la Cruz de los Sacramentos de la cofradía de la virgen de los Remedios, cruz que ha salido en procesión hasta hace unos años en la tarde del Jueves Santo.

- Antonio José Navarro Domínguez !La cruz de los novios.?....

- Rafael Luna Leiva Antonio José Navarro Domínguez, Cruz de los Novios o de los Sacramentos

- Antonio José Navarro Domínguez Me parecía simpática esa estampa tan añeja y tan nuestra, con las cintas que llevaban las andas de la cruz y que recogían penitentes con antifaz pero sin capuchón. No sobraba.

- Antonio Suárez Cabello Por aquello de aprovechar la ocasión y de ilustrar, un poco, el tema. El baile de los Siete Sacramentos de amor en el Mayo egabrense - Antonio José Navarro Domínguez Muy interesante.

- Rafael Luna Leiva Gracias, Antonio Suárez Cabello. Recomiendo su lectura.

- David Msiz !!!! siempre estuvo lozana isidro complice de valera en sus viñetas y dibujos desclosando de forma que se puede ver como eran esas personas de a quel tiempo su indumentaria ""su forma de vida tradiciones convibencias . patrimonios .. priego de cordoba-tanbien era complice de valera ... mediente lozano isidro y tambien como sus puestos anbulantes , comarcales.. sin olvidar el turrolate muy tipico de priego de cordoba""!!"" y los festejos .""!! de la comarca ..












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19079. Ilustración sobre Pepita Jiménez. Gentileza de Antonio Ramón Jiménez












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19080. MRosa Nieva: "De la editorial Alba edición del año 2002".

- Rafael Luna Leiva Las tardes de otoño, ideales para la lectura












«Juanita la Larga» de Don Juan Valera

Nº 19081. Adolfo Molina Guarddon nos trae una edición de "Juanita La Larga" de 5000 ejemplares realizada en 1981 en Méjico y Argentina que han sido dos paises prolíficos en publicar la obra de Juan Valera.
  (Juanita la Larga es una de las últimas novelas de Juan Valera. Vio la luz por primera vez en 1895, cuando el escritor contaba ya con setenta años. Son muchas las editoriales que la han publicado en España.
 La novela de Juanita la Larga se desarrolla en el pueblo de Villalegre, donde don Paco es uno de los hombres de más elevada posición. A sus cincuenta y tres años es respetado por todos y requerido para las tareas de más importancia por su cualificación. Viudo desde hace más de dos décadas, ve cómo la vida que se ha labrado se tambalea cuando se enamora perdidamente de una joven de diecisiete años, Juanita, muy distante a él no sólo en edad, sino también por las circunstancias que marcaron su nacimiento y por su clase humilde.
  Juanita la Larga es un retrato colorista y vívido de una sociedad pueblerina de la Andalucía de mediados del siglo XIX. Valera nos la presenta como un reflejo de sus recuerdos de niñez, envuelta en un halo bucólico y en parte idealizada, ya que nos describe un pueblo en continua ebullición, con fiestas locales habituales y una estrecha relación entre todos sus habitantes. No obstante, el carácter intrínseco real de muchos municipios se recoge en la obra, y el autor da muestras de conocerlo bien: la hipocresía imperante, el qué dirán, el buen o mal nombre de las familias, etcétera.
  En la novela se le concede a esta localidad el nombre de Villalegre, y en ella se ha querido ver un reflejo de los lugares en los que Valera habitó en su infancia, Doña Mencía o Cabra, pueblos cordobeses.)
  Texto extraido de los comentarios que sobre este libro se hacen en el blog "El borde de la realidad".


 Leer JUanita la Larga de Don Juan Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19082. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : edición americana de "Genio y figura". Fotos facilitadas por la Biblioteca de Cabra

-Genio y figura de Juan Velera en PDF












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19083. Víctor Manuel Morales Agudo: ·obras de Juan Valera".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19084. - Maribel Rubia: " Son las dos primeras páginas del libro Doña Luz de 1943." — con Agustina Aguilera Sabariego.












«Asclepigenia« de Don Juan Valera

Nº 19085. En 1878, a sus 54 años, plenamente consolidado como escritor, Juan Valera publicó un librito (por su tamaño, no por su enjundia) de nombre extraño pero enorme importancia, «Asclepigenia», que él mismo definió como «sainete filosófico» y situó la acción en el Bizancio del siglo V, porque hacerlo en la España de de 1870 habría levantado unas cuantas ampollas, ya que los caracteres de sus protagonistas podían encajar con varios de sus contemporáneos.
Asclepigenia era la Supermujer, culta, guapa, inteligente, seductora, independiente, liberal... y a su alrededor revolotean como moscas tres hombres arquetípicos: Eumorfo (el guaperas), Crematurgo (el ricachón inmoral) y Proclo (filósofo más bien espesete).
Sus diálogos servirán a Valera para exponer sus ideas acerca de la España de la Restauración, sobre la mujer y, muy especialmente, sobre el amor. Para Valera, según Andrés Amorós, autor del prólogo de la obra, felizmente recuperada po Ediciones 98, «el amor es la base de la vida, pero un amor en cuerpo y alma, físico y espiritual a un tiempo. Según Valera, sin amor a la vida ni los individuos ni los pueblos pueden hacer nada de provecho».

 Leer Asclepigenia de Don Juan Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19086. Cabra en el Recuerdo.
  ESCULTURA.
  El escultor Federico Coullaut Valera, sobrino nieto de don Juan Valera, junto a su obra la victoria alada que corona el edificio Metrópolis de Madrid. Su padre fue el reconocido escultor Lorenzo Coullaut Valera, sobrino del escritor egabrense.
  Año 1972.
  Aportación de Rafael Luna Leiva
  Archivo familiar de Nuria Iniesta.

- Rafael Luna Leiva La escultura sobre el edificio Metrópolis.

- Carmen Garcia Valdecasas Muchas gracias Rafael Luna Leiva. Desconocía totalmente a este escultor . Extraordinaria su escultura. Con unas proporciones para el sitio que iba a estar situado.
  En Gelves tiene una excelente escultura de Joselito" EL Gallo." siempre me llamo la atención pero no sabía que era de el. Por lo que he visto hizo muchísimas obras escultóricas publicas y muchas imágenes de Semana Santa.

- Rafael Luna Leiva Carmen Garcia Valdecasas Así es. Pasé una Semana Santa en Cuenca y me sorprendió ver cómo allí se procesionan algunas obras suyas.

- Rafael Luna Leiva La victoria alada o niké, símbolo de la libertad, probablemente sea la más fotografiada de Madrid, todo un icono ineludible para paseantes por el centro de la metrópolis española. Puede ser una imagen de al aire libre y texto que dice "METROPOLIS ME ROPOL"

- MCarmen Cañero Ruiz Qué bonita Estatua. Siempre que he ido Madrid mis ojos la buscan es impresionante

- Paco Ani Borrallo Carvajal Creo qué la e visto en el tiempo qué estuve trabajando en San Agustín dé Guadalix creo qué la vi paseando por la gran vía y calle Alcalá.

- Marisa Muñoz Jimenez Para mi uno de los edificios mas bonitos de Madrid

- Miguel Angel Lubian Es toda una maravilla ver mientras paseas por Madrid, la escultura que luce el edificio Metrópolis. Buenas noches Rafael Luna Leiva.

- Rafael Luna Leiva Miguel Angel Lubian buenas noches.

- Antonio José Navarro Domínguez LORENZO,AUTOR DEL MONUMUNTO A VALERA EN EL PASEO DE RECOLETOS MADRILEÑO.

- Antonio Luque Ramírez ……y monumento a los Saineteros en C Luchana, a Campoamor en el Retiro, a Alfonso XII , en el Retiro, Cervantes en Plaza de España, Menéndez Pelayo en BNE..y alguno que me dejó..

- Estrella Amselem Rafa y el primer Presidente de Irlanda

- Rafael Luna Leiva Estrella Amselem exacto.

- Estrella Amselem Muy poca gente lo sabe












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19087. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : edición alemana de "El pájaro verde". Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra

-Alicia Osuna Oteros Ese cuento es muy bonito, aunque no es de los más conocidos de Varela

-Rafael Luna Leiva La primera vez que leí este cuento fue en la Biblioteca de Cabra cuando estaba en la calle Palomas. El bibliotecario era Antonio Moreno. Juan Soca fue quien me hizo primer carnet como socio de la biblioteca.
- Este cuento de Juan Valera, escrito en 1860, narra la desgracia de un príncipe de China convertido en pájaro exótico por el encantamiento del malvado Kan de Tartaria. La princesa Venturosa descubre un pájaro verde y su enigma que le lleva a vivir aventuras hasta el final feliz. El pájaro verde es un clásico cuento de temática amorosa y de escenarios orientales que ha gustado y sigue gustando a lectores de varias generaciones. Juan Valera
  Palacio OrientalAconteció, pues, que la princesa, en una hermosa mañana de primavera, estaba en su tocador. La doncella favorita peinaba sus dorados, largos y suavísimos cabellos. Las puertas de un balcón, que daba al jardín, estaban abiertas para dejar entrar el vientecillo fresco y con él el aroma de las flores. Parecía la princesa melancólica y pensativa y no dirigía ni una sola palabra a su sierva.
  Ésta tenía ya entre sus manos el cordón con que se disponía a enlazar la áurea crencha de su ama, cuando a deshora entró por el balcón un preciosísimo pájaro, cuyas plumas parecían de esmeralda, y cuya gracia en el vuelo dejó absortas a la señora y a su sirvienta. El pájaro, lanzándose rápidamente sobre ésta última, le arrebató de las manos el cordón y volvió a salir volando de aquella estancia.
  Todo fue tan instantáneo, que la princesa apenas tuvo tiempo de ver al pájaro; pero su atrevimiento y su hermosura le causaron la más extraña impresión. Pocos días después, la princesa, para distraer sus melancolías, tejía una danza con sus doncellas, en presencia de los príncipes. Estaban todos en los jardines y la miraban embelesados. De pronto sintió la princesa que se le desataba una liga, y, suspendiendo el baile, se dirigió con disimulo a un bosquecillo cercano para atársela de nuevo. Descubierta tenía ya Su Alteza la bien torneada pierna, había estirado ya la blanca media de seda y se preparaba a sujetarla con la liga que tenía en la mano, cuando oyó un ruido de alas, y vio venir hacia ella el pájaro verde, que le arrebató la liga en el ebúrneo pico y desapareció al punto. La princesa dio un grito y cayó desmayada.
  Acudieron los pretendientes y su padre. Ella volvió en sí, y lo primero que dijo fue: -¡Que me busquen el pájaro verde..., que me le traigan vivo..., que no le maten..., yo quiero poseer vivo el pájaro verde!












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19088. Detalle de vitrina con libros donados por don Juan Valera y Alcala Galiano al Instituto Aguilar y Eslava, del cual fue benefactor.

- Fotografia de Rafael Luna












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19089. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Valerianos : edición en ruso de las cartas desde Rusia de Juan Valera. La mujer del presidente Putin es una gran hispanista y estudiosa de Valera. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19090. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : Historia de España de Modesto Lafuente y finalizada por Juan Valera. Fotos faiclitadas por la Biblioteca de Cabra


















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19091. Rótulo de la calle Juan Valera. Foto rafaluna.

- Rafael Luna Leiva Para conseguir el reto vamos a darnos un tiempo prudencial: hasta el domingo 23 de noviembre.

- Antonio José Navarro Domínguez Por cierto el Pabellón donde se realizó el funeral por los muertos del accidente del autobús murciano , con asistencia de los reyes,lleva el nombre de Juan Valera. ¿Coincidencia de nombre?

- Lola Vera Jimenez A mi me ha llamado la atención..

- Encarnación Arroyo Medina Asies ha mi también

- Antonio Suárez Cabello Juan Valera Espín (Bullas (Murcia), 21 de diciembre de 1984) es un futbolista español. Juega de defensa en el lateral derecho y su actual club es el Getafe C. F. de la Primera División de España. Formado en las categorías inferiores del Real Murcia con quien consiguió el ascenso a Primera División en 2003 sus mayores éxitos como profesional los consiguió con el Atlético de Madrid en 2010 con quien ganó la Europa League y la Supercopa de Europa. En agosto de 2011 fichó por el Getafe C.F..

- Luis Félix Ruiz Sánchez Ah. Ya decia yo. De todas formas en algun medio se decia "Juan Varela"

- Antonio José Navarro Domínguez Desvelada la curiosidad.

- Ricardo Sánchez No me puedo creer que le hayan puesto el nombre de un tío de 30 años vivo a un polideportivo. A lo mejor su padre o su abuelo hicieron algo por el pueblo.

- Antonio José Navarro Domínguez Ni son todos los que están....querido Ricardo

- Mercedes Guardeño Guardeño es lo mismo q aqui en cabra como se llama el polideportivo?












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19092. Una de las mejores novelas de don Juan Valera es "Doña Luz", nombre que recibe una calle de la Barriada. Foto Rafaluna.

- Antonio José Navarro Domínguez Debería pues hacerse la luz bajo esa maraña de cables.

- Antonio Jimenez Arroyo mi calle












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19093. Estatua de Juanita La Larga que hasta hace unos años estuvo frente a la casa natal de Valera. Fotos facilitada por Florentino Bonilla y Jose Repullo.

- Antonio José Navarro Domínguez .Y.....dónde se encuentra ahora colocada 12 de noviembre a la(s) 17:19 · Me gusta · 2 Rafael Luna Leiva En la actualidad no está colocada en ningún espacio público, Antonio José Navarro Domínguez

- Antonio José Navarro Domínguez Siempre me pareció una estatua poco reconocida o valorada en Cabra, prueba de ello es que sigue almacenada y en la remodelación de José Solís, no se ·"encontró" el lugar idóneo para situarla en las proximidades de la casa natal del escritor.

- Isabel León Arroyo Es una pena que este guardada.

- Antonio Jose Lozano Lopera Yo pienso que la rotonda que hay en el ayuntamiento donde esta la palmera seria un buen lugar con una buena iluminación...o un monumento a la semana santa no estaría mal en mi humilde opinión estaría esa rotonda mejor aprovechada...

- Antonio José Navarro Domínguez Tampoco es que en Cabra abunde mucho las estatuaria urbana,. Es preferible pocas , de buenos autores, representativas y estrategicamente situadas, pero carecemos de la que tanto fama a dado a la ciudad de Cabra y es la alegórica a su Semana Santa y a un sector social que tanto representa para el pueblo. Voces se han pronunciado en más de una ocasión y unimos nuestra inqueitud `por el tema.

- Antonio Jose Lozano Lopera Pues es verdad con la semana santa tan grande que tenemos en nuestro pueblo un monumento a nuestra semana mayor no estaría mal...

- Ildefonso Fuentes Chia A mí, personalmente, me gusta muchísimo. Es... diferente, original. Tiene varios conceptos que son un todo. Creo que sin prisa pero sin pausa se ubicará en el lugar más idóneo y que menos quejas provoque.

- Ildefonso Fuentes Chia La fuente actual está bien, pero la estatua gana por goleada.














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19094. Rosi Garcia: "Portada de forja en el colegio Juan Valera".

- Rafael Luna Leiva Buena observación, Rosi Garcia

- Rosi Garcia Está muy tapada con los árboles, al natural se ve muy bonita.

- Rafael López Muy bonita, fotografía,Rosi Garcia, enhorabuena












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19095. - Azulejo en el barrio del Cerro que recoge un extracto de la obra "Pepita Jiménez" donde se narra cómo se celebraban las fiestas de la cruz de mayo. Foto facilitada por Jaime Canela












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19096. Maria Sierra Palomeque Fernandez: "sello conmemorativo".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19097. Foto facilitada por Lola Vera Jimenez — con Agustina Aguilera Sabariego.









Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19098. Azulejo ubicado en la Fuente del Río. Foto facilitada por Florentino Bonilla

- Mari Molina Ramirez Está foto men canta pues ase cuatro años estube en cabra con mi hijo de 23 años era la primera vez que iva a Cabra y quedo ilusionado de nuestro pueblo y precisamente setiro una foto justo al lado de este azulejoy quedo tan bonita la foto que la tengo puesta en el comedor !!!!

- Antonio Jose Lozano Lopera Lastima que este en ese estado gracias a cuatro imbéciles que se dedican a destrozar todo lo que ven..

- Mari Santiago Arroyo Me encanta esta descripción de la Fuente del Río.

- Avelino Cardador García Perfecta descripción practicamente gràfica con palabras...







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 19099. Antonio Suárez Cabello: "El hijo de don Juan Valera, Luis Valera Delavat (1870-1926), también fue diplomático y escritor, aunque en el tema de la escritura a una gran distancia del padre. En mi biblioteca personal tengo un libro que compré hace tiempo: "De la muerte al amor". Publicó algunas novelas más. El prólogo a la 'Historia de Cabra' de Nicolás Albornoz se debe a su pluma".

- Rafael Luna Leiva Poco a poco nos vamos acercando a la figura de Valera desde ángulos y perspectivas diferentes.








Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29000. Imagen facilitada por MRosa Nieva










Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29001. - Recordando a Valera. Imagen facilitada por Florentino Bonilla







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29002. Antonio Suárez Cabello: "Convertir la Casa Natal de Valera en MUSEO JUAN VALERA viene de largo. El Egabrense recoge la visita de un miembro de la Real Academia Española a Cabra con tal motivo. Después, las voluntades políticas se encargaron de estrangular el proyecto".

- Antonio José Navarro Domínguez Por lo menos habita una buena institución. Ya es mucho.

- Sofia Velasco y Paco arriba, yes!








Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29003. En ruta valeriana queda incluida la Cruz del AÇtajadero, tal y como observamos en esta foto facilitada por Rafael López











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29004. Calle Juanita la Larga. Doña Mencía (Córdoba). Foto facilitada por Florentino Bonilla — con Agustina Aguilera Sabariego. Me gustaMe gusta · · Compartir A Rafael Luna Leiva, Ana Mesa Castro, Margarita Moral Ruiz y 25 personas más les gusta esto. Antonio Moreno Castro Que fotos más bonitas y que bien hechas están. Ánimo, la fotografia es un arte maravilloso, a quien le guste. A mi me encanta.










Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29005. Pepe Garrido Ortega: "De un cachito (1/11) de una herencia, de otro cachito (1/5) de otro cachito (1/4) por vía hereditaria me llegó a mí esta preciosa escribanía de plata que decían que estaba relacionada con don Juan Valera. Unos decían que don Juan se la había regalado a mi bisabuelo Morenito y otros que se la regaló el mismo don Juan a mi abuela cuando fue a visitarlo a Madrid durante su viaje de novios. ¿La verdad? Vaya usted a saber. Ahí la dejo a título de curiosidad. Por cierto, perdonad por la falta de Netol para darle un limpiado a la escribanía que ya le va haciendo falta".

- Pepe Garrido Ortega Hablando del Netol y al fijarme que ha salido en la foto la placa que me entregó el sr. Alcalde de Cabra cuando me otorgaron el premio Valera me ha venido a la memoria algo que se cuenta de el Beni de Cádiz. Dicen que el Beni una vez que le llegó la junta de la enésima cofradía de semana santa a ofrecerle que les diera un nuevo recital para sufragar los gastos de la cofradía, sin ninguna remuneración claro está, el Beni le contestó: Muy bien, doy otro recital pero más plaquitas de agradecimiento no que no tengo donde ponerlas, si acaso… una latita de Netol.

- Pepe Garrido Ortega Aunque es verdad que en este caso la placa venía acompañada de un suculento cheque

- Pepe Garrido Ortega En otra ocasión me pidieron una conferencia en Cabra y les dije a los organizadores lo del Beni, pero me quedé sin plaquita y sin latita de Netol jajajaja ¡por exigente!

- Rosi Garcia Una pieza muy bonita

- Jose Roldan Asi era el Beni , desprendio pero al pan pan .

- Antonio Suárez Cabello Pepe Garrido Ortega, una curiosidad libresca: esos dos volúmenes que parecen del siglo XVII o XVIII y que me llaman la atención tanto como la escribanía, ¿se puede tener alguna información? Gracias, mil.

- Pepe Garrido Ortega Vaya vista que tienes, Antonio. como buen bibliófilo que eres. Efectivamente es del siglo XVIII: se trata de la famosísima "Historia de la conquista de Mexico" de Antonio de Solís. Barcelona, 1771 Una foto de Pepe Garrido Ortega.

- Pepe Garrido Ortega Soy aficionado a los libros antiguos pero mis adquisiciones casi todas son del siglo XIX. Estos dos toditos y otros que tengo del XVII y XVIII me llegaron igual que la escribranía, por herencia de un cachito de otro cachito de otro cachito. Estos libros proceden de la magnífica biblioteca que tuvo mi bisabuelo Carlos Garrido Hidalgo, ya sabes, el que fue director del Instituto de Cabra y pintó el planisferio. El mismo que po su amor al teatro dispuso en su testamento que a su muerte se entregaran sus levitas a la primera compañía de cómicos que llegara a Cabra. Esta edición de la Historia de Mexico lleva unas preciosas ilustraciones desplegables como esta:

- Antonio Suárez Cabello Pepe Garrido Ortega, gracias por la información. En "nuestra" Biblioteca Histórica Aguilar y Eslava tenemos varias ediciones de la Historia de México. Me resultó curioso que el dictado de ingreso de Lozano Sidro era de un fragmento de este libro. Adjunto fotocopia de la portada del libro, del trabajo de la catalogación, y que corresponde a una edición de la misma fecha que los tuyos.

- Rafael Luna Leiva Mis felicitaciones a vosotros, magníficos bibliófilos.

- Isabel León Arroyo Que bonita la escribanía







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29006. Planca entregada por el Ayuntamiento de Cabra al Jose María Garrido Ortega como ganador del premio minicipal Juan Valera 2012

-Pepe Garrido Por cierto, perdonad por la falta de Netol para darle un limpiado a la escribanía que ya le va haciendo falta".

- Pepe Garrido Ortega Hablando del Netol y al fijarme que ha salido en la foto la placa que me entregó el sr. Alcalde de Cabra cuando me otorgaron el premio Valera me ha venido a la memoria algo que se cuenta de el Beni de Cádiz. Dicen que el Beni una vez que le llegó la junta de la enésima cofradía de semana santa a ofrecerle que les diera un nuevo recital para sufragar los gastos de la cofradía, sin ninguna remuneración claro está, el Beni le contestó: Muy bien, doy otro recital pero más plaquitas de agradecimiento no que no tengo donde ponerlas, si acaso… una latita de Netol.

- Pepe Garrido Ortega Aunque es verdad que en este caso la placa venía acompañada de un suculento cheque

- Pepe Garrido Ortega En otra ocasión me pidieron una conferencia en Cabra y les dije a los organizadores lo del Beni, pero me quedé sin plaquita y sin latita de Netol jajajaja ¡por exigente!

- Rosi Garcia Una pieza muy bonita

- Jose Roldan Asi era el Beni , desprendio pero al pan pan .







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29007. - Juan Valera y Cabra. Detalle de la TPortada del nº 101 de El Egabrense 26-2-1977. Imagen facilitada por Francisco Cabello Martin







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29008. Rafael López: "Plaza Rubén Darío, poeta nicaragüense descubierto por Valera".

- Manuel Lopez Escribió Valera el pròlogo del primer libro de Rubén que inició el modernismo se llama Azul









Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29009. Calle Juanita la Larga de Cabra. Foto facilitada por Rafael López —










Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29010. Antonio Suárez Cabello: "Los hijos de don Juan Valera, Carlos y Luis, se examinaron en el Instituto Aguilar y Eslava. "En mayo de 1882 Valera trasladó la matrícula de sus hijos del instituto de San Sebastián al de Cabra, donde se examinaron en las convocatorias de septiembre de 1882 y 1883 de los cursos segundo y tercero de Bachillerato. El día 1 de octubre de 1883 D. Juan presidió la solemne apertura de curso en el instituto de Cabra" [Matilde Galera: 'Juan Valera. Cartas a sus hijos']".

- Rafael Luna Leiva Gracias, Antonio Suárez Cabello, por tu excelente y bien documentada información.

- Antonio José Navarro Domínguez No puedo precisar si en aquellos años, era Director y Rector del Real Colegio y del Instituto mi bisabuelo Antonio José Domínguez de la Fuente.........

- Antonio Suárez Cabello Creo que no, Antonio José Navarro Domínguez. Resulta interesante la aparición de tu bisabuelo Antonio Domínguez en la correspondencia de don Juan Valera.

- Antonio José Navarro Domínguez Mi bisabuelo se que estuvo durante los años que menciona Galera en la Dirección del Centro. Desconocía que Valera mencionase a mi bisabuelo en alguna de sus cartas.

- Loli Oteros Cantos aquí fue donde mi padre nasio












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29011. Antonio Suárez Cabello: "De los libros donados por Valera al Colegio-Instituto hay un 'Orlando furioso' que viene manuscrito el nombre de la marquesa de La Paniega. Hay textos tachados que ya me gustaría a mí descifrarlos".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29012. Azulejo ubicado en el patio del Círculo de la Amistad en el que recoge un fragmento de la novela de Valera "Pepita Jiménez" en el que se describe el ambiente con motivo de las Feria de San Juan. Foto Rafael Luna Leiva












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29013. Retrato de Juan Valera.













Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29014. Reloj de bolsillo, se uso antes del reloj de pulsera, y aunque convivió con este durante algún tiempo, hoy esta en desuso.
  La cadena iba prendida de uno de los botones del chaleco y el reloj se guardaba en uno de los bolsillos del mismo.
  Concretamente este reloj perteneció a nuestro paisano Juan Valera.
  Estaa foto pertenecen a la colección de don Julián García García".














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29015. Lola Salido Perez: "Fotos relacionadas con el escritor egabrense don Juan Valera. En las imágenes podemos ve objetos personales del escritor y novelista, Su reloj de oro y la cama donde dormía (ver imangen anterior). Estas fotos pertenecen a la colección de don Julián García García".















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29016. Homenaje de los Amigos de don Juan Valera en el Instituto Aguilar y Eslava en el años 1933. Foto facilitada por Lola Perez Aranda

- Rafael Luna Leiva Este documento se editó con motivo de la inauguración del monumento erigido a don Luis de Aguilar y Eslava en la plaza del Instituto que lleva su mismo nombre.

- Antonio José Navarro Domínguez Hay foto, pero no puedo remitirla, Anda en algún archivo. Autoridades, profesores etc. y una multitud de curiosos. El presbítero lucía su hermosa nariz.

- Estrella Amselem Es una lástima,no conservar ningún documento de un acto que tuvo lugar en febrero de 1974,organizado por Doña Matilde Galera,con motivo del 150 aniversario del nacimiento de D.Juan Valera y el Centenario de la publicación de "Pepita Jiménez",en el que intervinimos leyendo fragmentos de dicha obra,José Enrique Alés y yo.

- Antonio José Navarro Domínguez Seguro que hay testigos de todo. Esperemos que alguna persona remita información.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29017. Homenaje a don Juan Valera. Foto facilitada por Lola Perez Aranda












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29018. Caja de rapé que perteneció a Valera, siendo su actual dueña Lola Perez Aranda, quien nos envía la foto.

- Rafael Luna Leiva En realidad, se trata de una caja de tabaco. Puede que fuese una clase de tabaco para esnifar. Hoy estaría prohibido.

- Antonio José Navarro Domínguez Seguramente llevaría tapa porque cualquier sustancia que guardase tendría que estar a cubierto. Preciosa.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29019. - Zueco-cenicero que perteneció a Juan Valera. Foto facilitada por Lola Perez Aranda

- Antonio José Navarro Domínguez Más que sueco parece una babucha seguramente de algún país que visitó o ejerció.

- Carmen Escobar Es una babucha si.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29020. Antonio Suárez Cabello: "Carta de Valera a Francisco Moreno Ruiz, en la que le habla del estado de salud de su padre, que moriría a los pocos días. El padre se había ido unos meses antes, de Doña Mencía a Madrid, para atenderlo en su enfermedad. La gran amistad del padre con Moreno Ruiz pasaría al hijo. "Morenito" llevaría todos los temas de Valera relacionados con la finca "El Alamillo". —












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29021. Antonio Suárez Cabello: "Dedicatoria de don Juan Valera a Martín Belda. Corresponde a su discurso sobre el Quijote pronunciado en 1864 (en 1905 preparó otro discurso). El ejemplar se encuentra en la Biblioteca Histórica Aguilar y Eslava y forma parte del legado libresco entregado a la muerte de Martín Belda al Instituto, tal como había dejado escrito en su testamento".

-












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29022. Discurso sobre el Quijote pronunciado en 1864 (en 1905 preparó otro discurso). El ejemplar se encuentra en la Biblioteca Histórica Aguilar y Eslava y forma parte del legado libresco entregado a la muerte de Martín Belda al Instituto, tal como había dejado escrito en su testamento".

-Francisco Cabello Martin Felicitaciones a los que tan buen trabajo de catalogacion estan llevando a cabo en la biblioteca del instituto. 20 de noviembre a la(s) 21:25 · Ya no me gusta · 4












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29023. Instantanea de la presentación en Madrid de la obra de Pepe Garrido "Vida y Obra de Juan Valera"

- Pepe Garrido Ortega Pepe Moreno, a quien tendré que agradecer la atención que ha prestado siempre a la presentación de mis libros, me ha traído recuerdos imborrables de la presentación en Madrid de mi biografía de Valera. Nada más que por aquella presentación de mi querida amiga Carmen Calvo y de la encantadora Carmen Caffarel ¡vaya lujo de presentación! me doy por muy satisfecho de haber escrito ese libro. Además aquel día estuve arropado en Madrid por muchos de familia y mis mejores amigos ¿que más podía pedir? Por supuesto, sin olvidar la presentación anterior en el Círculo de la Amistad de Cabra en la que también estuve muy arropado por familiares y amigos.












Nº 29032. Fundacion Aguilar y Eslava. Retrato de D. Juan Valera y Alcalá-Galiano de Enrique Romero de Torres (1891).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29025. Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : zapato de Dolores Delavat, mujer de Juan Valera, donado por Carmen Serrat Valera. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29026.   Mausoleo de Juan Valera en el cementerio de Cabra. Foto facilitada por MRosa Nieva

- Rafael Luna Leiva Recuerdo cuando trajeron de Madrid los restos mortales de don Juan valera. Fue en torno a 1973. Aquel día llovía a mares.

- Rafael Luna Leiva Ahora que me fijo en la foto, aprecio que el mausoleo está realizado en caliza roja de la Sierra de Cabra.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29027.  Cabra en el Recuerdo.
  ESCULTURA.
  Federico Coulaut Valera durante la realización de su obra más conocida: la gigantesca victoria alada que se hizo para coronar la cúpula pompier del icónico edificio Metrópolis de Madrid.
  Archivo familiar de Nuria Iniesta.
  Aportación de Rafael Luna Leiva

- Rafael López Valle Impresionante obra de coullaut Valera en Madrid

- Manuel Gomez Camacho Enorme escultura muy bien realizada.

- Pili Mo Un documento fantástico!! Gracias

- Antonio Gomez Moyano Importantes fotos

- Margarita Carrillo Qué maravilla

- Salvador Guzman Arroyo Me gusta conocer más obras de este artista. Para mi un gran descubrimiento. Y mucho más por la proximidad con nuestro purblo. Gracias Rafael una vez más...












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29028. «La novela de Pepita Jiménez» de Manuel Azaña. Madrid 1927.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29029. Antonio Suárez Cabello: "Libreto de la ópera Pepita Jiménez. De la biblioteca personal de Antonio Suárez. Comprado de viejo hace algunos años".

- Rafael Luna Leiva Os recomiendo la audición del Intermedio de la ópera "Pepita Jiménez" que compuso Isac Albéniz, inspirándose en la novela de Valera.

- Isaac Albéniz - "Intermedio de "Pepita Jiménez" (1905)

- Rafael Luna Leiva Curiosamente, el Conservatorio de Cabra, ubicado en la casa Natal de Valera, se denomina Isac Albéniz. ¡Ni a cosa hecha!

- Lola Perez Aranda Tenia la primera edicion fe Pepita Jimenez dedicada a Perico de la GAla por Valera .voy a ver si lo localizo

- Loren Aparicio Preciosa melodia
















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29030. Rótulo oficial del Colegio Juan Valera de Cabra. Foto facilitada por Lola Vera Jimenez




















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29031. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : fotografía de los hijos de Juan Valera. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra

- Amparo Sanchez Gallardo Ay,es divina...

- Mari Molina Ramirez OOooh..que máravilla de foto !!












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29032. Pepe Garrido Ortega: "Sobre Valera y su interés por los vinos de “su lugar” publicó Matilde Galera en LA OPINIÓN unos artículos sobre el interés de Valera por promocionar los vinos de su tierra. Entre otras cosas, en ellos se hablaba de los intentos que hizo don Juan y su amigo Francisco Moreno Ruiz por hacer negocio juntos si lograban que los vinos de FMR se vendieran a buen precio en Madrid. Se hicieron algunos intentos pero aquella aventura no fraguó, entre otras cosas por no estar los vinos preparados para aguantar el trasiego consiguiente por el traslado y el cambio de las condiciones climáticas que hacían que perdieran su calidad original, además de por las reconocidas cualidades de Valera para meterse en negocios crematísticos. De aquellos vinos de FMR conservo esta botella en la que se puede leer: “Vinos del cosechero de Cabra Francisco Moreno Ruiz. Premiado en la Exposición vinícola de Madrid de 1877. Medalla de Plata en la Exposición de París de 1878”. Desde luego que hace 140 años el vino de esta botella era blanco".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29033. Cabra en el recuerdo.
  Azulejo colocado en la residencia en la que vivió el escritor egabrense Juan Valera, en la esquina de Claudio Marcelo con María Cristinaen la calle Infanta Cristina de Córdoba en la casa donde vivió don Juan Valera.
  Aportación de Rafael Luna Leiva

- Pepe Garrido Ortega Con nueve o diez años dejó Valera de vivir entre Cabra y Doña Mecía. Desde entonces solamente volvió a "su lugar" (así llamaba indistintamente a Cabra o Doña Mencía) muy de tarde en tarde y en fugaces visitas. Esta su primera salida de Cabra-Doña Mencía se debió a que su padre fue nombrado Jefe Político de Córdoba (así se llamaba entonces a los gobernadores civiles) del 1 de enero de 1835 al 30 de junio del mismo año. Después la familia Valera Alcalá Galiano marchó por breve tiempo a Madrid, y luego a Málaga al ser nombrado el padre en 1838 Comandante del Tercio Naval de Málaga y en 1841 director de Real Colegio Naval de San Telmo, ubicado éste en un edificio que todavía se conserva en la plaza de la Constitución y en la que hoy se ubica el Ateneo de Málaga. Curiosamente cuando entre Bernardino Leon y Carmen Calvo presentaron mi libro sobre don Juan en el Ateneo de Málaga todos los asistentes al acto quedaron sorprendidos cuando les informé que por aquellas mismas habitaciones correteó Juanito Valera por ser esa la residencia de la familia.

- Pepe Garrido Ortega Esta es la casa en la que vivieron los Valera en Málaga. Los más sorprendidos cuando les dije que en ella vivió Valera fueron los propios ateneistas que desconocían tal suceso. No creo que hayan puesto ninguna lápida en la fachada Puede ser una imagen de 13 personas y al aire libre

- Rafael Luna Leiva Ayer pasé por la puerta del Ateneo de Málaga, Pepe Garrido Ortega. De haber sabido sobre este asunto, me hubiese fijado si existe placa o no












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29034. Mari Santiago Arroyo: "Valera también tuvo su faceta enóloga y viticultora, por ello Bodegas Lama seleccionó un vino tinto especial".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29035. Gala literaria celebrada en el Teatro Principal en el año 1917 para recaudar fondos para sufragar los gastos del azulejo conmemorativo en la casa natal de Valera. Fotos publicadas en la revista El Paseo Cultural nº 15 (Cabra, 2005).

- Rafael Luna Leiva Ver foto de Rafael Luna del "azulejo conmemorativo"
Rafael Luna Leiva En aquella gala se representó la obra ""los hijos de la luna" de Pedro Garfías y Pedro Iglesias Cabalero. Para más información: La Opinión, 14 de enero de 1917.

- Rafi Corpas Reyes Pedro Garfias... escritor desconocido para muchos de nosotros. Lleva su nombre una urbanizacion de Cabra .

- Antonio José Navarro Domínguez Debió ser carísima la elaboración del azulejo, ya que toda una gala literaria para poder abonarlo me parece excesiva. Pero bueno así sería si lo afirman las crónicas de la época.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez No. El Paseo Cultural estaba en un error o, simplemente, ilustró la reseña con una foto del Teatro Principal antigua.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez La fotografía es del 20 de Mayo de 1933, la indumentaria, la fisonomía del teatro con los agujeros de la cámara, incluso la calidad de la imagen puede testificar que no es de 1917.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez La foto es de José Luis González-Meneses y corresponde a una actuación de García Sanchíz. La actuación puede que tuviera, o no, algo que ver con Valera. Lo buscaremos.

- Rafael Luna Leiva Muy buenas observaciones, Maria Sierra Palomeque Fernandez.

- Maria Sierra Palomeque Fernandez De la excursión por Andalucía y procedente de Sevilla, donde obtuvo grandes éxitos, detúvose en Cabra el ilustre escritor Federico Garcia Sánchíz, quien pronunció una de sus brillantes charlas para los « Amigos de don Juan Valera.
  El Teatro exornado con gusto, estuvo rebosante de selecto público, en especial de bellas mujeres de la localidad y de los principales pueblos de la comarca.
  El chartista eligió el sugestivo terna Con la guitarra...», dividido en dos partes, dando bellísimas írnpreisones artísticas sobre el cante jondo», el baile y la tauromaquia.
  La disertación del ilustre escritor 'levantino fué animada por el notable trazar de finas semblanzas, curiosísimas anécdotas y emocionantes estampas como la muerte del «Espartero›.

- Antonio Suárez Cabello Lo del azulejo en la casa natal de Valera tiene otra historia distinta a la que se expuso en el Paseo Cultural, pero que necesita más espacio para aclararla, de ahí que mi investigación espero que sirva para escribir un artículo sobre el tema. Según Soca la pagó un profesor del Instituto.

- Rafael Luna Leiva Como siempre, Antonio Suárez Cabello, cuando tengas el artículo, nos lo remites. Así podemos saber en qué queda el asunto del azulejo.

- Mari Molina Ramirez Un azulejo con muncha historia!!














Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29036. Juan Antonio Jiménez Alguacil: "Calle Juan Valera en Córdoba".















Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29037. Centro de Estudios Valerianos en la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Foto facilitadas por Pepe Perez Muñoz












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29038. Detalle de vitrinas en el Centro de Estudios Valerianos en la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Foto facilitadas por Pepe Perez Muñoz












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29039. Otra perspectiva del Centro de Estudios Valerianos en la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Foto facilitadas por Pepe Perez Muñoz












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29040. Antonio Suárez Cabello: "TRAMPAS DE VALERA. Bastante se ha hablado de las deudas de don Juan, pero mejor oír su propias palabras en una carta que dirige a su mujer desde Washington, cuando tenía 59 años: “Querida Dolores: […] Algunas voy pagando; pero debo mucho aún, y yo no quisiera morirme sin dejar pagadas todas mis deudas, y, si fuere posible, con el Alamillo libre, por si alguno de mis hijos quería cuidarle. Estando a la mira, y cuidando mejor, sin tomar dinero prestado a un interés alto, como se toma en aquellos pueblos, el Alamillo podría producir para vivir en Cabra una familia, con desahogo, durante seis meses al año. Yo, por mi parte, no tendría el menor inconveniente en irme a vivir a Cabra durante cinco o seis meses cada año, en los cuales gastaría la mitad o la tercera parte que en Madrid […] En Lisboa aún debo a Vaz 8.000 reales de vellón”.

- Lola Vera Jimenez Yo no se como seria el alamillo de grande. Lo que se es que El Cerro el Alamillo que se ve desde la carretera que va de Cabra a Doña Mencia, era de mi abuela, despues de mi madre y ahora de sus hijos. Tiene una vista preciosa ,Lo malo es subir alli. Mi abuela he oido muchas veces que criaba lentejas pues se daban muy bien, aparte de olivos.

- Antonio Suárez Cabello El padre de Valera dejó como herederos a Juan, Sofía y Ramona Valera Alcalá Galiano. Esta herencia estaba en 'pro indiviso' (1858). El padre de Valera heredó de su madre, Josefa Viaña, la casería del Alamillo (Baena) con su lagar y bodega. La parte de Valera parece que la compró Juan Carrillo y otros. No sé qué sería de las partes correspondientes a la hija de Sofía Valera ni la de los hijos de Ramona. Sería curioso tirar del hilo.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29041. "Vida de Juan Valera" Libro de Carmen Bravo-Villasante sobre la vida de don Juan Valera. Foto facilitada por Paqui Valle.

- Carmen Bravo-Villasante (Madrid, 1918 - 1994), filóloga, folclorista y traductora española, pionera en el estudio universitario de la literatura infantil. Escribió la biografía de Juan Valera en 1959.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29042. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Valerianos : muestra de las diferentes ediciones de Juanita la Larga con que cuenta el Centro de Estudios Valerianos. Esta es de la edición traducida al rumano con dedicatoria autógrafa de su traductora con motivo del I Congreso internacional sobre Juan Valera. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29043. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Valerianos : muestra de las diferentes ediciones de Juanita la Larga con que cuenta el Centro de Estudios Valerianos. Esta es de la edición traducida al rumano condedicatoria autógrafa de su traductora con motivo del I Congreso internacional sobre Juan Valera. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29044. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Valerianos : pequeña muestra de las diferentes ediciones de Juanita la Larga con que cuenta el Centro de Estudios Valerianos. Esta edición con ilustraciones de Alcalá Galiano. Fotos facilitadas por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29045. Juan Luque: "Rafa, te mando estas fotos de una edición de Pepita Jiménez de 1925 que compré hace unos años, tiene bonitas láminas, te adjunto un par por si te sirven para el reto de Juan Valera."

- Rafael Luna Leiva Las magníficas ilustraciones son las del pintor de Priego Lozano Sidro. - Antonio José Navarro Domínguez Ese zócalo de azulejos me cautiva, en el portal de la casa. Recuerdos de la nuestra de San Martín, con olores de botica.

- Antonio Gomez Moyano Que bien coseguido el brillo en la puerta de la luz de la calle de ese zajuan

- Lola Perez Aranda Esa fotos corresponden a la edicion de lujo de Pepita Jimenez don muy pocas personas las que tienen la suerte de tener un ejemplar Susl laminas en color so de lo mas tipico y bonito que se hecho de Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29046. Juan Luque: "Rafa, te mando estas fotos de una edición de Pepita Jiménez de 1925 que compré hace unos años, tiene bonitas láminas, te adjunto un par por si te sirven para el reto de Juan Valera."

- Rafael Luna Leiva Las magníficas ilustraciones son las del pintor de Priego Lozano Sidro. - Lola Perez Aranda Esa fotos corresponden a la edicion de lujo de Pepita Jimenez don muy pocas personas las que tienen la suerte de tener un ejemplar Susl laminas en color so de lo mas tipico y bonito que se hecho de Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29047. - Rosi Garcia: "Calle dedicada a Juan Valera, en la vecina localidad de Lucena".

- Antonio Suárez Cabello El mismo día que se le puso a la calle Santa Catalina el nombre de Juan Valera fue el mismo día que se le puso a la calle Buitrago el nombre de Barahona de Soto. Un acuerdo de ambos ayuntamientos, cuyos representantes parece que se desplazaron a un pueblo y a otro.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29048. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Valerianos : edición de Altolaguirre en México de Pepita Jiménez. Una pequeña joya bibliográfica. Foto facilitada por la Biblioteca de Cabra

- Rafael Luna Leiva Impagables las aportaciones biblio-fotográficas que nos está proporcionando la Biblioteca de Cabra. Dan ganas de que se organice una visita para conocer in situ el Centro Valeriano y conocer de cerca este magnífico patrimonio de todos los egabrenses.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29049. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : Tentativas dramáticas con dedicatoria autógrafa de Juan Valera. Fotos facilitadas por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29050. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : Tentativas dramáticas con dedicatoria autógrafa de Juan Valera. Fotos facilitadas por la Biblioteca de Cabra












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29051. - Juan Valera y Rubén Darío. Foto facilitada por Loli












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29052. Pepe Garrido Ortega: Casa de la calle Compañía de Malaga donde vivió Juan Valera con su familia cuando a su padre lo nombraron Comandante del Tercio Naval de Málaga.
  Con nueve o diez años dejó Valera de vivir entre Cabra y Doña Mecía. Desde entonces solamente volvió a "su lugar" (así llamaba indistintamente a Cabra o Doña Mencía) muy de tarde en tarde y en fugaces visitas. Esta su primera salida de Cabra-Doña Mencía se debió a que su padre fue nombrado Jefe Político de Córdoba (así se llamaba entonces a los gobernadores civiles) del 1 de enero de 1835 al 30 de junio del mismo año, periodo en que Valera vivió en Córdoba.
  Después la familia Valera Alcalá Galiano marchó por breve tiempo a Madrid, y luego a Málaga al ser nombrado el padre en 1838 Comandante del Tercio Naval de Málaga y en 1841 director de Real Colegio Naval de San Telmo, ubicado éste en un edificio que todavía se conserva en la plaza de la Constitución y en la que hoy se ubica el Ateneo de Málaga. Curiosamente cuando entre Bernardino Leon y Carmen Calvo presentaron mi libro sobre don Juan en el Ateneo de Málaga todos los asistentes al acto quedaron sorprendidos cuando les informé que por aquellas mismas habitaciones correteó Juanito Valera por ser esa la residencia de la familia.

- Pepe Garrido Ortega Esta e la casa en la que vivieron los Valera en Málaga. Los más sorprendidos cuando les dije que en ella vivió Valera fueron los propios ateneistas que desconocían tal suceso. No creo que hayan puesto ninguna lápida en la fachada Puede ser una imagen de 13 personas y al aire libre

- Rafael Luna Leiva Ayer pasé por la puerta del Ateneo de Málaga, Pepe Garrido Ortega. De haber sabido sobre este asunto, me hubiese fijado si existe placa o no












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29053. Sofía Valera, Duquesa de Malakoff, hermana de Juan Valera. Foto facilitada por Rafael Luna Leiva

- Rafael Luna Leiva Sofía es considerada como la hija y hermana preferida de los Valera. Tuvo una gran inquietud cultural y dotada de un extraordinario don para la pintura. Fue ,iu amiga de la emperatriz Eugenia de montijo, esposa de Napoleón III. Se casó con Jean Jacques Pelissier, Duque de Malakoff y Mariscal de Francia, quien combatió como comandante francés en la guerra de Crimea. La toma de la torre de Malakoff en 1855 provocó la caída de la ciudad de Sevastopol. a raíz de esta victoria le fue otorgado el título de Duque de Malakoff. el matrimonio residió en París.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29054. Grupo de Teatro de Cabra en la representación de "Pepita Jiménez". Foto facilitada por Rosario Ascanio












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29055. Cátedra Juan Valera. Instituto Aguilar y Eslava. Foto: Rafael Luna Leiva

- Rafael Luna Leiva La cátedra de Juan Valera tiene ya sus años de antigüedad. En la actualidad está a cargo de un profesor del Instituto Aguilar y Eslava.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29056. Ruta valeriana de Doña Mencía. Foto faiclitada por Manuel Chacón












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29057. Lola Salido Perez: "asi por un par de horas, no entro en este proyecto, pero hoy me encontré con esta foto, que nos muestra el antes y el después de la casa en Cabra, como ya conocemos todos, de nuestro paisano, escritor y novelista, cuando el Ayuntamiento oficialmente y con la visita del Delegado provincial de Cultura, Alcalde Juan Muñoz y algunos concejales para tomar posesión de dicho inmueble, el cual fue donado por Caja provincial de Córdoba, antes Caja Sur".

- Conchi ParejaGarcia Gracias por dejarnos ver estos tesoros












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29058. - Maria Sierra Palomeque Fernandez; Ultimo día dedicado a D. Juan Valera, que mejor que terminar con el poema dedicado a su muerte por Pedro Iglesias Caballero. Merece la pena leerlo.

EL PUEBLO DE DON JUAN VALERA
(A DON JUAN)
En la noche clara llore Cabra entera
por el que en su verde huerto floreció:
lloren los rosales por don Juan Valera;
lloren las mujeres... ¡El también lloró!
Con sus temblorosos bronces milenarios,
por don Juan Valera, todo corazón,
doblen las campanas en los campanarios
de Santo Domingo y de la Asunción.

Por la vieja alondra que aún levanta el vuelo
de sus niveas alas sobre la ciudad,
con su voz de oro v de terciopelo,
doble la campana de la Soledad.

Por la alondra muerta, rauda y triunfadora,
que cruzó los mares, de la gloria en pos;
porque ya no canta, porque, ya no llora,
doblen las campanas de San Juan de Dios.

Con su voz rotunda de forjado hierro,
por don Juan, tan fino, tan meridional,
doblen las campanas de San Juan del Cerro
en la cordobesa noche de cristal.

Y en el blanco Asilo, y en las Agustinas,
en las dulces horas del atardecer,
doblen las campanas claras y argentinas,
¡únicas que tienen alma de mujer...!
Llore todo aquello que don Juan quisiera
en los frescos huertos, bajo el claro sol:
llore la espinaca, y la esparraguera,
y el rizado cardo, y la verde col.

En la roja llama de los limoneros
llore el transparente raso del limón;
lloren los perales, y en los durazneros,
la pelusa rubia del melocotón.

Lloren las doradas hojas del manzano
y la fina caña del cañaveral,
y el clavel ardiente que el amor humano
pone en la encendida noche sensual.

Lloren las mazorcas áureas y sedeñas;
la tostada hogaza llore en el mantel,
y en el salmorejo, y en las cachorreñas,
y entre las rosquillas de canela y miel...
Y tú, mujer fuerte, generosa y buena,
pues por ti he llorado y por ti sufrí,
en la noche clara, bíblica morena,
con tus ojos negros llora tú por mí.

Por el buen maestro que hacia el camposanto
se marchó una tarde para no tornar,
en mis noches tristes he llorado tanto,
¡que ya están mis ojos secos de llorar!

Pedro Iglesias Caballero.

- Rafael Luna Leiva Patio de la casa donde nació Valera. El poema de Pedro Iglesias y la foto, geniales. Muchas gracias, Maria Sierra Palomeque Fernandez

- Elvira Padillo Ruiz Que recuerdos me trae ese patio¡¡¡ con mi abuelo Alejandro ,mis tias y mi prima MariCarmen

- Rosario Ascanio Que poema más bonito y que repaso le da a Cabra para que lloren por su insigne hijo

- Victoria Otero Poyato Ke recuerdos más buenos tengo de ese patio,, con mis tíos y primos

- Rosi Garcia Precioso y emotivo!!

- Mari Molina Ramirez Un poema precioso!!












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29059. foto aportada por Lola Álvarez.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29060. Antonio Suárez Cabello El tema de los libros vinculados con Valera es un asunto que me viene ocupando horas desde hace algunos años.

- Rafael Luna Leiva ¿Para cuando la tesis doctoral sobre Valera, Antonio Suárez Cabello? Todo este asunto es como una droga de las que enganchan de verdad.

- Antonio Suárez Cabello En principio está en lista de espera. Doy prioridad a otras cosas.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29061. Documentos pertenecientes a la Biblioteca Pública Municipal "Juan Soca". Centro de Estudios Valerianos : Historia de España de Modesto Lafuente y finalizada por Juan Valera. Fotos faiclitadas por la Biblioteca de Cabra

- Lola Aranda Esta coleccion la poseo yo












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29062. Organizado por la Asociación de los “Amigos de Don Juan Valera, en junio de 1932 se celebró en el Instituto “Aguilar y Eslava” una velada a cargo de Federico García Sanchíz, uno de los charlistas más afamados de la época. Con tal motivo un grupo de jovencitas se vistió al modo de Pepita Jiménez y demás heroínas de las novelas de Valera. En la foto figuran de izquierda a derecha y de arriba abajo: Victoria Montoya, Conchita Mora, Carmen Cruz Hesles (Pepita Jiménez), Vicenta Marín, Pepa Alguacil, María Gómez, Eugenia Ortega y Carmen García. Foto e información facilitadas por Pepe Garrido Ortega

- Mari Molina Ramirez Cuanta belleza ahí enesta foto

- Mari Molina Ramirez Los vestidos y los abanicos son preciosos!!!

- Antonia Arenas Navas Que foto mas bonita !!!

- Lola Salido Perez !!Que mujeres más guapas!!

- Rosario Guardeño Saez Que foto más bonitaaaa!!!!!

- Maria Dolores García Moreno Qué preciosidad de foto!!!

- Noni Mesa Bravo Todasguapisimas

- Soledad Delgado Parece una obra de Julio Romero de Torres, cuanta belleza

- Mirta Ester fotos para recordar












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29063. Pilar Pérez-Aranda con Carolina López Arenas (a la izquierda), esposa de Pedro Gala, secretario de Valera. Foto facilitada por Lola Perez Aranda

- Elvira Padillo Ruiz No llegué a conocerla , murió cuando yo tenía apenas 3 años y ya ella, muy mayor, no podía viajar,por lo que nunca la vi en persona












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29064. Pepe Garrido Ortega: "Sobre Valera y su interés por los vinos de “su lugar” publicó Matilde Galera en LA OPINIÓN unos artículos sobre el interés de Valera por promocionar los vinos de su tierra. Entre otras cosas, en ellos se hablaba de los intentos que hizo don Juan y su amigo Francisco Moreno Ruiz por hacer negocio juntos si lograban que los vinos de FMR se vendieran a buen precio en Madrid. Se hicieron algunos intentos pero aquella aventura no fraguó, entre otras cosas por no estar los vinos preparados para aguantar el trasiego consiguiente por el traslado y el cambio de las condiciones climáticas que hacían que perdieran su calidad original, además de por las reconocidas cualidades de Valera para meterse en negocios crematísticos. De aquellos vinos de FMR conservo esta botella en la que se puede leer: “Vinos del cosechero de Cabra Francisco Moreno Ruiz. Premiado en la Exposición vinícola de Madrid de 1877. Medalla de Plata en la Exposición de París de 1878”. Desde luego que hace 140 años el vino de esta botella era blanco".

- Rafael Luna Leiva Muy interesante, Pepe Garrido Ortega. Por cierto, llama mi atención las fotos del fondo, entre las que creo entrever a tu madre durante su juventud. Parece ser que es una imagen iluminada. ¿De Rafael o Elvira Ruiz?

- Pepe Garrido Ortega Así es, Rafael Luna Leiva. Es mi madre de soltera. En el ángulo inferior derecha figura "R. Ruiz. Cabra". El plato y la taza de café corresponde a una vajilla que tenía mi abuela y cuyas piezas llevan grabado la iniciales FMR. A mí de un chachito de un cachito me llegaron estas piezas y alguna más

- Antonio José Navarro Domínguez Sospecho Pepe que no te has cambiado de casa, mudado, hace tiempo. Desgraciadamente en cada cambio que he hecho han ido desapareciendo "cosas" que luego te resientes de su ausencia.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29065. - Lola Salido Perez: "En la década de los 80 Dª Matilde Galera recibe el premio Valera, relacionado con el Epistolario del escritor, de manos del entonces Alcalde de Cabra, don Juan Muñoz Muñoz. En el acto, se encontraban la nieta de don Juan Valera, y el rector de la Universidad de Granada, los que vemos en alguna de las fotos".

- Rafael Luna Leiva Es acto se celebró en lo que fue el Banco de España en Cabra, donde en la actualidad se encuentra el Museo Arqueológico.

- Marisi Muriel Tejero Era una dictadora muy buena escribiendo pero mala enseñando todo lo queria al pie de la letra a mi me hizo la vida imposible me tuve que ir a un internado par aprobar su asignatura la lengua

- Jose Roldan Marisi, ya has tenido tu minuto de gloria, descansa hija, la pudiste aprobar en un centro público y te hubieses ahorrado un pastón.

- Marisi Muriel Tejero No por eso me tuve que ir a un privado no te metas en lo que no sabes












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29066. - "Pepita Jiménez" en japonés con prólogo de Borges. Obra donada a la Biblioteca por Juan Leña. Gentileza de la Biblioteca de Cabra
-Ver portada del libro.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29067. Jose Repullo: "Ruta valeriana. Pilar de Genazabar en Doña Mencia. Este cartel recoge un párrafo de la novela de Valera El Comendador Mendoza"












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29068. Lola Salido Perez: "En el año 1986, la portada de El Egabrense, nos ofrece la imagen de esta guapa joven llamada Rocío Arrospide López de Letona, hija de los Duques de Castro - Enríquez, descendiente de Don Juan Valera".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29069. Una de las mejores novelas de don Juan Valera es "Doña Luz", nombre que recibe una calle de la Barriada. Foto Rafaluna.
- Antonio José Navarro Domínguez Debería pues hacerse la luz bajo esa maraña de cables.
- Antonio Jimenez Arroyo mi calle












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29070. Lola Salido Perez: "En la década de los 80 Dª Matilde Galera recibe el premio Valera, relacionado con el Epistolario del escritor, de manos del entonces Alcalde de Cabra, don Juan Muñoz Muñoz. En el acto, se encontraban la nieta de don Juan Valera, y el rector de la Universidad de Granada, los que vemos en alguna de las fotos".

- Rafael Luna Leiva Es acto se celebró en lo que fue el Banco de España en Cabra, donde en la actualidad se encuentra el Museo Arqueológico.

- Marisi Muriel Tejero Era una dictadora muy buena escribiendo pero mala enseñando todo lo queria al pie de la letra a mi me hizo la vida imposible me tuve que ir a un internado par aprobar su asignatura la lengua

- Jose Roldan Marisi, ya has tenido tu minuto de gloria, descansa hija, la pudiste aprobar en un centro público y te hubieses ahorrado un pastón.

- Marisi Muriel Tejero No por eso me tuve que ir a un privado no te metas en lo que no sabes












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29071. DÍA DEL LIBRO "Cartas americanas" de juan Velera. Aprotación de Maribel Rubia












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29072. El abuelo de Valera, don Juan de Alcalá Galiano, primer Marqués de la Paniega, Gobernador de Baena y Alcaide del castillo de Doña Mencía, adquirió el patronazgo de la capilla de Jesús Nazareno en la iglesia-dominica de la Doña Mencía. En la foto, la iglesia-de la vecina localidad en 1933, antes de ser incendiada durante la Guerra Civil
- Manuel Chacón Lo cierto es que la iglesia-no fue incendiada durante la Guerra Civil, sino durante la II República, concretamente durante la madrugada del 14 de septiembre de 1932, pocas horas antes de la procesión que tendría lugar con la imagen de Jesús Nazareno, que junto a otras varias imágenes, se quemó en el incendio.

- Lola Vera Jimenez Es cierto la iglesia-la quemaron años antes de la guerra. Mi madre era una joven de 14 años que cantaba en el coro. Siempre decia lo bonita que era y el retablo tan valioso que tenia. Quedó solo el campanario. Muchos años despue vimos como se derrumbaba.

- Florentino Bonilla Esta es Iglesia. Junto al castillo una pena que.ardiera dicen que era de.gran valor

- Manuel Chacón El retablo barroco parece ser que era impresionante y muy lujoso, he aquí una fotografía del mismo. Lástima que este tema en Doña Mencía es prácticamente tabú, no se habla de él. Una foto de Manuel Chacón. 5 min · Editado · Me gusta · 1












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29073. Aspecto que presenta en la actualidad la desaparecida iglesia-de los dominicos de Doña Mencía.

-El abuelo de Valera, don Juan de Alcalá Galiano, primer Marqués de la Paniega, Gobernador de Baena y Alcaide del castillo de Doña Mencía, adquirió el patronazgo de la capilla de Jesús Nazareno en la iglesia-dominica de la Doña Mencía. En la foto, la iglesia-de la vecina localidad en 1933, antes de ser incendiada durante la Guerra Civil
- Manuel Chacón Lo cierto es que la iglesia-no fue incendiada durante la Guerra Civil, sino durante la II República, concretamente durante la madrugada del 14 de septiembre de 1932, pocas horas antes de la procesión que tendría lugar con la imagen de Jesús Nazareno, que junto a otras varias imágenes, se quemó en el incendio.

- Lola Vera Jimenez Es cierto la iglesia-la quemaron años antes de la guerra. Mi madre era una joven de 14 años que cantaba en el coro. Siempre decia lo bonita que era y el retablo tan valioso que tenia. Quedó solo el campanario. Muchos años despue vimos como se derrumbaba.

- Florentino Bonilla Esta es Iglesia. Junto al castillo una pena que.ardiera dicen que era de.gran valor

- Manuel Chacón El retablo barroco parece ser que era impresionante y muy lujoso, he aquí una fotografía del mismo. Lástima que este tema en Doña Mencía es prácticamente tabú, no se habla de él. Una foto de Manuel Chacón.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29074. El retablo barroco parece ser que era impresionante y muy lujoso, he aquí una fotografía del mismo. Lástima que este tema en Doña Mencía es prácticamente tabú, no se habla de él.

-Aspecto que presenta en la actualidad la desaparecida iglesia-de los dominicos de Doña Mencía.

-El abuelo de Valera, don Juan de Alcalá Galiano, primer Marqués de la Paniega, Gobernador de Baena y Alcaide del castillo de Doña Mencía, adquirió el patronazgo de la capilla de Jesús Nazareno en la iglesia-dominica de la Doña Mencía. En la foto, la iglesia-de la vecina localidad en 1933, antes de ser incendiada durante la Guerra Civil
- Manuel Chacón Lo cierto es que la iglesia-no fue incendiada durante la Guerra Civil, sino durante la II República, concretamente durante la madrugada del 14 de septiembre de 1932, pocas horas antes de la procesión que tendría lugar con la imagen de Jesús Nazareno, que junto a otras varias imágenes, se quemó en el incendio.

- Lola Vera Jimenez Es cierto la iglesia-la quemaron años antes de la guerra. Mi madre era una joven de 14 años que cantaba en el coro. Siempre decia lo bonita que era y el retablo tan valioso que tenia. Quedó solo el campanario. Muchos años despue vimos como se derrumbaba.

- Florentino Bonilla Esta es Iglesia. Junto al castillo una pena que.ardiera dicen que era de.gran valor












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29075. Cortijo de la Paniega en Doña Mencía. El marquesado de la Paniega arranca de este propiedad de los Valera. Foto publicada en el libro de Eva Mª Ramos Frendo "El Marqués de la Paniega" (Universidad de Málaga, 2008).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29076. Rafael Montes Santiago: "Anverso de una medalla dedicada a Pepita Jiménez y realizada por la Real Fábrica de la Moneda, No sé la fecha, he estado buscando información y no la encuentro, Ni sé el motivo de su fabricación, Puede ser por los años 70 y con un diámetro de 8 cm".

- Antonio José Navarro Domínguez El amor es ciego........?

- Rafael Montes Santiago Si se amplia la foto se puede leer el parafo de la obra que dice así:"Parece como un ser peregrino venido de alguna tierra lejana, de alguna esfera superior, pura y radiante" Juan Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29077. Rafael Montes Santiago: "Reverso de una medalla dedicada a Pepita Jiménez y realizada por la Real Fábrica de la Moneda, No sé la fecha, he estado buscando información y no la encuentro, Ni sé el motivo de su fabricación, Puede ser por los años 70 y con un diámetro de 8 cm". , ·












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29078. Un acto homenaje a Valera en el Teatro Principal de Cabra, año 1925. Archivo Adolfo Molina Guarddon — con Francisco Cabello Martin, Lola Vera Jimenez, Cenci Gonzalez Navas y 24 personas más.

- Rafael Luna Leiva En la mesa del centro, el busto de Valera tan comentado cuando hicimos el reto fotográfico sobre su vida y obra.

- Antonio Suárez Cabello Curiosa puesta en escena.

- Antonio Suárez Cabello Es posible que este acto estuviese vinculado con el centenario del nacimiento de Valera (1824-1924).

- Antonio Suárez Cabello En este enlace de La Opinión viene la reseña del acto: ver enlace

- Antonio Suárez Cabello En el enlace buscar 1925, 22 febrero.

- Enrique Mesa Montes Que pena que dejarán desaparecer el teatro principal. En aquellos años de posguerra poco interés por la cultura. Verdad?

- Maruja Espejo Que pena,,,,

- Susana Córdoba Mellado No parece el mismo.

- Pepe Garrido Ortega Enrique Mesa, agrego un pequeño detalle, el Principal no acabó en la postguerra, no lo tiró la dictadura, lo derribó la democracia. Al menos en Madrid acaban de reinaugurar, después de remozarlo, el Teatro de la Comedia, teatro en el que se inspiraron para construir el Teatro Principal de Cabra. El que quiera puede verlo, en la calle del Príncipe, y así se puede hacer una idea de como era el Principal a finales del XIX. A nosotros nos llegó ya bastante adulterado por malas reformas, pero se podía haber restaurado dejándolo como se concibió... no hubo voluntad política de conservarlo. Lo tiraron y ninguno nos quejamos. Como muchas veces en Cabra nos vale más quejarnos con el tiempo, no en su momento.












Nº 29079. Pulsar para ver el video sobre la obra de Juan Valera "Pepita Jiménez"












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29080. Lucía Palladi, marquesa de Bedmar, primer amor (frustrado) de don Juan Valera. Aportación de Rafael Luna Leiva

- Rafael Luna Leiva La Muerta, así la llamaba el duque de Rivas por su extrema palidez. Su amante platónico, Juan Valera y Alcalá Galiano, huyó del esperpento y optó por referirse a ella con un sobrenombre mucho más evocador: la dama Griega, tal vez por los conocimientos que la pretendida tenía sobre la cultura helena. Hablamos de Lucía Palladi Callimachi, marquesa de Bedmar, unida en infeliz matrimonio con don Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, décimo marqués de Bedmar y amante de la reina Isabel II.

- Carmen Lopez Rafa el marquesado Bedmar no pertenecía al Marqués de Escalona ??

- Rafael Luna Leiva Moldava de origen, tras un primer matrimonio con un príncipe rumano, Nicolás Cantacuzène, se casó en segundas nupcias con el noble español. Ambos matrimonios, además de dejar el fruto de un hijo en cada uno de ellos, fueron efímeros. Su primer marido falleció prematuramente. El segundo, decidió pronto separarse para vivir en un Madrid que nunca le gustó a ella. Tras la separación de facto, fue a recuperarse a Nápoles. Conocida en ambientes diplomáticos, allí se granjeó la amistad con un joven que a la postre sería mas conocido por sus novelas que por sus trabajos en las embajadas, Juan Valera.

- Rafael Luna Leiva Pepe Garrido Ortega, en su libro "Vida y obra de don Juan Valera (1824-1905)", páginas 73-77, hace una interesante reseña sobre este amor frustrado de don Juan Valera.

- Araceli Osuna Gracias por hacernos llegar tanta e interesantes historias de nuestros ilustres paisanos.

- Antonio Luque También hay referencias a esta dama,en las páginas. 81,83-90,94,97,101,251.Es difícil encontrar una obra sobre D.Juan Valera más completa en todos sus aspectos que la de Pepe Garrido Ortega.

- Pili Mo Hoy es el día de las casualidades!! No sé si me salgo del tema, pero precisamente HOY he estado buscando la relación entre Juan Valera y el Duque de Rivas. Sé q en Cabra hay una calle. Estaba buscando si hay parentesco, me suena haberlo visto en algún sitio. Sé algo de q Valera fue a Nápoles como diplomático y q el D. de Rivas estaba allí, si no me equivoco. Rafael Luna, sabes tú si existía tal parentesco? Gracias

- Antonio Luque Pili Mo.El duque de Rivas era muy amigo de su padre.El mismo Valera le dice en una carta a un amigo "me voy a Nápoles con el Duque de Rivas,que es poeta,paisano y amigo de mi padre".

- Antonio Luque Por supuesto,es información del libro de Pepe Garrido Ortega,Vida y Obra de Juan Valera....

- Maria Teresa Folk Aguilar Era muy guapa !!

- Rafael Luna Leiva Verdadero retrato de Lucía Palladi. La imagen subida anteriormente es otra marquesa de Bedmar. Foto de Rafael Luna Leiva.

- Maria Teresa Folk Aguilar ahhh,,,,

- Mercedes Garcia Me encanta todo lo que nos enseñais. Es historia pura.

- Ana Mesa Castro Coincido con Antonio Luque en cuanto a que " Vida y Obra de D. Juan Valera " de Pepe Garrido Ortega, es completisimo. Estoy ahora en ello y la verdad es que me está entusiasmando leerlo. No de corrido, porque así me lo aconsejó su autor, pero si leyendo, asimilando,

- Antonio Luque Ana Mesa Castro.Efectivamente,es un libro para abrirlo por cualquier página,y abras por donde abras,siempre te engancha por lo ameno y lo bien documentado que está.La verdad es que la vida de nuestro paisano fue apasionante,excepto en el dinero,que siempre le vino corto.

- Isabel León Arroyo Muy interesante. Y guapa

- Ana Mesa Castro Eso mismo, Antonio. Me choca la guerra que tuvo siempre con el dinero. Yo siempre creí que siendo lo que fué, sería una persona de " posibles " pero siempre vivió preocupado e incluso agobiado con el tema monetario.

- Antonio Luque Ana Mesa Castro,búscate en internet al XII Duque de Osuna y veras como se derrochaba una enorme fortuna...

- Ana Mesa Castro Si,también fué diplomatico, pero eran descomunales las juergas de este tal Mariano. Por cierto, nunca oí la " coletilla " esa de, " gastas más que los Osunas "....

- Rafael Luna Leiva A disfrutarlo y a devorar el libro poco a poco, Ana Mesa Castro. Buen consejo te dio el autor.

- Toñi Ruiz Muñoz Estoy leyendo uno q me han regalado por mi cumpleaños El renacer del monstruo Y como tu Ana poco a poco si no Es q no te quedas con información Cuándo lo lea cogeré la vida de Juan Valera

- Pepe Garrido Ortega Gracias Rafael, Ana, Antonio, Toñi y demás que os habéis interesado por mi libro, además de por vuestra benevolencia con él. A los demás, si os come la curiosidad meterle mano al contenido de ese libro en las páginas que ha indicado Rafael Luna Leiva. Ahí va: Al referirse a las disputas en cuestiones amorosas entre Valera y Rivas, señalaba don Manuel Azaña [1971: 71]: «Los amoríos del Duque entristecían un poquito a Valera, más aventajado y, hasta entonces, me- nos feliz. También la fase erótica de la sensibilidad de Valera se afinó en Italia, magnificándose en presencia de un objeto noble. Allí concibió una primera pasión fuerte, profunda, disociada del placer, una adoración romántica». Se refiere Azaña a la relación amorosa de Valera con la rumana Lucía Palladi y Callimachi, princesa viuda de Cantucuzeno y marquesa de Bedmar por su segundo enlace en 1842 con don Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, a la que conoció Valera en los salones de los duques de Bivona, sus cuñados. El matrimonio de la Palladi había fracasado, y mientras ella vivía entre París, Nápoles, o sus posesiones de Moldavia, el marqués de Bedmar residía en Madrid por su relación amorosa con Isabel II (desde el otoño de 1847 hasta finales del 49). Lucía Palladi, dama de amplia cultura y exquisita sensibilidad, madura en edad y saber, supuso para el joven Valera un estímulo para el estudio de los clásicos y un acontecimiento imperecedero para sus sentimientos más íntimos. El mismo Azaña [1971: 79] nos dejó de la Palladi la siguiente semblanza: «La marquesa de Bedmar no estaba en la primera juventud al encontrarse con Valera, ni es fama que hubiese sido bonita. Doliente, padecida en extremo, notable por su lívida tez; ataques de no sé qué lacería cróni- ca la ponían en trance de muerte; todos los años se curaba en Eaux- Bonnes. Alma y cuerpo macerados, exponían a impresiones exquisitas la sensibilidad natural de la Marquesa. Cualidades del corazón y de la mente la secundaban: agudo entendimiento, cursado en lecturas y en la observación de costumbres y caracteres en varias sociedades europeas; gusto templado bajo el cielo italiano y en el cultivo de grandes modelos; ternura experta que refluye al corazón melancólico, rehusando fatigarse en nuevo empleo. La conversación brillante y variada de la Marquesa cautivó a Valera».

- Maribel Rubia Siempre tan interesante.Saludos.

- Pepe Garrido Ortega El duque de Rivas había colocado a la marquesa de Bedmar el sobrenombre de la Muerta, haciendo gala a su fragilidad y a su ex- traordinaria palidez, lo que por otro lado le daba un aire misterioso y atractivo, según los cánones de la belleza romántica en boga. Sáenz de Tejada [1971: 53] señala con acierto: «Mujer muy cultivada, era una excepcional conversadora de salón, y sus juicios sobre la literatura y la política de la época, sus apreciaciones sobre las personas y los hechos que la rodeaban, teñidas siempre de un romántico color de melancolía y alejamiento, pero agudos y certeros siempre, fueron el primer atractivo que ofreció al despreocupado don Juan. En el juego de discreteo y esca- ramuzas que se inició enseguida, el galán quedó pronto prendido en el indudable encanto femenino de Lucía, y ello le llevó a iniciar un asedio en toda regla, que La Muerta, jugando con fuego, resistió sin entregarse [...] Resiste con la dulce tenacidad de la mujer fatigada, deseosa de paz en el otoño de una vida colmada de experiencias. Lucía resiste porque adivina y teme el dolor, la amargura, la ingratitud que recogería ineludiblemente, como terrible regalo final, si se entregase indefensa a la ardorosa pasión de aquel muchacho andaluz, veinte años más joven que ella, y con alas, plegadas aún, pero anchas y aptas para hacerle volar». Quien buena fama se había ganado de no tomarse muy en serio a las mujeres, y creía haber abandonado «el áspero camino del Parnaso», caía ahora subyugado por esta mujer, más por su palabra y sentimientos que por su belleza, y volvía a escribir versos apasionados, en los que sublimaba la imagen de la amada: Tus ojos son mi luz; mi alma recibe la inspiración en ellos, y apasionada vive en la crencha gentil de tus cabellos. Ámame: a suplicártelo me atrevo; si no es digno de tanto quien te adora, de tu misma hermosura te enamora, que aquí, en el alma, retratada llevo.

- Pepe Garrido Ortega En verdad, la relación de Valera con la Palladi se presentaba tem- pestuosa, cargada de lágrimas, ilusiones, quejas..., pasión. A Valera hasta le tentaba hacer alguna locura, de la que le prevenía de manera descar- nada su amigo Enríquez: «Sería eminentemente ridículo –le reprende Enríquez– que al cabo de tus años hicieras alguna chiquillada, y aún peor el que fuera por la M. de B. [marquesa de Bedmar], cuyo orgullo mujeril vendrías a halagar de una manera indigna de un muchacho de orgullo y de talento como tú eres. Tengo la convicción de tu debilidad de carácter, pero creo imposible el que la lleves a tan alto grado [...] nunca me figuré que estuvieras enamorado de ella. Me carga sobremanera que un muchacho lleno de tan buenas prendas como tú, diga que hará cuantas tonterías sean del gusto de una individua o puedan satisfacer la vanidad de ésta» (Madrid, 29 de mayo y 22 de junio de 1849). La Palladi trataba a Valera casi maternalmente, y hacía ver al fogoso amigo que su relación no debía sobrepasar los límites de la decencia, aunque más que por guardar las formas convencionales de una mujer ca- sada por estimar que la intimidad carnal rompería el amor idealizado en que habían caído. Por su parte, el amado, tal como señala Azaña [2007: 434], no deseaba caer en un amor platónico: «Su afición a la Muerta no quería ser quintaesenciada y a lo divino, o, como dicen, platónica. El platonismo en el amor se le antojaba a don Juan, estando cabales la mujer y el hombre, una sofistería. Su pasión, de origen intelectual, no fue menos arrebatada e imperiosa. Amaba con todas sus potencias a la Marquesa y probó a conquistar todos los premios. La Muerta le hizo ver que estando ella en la declinación de la vida y él en su orto, cualquiera flaqueza sería ridícula».

- Pepe Garrido Ortega Finalmente, la Palladi huyó a París, para no alentar los sentimientos amorosos comunes, ni caer en los deseos carnales, a la vez que Valera, ante la ausencia de la amada, decidió dejar Nápoles, profundamente des- engañado en amores y desanimado al no avanzar en su incipiente carrera diplomática. El padre le escribió autorizándole la vuelta: «Las reflexiones que haces a tu mamá [...] me han afligido en proporción a lo mucho que te amo. Aunque escritas con exageración y cuando, se conoce, estabas poseído de un mal humor, son, por desgracia, ciertas y están fundadas. Mi mayor felicidad consistiría en poderte proporcionar los medios ne- cesarios para que nada te faltara y pudieras ser feliz, pero Dios nos ha puesto a prueba, y aún no se apiada de nosotros. Paciencia. Vente, pues, a España» (Doña Mencía, 19 de junio de 1849). Ya desde Madrid, co- mentaría Valera al padre el influjo que había ejercido en su formación clásica «la dama griega», como la llamaba por su conocimiento de los clásicos: «Dice usted que cuando estoy enamorado no me ocupo de nada, pero no tiene usted razón. En Nápoles no he escrito por otros mil motivos que ahora conozco lo vanos que eran, pero lo poco o mucho que allí he trabajado ha sido por amor. He compuesto algunos versos a la señora y he estudiado griego por ella, y esto tengo que agradecerle» (Madrid, 5 de abril de 1850).

- Pepe Garrido OrtegaEsta relación sentimental, al contrario de otras muchas, dejaría en el joven una cierta amargura imperecedera. Carmen Bravo destacó justamente las repercusiones que sobre Valera dejaron estos amores no correspondidos: «De la prueba del fuego del amor platónico que sufre Valera sin morir, le queda un aborrecimiento para toda su vida hacia esta modalidad de amor, a la que combate por falsa, artificiosa y antinatural. Ha debido sufrir tanto por causa del amor platónico, que ni siquiera le va a conceder honores literarios. El amor platónico es una hipocresía o un fallo de la naturaleza» (Bravo-Villasante, 1989: 45). La amistad entre ambos se alargaría hasta la temprana muerte de la amada, a la que nunca olvidaría Valera. Tanto es así que a la vejez trasladaría a la ficción, en El cautivo de Doña Mencía (1897), sus amores napolitanos de juventud con Lucía Palladi.

- Pepe Garrido Ortega Desde que Valera dejó Nápoles no volvió a encontrarse con la Palladi hasta siete años después. Se la encontró en París después de estancia en San Petersburgo. Por entonces escribió a su amigo y jefe en el ministerio don Luuis Augusto de Cueto una carta en la que le hablaba de sus andanzas en París, y entre otras cosas le decía: Heme ya aquí –escribe a Cueto desde París–, en esta insigne ciudad, centro del mundo, escuela de las artes, madre de los ingenios agudos, archivo de las ciencias y de las picardías, templo de Venus y de Baco, y agradabilísima posada, taberna y mancebía para cuantos tienen algún dinerillo de que desprenderse. Con objeto de sacudir la melancolía que me han dado los enojos del duque de Osuna, pienso pasar aquí un par de semanas. Nada más natural, nada más justo [...] Me he bañado, me he rizado el pelo, me he acicalado, atildado y hermoseado, y he ido a ver a las personas más queridas, empezando por la Muerta. Admírese usted de mi constancia. Aún no he visto a D. Luis de la Cuadra, ni a Magdalena Brohan, y ya he visto a la Muerta. Al verla recordé aquella horrible historia de Poe, que usted habrá leído121 (París, 23 de junio de 1857). Se refiere aquí Valera al cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849) titulado La caída de la casa Usher (1839), en el cual lady Madeline ante los ojos espantados de su hermano y del narrador, aparece para decirles que ha escapado del sepulcro en el que había sido enterrada con vida; los dos hermanos mueren, presos del terror, y el narrador huye despavorido de una horrorosa mansión que se derrumba a sus espaldas.

- Antonio Luque Pepe Garrido Ortega. Tu libro es,seguro,la biografía más completa escrita sobre Valera.La información que nos das de las relaciones entre "la muerta" y D.Juan es una delicia y no hace nada más que ratificar tu competencia en el tema.

- Antonio Suárez Cabello Os dejo este enlace que leí no hace mucho tiempo y que resulta interesante: El enigma de Lucía Palladi

- Pepe Garrido Ortega Antonio Suárez Cabello interesante el artículo que recoges sobre Valera y la Palladi aunque algunos de los datos que aporta son erróneos. Y la "conjetura" de la que se habla al final me parece totalmente inverosímil, conociendo algo a Valera.

- Antonio Luque Al margen de cualquier otra consideración sobre el interesante artículo que nos recomienda Antonio Suárez Cabello,lo curioso que resulta que una señora nacida en Moldavia,acabe siendo enterrada en Siguenza..

- Rafael Luna Leiva Todo un enigma, Antonio Luque. El doncel y la marquesa, extraña pareja de panteón.

- Antonio Suárez Cabello Otro enlace interesante, aunque en pdf: ver pdf.

- Toñi Ruiz Muñoz Pepe me he leído todas tus reseñas Y aún, tengo más inquietud por leerlo

- Antonio Luque En este artículo que tan amablemente nos indica Antonio Suárez Cabello,el autor,experto en temas de Siguenza,abunda en el enigma del enterramiento en dicha catedral de la dama en cuestión.

- Maria Teresa Folk Aguilar " desde Eaux­Bonnes, donde iba a tomar las aguas, " que significa , que aguas tenia que tomar ,?

- Antonio Luque EauxBonnes,es un famoso balneario conocido por las condiciones terapéuticas de sus aguas sulfurosas.

- Maria Teresa Folk Aguilar Muchas gracias Antonio Luque

- Antonio Luque De nada!! Encantado.

- Toñi Ruiz Muñoz Claro ,en aquella época los balnearios estaban a la orden del dia. La nobleza ,los utilizaba para relacionarse Estatus de alta sociedad Mientras los ciudadanos ( Mal llamados plebe) Se metían en charcas de barro Recordad la escena del Crimen de Cuenca, como se metían en grandes charcas de barro espeso Para limpiarse la piel !! Amigos menos mal q el progreso nos trajo la cosmética, y el hidromasaje en las bañeras de Casa!!!

- Maribel Rubia Yo me unto de arcilla verde en verano en la playa.Y me sale muy baratito.

- Maribel Rubia Y el hidromasaje y yacusi diario en el gignasio.Jajaja.

- Toñi Ruiz Muñoz Que por falta de tiempo ni los utilizamos Jajajaja La vida y tal.....

- Pepe Garrido Ortega Pili Mo, preguntabas por el parentesco de Valera con el duque de Rivas. Te cuento lo que sé al respecto: como ya se ha indicado existía una estrecha amistad entre don Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano y el padre de Juan Valera, por ello el duque como embajador en Nápoles no tuvo inconveniente en llevarse con él a Nápoles al jovencito Juanito Valera como "attaché non payé" (agregado sin sueldo o becario sin paga que diríamos hoy) pues era la manera de iniciarse en la carrera diplomática. Mucho más tarde, ya fallecido el duque, una hija de duque Clementina Ramírez de Saavedra y Alfonso, marquesa de Bogaraya, se casó en 1898 con Luis Valera y Delavat, segundo hijo de don Juan Valera y diplomático al igual que el padre y el suegro. El día de la presentación de mi libro en Madrid tuve el gusto de conocer a una nieta de ambos.

- Antonio Luque Pepe Garrido Ortega,cuando fue tu presentación de tu libro en Madrid? No pusiste la fecha en tu dedicatoria y me gustaría reflejarla en el libro.

- Pepe Garrido Ortega Uy Antonio, me pones en un aprieto. Voy a mirar en los papeles.

- Pepe Garrido Ortega Me resulta más cómodo buscarlo en google, 15 de junio de 2009 según se indica de esta foto

- Antonio Luque Gracias Pepe Garrido Ortega,tenía idea de que ese día hacía calor en Madrid.Fue una bonita presentación.Y por supuesto no eras ningún representante de Seguros y Reaseguros












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29081. Juan Antonio Jiménez Alguacil: Busto de Juan Valera en el patio del Museo de Julio Romero de Torres (Córdoba). Fruto del 'cordobeo' de hoy.












Juan Valera `Poesias´ Obras completas

Nº 29082. Jota Efe A: "Juan Valera – Poesías – Obras completas – Tomo XVII . Obras completas, Madrid, Imprenta Librería Alemana [Carmen Valera y Sánchez Ocaña], 1905-1935, 53 vols., 8º pequeño. Dividida en las siguientes colecciones: Discursos académicos, vols. I y II: Novelas, vols. III a XIII; Cuentos, XIV y XV; Teatro, XVI, Poesía, XVII y XVIII; Crítica literaria XIX a XXIII; Filosofía y Religión, XXXIV a XXXVI; Historia y Política, XXXVII al XL; Cartas Americanas, XLI a XLIV; Miscelánea, XLV, XLVI y XLIX; Correspondencia, XLVIII y XLVIII, Discursos políticos, L; Traducciones (Poesía y Arte de los árabes), LI a LIII".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29083. Pepe Perez Muñoz: Edición en facsimil. D. Juan Valera realizó diversos trabajos sobre el Quijote que fueron leídos en la Academia de la Lengua. En la Biblioteca Municipal de Cabra se encuentra el Discurso para conmemorar el tercer centenario del Quijote realizado por Valera, que podemos considerar su última obra , ya que este murió el 18 de abril de 1905 y su discurso fue leído el 8 de mayo de 1905, por D. Alejandro Pidal y Mon. Igualmente existe en nuestra biblioteca el facsímil realizado por el Ayuntamiento en 2003.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29084. Autores egabrenses "Don Juan en la Frontera del Espíritu". Autor: Juan José Díez. Aportación de Rafa Moñiz

- Rafael Luna Leiva Reseña radiofónica de Andrés Amorós sobre la novela de Juan José Díez.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29085. Jota Efe A: "DON JUAN VALERA (Ensayo Biográfio-Crítico) Autor: Alfonso Zamora Romera Editorial: Córdoba. Serie Estudios Cordobeses, Publicaciones de la Excma. Diputación Provincial, 1966 Imprime: Tipografía Artística Depósito Legal: CO 388-1966 Ilustrado con fotografías en b/n. Descripción física: 21 cm., tapa blanda Extensión: 236 páginas".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29086. Antonio Suárez Cabello: El primer discurso académico de Valera sobre el Quijote. Procede del legado de Martín Belda, a su muerte, y curiosamente está dedicado por el autor.

- Pepe Garrido Ortega Muy bien, Antonio Suárez Cabello. En pocas palabras no se puede decir mejor, y no lo digo por la mención que haces a mis trabajos, lo cual desde luego que te agradezco. Hasta pronto

- Antonio Suárez Cabello Gracias, Pepe Garrido Ortega, tus comentarios siempre son muy útiles para tener una visión más clara de los acontecimientos.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29087. DÍA DEL LIBRO Rafa Moñiz: "Exhumación de los restos de Don Juan Valera, para traerlos a Cabra, en la Sacramental de San Justo en Madrid, 5 de abril de 1975".

- Rafael Luna Leiva Una imagen inédita. Gracias por la aportación.

- Victoria Arroyo Bbuenusima imagen.

- Paco Roldan Urbano Está foto tiene un valor histórico incalculable....Gracias por tu aportacion...Rafa Moñiz y gracias Rafael Luna Leiva por tu publicacion...Enhorabuena a los dos.Un abrazo.

- Mari Sierra Mesa Bravo Me acuerdo cuando se hizo el traslado. Vivía yo en Cabra.

- Rafael Luna Leiva Los restos llegaron a Cabra un día muy lluvioso. El hecho quedó ampliamente recogido en la prensa local.

- Rafa Moñiz Los restos llegaron a Cabra ese mismo día, ya de madrugada, en un Seat 850. Como bien dices, fue un viaje con fuertes tormentas durante todo el camino y por las carreteras de aquella época, pero se venía con la ilusión de que retornaban a su lugar de origen

- Marisa Muñoz Jimenez La verdad es que a mi me encantaría que mis padres descansarán en Cabra

- Marisa Muñoz Jimenez El traslado a Cabra de D. Juan Valera se realizó el año y el mes en que yo me case en Madrid

- Mari Carmen Reyes Peña Buenísima imagen!!!

- Rosario Navas Alcantara Que imagen mas curiosa gracias Rafael

- Rosario Navas Alcantara No escribo mucho porque estoy en canarias y no me llega. Bien el fei

- Sierri Marquez Perez Una cosa, que no sabía, como tantas, claro, una imagen muy bonita para el, recuerdo, gracias.. RAfael Luna Leiva, por tanto como, compartes sobre todo a los, que estamos fuera, un saludo!!

- Mari Molina Ramirez Impresionante foto...yo no me acuerdo de esto ya no vivía en Cabra..me marche un año antes!!












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29088. Carteles anunciadores del primer y segundo congreso internacional sobre la figura de Juan Valera, celebrados en Cabra. (Archivo de Adolfo Molina Guarddon)












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29089. Ana Mesa Castro: "buscando en mi biblioteca, he encontrado estos libros también de Valera"

- Pepe Garrido Ortega Ana, esa biografía de Valera de Jiménez Martos no está mal, Además es bastante amena su lectura.

- Ana Mesa Castro Si te digo que no me acuerdo, no te miento Pepe Garrido Ortega. Hoy buscando entre los más antiguos han salido los cuatro y otros más. Ahora no tengo tiempo, pero la volveré a leer. Tengo entre manos, dos ojeando y uno leyendo.












Don Juan Valera

Nº 29090. DÍA DEL LIBRO Intermedio de la ópera "Pepita Jiménez" de Isaac Albéniz. : Isaac Albéniz (1860/1909) "Pepita Jiménez" (1905) Ópera en dos actos Libreto de Francis B. Money-Coutts Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid Dir. José de Eusebio

-Pulsar sobre la imagen para oir.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29091. DÍA DEL LIBRO Matilde Galera publicó "Cartas a sus hijos" parte de la obra epistolar de Juan Valera (Archivo de Adolfo Molina Guarddon).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29092. DÍA DEL LIBRO Matilde Galera publicó "Cartas a su mujer" parte de la obra epistolar de Juan Valera (Archivo de Adolfo Molina Guarddon).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29093. Cabra en el Recuerdo.
  Homenaje a Juan Valera en el Paseo en septiembre de 1927.
  Fotos publicadas en El Popular el 14/9/1927.
  Aportación de Pili Mo -Miguel Mellado Moreno. Ver también foto 19018 del mismo homenaje en el Instituto Aguilar y Eslava.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29094. Juan Valera mantuvo una profusa e interesante correspondencia con Menendez Pelayo (portada del libro que recoge estas cartas). Archivo de Adolfo Molina Guarddon

- Antonio Suárez Cabello El epistolario de la derecha lo tengo en mi biblioteca. Lo compré hace 15 años, de segunda mano, en Málaga. En su día costaba 7 ptas., a mi me costó 4.000.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29095. Maria Guijarro Muñoz‎: Como recuerdo, un libro de don Juan Valera












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29096. CABRA EN EL RECUERDO Día en que Pepe Garrido Ortega recibió como regalo el busto de don Juan Valera por parte de familiares descendientes del novelista egabrense. El busto es obra de Lorenzo Coullaut Valera, sobrino del escritor. Foto de Rafael Luna Leiva.

- Manuel Gomez Camacho Pepe Garrido Ortega que feliz te veo, como un niño con zapatos nuevos.

- Aurora Arenas Navas Felicidades !!

- Maria Teresa Folk Aguilar Tiene que estar contento!!

- Ana Mesa Castro Muy merecido ese Regalo !!!!!

- Maribel Rubia Comparto lo que dice Manuel.Se te ve feliz.

- Loli Oteros Cantos pue si que le daria alegria

- Toñi Ruiz Muñoz Pepe!!! Según tu expresión pesa e!!!!!

- Victoria Alguacil ¡Felicidades ! Enhorabuena ese galardon no lo consigue cualquiera es logico estes contento primo

- Lourdes Osuna Pérez Pues si que se ve contento!!!!

- Lourdes Osuna Pérez Enhorabuena, no todo el mundo tiene ese honor.Disfrútalo !!!!!

- Pepe Garrido Ortega Muchas gracias a todas aunque me abrumáis con vuestros halagos pero es verdad, cuando me dijeron que me llevara el busto de Valera a mi casa quedé totalmente sorprendido y feliz, por qué no decirlo. Aunque debo aclarar que esta foto se tomó al caer la tarde de un viernes santo, y debo confesar y dar prueba de que en Marchena hay excelentes caldos, y ya see sabe, "los santos" con vino mejor que a palo seco,

- Pepe Garrido Ortega Una de las fotos que hice ese día en Marchena Foto de Pepe Garrido Ortega.

- Antonio Arevalo Morillo Y el "Valera" es para........

- Ana Mesa Castro D. Jose- Maria Garrido Ortega.....

- Manuel Piedra Enhorabuena y salud y fuerza, a la hora de una mudanza

- Manuel Piedra Pd quien fuera mesalina

- Pepe Garrido Ortega Manuel Piedra jajajaja tú siempre tan acertado jjjjj

- Antonio José Navarro Domínguez Imposible de mentener en brazos de esta manera su no fuera porque es un vaciado en yeso del original famoso busto de su sobrino. Magnífico.

- Ana Alguacil Garrido Enhorabuena Primo ,me alegro muchooo, besitos












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29097. CABRA EN EL RECUERDO Entrega de recuerdo a Julián Marías tras su conferencia con motivo del 85 aniversario de la muerte de Valera. El recuerdo fue un diseño del escultor Miguel Arjona . Esta es la información que recogía El Egabrense de Junio de 1990. Archivo de Adolfo Molina Guarddon












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29098. Cartel de la conferencia que dio en Cabra el 9 de Junio de 1990, sobre la figura de Juan Valera, Julián Marías.(Archivo de Adolfo Molina Guarddon).

- Pepe Garrido Ortega De esa conferencia no me acuerdo, pero sí de otra del mismo Marías unos años antes en el Instituto, en la que habló sobre Andalucía. Yo desde mi insolencia juvenil, descontento con las teorías que había seguido de Ortega sobre Andalucía, al final de la charla me acerqué a él y le hice alguna objeción a su conferencia y él me escuchó muy amablemente... aunque no recuerdo qué me respondió. Desde luego ya se sabe que la osadía es la madre de la ignorancia, cual era mi caso, y que la juventud es una enfermedad de la que se cura uno con el paso del tiempo. Después de aquello siempre lei con atención sus artículos en El País y algún que otro libro y desde luego recomiendo sus memorias de las que disfruté mucho.

- Rafael Luna Leiva En los años 70 (cuando se trajeron los restos de Valera), creo que también dio Julián Marías una conferencia en el Instituto. Yo aún padecía la enfermedad de la juventud, Pepe Garrido Ortega

- Rosi Garcia Jajaja,me ha gustado eso de la enfermedad de la juventud!!

- Antonio José Navarro Domínguez Me gustaría que fuese crónica esa "querida" enfermedad de la juventud....












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 29099. Elena Valera Ramirez: Un libro de texto de Salvador Valera Freüller












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39000. Glorieta de don Juan Valera en el paseo. Foto de José Arjona López facilitada por Pili Mo!

- Rafael Luna Leiva Al fondo, el cine España!

- Margarita Rodriguez de la Rosa Que lástima que hayan desaparecido los cines!

- Mariano Delgado Os acordais del cine España!

- Juan Granados Jurado Me acuerdo perfectamente y he ido muchas veces a ese cine, también al Jardín Cinema y al Santa Ana!

- Rafael Luna Leiva También en la plaza de toros se proyectaban películas!

- Mariano Delgado Y en los fines de semana del verano grupoa de musica de gran calidad!

- Paco Roldan Urbano En la plaza de los toros me costaba 2 reales el cine era el más barato creo que por su aforo....que tiempos aquellos.!!!

- Francisco Cabello Martin Juan Carandell en un artículo escrito en La Opinión proponía la instalación de una pequeña biblioteca en la Placeta de Valera como la que vemos en la foto.!

- Manuel Gomez Camacho En este Cine España se casaron mis padres por el año 1959, también fue mi primer trabajo por las noches poniendo sillas de anea y de madera para los espectadores que ivan a ver el cine en las noches de verano.











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39001. Homenaje a Valera el 24 de Junio de 1989. Juan Muñoz, alcalde de Cabra y su corporación estuvieron en el acto que recoge La Opinión de aquel año.











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39002. Talla de Pepe Caballero de MAGDALENA BROHAN, amante del novelista egabrense Juan Valera.











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39003. Ver artículo de Escrito por Antonio Suárez Cabello en La Opinión titulado "Valera y el paisaje egabrense según Carandell"











Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39004. Homenaje a don Juan Valera en el paseo. Años 70. Aportación de Conchi Garcia Lopez

- Paco Roldan Urbano Que tengáis una buena Verbena y mañana supongo homenaje al Ilustre.D.Juan Valera...voy de viaje...Un fuerte abrazo para tod@s. Me gusta · Responder · 1 · 17 horas

- Rafael Luna Leiva Para ser el día de San Juan, veo abrigada a la gente presente en el homenaje. No obstante, es tiempo de tormentas.

- Antonio Suárez Cabello La foto corresponde a la colocación de la placa, en el pedestal del monumento, por parte del embajador de Nicaragua Sansón Balladares. Noviembre de 1972.

- Rafael Luna Leiva Muchas gracias, Antonio Suárez Cabello, por tu precisión.

- Pepe Garrido Ortega Menudo pájaro este embajador

- Antonio Suárez Cabello Placa colocada en aquel día.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39005. Foto aportada por Antonio Suárez Cabello. Placa colocada en el monumento por parte del embajador de Nicaragua. Noviembre 1972.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39006. Homenaje a don Juan Valera en el paseo. Años 60. Aportación de Conchi Garcia Lopez

- Rafael Luna Leiva Si no me equivoco, quien aparece en el imagen es la poetisa Nieves Pastor, quien nació en Cabra a comienzos del siglo XX, obteniendo el título de bachiller en el Instituto Aguilar y Eslava. Estudió Derecho en Madrid. Fue bibliotecaria e impartió clases de Literatura, Arte y Filosofía en el Colegio de 2ª Enseñanza de Villanueva del Arzobispo (Jaén).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39007. Homenaje a don Juan Valera en el paseo. Foto en torno a 1970. Aportación de Conchi Garcia Lopez

- Rafael Luna Leiva Al fondo, Francisco de Asís Granados Atalaya, Antonio Moreno (bibliotecario) y José Díez (director del Instituto Aguilar y Eslava). a la derecha, Paco Carmona.

- Paco Roldan Urbano D.Francisco de Asis.Granados Atalaya fue profesor mio en Taller-Escuela.

- Pepe Garrido Ortega Y Antonio Moreno con la libretilla tomando notas,

- Rafael Luna Leiva Creo que era corresponsal del Córdoba, Pepe Garrido Ortega

- Pepe Perez Muñoz Antonio Moreno fue corresponsal del Córdoba y durante un tiempo, creo que anterior a este, firmaba los artículos como Todigor, gordito al revés.

- Pepe Garrido Ortega Todigor cuando hacía las crónicas de futbol, era corresponsal cambiñen de Efe o Cifra o Mencheta, agencias de la época

- Antonio José Navarro Domínguez Y su quiosco de prensa al empiece de la calle Baena.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39008. Homenaje a don Juan Valera en el paseo. Años 40. Aportación de Conchi Garcia Lopez

- Rafael Luna Leiva Cuando esta foto, creo que don Manuel Mora era el primer edil de Cabra (en la foto, con la vara de alcalde).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39009. Homenaje a don Juan Valera en el paseo. Años 80. Aportación de Conchi Garcia Lopez












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39010. ¿desde cuándo se celebra el homenaje a don Juan Valera en el paseo? SOLUCIÓN: 1.932.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39011. Cabra en el Recuerdo

 Gacetilla y curiosidades elvirenses

  · También fue en el especial de las fiestas de IDEAL del año 2007, cuando Antonio Rodríguez Gómez, nos descubrió la relación entre el moro Tarfe y el novelista egabrense Juan Varela.
  De su artículo destacamos:

  Ahora vamos a revisar el tratamiento que da a este tema otro escritor realista, el novelista Juan Valera. Como es sabido, Juan Valera, natural de Cabra (1824), pasó su juventud en Granada. Estudió bachillerato en el colegio del Sacromonte y se licenció en la Facultad de Derecho. En esta ciudad publicó en 1844 su primera obra, un libro de poemas románticos, que pasó con más pena que gloria. Se titulaba sencillamente Ensayos Poéticos y la edición la costeó su padre como regalo por haber finalizado sus estudios de Derecho. Antes había publicado algunas poesías sueltas en la revista La Alhambra. Esta vocación precoz fue olvidada por el novelista, que se volcó en su profesión como diplomático y político. Después de jubilarse volvió a escribir y en su obra de madurez reaparece a menudo el tema granadino. Dentro de éste, ocupa un modesto lugar la figura del moro Tarfe protagonista de Estragos de amor y celos (1898).

  Es una obra corta que Valera realizó para satisfacer el capricho de la joven María de Valenzuela, cordobesa como el autor, e hija de unos aristócratas amigos suyos, que quiso representar una obra junto a su amiga Rosario Conde Luque de Rascón y con el que luego sería historiador Alfonso Danvila. También sabemos que la pieza se estrenó en el salón convertido en teatro del palacio del financiero delegado de la banca Rothschild en España, don Fernando Bauer. Por supuesto, no se nos pasa por alto detrás de estos flirteos juveniles las alianzas familiares y económicas que se establecen entre la aristocracia andaluza (los Conde Luque descienden directamente de los reyes nazaríes), la burguesía madrileña y el capitalismo judío (los Bauer y los Rothschild utilizaban en su correspondencia el judendeutsh, es decir, alemán con caracteres hebreos, para las anotaciones confidenciales referidas a sobornos, comisiones ilegales, etc.).

  A lo que íbamos. Don Juan Valera decide recurrir para el tema de la obra solicitada por la joven a una leyenda granadina, la del moro Tarfe. Cuenta humorísticamente los amores trágicos de doña Urraca y el moro Tarfe.

  Doña Urraca es una noble que vive a media legua del reino de Granada (probablemente pensaría en un pueblo como Cabra o Doña Mencía, donde también tenía el autor casa solariega) y ha seducido al moro Tarfe, “buen mozo… tierno y arrogante”, con quien se ha fugado, decidida a irse a Granada, pero se han perdido (“con él huyendo voy a morería/ pero la tempestad nos extravía”), y ha encontrado el castillo de doña Brianda, una amiga suya, a quien pide que le dé refugio esa noche y los oculte de la ira de su enfurecido padre, que rechaza el enlace. Simultáneamente el hermano de doña Urraca, Tristán, hace el mismo recorrido en dirección contraria; ha raptado a Zulema de “la imperial Granada” y casualmente busca refugio en el mismo castillo. Zulema es “hija mayor del rey Muley Hacén” y el galán la describe como “mi dicha suprema”, “un sol en el zenit”. Pero Tristán está prometido con doña Brianda y tiene que evitar que su anfitriona descubra a su nuevo amor. Los destinos de los dos hermanos se cruzan y da lugar a situaciones estrambóticas. Toda la noche, en medio de la espantosa tormenta Tristán persigue a su hermana para matarla, Brianda a su novio para vengarse, etc.

  Es una caricatura de los dramas románticos, una farsa de enredo con situaciones muy divertidas, y un lenguaje que parodia las comedias de honor e intriga del Siglo de Oro, sin que en ningún caso se ridiculice la figura del moro. Aumenta la hilaridad de la obra el lenguaje chabacano y vulgar empleado, con chistes unas veces infantiles y otras más procaces

“y con furor tan bárbaro graniza,
que el cabello en la frente se me eriza”,



“daré a la mora un brebaje
que le destroce la panza
y la vida le arrebate”,


“cumpliendo mis anhelos
de hacer a Tristán tristón”


, “Tristán no envaina la espada
sin mojar, cuando la saca”,


etc.).












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39012. Egabrense Decenario: DESCUBIERTA UNA PLACA EN CÓRDOBA EN LA CASA DONDE VIVIÓ DON JUAN VALERA
  En esta mañana se ha descubierto una placa informativa en la fachada de la casa donde vivió en Córdoba capital Don Juan Valera en el período comprendido entre 1834 y 1836.
  Al acto han asistido por parte de nuestra Ciudad, las autoridades locales que pueden apreciar en la fotografía, además de miembros de la Fundación Valera, así como podrán apreciar la presencia de la exministra de Cultura nuestra buena amiga doña Carmen Calvo y por supuesto el alcalde de Cabra Fernando Priego.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39013. Antonio Arevalo Morillo: "Busto de José Freuller y Alcala-Galiano, Marqués de la Paniega en el museo Ciudad de Málaga. Al lado aparece una reseña bibliográfica donde hace alusión a su parentesco con Juan Valera".

- Rafael Luna Leiva Creo que José era hermanastro de Juan Valera.

- Antonio Arevalo Morillo Si, era hijo del primer matrimonio de la madre de Valera.

- Carmen Garcia Valdecasas Por eso fue el el que heredo el título.

- José Moreno Alvarez: Artículo que escribi en el diario Córdoba sobre la presentación del libro «El Marqués de la Paniega. Aristocracia, sociedad y mentalidad en la España del siglo XIX ».












Nº 39014. Partida de nacimiento de Juan Valera. Aportación de Manuel Gomez Camacho: Copia literal de la partida de nacimiento de Don Juan Valera en este día que coincide con el día de su onomástica.
Pulsar sobre la imagen para ampliarla.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39015. Antonio Suárez Cabello: DON JUAN VALERA: "Quedé encantado de Barcelona, que es una ciudad que da honor a España (1847)".












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39016. Cortijo El Alamillo, del cual Juan Valera fue propietario. Fotos: Manuel Gomez Camacho

- Rafael Luna Leiva Algunas escenas de la novela "Pepita Jiménez" están inspiradas en este cortijo, según hipótesis de Antonio Suárez Cabello.

- Manuel Gomez Camacho Este cortijo esta situado en el termino municipal de Baena, podemos ver la torre que de utilizaba para la viga para prensar la uva ya se en su interior se utilizo como lagar.

- Rafael Luna Leiva Curiosamente, la viga se utilizaba tanto para la prensa de aceituna como de la uva.

- Luis Ruiz Bonilla Gracias Rafael López por tu Comentario yo no me Acuerdo por Donde está un Abrazo

- Rafael Luna Leiva Muy cerca de Doña Mencía, término de Baena.

- Luis Ruiz Bonilla Gracias Rafael Luna Leiva un Abrazo para ti y toda Cabra

- Manuel Gomez Camacho Según cuenta la novela de Pepita Jiménez aquí venia la madre de D.Juan Valera a visitar esta finca junto al cura del pueblo, la protagonista de la novela y el autor de la misma a lomos de caballerias desde Doña Mencia.

- Manuel Chacón Rodríguez En efecto, Doña Mencía está a un paso, mucho más cerca que Baena.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39017.  Cortijo El Alamillo, del cual Juan Valera fue propietario. Fotos: Manuel Gomez Camacho

- Rafael Luna Leiva Algunas escenas de la novela "Pepita Jiménez" están inspiradas en este cortijo, según hipótesis de Antonio Suárez Cabello.

- Manuel Gomez Camacho Este cortijo esta situado en el termino municipal de Baena, podemos ver la torre que de utilizaba para la viga para prensar la uva ya se en su interior se utilizo como lagar.

- Rafael Luna Leiva Curiosamente, la viga se utilizaba tanto para la prensa de aceituna como de la uva.

- Luis Ruiz Bonilla Gracias Rafael López por tu Comentario yo no me Acuerdo por Donde está un Abrazo

- Rafael Luna Leiva Muy cerca de Doña Mencía, término de Baena.

- Luis Ruiz Bonilla Gracias Rafael Luna Leiva un Abrazo para ti y toda Cabra

- Manuel Gomez Camacho Según cuenta la novela de Pepita Jiménez aquí venia la madre de D.Juan Valera a visitar esta finca junto al cura del pueblo, la protagonista de la novela y el autor de la misma a lomos de caballerias desde Doña Mencia.

- Manuel Chacón Rodríguez En efecto, Doña Mencía está a un paso, mucho más cerca que Baena.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39018. Sillón del Liceo de Doña Mencía que en su día perteneció a Juan Valera. Actualmente se expone en el Museo del Vino de la vecina localidad. Información facilitada por Miguel Fernández Gan, director de dicho Museo.

- Manuel Gomez Camacho Este museo de las Bodegas Mencianas es espectacular, por su contenido, la cantidad de material expuesto así como con la amabilidad que te atiende Miguel Fernández actual propietario de esta bodegas.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39019.  Torre o capilla de viga de prensa para la obtención de aceite y restos de la bodega del cortijo El Alamillo, bodega de Juan Valera del último tercio del siglo XIX, una de las más antiguas de la zona. Fotis: Rafael Luna Leiva.

- Lourdes Osuna Muy interesante Rafael, no lo sabia.De quien es ahora propiedad, donde se encuentra?

- Rafael Luna Leiva Propiedad de una familia de Doña Mencía que, a su vez, se la compró a una nieta de Juan Valera, Lourdes Osuna.

- Lourdes Osuna Muchas gracias Rafael!!!!

- Manuel Gomez Camacho Los actuales propietarios de la finca El Alamillo son los antiguos trabajadores que vivieron y trabajaron las viñas y el olivar en esta propiedad de D. Juan Valera.

- Lourdes Osuna Pues no sabes cómo me alegra esa respuesta Manuel!!!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39020.  Artículo de José Moreno publicado en el diario Córdoba el 25.06.2018.

 Consuelo Jiménez de Cisneros recibe el premio Juan Valera

  Se cumplen 90 años de la glorieta dedicada al escritor en El Paseo

  El parque Alcántara Romero de Cabra acogió al mediodía de ayer el homenaje que cada año el Ayuntamiento tributa al escritor Juan Valera con motivo de su onomástica, en el marco de la Feria de San Juan, la primera del verano en la comarca de la Subbética. La cita, que se viene celebrando desde el año 1932, sirvió en la glorieta dedicada a su figura para recordar el 90 aniversario de la inauguración de la misma con una obra salida de la mano del escultor egabrense Antonio Maíz Castro y entregar, en la modalidad de estudios valerianos, el Premio Juan Valera, convocado por el propio Ayuntamiento y la Fundación Cultural Valera. (Leer artículo)

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39021. Por Radio Atalaya 107.3 Las Mañanas de Radio Atalaya: LA HISTORIA ENTRE LÍNEAS: Juan Valera y su papel decisivo para hacer monumento nacional la Alhambra Oir.  

  












Nº 39022. Premio Juan Valera 2019. Ver bases del concurso.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39023. Conferencia «La obra periodística de Juan Valera» de Manuel Peñalver Castro 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39024. Cabra en el recuerdo.
  Manuel Arroyo Rojas: "Entrega del último premio Valera que concedió la II República. En ella aparecen, de izquierda a derecha, el premiado Tomás Moreno Bravo (periodista), la esposa del gobernador de Córdoba, el Alcalde Francisco Rojas, el gobernador Antonio Rodríguez de León y López de Heredia (politico, escritor y periodista) y ¿el capitán de la Guardia Civil Francisco López Pastor?. A la otra persona no la identifico".

- Rafael Luna Leiva El periodista jienenseTomás Moreno Bravo consiguió más de 100 premios literarios, siendo uno de los más relevantes el Premio Nacional Juan Valera del año 1936. 

- Rafael Luna Leiva Manuel Arroyo Rojas: " El texto que el galardonado le escribió y envió, al reverso de la foto, al alcalde el día 30 de Junio de 1936".

- Pepe Garrido Ortega No se ve bien la fecha. 30 de junio de 19... Si en el original se distingue sería interesante conocer el año. Podría explicar algunas cosas

- Rafael Luna Leiva Pepe Garrido Ortega año 1936.

- Manuel Arroyo Rojas Pepe Garrido Ortega la fecha figura en el texto de agradecimiento del premiado.

- Pepe Garrido Ortega Manuel Arroyo Rojas, muchas gracias. Lo preguntaba por si era posterior al fatídico 18 de julio

- Rafael Luna Leiva El periodista jienenseTomás Moreno Bravo consiguió más de 100 premios literarios, siendo uno de los más relevantes el Premio Nacional Juan Valera del año 1936.

- Francisco Javier Arroyo Sánchez Una lastima que a pesar de haber sido aprobado en pleno hace más de trece años, aún no se haya hecho efectiva la concesión de una calle al Alcalde Francisco Rojas. El que fue primer y último Alcalde de la República.

- Pepe Garrido Ortega ¡Trece años! y no han tenido tiempo. Que nos lo expliquen

- Fidel Arroyo Francisco Javier Arroyo Sánchez pues si, habrá que ver a qué le tiene miedo esta corporación para no cumplir con lo acordado por el pleno!

- Rafael Luna Leiva Información sobre Antonio Rodríguez de León y López de Heredia, Gobernador Civil de Córdoba en el año 1936, político poeta y crítico literario que aparece en el centro de la foto

- Manuel Arroyo Rojas Rafael Luna Leiva muy interesante.

- Antonio Luque Ramírez La persona de la derecha no identificada, puede ser D. Juan Soca?

- Rafael Luna Leiva No me cuadra, Antonio.

- Antonio Luque Ramírez Rafael Luna Leiva Los rasgos de la cara son muy difusos, pero el peinado, a mi parece el de D.Juan. Claro, solo es una intuición, y en la entrega de un premio literario...

- Manuel Arroyo Rojas Antonio Luque Ramírez a mí tampoco me cuadra, yo conocí a D. Juan Soca y era más bajo, puede que fuera alguien del séquito del gobernador.

- Manuel Arroyo Rojas Con respecto a esta foto creo que debo de hacer una puntualización, y en la misma yo indicaba que el guardia civil, que aparece en la misma, era el Sr. López Pastor, por aquel entonces Capitán, y si nos fijamos bien las estrellas que aparecen en la misma están colocadas dentro de la bocamanga y como bien sabemos, sobre todo los que hemos hecho la "mili", se trataría y un Tte-Coronel. Puede que viniera con el Gobernador y se tratara del Jefe de la Comandancia o bien del Jefe de Línea, todo esto es una hipótesis.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39025.  Cabra en el recuerdo.
  Manuel Arroyo Rojas: "Acto de ofrenda floral a Valera, en el monumento que tiene en el parque, durante la Il República".
  Aportación de Manuel Arroyo Rojas.
  Foto: Manuel Rascón.
&nb Año 1936.

- Rafael Luna Leiva Histórica esta foto que compartes con los amigos de Cabra en el recuerdo. Muchas gracias, Manuel Arroyo Rojas 3

- Rafael Luna Leiva Gran aportación para la caja de zapatos que entre todos los egabrenses vamos poco a poco configurando. Todo un lujo, amigos!!!

- Rafael Luna Leiva Durante la II República las Feria de San Juan se denominó Fiestas de don Juan Valera, otorgando así a las mismas un carácter cultural que aún se sigue procurando.

- Francisco Ruiz Lopez Y las de Navidad solsticio de invierno..,.,.hoy en día se llamarían chorradas laicas o mezcolanza de churras y merinas, como si no hubiera cultura por llamarse feria de San Juán.

- Manuel Gomez Camacho Buen documento fotografico de esa epoca, al fondo podemos ver la feria instalada en el salon del paseo, puedo adivinar las barquillas a la derecha.

- Rafael Luna Leiva En los años 30 ya se instalaba la Feria en el salón del Paseo. Con anterioridad, en Caño Gordo.

- Antonio Gomez Moyano Buena foto retrospectiva

- Paco Roldan Urbano Extraordinaria fotografía por su contenido.

- M Carmen Cañero Ruiz Qué fotos más interesantes

- Rafael López Valle Buenas y muy interesantes fotos de Manuel Arroyo para Cabra en el recuerdo.Muchas gracias por las aportaciones

- Ana Maria Lama Jurado Unas fotos muy bonitas y curiosas, me gusta mucho ver estás fotos tan antiguas y tan bien conservadas. Muchas gracias por compartir.

- Rosario Navas Alcantara Buenas noches que preciosa foto 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39026. Cabra en el recuerdo.
  Paco Briones Arjona: "Dedicatoria de la saetera sevillana la Niña de la Alfalfa a los amigos de don Juan Valera como recuerdo del homenaje al glorioso pintor Julio Romero de Torres. Está firmada en Sevilla el 6 de mayo de 1936. Por entonces su nombre artístico era Rocío Vega".

- Rafael Luna Leiva Interesante aportación Paco Briones Arjona. Curiosa dedicatoria precisamente a los amigos de don Juan Valera.

- Carmen Garcia Valdecasas Muy interesante esa dedicatoria de la Niña de la Alfalfa. Muy bonita fotografía. Gracias por compartirla.

- Lola Villalba Piedra Me encanta

- M Carmen Cañero Ruiz Buenos días, preciosa foto

- Ángeles Mo Ji Que chulo saber todas estas cosas mil gracias

- Eduardo Osuna Luna Tiene, cara de copla 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39027. Cabra en el recuerdo.
  Monumento dedicado a don Juan Valera en el Paseo Recoletos de Madrid.
  Aportación de Manuel Arroyo Rojas

- Antonio Ángel Está justo al lado del museo de cera, por si alguien lo quiere situar en su visita a la capital..  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39028.   Cabra en el recuerdo.
  Hoy hemos visitado en Madrid la casa en la que residió y falleció nuestro escritor don Juan Valera

- Mateo Olaya Marín Viví en Madrid durante un año en un piso que había justo al lado, en esa misma calle, la Cuesta de Santo Domingo. No me di cuenta hasta pasado un par de meses y sin duda me llevé una buena alegría.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39029. CAbra en el Recuerdo
  ESCULTURA.
  Busto de don Juan Valera en el patio del Museo de Bellas Artes de Córdoba. Obra realizada en los años 20 por su sobrino nieto Lorenzo Coulaut Valera.
  Foto: Rafael Luna Leiva.<

- Pedro Birones Es muy parecido al de Cabra, no?

- Rafael Luna Leiva Pedro Birones Bueno, el retratado es el mismo. El de Cabra lo esculpió el gran escultor egabrense Antonio Maíz Castro.

- Pedro Birones Rafael Luna Leiva si si lo sé, me refería al monumento en sí!

- Adolfo Luque En la calle Tercia en Zuheros está la escultura en bronce que yo realicé poco después de la de la de Pedro Iglesias Caballero

- Rafael Luna Leiva Adolfo Luque Hace poco la retiraron. Hoy está guardada en la biblioteca local.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39030. Esquela de Don Juan Valera

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39031. Artículo publicado en la Opinión el 27 de abril de 1975, donde recoge el homenaje rendido a Juan Velera con motivo del traslado de sus restos mortales al cementerio de nuestra ciudad. Ver artículo(Abril-Año LXIII Número 2595 - 1975 abril 27).

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39032. Cabra en el Recuerdo.
  Calle Juan Valera en Lucena.
  Fotos: Rafael Luna Leiva

- MCarmen Cañero Ruiz Oportuno letrero dé compro Oro. No se sí sé refiere a las novelas dé Valera , sus escritos valen su peso en oro ,esa Pepita y ésa Juanita

- Rafael Luna Leiva Curioso ver escrito en hebreo "calle Juan Valera": רחוב חואן ולרה

- Mari Sierra Mesa Bravo Rafael Luna Leiva muy curioso.

- Antonio Luque Ramírez A Lucena se le conoce como La Perla de Sefarad. Su propio nombre parece ser que proviene del hebreo “ Eli ossana.” Dios nos salve. Durante los siglos IX al XII, estuvo habitada exclusivamente por judios. En el Museo Sefardí de Toledo, aparece como uno de los más importantes núcleos judios durante la ocupación musulmana.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39033. Cabra en el Recuerdo.
  Paco Ani Borrallo Carvajal: "la calle Juan Valera de Badalona". Está calle es conosidisima en Badalona tendrá una longitud de 1,5 KM.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39034. CABRA EN EL RECUERDO.
  Lucía Palladi, marquesa de Bedmar, primer amor (frustrado) de don Juan Valera. Aportación de Rafael Luna Leiva

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39035. Detalle de la fotografía de Juan Valera de la orla de la Asamblea Constituyente de 1869

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39036. Hartabellacos, receta del egabrense Juan Valera

  Ésta receta aparece en su obra Juanita la Larga, publicada en 1896, cuyo autor consideraba «espejo o reproducción fotográfica de hombres y de cosas de Córdoba«:

  Por último, Juana había prometido hacer un plato de su invención, con el que la gente menuda se chupa por allí los dedos de gusto; plato que tiene la singularidad de remedar, en cuanto cabe en lo humano, el milagro de pan y peces, pues con dos docenas de huevos y media hogaza para pan rallado, se hartan cien hombres, gracias al sabroso ajilimójili en que ella rehogaba las livianas tortillas, después de haberlas frito, y en cuyo caldo se remoja el pan y se convierte en sopas que se engullen con deleite. A este plato de su invención, Juana dio el nombre de hartabellacos.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39037. Cabra en el Recuerdo.

  El primer homenaje que se le tributó a Juan Valera en Cabra.

  Aportación de Pili Mo.

- Pili Mo: Se menciona que la carta de Valera es de septiembre 1891 y que no se han encontrado archivos sobre la fecha en que se le puso el nombre a la calle. La primera vez que aparece es en el Semanario de Cabra, en marzo de 1893. Hay que tener en cuenta que faltan bastantes números de esta publicación. Lo lógico es que se publicara su inauguración.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39038.  Cabra en el Recuerdo.

  Lorenzo Coullaut Valera, notable escultor sobrino de don Juan Valera, su máximo valedor. En las imágenes, retrato del artista y su mujer e hijos a comienzos del siglo XX.

  Aportación de Rafael Luna Leiva

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39039. Cabra en el Recuerdo.
  En 1920 los herederos de Juan Valera deciden publicar una edición de lujo de la novela "Pepita Jiménez". Encargan la edición a la editorial Calpe y eligen a Adolfo Lozano Sidro, natural de Priego, para realizar las ilustraciones de la obra. A lo largo de varios años, y aprovechando sus entancias en su localidad natal, visita con frecuencia Cabra, participando en la romería de la Virgen de la Sierra y en otras celebraciones populares para documentarse. El pintor realiza veinte láminas que van a quedar como una de las obras cumbres del siglo en el género de la ilustración. Mostramos una lámina, dos planchas y la vitrina con el material original que se conserva y se expone en Priego en el Museo de Lozano Sidro. La edición de lujo vio la luz en el año 1925.
  Colaboración: Museo Lozano Sidro.
  Fotos: Rafael Luna Leiva 

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39040.Cabra en el Recuerdo

 Ver artículo «Juan Valera y Pepita Jiménez» publicado en la web Paseando tranquilamente por Madrid

  Juan Valera y la protagonista de su obra más famosa Pepita Jimenez tienen, desde 1928, un monumento que los evoca en el bulevar del Paseo de Recoletos entre Cibeles y Colón frente a la Biblioteca Nacional.

  Fue realizado por el famoso escultor Lorenzo Coullaut-Valera, sobrino del homenajeado. En él vemos el busto del escritor y bajo él a la bella joven Pepita Jimenez, protagonista de su más famosa novela.

  Y en la parte posterior, que imaginamos estaria accesible y descubierta cuando se inauguró el monumento, pero que hoy permanece oculta y rodeada de arbustos, vemos un precioso bajorrelieve de Dafnis y Cloé

  Las Pastorales es la única obra conocida del novelista griego del siglo II Longo de Lesbos. A diferencia de otras novelas griegas, que fueron traducidas al castellano en el siglo XVI, ésta no lo fue hasta 1887 por Juan Valera, que lo hizo con el título de Dafnis y Cloé

  La historia de Dafnis y Cloe es la de dos niños abandonados en un bosque y encontrados por dos matrimonios de pastores vecinos, que se hacen cargo de ellos. Así que crecen juntos, creando un fuerte vínculo de amistad al compartir las labores de pastoreo que sus familias les asignan. Al llegar la pubertad descubren juntos el amor y el erotismo y finalmente se casan tras muchas aventuras.

  Juan Valera y Alcalá Galiano, nació en Cabra (Córdoba) en 1824 y murió en Madrid en 1905. Procedía de una familia de la aristocracia rural; su padre era oficial de la Marina y su madre era marquesa de Paniega… con una hacienda muy mermada, pero con muy buenas amistades entre ellas la del general Serrano, el duque de Rivas y la duquesa de Alba.

  Él supo cultivar muy bien estas relaciones y con 20 años, tras obtener en Granada el título de bachiller en jurisprudencia se instala en Madrid y logra entrar en los círculos más cercanos al poder. Su habilidad e inteligencia para desenvolverse en ellos. y su gran facilidad para los idiomas le llevaron a ser nombrado en 1847 con 23 años «agregado sin sueldo en la legación de Nápoles» de la que se hacía cargo el Duque de Rivas. En 1850 ya le nombran «agregado con sueldo en la Legación de Lisboa». Y a partir de ahi ocupó diversos cargos diplomáticos tanto en Europa como en América

  A Valera su carrera política de diplomático lo llevó a recorrer medio mundo, donde conoció a muchas mujeres interesantes, quizá alguna de ellas le inspiró su Pepita Jiménez. Pero siempre fue un secreto impenetrable del escritor. Fue su primera novela, publicada en 1874 cuando él tenía 50 años y ya residía en Madrid desde 1858 en su casa de la Cuesta de Santo Domingo, donde mantenía famosa tertulia.

  La obra fue muy bien recibida tanto por la crítica como por el público siendo traducida a diez lenguas y se vendieron más de 100.000 ejemplares, el mayor logro novelístico en la España de los últimos veinticinco años del siglo XIX. Isaac Albéniz compuso en 1895 una ópera inspirada en la novela.

  Antes de dedicarse a la novela, Valera escribió numerosos e interesantres artículos, ensayos filosóficos e históricos, crítica literaria etc. Seguiremos hablando de otra curiosa obra fruto de su estancia en Rusia.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39041.Cabra en el Recuerdo

  Fondo Valera de la Biblioteca histórica Aguilar y Eslava.

  23.06.23 - Escrito por: Redacción / FAYE

  En la Biblioteca y Archivo históricos Aguilar y Eslava existen libros que pertenecieron a la biblioteca personal de don Juan Valera, así como otros de su propia creación, en diferentes lenguas, que fueron donados a la institución por el escritor egabrense a finales del siglo XIX

  A lo largo de los últimos meses, entre otras labores, la Fundación Aguilar y Eslava ha informado de la catalogación y clasificación de los fondos bibliográficos que se conservan tanto en la biblioteca y archivo históricos del Centro de Estudios Vargas y Alcalde, como los de la biblioteca del Instituto-Colegio, anexa al patio de cristales del histórico edificio de Aguilar y Eslava, relacionados con la figura y obra de Valera.

  La Fundación Aguilar y Eslava, que lleva varios años trabajando en la recuperación y catalogación de su archivo y biblioteca históricos, viene realizando estas tareas gracias al impulso de su patronato, y «al trabajo altruista que desempeñan nuestra archivera y bibliotecaria Mercedes Lama y, en este caso, José Julio Vera que se ha encargado del inventario de la colección de libros y su clasificación. Junto a ellos nuestro secretario, y el egresado en Estudios Ingleses de la UCO, Ismael Urbano que, gracias al convenio con FUNDECOR, también está trabajando en la fundación. De esta forma se está consiguiendo identificar mediante descripción y clasificación, con la signatura topográfica el denominado Fondo Valera de nuestra biblioteca».

  Se trata de una colección cercana a los 320 volúmenes según una relación cuya copia impresa se conserva en el archivo histórico y en las actas del Instituto-colegio. Entre los libros que se conservan, y que ahora se están clasificando y catalogando, se encuentran aquellos que influyeron en la formación del novelista y algunas ediciones de sus obras en distintos idiomas: inglés, francés, portugués, italiano, polaco o alemán, como es el caso de la famosa novela Pepita Jiménez.

  La colección ya fue objeto de una exposición organizada por la fundación en el año 2005 con ocasión del II Congreso Internacional sobre don Juan Valera. José Manuel Jiménez Migueles y Antonio Suárez Cabello, fueron los responsables de seleccionar los textos y libros para el montaje de la exposición que tuvo lugar en la Biblioteca del Patio de Cristales y que contó con el apoyo de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento.

  En cuanto a la colección de libros que don Juan Valera donó al entonces Instituto-Colegio de Cabra, ya se recoge en la correspondencia del escritor como en la carta enviada desde Cabra, el 28-09-1875 a su mujer: «Los libros, que son muchos, algunos volverán a Doña Mencía, también a la casa de la Paniega, otros irán a Madrid, y la mayor parte de ellos me servirán para hacer un regalo al Instituto de Cabra. Creo que regalaré al Instituto 300 volúmenes, lo menos, esplendidez digna del propio Mecenas».

  El interés de Valera en que sus libros quedaran en la biblioteca del histórico instituto y fundación, también se recoge en la carta que dirigió a Moreno Ruiz desde Bruselas, el 1 de agosto de 1886: «Tengo el capricho de que en la Biblioteca del Colegio de Cabra estén todos mis libros, en castellano, y en las diferentes lenguas en que se han traducido».

  La fundación trabaja de cara al próximo aniversario valeriano, que tendrá lugar en 2024 y como han señalado desde su página web, según el propio Valera «En Cabra me crie y aprendí las primeras letras, y empecé a aficionarme a la lectura desde la edad de seis años ... mi afición a la lectura siguió siempre en aumento» pues el escritor, antes de autor, ha sido lector.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39042. Cabra en el Recuerdo.
  Es previsible encontrarse en el Monasterio de Veruela con el recuerdo de su paso por allí del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y de su hermano Valeriano (pintor) en 1863-1864. Efectivamente. En mi visita a esta maravilla cistercience, he disfrutado de una preciosa exposición sobre el poeta y el conocido libro que escribió durante su estancia en el monasterio por motivos de salud: "Cartas desde mi celda". A quien no me esperaba en la antigua cilla o granero monacal es a Juan Valera, presencia justificada por su condición de crítico literario (en una de las fotos leemos su opinión sobre Bécquer como poeta).
  En dicha exposición, la presencia de Valera viene de la mano de una fotografía tomada en 1899 por Bartolomé Maura y Montaner, fotografía que forma parte de su galería de personajes relevantes de la sociedad española del siglo XIX. Precisamente, esta foto de Valera sirvió de modelo al pintor Enrique Romero de Torres para realizar in retrsto del novrlista egBrense, pintura expuesta actialmente en el Museo de Aguilar y Eslava de Cabra.
  #rafaluna_fotografia

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39043. Cabra en el Recuerdo

  Antonio Suárez Cabello: cuando descrubrí, hace bastante tiempo, el retrato de Juan Valera realizado por el fotógrafo madrileño Manuel Alviach, imaginé que la pintura se inspiró en la foto.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39044. Cabra en el Recuerdo.

  Acto de la firma de compra de la casa natal de Don Juan Valera por parte del Ayuntamiento de Cabra a la familia Ruiz, última en residir en dicho inmueble.

  Años 80.

  Aportación de Mari Carmen Rodríguez Ruiz.

- Manuel Gomez Camacho Cuantas caras conocidas que ya no están con nosotros.

- Mari Carmen Rodriguez Ruiz Manuel Gomez Camacho como lo sabes entre ellos mi padre...recientemente en estas navidades D.E.P.  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39045. La Opinión de Cabra:
 A propósito de una foto de Juan Valera en Washington.

 Artículo publicado el 15.03.24 - Escrito por: Antonio

  Interesante fotografía en la que aparecen los 41 delegados que participaron en la Conferencia Internacional del Meridiano, entre ellos Juan Valera.

  Juan Valera era embajador y ministro plenipotenciario de España en los Estados Unidos de Norteamérica, y participó en representación de nuestro país en octubre de 1884 en la Conferencia Internacional del Meridiano. Una reunión que tuvo lugar en Washington y en la que 25 países fijaron que el meridiano cero, a partir del cual se miden las longitudes en el planeta, pasaría por el Observatorio de Greenwich, en Londres. Rechazaron (incluyendo Valera) la opción francesa que por tradición y motivos geográficos era establecer el meridiano cero en la isla canaria de El Hierro.

   

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39046. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas sobre el II centenario del nacimiento de Juan Valera:

  1ª Pildora. · ¿Se valió Valera de las mañas de un bandolero para llegar al Congreso de los Diputados? Veamos.

  · Detengámonos hoy en suceso asombroso ocurrido en 1863 en que Valera se presentaba como candidato a las elecciones a Cortes por el distrito electoral de Archidona. El caso es que encontrándose Valera en campaña electoral, escribió una carta a Francisco Moreno Ruiz en la que le decía:

  · «Aquí nos ha ocurrido una dificultad de que no informé a mi madre en la carta que ayer le escribí por no tenerla con cuidado. Apenas salíamos de Lucena, recibimos unas cartas que traía para Andrés Santaella un propio y en ella le decían que viniese con cuidado y ‘con la barba sobre el hombro’[precavidamente], porque un forajido, llamado Jordán, acompañado de otros dos, se había apoderado del alcalde de Archidona y del señor Fuentes Casamayor, y se los llevaba consigo para pedir rescate. Al Alcalde le soltaron o se escapó él, pero el señor Fuentes, jefe del partido contrario al nuestro, se le han llevado los ladrones, y a estas horas no aparece. Aquí han decidido los de nuestro bando que no vaya yo por ahora a Archidona ni a los demás pueblos del distrito, porque podrían imaginar que hacíamos fiesta de la desgracia del jefe del bando opuesto y hasta esparcir la voz de que la prisión del señor Fuentes era un ardid electoral, voz que ya han esparcido algunos».

  · En principio, a Valera se le dio por vencedor en aquellas elecciones pues según el recuento de papeletas había obtenido más votos que su contrincante. Pero las votaciones se habían desarrollado con tal cúmulo de irregularidades que fueron impugnadas por los diputados del oponente a Valera. Además de por lo del bandolero Jordán se adelantó el reloj del Ayuntamiento de La Alameda para clausurar la mesa electoral antes de que votaran los partidarios de Rodríguez. Antes de que se aprobara definitivamente el acta de diputado por Archidona se entablaron largos de debates en la comisión de aprobación de actas. En los periódicos también se discutió́ mucho sobre las irregularidades cometidas en las elecciones del distrito de Archidona. La polvareda levantada por los valedores de Rodríguez, aventada en los periódicos más conservadores La España, La Regeneración y El Pensamiento Español, fastidiaba sumamente a Valera, según confesaba a su hermanastro José Freuller: «Yo, por circunstancias hasta cierto punto independientes de mi voluntad, en una situación contraria a mi carácter, estoy fastidiado y archigibado y ansioso de que termine, aun cuando sea por la anulación del acta. Aquí́ hallo en los amigos menos decisión en mi favor de la que yo esperaba. A los más de ellos y al ñoño del Gobierno les ha entrado un puritanismo y una severidad tan grandes y tan tontas que más no pueden ser».

  · Desde El Contemporáneo rebatió a Valera un furibundo defensor de la causa de Rodríguez. Nada menos que Francisco Romero Robledo, joven político antequerano de grandes dotes oratorias que llegaría a ser una de las máximas figuras del Congreso, y el más hábil y experimentado político en tramoyas electorales. Valera le vino a responder en El Contemporáneo, en carta al director:

  · «¿Qué le va ni le viene a la humanidad, ni al universo mundo, ni siquiera a la nación española, en que sea diputado el señor Rodríguez o en que lo sea yo en lugar suyo? Fuera de un corto número de amigos que cada cual tengamos, a los demás lo mismo les importa el señor Rodríguez que yo. Ambos somos hartos insignificantes y oscuros [...] Toda la cuestión de lo que ha pasado en Archidona, queda reducida a un pique de pueblo, y a una queja de algunos electores de ambas Cuevas [Cuevas Bajas y Cuevas de San Marcos] contra sus paisanos y contra los alamedeños, lo cual, unido al temor que inspira el señor Rodríguez y a la obligación a que creen haber faltado votándome, les hace decir ahora que no me votaron. Para dar una idea de lo temido que es el señor Rodríguez, baste saber que habiéndome encontrado yo en Antequera en el último mes de junio con el cura de Casabermeja, expulsado de su curato por influjo, según dicen, del señor Rodríguez, cometí la disculpable imprudencia de hablar al cura acerca de dicho señor. No fue menester más para que se contristase su ánimo, por tal arte y hasta tal extremo, que obrando sobre su naturaleza y constitución, le hizo caer en un súbito y peligroso desmayo, del cual solo pudimos sacarle merced a dos copiosas sangrías que el médico le recetó y que le propinó un barbero».

  · Y así, el mismísimo Cánovas del Castillo desde la tribuna del Congreso atribuyó solapadamente a Valera el valerse para su causa del bandolero Jordán. Lanzando entre otras acusaciones esta terrible amonestación:

  · «Es voz común en aquellos pueblos [del distrito de Archidona] que un bandido que corre por aquellas inmediaciones hace algunos años [...] que se llama Jordán, había tomado un grandísimo entusiasmo por la causa del señor Valera; la profesión de este sujeto es cautivar a los vecinos honrados, llevarlos a las cuevas de las montañas y exigirles crecidos rescates; pero parece que en este caso hizo circular o pasó una circular a los electores amenazando con el cautiverio a los que fueran a votar al señor Rodríguez». Hasta con cierto cinismo dijo Cánovas que con estas habladurías de pueblo no deseaba herir al «completo caballero» que era Valera.

  · A lo largo de las dos sesiones de discusión del acta de Archidona, Valera, del que conocemos sus torpes dotes oratorias, enfrentado a dos de los oradores más reputados de aquel Congreso, defendió como pudo una causa perdida, hasta que dolido de que los amigos no acudiesen en su auxilio huyó de su caballerosidad y cortesía habituales. Mientras Valera se defendía en el Congreso como podía salieron algunas risas desde los bancos de los diputados, y Valera, lleno de cólera, saltó desde la tribuna: «Extraño mucho que se rían algunos señores: no sé por qué se han de reír [...] ahora hagan lo que quieran los señores diputados; yo les ruego que no pidan que la votación sea nominal; doy por anulada el acta; pero repito que no tienen derecho a reírse de lo que acabo de decir, no tienen derecho a burlarse de mis amigos».

  · Finalmente fue anulada el acta de Archidona por 137 diputados frente a 39 votos a favor (entre ellos el de Belda). En definitiva, Valera se quedó sin escaño. Posteriormente, en un manifiesto que preparó para sus electores y amigos de Archidona, afirmó que todo fue debido a que aquellos diputados tan acostumbrados a «tragarse la pirámide de Cheos, el obelisco de Luxor y la aguja de Estrasburgo, no quisiesen tragarse mi acta».

  · Para despedirse de sus electores preparó un manifiesto, titulado «A mis electores y amigos en el distrito de Archidona», en el que se sinceraba ante sus seguidores como no es frecuente de políticos:

  · «Yo me acuso de haberla defendido harto mal; sin orden, sin serenidad, hasta sin energía. El cruel abandono en que mis amigos políticos me dejaron me conmovió y enfureció más que la furia de mis enemigos. El ánimo se me apocó, me humillé ante mis propios ojos, me creí menos aún de lo que valgo, al verme tan mal estimado, tan desdeñado, tan desamparado de todos. La más cuitada, la más oscura, la más miserable persona del mundo hubiera tenido más simpatías, hubiera tenido más votos que yo tuve [...] Yo debo de pasar entre los hombres de mi partido por inhábil, por sonador y por extravagante; entre otros hombres, que no debieran ser de mi partido, pero que hoy se adhieren a él, como la yedra al tronco, para secarle, paso por sujeto de opiniones vitandas, así en política como en religión. En pocas almas estará tan arraigado como en mi alma el sentimiento de las cosas divinas: pocos corazones estarán más llenos que el mío del amor de Dios; pocos labios pronunciaran con más respeto su nombre santísimo; más precisamente por esto me quiere mal dicha secta, en quien la idea de todas las potencias celestiales rara vez representa más que un suplemento invisible de la policía, o que una guardia civil, ubicua, sobrenatural y poderosa. Tenido en poco por muchos hombres de mi partido, por los que se llaman prácticos, sobre todo; excomulgado, o poco menos, por esta lepra que le ha salido a mi partido, y que apellidan neo-catolicismo [...] Porque unos conservadores no me votasen porque tenían que ir a comer; porque otros, que se tragan la pirámide de Cheops, el obelisco de Luxor y la aguja de Estrasburgo, no quisiesen tragarse mi acta [...] no he de abjurar yo de mis ideas y de mis principios. Ya vendrá un día en que haya hombres que acierten a realizarlos, y que en algo me estimen, siquiera sea por la sinceridad de mis convicciones. Ya vendrá un día en la que la cizaña se separe del trigo; en que el verdadero partido moderado liberal se purifique de los místicos a la manera de aquel cura de la comedia de Tirso que: Nunca a Dios llamaba bueno / sino después de comer».

  · En conclusión, sobre todo este asunto de la famosa acta de Archidona, a tenor del contenido de algunas cartas de la correspondencia entre Valera y Moreno, supongo que nuestro don Juan fue ajeno a tal connivencia con el bandolero Jordán, pero sí serían algunos de sus partidarios los que se valieron de las artes del bandolero para ayudar a su candidato.

  · La verdad es que los “bandoleros” de hoy cuando ayudan a sus candidatos utilizan otras mañas: lanzan bulos a troche y moche contra los oponentes de su candidato o candidata, arriman pasta a su candidatura a cambio de futuros contratos con la administración, también arriman pasta a sus medios de comunicación en forma de propaganda institucional, utilizan los mismos cuerpos de seguridad del estado para investigar supuestos trapos sucios del candidato a batir o de sus familiares...

  · Continuará con otra píldora valeriana

- Pili Mo Esperando la próxima píldora. Hará falta receta?

- Manuel Flores Excelente. Gracias compañero

- Pepe Garrido Ortega Pos vendrán más pildoritas sobre Valera de aquí a octubre o hasta donde encarte

- Manuel Flores Pepe Garrido Ortega . Hasta donde encarte, mejor

- Manuel Flores Ah, no se te olvide el agua para las pildoritas.

- Pepe Garrido Ortega Manuel Flores el agua de la Fuente del Río o de Fátima pos no sé cual de las dos es más milagrosa

- Manuel Flores Pepe Garrido Ortega ,la "ardiente" Aguardiente... si es de 55° mejor

- Pepe Garrido Ortega Manuel Flores antoavía mejor si el arguardiente es de Rute ¿verdad?

- Manuel Flores Pepe Garrido Ortega ya lo sabes

- Toñi Ruiz Muñoz Esperando la próxima Pepe

- Rocio Muñoz Chavarria Hoy los bandoleros están metidos en la política

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39047. Pepe Garrido Ortega

  Píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera.

  2ª Píldora. La novia lucentina.

  De sobra es conocido que Valera se vio envuelto a lo largo de su vida en múltiples asuntos amorosos, más o menos formales unos u otros. Citemos algunas, cronológicamente, de sus amantes o novias conocidas. Su primer amor lo tuvo en Málaga con 16 años, Paulina Cabarrús Kirpatrik. En Madrid, muy joven se enamoró de la bella poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. En Nápoles, su primer destino diplomático, se enamoró perdidamente de Lucía Palladi y Callimachi, marquesa de Bedmar, la Muerta le llamaba. De vuelta a Madrid tuvo devaneos amorosos con la bulliciosa Malvinita Saavedra, la Culebrosa, hija del duque Rivas. En Lisboa pretendió a Laura Blanco, la Jorobadita, hija de un opulento comerciante, y estuvo enamorado de Rosina Stoltz, sevillana cantante de ópera. En Río de Janeiro se relacionó con María da Gloria de Castro Pereira, hija de los marqueses de Sorocaba y esposa del banquero Buschental. De vuelta a Madrid pretendió a Carmela Castro, hija de un ministro. En San Petersburgo su amor atormentado fue Magdalena Brohan, actriz francesa que trabajaba en el Teatro Imperial de la ciudad. De vuelta a España pretendió a Rafaela Ross, viuda de un potentado banquero malagueño que le dio calabazas. En Washington estuvo perdidamente enamorado de Catherine Lee Bayard; hija del Secretario de Estado, ella de 22 años, él con 62. La dulce Catherine, tras un final trágico, dejaría profunda huella en don Juan para el resto de su vida. Tal es así que a un amigo, desde su destino en Viena, confesó que en asuntos amorosos “consumatum est”. De su esposa Dolores Delavat Areas nos ocuparemos en varias de estas píldoras valerianas.

  Ocupémonos hoy de una novia que tuvo en Lucena en 1863, cuando con 38 años permanecía fiel a su soltería. A su amigo Gumersindo Laverde daba las primeras noticias al respecto: «Estoy tan de mal humor, he rabiado tanto y he andado tan atareado con las malditas elecciones, que no ha de extrañar a usted que no haya contestado a su última grata carta, en la cual me anuncia su boda. Puede que esté usted ya casado. Si es así, lo celebro en el alma, le deseo mil felicidades y me dispongo a imitarle. Tengo novia formal allá en mi provincia. La he buscado también entre las modestas y retiradas, y es más que probable que el cura de Lucena nos eche la bendición dentro de pocos meses. Mi novia es lucentina y se llama Magdalenita. ¡Ay, ay, ay, qué regalo! Usted hallará inverosímil que yo me case: pero, amigo, me voy poniendo viejecillo y quiero retirarme a buen vivir» (Madrid, 30 de agosto de 1863).

  Magdalenita, Magdalena de Burgos, era hija del rico hacendado de Lucena don Juan de Mata Burgos, y sobrina del cacique de La Alameda don Andrés Fernández de Santaella. Unos meses después de anunciar este noviazgo formal a Laverde, Valera arrepentido de su empeño por casarse con una acaudalada señorita de pueblo, pedía ayuda a mi bisabuelo Francisco Moreno Ruiz para salir del embrollo en que se había metido:

  «Usted sabe perfectamente hasta nuestros negocios más íntimos de familia, y así voy a hablarle, sin preámbulos, de uno harto difícil. A mi edad siente el hombre de vez en cuando ciertos arrechuchos de casarse. En uno de estos arrechuchos, en uno de estos momentos peligrosos en que desea uno retirarse a buen vivir y se siente desengañado del mundo, me hallé con la señorita de Burgos; le dije mi atrevido pensamiento, lo aceptó y nos comprometimos. Después he reflexionado y he conocido (esto lo digo con la mayor reserva) que la tal boda es un disparate; pero ¿cómo romper, siendo tan leal y verdadero amigo mío Santaella? Papá Burgos es, pues, quien debida darme dimisorias, conociendo que yo soy capaz de comerme en un año cuanto él ha allegado con tantos apuros y miserias durante toda su vida. Esto ya lo sabrá usted encarecer, si quiere. Lo que importa es que papá Burgos se persuada de que yo necesito mucho dinero, y que si no me lo da, va a hacer infeliz a su hija, y de nuestro matrimonio un infierno. Esto, dicho por usted, con travesura y discreción, a alguien que a papá Burgos se lo transmita de un modo natural, sencillo y no ocasionado a sospecha de que está concertado, podrá servir a uno de dos fines: o que se disguste papá Burgos y rompa conmigo amistosamente; o a que, si no quiere romper, se decida a dar una dote decente a su hija. Si Burgos no hace ni una cosa ni otra, yo me casaré; pero me gibaré para siempre con una mujer que no podrá vivir en la sociedad en que yo vivo, por más que llegue a ser una excelente esposa y madre de familia, y por más que yo la quiera con todo el alma.

  Ya usted comprenderá que yo no quiero el dinero para mí: ¿qué es un millón de pesetas en último resultado? Pero si me caso, por lo mismo que ella es una señorita de lugar, tendré que adobarla, pulirla, vestirla y perfumarla, y hasta ponerle maestro de gramática y hacerle aprender algo de ortografía, de historia y de lo que saben las personas de mundo, para que no suelte papas. La chica tiene mucho entendimiento, pero está cerril. En suma: con algún dinero se puede encubrir o remediar todo esto; pero si papá Burgos no da nada más que la mano de su hija ya comprenderá usted que yo no habré hecho un viaje a India. Repito que diga usted todas estas cosas en el secreto de la amistad, a ver si suave, discreta y disimuladamente le halla algún remedio. Haga usted cundir por Lucena que soy un perdido; que en cigarros puros gasto más al día que papá Burgos en mantener su casa; y otras cosas así, que no carecen de fundamento» (Madrid, 19 de diciembre de 1863).

  A comienzos de febrero de 1864 no había hallado Valera solución para deshacer el noviazgo, pues de haber puesto Moreno en acción la estrategia diseñada por el novio no parecía que hiciera mella en el suegro. A la vez, en Madrid, cuando se encontraba lejos de la amada lucentina, no se resistía a otras candidatas que aspiraban a desposarse con tan pertinaz soltero. A su hermanastro Pepe Freuller vino a escribirle:

  «He estado este verano tan desengañado de la corte, tan deseoso de hacer un idilio y tan decidido a llamar chacho a Andrés [Fernández de Santaella] que, si el papá Burgos no se hubiese hecho el sueco y no hubiese retardado el asunto por no soltar la mosca, ya estaría yo casado hace meses y me hubiera contentado con poco. Ahora he variado de parecer. En todo este tiempo he ido a bailes, a tertulias y a convites y he coqueteado y cortejado. He visto además el lujo, la elegancia, la magnificencia de estas mujeres y me ha entrado miedo de traer aquí una lugareña o para dejarla en casa de ama de llaves o para llevarla guiñaposilla y encogida en pos de mí. El papá Burgos no quiere largar una dote conveniente, pero tampoco creo que quiera romper, y ya ves qué perdición y qué ruina o qué rechifla para mí si me caso con una señorita de lugar que no tiene y a quien yo tampoco tengo para mantener en mi clase. Hasta maestro de todo tendría yo que poner aquí a la chica y hacer que me la vistiese la modista como quien viste una muñeca [...] Muchas putas viejas amigas mías han tenido que reír en grande con esta novia pastoril y campestre que me he echado [...] Las muchachas me salen ahora con el compromiso pastoril en cuanto les echo un requiebro. Como lo del acta y lo de la boda se difundió al propio tiempo, esa conexión hace el negocio más ridículo aún. Entre tanto, papá Burgos no rompe y yo no sé que hacer [...]

  Se me ha pasado la comezón de casarme. ¡Carajo! En qué cosas me meto. Hasta dónde lleva al hombre el aburrimiento y el desengañarse de la Corte, de esta sentina de vicios, que es al cabo lo más moral que hay en España. Lo cierto es que si yo me caso con la chica, hasta que ella se haga a la vida de Madrid, va a pasar la pena negra. Las mujeres son la piel de Barrabás, y como ella no se adiestre en las liturgias de por aquí́, vamos a tener rechifla. La chica y yo vamos a ser infelicísimos casados y sin dinero. Las burlas de esta gente de la buena sociedad van a ser insufribles si llevo a la lucentina al beau monde, y si no la llevo, no tomaré mujer, sino ama de llaves, lo cual es desairado y ridículo también. En fin, allá́ veremos cómo se sale de este atolladero en que me han metido mis extravagancias, mi deseo necio de casarme de cualquier modo, y mi momentáneo menosprecio de la corte y amor a la vida pastoril y villanesca. En resolución, estoy jodido (Madrid, 12 de febrero de 1864).

  Más tarde diría en otra carta que el noviazgo de Lucena «acabó por consunción», y ya no se habló más del mismo.

  En fin, que cada cual juzgue a su entender estos amoríos de Valera con la novia lucentina. Bien entendido que cuando presenté mi biografía de Valera en Madrid señalé que no se trataba de una hagiografía. Yo me limitaba a exponer la vida de Valera con sus luces y sus sombras.

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Pili Mo Qué ajetreada vida sentimental!! Y sí, por lo que cuentas con respecto a Magdalena, decepciona como hombre, lo siento (en cuanto a valentía, sinceridad...). No es un juicio de valor.

- Rocio Muñoz Chavarria Todo un don Juan

- Manuel Flores Gracias por ayudarnos a celebrar el Centenario

- Toñi Ruiz Muñoz Ojú Con D Juan

- Cenci Gonzalez Navas Madre mia con con don juan

- Sierra Garrido Ortega Ufff, no me gusta nada como habla de las mujeres…  

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39048. Pepe Garrido Ortega

  · 3ª Píldora.- Don José Valera y Viaña.

  Los Valera pertenecían a una antigua familia asentada, al menos desde mediados del siglo XVI, en el sur de la provincia de Córdoba. Tradicionalmente el mayorazgo de los Valera residía en Doña Mencía, viviendo del producto de las tierras de la familia, mientras que los segundones solían enrolarse en el Ejército o en la Armada, y siempre había alguno que se ordenaba clérigo para disfrutar de la capellanía de la familia. El padre de Juan Valera, don José Valera y Viaña, había nacido en Doña Mencía el 7 de noviembre de 1782. Era hijo de don Juan José Valera y Valera, caballero de la Real Maestranza de Ronda y regidor de la villa de Doña Mencía, y de doña María Josefa Viaña y Sánchez de Sanz. Los Viaña pertenecían a otra familia de alcurnia establecida desde tiempos antiguos en el Puerto de Santa María.

  Los Valera y Viaña habían sido diez hermanos, seis varones, todos ellos militares excepto el primogénito y otro que fue sacerdote, y cuatro hembras, todas ellas bien relacionadas por casamientos con miembros de familias acomodadas de hacendados de la pequeña nobleza local andaluza. Salvador, el primogénito, establecido en Cabra, casó con doña María del Carmen Alcalde de Baeza y Lastres. Juan José se hizo presbítero y vivía en Doña Mencía. Isabel casó con el hacendado de Doña Mencía don Fernando Reinoso. Luisa se desposó con don Antonio José Portocarrero y Alcoba, de noble familia egabrense. Juan José, coronel de Infantería, casó en Barcelona con doña Teresa Vicenti San Juan. María Josefa casó con don José Díez de la Cortina, de familia hacendada de Marchena (nieto de estos sería el escultor Lorenzo Coullaut Valera). Antonio, también marino, casó en La Habana con doña María de las Mercedes Armenteros García; de un hijo de estos, emigrado a los Estados Unidos, nacería Éamon de Valera, el líder del independentismo irlandés y primer Presidente de la República de Irlanda. Pedro, marino de guerra, casó con Dominga de Lastres, también de Cabra. Agustín, coronel de Artillería, casó con doña Dolores Morales de los Ríos; buen pájaro este Agustín al que dedicaremos alguna píldora. Por último, de Dolores, la benjamina de los Valera y Viaña, casada con don Felipe Ulloa y Aranda, nos ocuparemos en alguna píldora, así como de sus hijos don Francisco y don Juan Ulloa y Valera.

  El padre de Juan Valera, con tantos hermanos y al no recaer en él el mayorazgo de la familia, se hizo con un escaso patrimonio: poseía la casa solariega de los Valera en la calle Llana de Doña Mencía y algunas tierras de labor (parte del cortijo del Alamillo y una suerte de olivar en los Balanchares), con las cuales apenas le alcanzaba para subsistir sin grandes lujos como labrador acomodado. Por ello, y como tantos segundones de su familia, se hizo marino. En 1800 ingresó en la Armada como guardia marina, y fue oficial de la marina española desde 1802, fecha de su nombramiento de alférez de fragata, hasta 1843 en que se retiró de brigadier. A comienzos del reinado de Fernando VII, en 1814, se le instruyó «causa de Estado» por «adicto al sistema constitucional», y se le mantuvo preso durante un año en el castillo gaditano de San Sebastián.

  Prosigamos con las noticias que nos dejó Valera sobre su padre:

  «Era mi padre uno de los marinos que más han navegado en España en estos tiempos. Había estado en la India Oriental y permanecido largo tiempo en Calcuta; había recorrido toda la América del litoral, singularmente la del Sur, y había dado la vuelta al mundo. Se había hallado en varios combates navales, y no pudo hallarse en Trafalgar porque quedó maltrecho el navío en que iba en el combate anterior, que fue el de Finisterre. Mi padre iba a embarcarse Galiano, su tío, cuando aconteció́ el combate de Trafalgar, del que tuvo noticia en Lisboa. Antes había estado con dicho don Dionisio en Nápoles, a traer la primera mujer de Fernando VII, y en Oriente (Atenas, Constantinopla, etcétera), levantando los planos del archipiélago de Grecia. Mi padre, que era muy conocido en esa provincia [de Córdoba], debe tener la mejor fama y ser muy querido y respetado de cuantos le conocieron, porque era excelente, y hombre, además, de entendimiento clarísimo, aunque poco cultivado, salvo en las cosas de su profesión, que la sabía muy bien. Tenía además alguna lectura de Filosofía y de Historia».

  Entre los libros donados por don Juan Valera, en 1882, al Instituto Aguilar y Eslava de Cabra se puede observar la firma de don José Valera en varios de ellos, y es de suponer que también pertenecieron al mismo otros libros de este fondo que versan sobre asuntos relacionados con la profesión de marino; también hay alguno de Filosofía que lleva la firma de don José. Ello hizo decir, justamente, a Matilde Galera, que, «don José Valera formó parte de aquel grupo de marinos ilustres, extraordinariamente preparados en hidrografía, matemáticas, ingeniería naval, astronomía, etc., que, aunque ellos habían navegado y participado en importantes expediciones científicas, podían considerarse más sabios que lobos de mar».

  Don Manuel Azaña, para mí el mejor biógrafo de don Juan, se ocupó de la personalidad de don José Valera en su ‘Vida de don Juan Valera’, así como de su influencia en el hijo:

  «Amaba sobre todo la independencia personal, aunque fuese la trabajosa independencia de un labrador sin caudales. Era hombre tenaz, parsimonioso, de genio no muy suave, malcontento, y advertido por los desengaños. Había abandonado la religión política de su juventud: las guerras, la anarquía, la pobreza y el atraso generales, su situación personal difícil, le llevaron a preferir ante todo el orden establecido, la paz, el gobierno vigoroso [...] Subvenir a los gastos de la familia con las rentas no muy famosas del marquesado y el sueldo de oficial, era un problema que don José Valera no pudo resolver sin empeñarse a veces y sin aceptar de continuo privaciones rigurosas [...] El marqués amaba por extremo a su familia; con el hijo la ternura paternal se entreveraba de admiración y de respeto; si el espíritu de don Juan Valera no quedó baldío ni se perdió en la ingrata soledad de un lugarejo, a la amorosa energía y al sacrificio personal de su padre se debe».

  El padre de Juan Valera, después de quedar en libertad en mayo de 1815, navegó en buques de la Compañía de Filipinas. En 1819 se reincorporó a la Armada como teniente de navío y participó en la represión de la emancipación americana; fue apresado por los insurgentes y encerrado en los calabozos del castillo de San Carlos de la Güaira. En mayo de 1821, al volver de uno de sus viajes a América, se retiró del servicio activo con el grado de capitán de fragata y se estableció en Cabra para vivir con su madre. Cansado de los sinsabores de la mar y de la política, se dispuso a vivir como un modesto agricultor. Por entonces tomó contacto con su futura esposa, la cual, viviendo igualmente con su madre, también se había establecido en Cabra después de quedar viuda. De resultas de la intimidad de estas relaciones, la marquesa de la Paniega quedó embarazada (noviembre de 1822), por lo que los novios se dispusieron a preparar el matrimonio, pues había que esperar a la dispensa pontificia dado su parentesco en cuarto grado.

  Que sí, que sí, que seguramente nunca os habían hablado de esta hermana de Juan Valera nacida de una relación prematrimonial de los padres... Pos ya lo sabéis. Pero antes de continuar con esta historia conviene que hablemos de la madre de Juan Valera, lo que haremos en la siguiente píldora valeriana. Continuará con otra píldora valeriana.

- Fernando Moral Valle Querido profesor benditos maestro que enseñan cuanto saben. Con ésto quiero decir que que estoy aprendiendo y disfrutando con libros y relatos, me doy cuenta de lo poco que se gracias profesor Pepe Garrido Ortega un cariñoso abrazo

- Pepe Garrido Ortega Muchas gracias a ti Fernando Moral Valle por seguirme. El gusto es mío y el haberte conocido y el que me contaras historias de Cabra. Un fuerte abrazo

- Fernando Moral Valle Pepe Garrido Ortega un placer

- Toñi Ruiz Muñoz Gracias Pepe mil gracias Por hacernos llegar lo desconocido de Valera Q también forma parte de su vida ....todos y todas tenemos historia Lo dicho gracias pae Venga la próxima estoy edperando

- Pepe Garrido Ortega Toñi Ruiz Muñoz mi plan por ahora es proporcionar dos píldoras a la semana, no más para que nadie se atragante o se haga drogodependiente de las píldoras valerianas. Cada lunes y jueves una píldora

- Toñi Ruiz Muñoz Pepe Garrido Ortega yo no me atraganto Pepe El saber no ocupa lugar Y cuanto se aprende leyendo pae Un abrazo ,a la espera del lV como las sevillanas

- Manuel Flores ¿Sólo hay píldoras? ¿No tienes cataplasmas, supositorios, enjuagues bucales,etc.,...?

- Pepe Garrido Ortega 🤣 todo se andará

- Manuel Flores Pepe Garrido Ortega

- Carmen Cumplido Luque Muchas gracias por hacerno partícipes de la historia de Cabra, todo súper interesante!!!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39049. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas sobre el II centenario del nacimiento de Juan Valera:

  4ª Píldora.- La marquesa de la Paniega, madre de la criatura.

  La rama materna de don Juan procedía de dos familias residentes de antiguo en Doña Mencía, la de los Alcalá y la de los Galiano, muy vinculadas ambas por cruces de casamientos con los Valera. A mediados del siglo XVII, don Juan Alcalá-Galiano, el primero de la familia en llevar el don y en el que se fundieron ambos apellidos, estableció las bases materiales del linaje crecido a la sombra de la administración señorial de la casa de Sessa (condes de Cabra y duques de Baena). Sus descendientes permanecieron vinculados a dicha casa nobiliaria, y por ello se asentaron en el siglo XVIII en Cabra, desde donde se centralizaba la administración del ducado de Sessa. Don Juan Alcalá-Galiano y Flores de Soto, tatarabuelo de Juan Valera, en 1765 obtuvo por compra el título de marqués de la Paniega, aunque no contara con bienes de importancia, al igual que ocurriera a sus descendientes.

  Entre los Alcalá-Galiano hubo hombres distinguidos en la Administración del Estado, en el Ejército y en la Armada, como lo fueron el tío abuelo de nuestro biografiado, el egabrense don Dionisio Alcalá-Galiano (muerto en 1805 en la famosa batalla de Trafalgar), el ilustrado hacendista don Vicente Alcalá-Galiano, o un don Antonio Alcalá-Galiano y Flores de Soto, gobernador en América de las provincias de Santa Marta y Popayán.

  La madre de Juan Valera, doña María Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, heredera del marquesado de la Paniega, había nacido en Écija el 19 de abril de 1791; su rama materna pertenecía a una familia de abolengo de dicha ciudad. Con todo, tampoco estaba holgada de fortuna, tal como reconocía su hijo: «Los bienes de mi madre no eran sino muy cortos, a pesar del título». Doña Dolores había casado en primeras nupcias en Écija, en 1813, con el brigadier Suizo don Santiago Freüller Curti (1775-1818), el cual llegó a España como otros tantos suizos mercenarios que tenían por profesión el servicio de las armas a sueldo. De este matrimonio nació don José Freuller y Alcalá-Galiano, hermanastro, pues, de Juan Valera. El brigadier suizo murió en Salamanca en 1818.

  Doña Dolores al quedar viuda dejó Écija y marchó a Cabra a vivir con su madre, en la casa de los Paniega en la que nacería Juan Valera. Don José habitaba en la de los Valera, en la misma calle San Martín esquina con Alcaidesa. En medio de ambas casas se hallaba la de don Felipe Ulloa y doña Dolores Alcalá-Galiano, en la que nacerían los primos de Juan Valera don Felipe y don Juan Ulloa; casa que más tarde perteneció a los marqueses de Bedmar y de Escalona. Por entonces se entabló una estrecha amistad entre don Antonio y doña Dolores. Seguidamente ambos se establecieron en Sevilla, ya como prometidos y antes de contraer matrimonio nació una niña (el 18 de julio de 1823), que debió de morir muy pronto. Así lo suponía nuestro añorado amigo Joaquín Zejalbo, que fue quien desentrañó y aclaró estos asuntos reservados de la familia Valera Alcalá-Galiano, a los que nunca aludió don Juan Valera. A los tres meses y medio del nacimiento de la niña, se celebró el matrimonio con sigilo, el 31 de octubre de 1823, en la parroquia de San Román de Sev illa, cuando el marino iba a cumplir los cuarenta años de edad y la marquesa había alcanzado los treinta y dos.

  Malos tiempos se presentaban para los liberales tras la restauración del absolutismo, por ello don José Valera volvió a sufrir otro expediente de depuración. Vista la situación política, los marqueses de la Paniega optaron por retirarse a Cabra, instalándose en la casa solariega de la marquesa. Allí nació don Juan Valera, el 18 de octubre de 1824. Después de Juan nacerían también en Cabra otras dos hijas, Sofía (1828) y Ramona (1830).

  Sin que pretendamos incurrir en chovinismos de aldea hemos de desechar la peregrina teoría esparcida por algunos mencianos sobre los orígenes de la familia Valera. Según la cual don Juan nació en Cabra por casualidad, pues, afirman estos, a la madre se le presentó el parto cuando viajaba de Doña Mencía a Lucena, población más populosa en la que le atenderían mejor en el alumbramiento. Y por ello, afirman sin rubor que la marquesa de la Paniega no tuvo más remedio que dar a luz en Cabra.

  Para desechar tal patraña sin documentación de la época que la confirme, nos basta con las conclusiones a que llegó nuestro admirado y recordado Joaquín Zejalbo, tras sus concienzudos estudios genealógicos sobre los Valera y los Alcalá-Galiano: «La residencia del matrimonio y de sus hijos en Cabra, la acreditan los padrones parroquiales de la Asunción y Ángeles de Cabra, los Protocolos notariales Egabrenses, don José que declara ser vecino de Cabra, los documentos municipales de repartimiento de impuestos y los documentos militares». No hay más.

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Ateneo Ciudadano de Cabra Gracias compañero Pepe

- Pepe Garrido Ortega Ateneo Ciudadano de Cabra a ti

- Manuel Flores Gracias

- Pepe Garrido Ortega Manuel Flores a ti

- Carmen Garcia Valdecasas Muchas gracias Pepe. Siempre agradecida pues tú libro es una gran joya que nunca pensé pudiera tener. Además me aclara muchas cosas que no tenía ni idea.

- Pepe Garrido Ortega Carmen Garcia Valdecasas muchas gracias, Carmen. Me alegro, lo sabes, que te gustara mi libro. Y gracias a ti por seguir estas píldoras😀 de ahora

- Maria Lopez Gracias Pepe!!!!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39050. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  5ª Píldora.- Primera infancia de Valera entre Doña Mencía y Cabra.

  En 1863 para un encargo que le hicieron escribió Valera una sucinta semblanza autobiográfica, en la que comenzaba diciendo: «En Cabra me crie y aprendí las primeras letras, y empecé a aficionarme a la lectura desde la edad de seis años, en que leía de corrido. En mi casa, para lo que se usaba entonces en aquellos pueblos, había una regular biblioteca».

  Aunque el Valera adulto nos dijera que en Cabra se crio, lo cierto es que su infancia trascurrió entre Cabra y Doña Mencía, pues en ambas villas poseían los padres un hogar familiar. Si bien, es posible que gran parte del año lo pasaran en Doña Mencía, al cuidado el padre de las escuálidas fincas de que vivían. Si hacemos caso de lo manifestado por el propio Valera, su instrucción primaria no fue muy allá: «En la escuela nunca me enseñaron gramática, ni creo que el maestro la supiese: por manera que lo que en el día se me alcanza de este arte, así como de otras varias doctrinas, a mí mismo lo debo, que lo he ido poco a poco pillando de aquí y de allí y como al acaso. Porque, a decir verdad, nada aprendí nunca en la escuela, ni en el estudio, ni en la Universidad; todo lo que sé, que es bien poco, lo he aprendido conmigo mismo, sin orden, sin maestro y sin un fin determinado».

  Tal como supuso Carmen Bravo-Villasante, autora de una excelente biografía sobre Valera, la infancia del niño Juanito Valera transcurrió de manera feliz: «La infancia de Valera fue feliz, llena de alegría. Correteó libre por los campos de su tierra, convivió con los chicos del pueblo con la seguridad que da el saberse de otra clase, asistió a las faenas del campo por gusto, por el placer de ver, como un señorito, no por la dura necesidad del jornalero que tiene que ganarse la manutención diaria. Fue un niño rico, dueño de cortijos, que sólo muy tarde se daría cuenta de los afanes y apuros económicos de la familia. Fue el hijo de los marqueses. Comió a buena mesa, sabrosa y abundante comida. Tuvo limpios y elegantes vestidos. Para lo que solía usarse en aquellos pueblos disfrutó en su propia casa de una selecta biblioteca. Siempre que miraba al cielo azul, al levantar los ojos de los libros, el vuelo de los pájaros le guiaba hacia un invisible futuro feliz, allá en las ciudades lejanas: Granada, Málaga, Madrid, donde le esperaba el triunfo y la gloria, no sabía cómo».

  Poco más podemos agregar sobre la niñez de nuestro personaje, si nos atenemos a la documentación de la época y a los propios testimonios del Valera adulto. Aunque contamos con un valioso testimonio del padre que en carta a un amigo de Málaga, decía por entonces: «Juanito crece que da gusto. Es un niño serio, gusta de escuchar a los mayores, y con los criados se bandea de maravilla. Mucha esperanza me da en medio de mis contrariedades».

  Don Juan Valera, en su novela ‘Pepita Jiménez’, al hacer hablar al joven seminarista don Luis de Vargas cuando regresa a su lugar de origen tras una larga ausencia, tomaba sus recuerdos de infancia en Cabra y Doña Mencía, a la vez que describía los alrededores de estos pueblos:

  «Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece más chico, mucho más chico; pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es sin duda una gran casa de un rico labrador, pero más pequeña que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo son deliciosas. ¡Qué sendas tan lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva».

  Sí hay que señalar que Valera no cursó estudios en el prestigioso Colegio de Humanidades existente en Cabra desde 1828, y que procedía de un Real Colegio de Estudios Mayores erigido en 1695, pues antes de cumplir los nueve años dejó su tierra para habitar junto a su familia en otras localidades (Córdoba, Madrid, Málaga). Pero de esto nos ocuparemos en la siguiente entrega.

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Manuel Flores Vaya, vaya, vaya...

- Toñi Ruiz Muñoz Que interesante

- Pili Mo Señor doctor, nos vamos encontrando mucho mejor con sus píldoras!! Y que no falten!

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39051. Pepe Garrido Ortega

- Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  6ª Píldora.- Juanito Valera deja «su lugar».

  Valera dejó de vivir “en su lugar”, como gustaba decir al referirse indistintamente a Cabra y Doña Mencía, apenas cumplidos los diez años. Con motivo de haber sido nombrado su padre jefe político de la provincia de Córdoba -así se llamaba a los gobernadores- desde el 1 de enero de 1835 al 30 de octubre del mismo año. Tras otro corto destino político en Madrid don José fue designado en 1838 comandante del Tercio Naval de Málaga y en 1841 director del Real Colegio Naval de San Telmo. La marquesa de la Paniega, junto a sus hijos, acompañó al marido en todos estos destinos.

  Juan Valera, por ser hijo de oficial de Marina, tenía derecho a una plaza en el Colegio de Artillería, pero los padres no deseaban que se hiciera militar, dado que la política había ocasionado al padre demasiadas desazones. Así, se prefirió en la familia que Juanito ampliara su formación en el Seminario Conciliar de Málaga; por supuesto sin ningún propósito de iniciar una carrera eclesiástica. Si su educación en la escuela y en el seminario pecaba por defecto, según recordó don Juan en diversos momentos de su vida. esta limitación quedó compensada por el vicio de la lectura, algo connatural a él desde un principio.

  Según escribió Valera a la edad de cincuenta años, refiriéndose a sus primeros estudios, hemos de colegir que no fue el típico empollón de su clase, y hasta algo descreído sí que era ya a tan tierna edad: «Yo cursé metafísica y ética desde la edad de trece años a la de quince. Otros chicos, más precoces o más inteligentes que yo, comprenderían quizás todo aquello. Yo no logré entender una palabra. Y como nunca me ha interesado ni me ha divertido lo que no entiendo, no estudié por entonces palabra alguna de filosofía, proporcionando muy malos ratos a mis padres y a mi maestro». Efectivamente, no resultó Juanito un niño redicho ni sabiondo. En carta a Estébanez Calderón se recordaba a sí mismo como «el más holgazán de los escolares».

  En Málaga se despertó en Valera su interés por la poesía, e hizo sus pinitos en ella, a la vez que leía todo lo que se le ponía a mano. Así lo recordaba en su semblanza autobiográfica:

  «Mi afición a la lectura siguió siempre en aumento; pero sin poner orden en ella. Lo mismo leía yo la Anatomía del doctor Martín Martínez que un tratado de castrametación. Ya de doce o trece años había leído a Voltaire y presumía de esprit fort, si bien me asustaba cuando estaba a oscuras y temía que me cogiese el diablo. El romanticismo, las leyendas de Zorrilla y todos los asombros, espectros, brujas y aparecidos de Shakespeare, Hoffmann y Scott reñían en mi alma una ruda pelea con el volterianismo, los estudios clásicos y la afición a los héroes gentiles. A todo ello, era yo poeta; quiero decir, componía versos desde la edad de once o doce años. Aún conservo un tomo manuscrito de poesías de entonces, en el cual hay pájaros de mal agüero, brujas, bultos con negro capuz, y, sobre todo, desesperación y desengaños a lo Byron y a lo Espronceda y elogio y rehabilitación de las comediantas y mujeres de mala vida, a lo Víctor Hugo, que entonces me enamoraba».

  Juanito Valera poseía buena planta, los ojos y el cabello negros, encanto y gracia en la conversación, apreciaba el trato con las mujeres y consideraba que el andar entre faldas no estaba reñido con la lectura de libros. En Málaga se enamoraría por primera vez de una jovencita, «bastante bonita, aunque una mocosa de catorce años», Paulina Cabarrús, nacida en una ilustre familia. La conoció allí porque los padres de la joven, don Domingo Cabarrús Quilty y doña Enriqueta Kirkpatrick, hermana esta de la condesa de Montijo, pasaban temporadas en Málaga, por tener cultivos de caña de azúcar en Torrox y Vélez-Málaga. A Paulina le dedicó Juanito unos versos inspirados en el Don Juan de Byron, escritos cuando apenas alcanzaba los dieciséis años:

 

Y es dulce el leve aroma
de las virgíneas flores
que en sus alas conduce
el céfiro gentil;
pero más es tu aliento
cuando me hablas de amores
con tus divinos labios
de nítido carmín.



  De Paulina, como respuesta a tales versos de enamorado, únicamente recibió desdenes, en el más puro estilo romántico.

  Paulina Cabarrús Kirkpatrick acabaría casándose con el agente de Bolsa Emilio Fernández de Angulo y Pons. Y años después, en 1847, se la encontró Valera en Madrid, en una reunión de la alta aristocracia en casa de doña María Manuela Kirkpatrick y Grivegnée, viuda de don Cipriano Guzmán de Palafox y Portocarrero, conde de Montijo y de Teba. Por tanto madre de Eugenia de Montijo, la que sería Emperatriz de Francia, y tía de Paulina Cavarrús. De este encuentro sacó Valera sentimientos contradictorios, digámoslo así. A su madre le narró por carta aquel reencuento, con aquella franqueza con que le hablaba a sus padres sobre sus andanzas más íntimas por Madrid:

  «Llegaron [al salón de la Montijo] la marquesa de Villanueva de las Torres, la de Palacios, con su hija, las de Moreno, Juanito Comín, el marqués de Valgornera y otras varias personas, siendo para mí la más interesante mi antigua amada, la condesa de C. [Cabarrús], que, con su desgraciado esposo, venia de Variedades. Y digo desgraciado, por no ser poca desgracia la que le espera a un hombre casado cuando su mujer es tan nerviosa, sentimental y fashionablemente desenvuelta y alegre de cascos como mi querida Paulina. Hablé mucho con ella y ella misma recordó nuestros antiguos amores. Y casi me dio a entender que su marido le era aborrecido, y que echaba de menos los tiempos de su primera juventud, para ella muy dichosos. Con todos estos avances, ya se puede usted figurar que yo no estaría muy pacífico, así es que hubo pisotones y miradas lánguidas; me ofreció la casa, me dijo que fuera a visitarla, que todo el día estaba sola, y también puso en mi noticia la hora en que salía, dónde iba a pasear y cuándo acostumbraba a estar fuera de casa su digno consorte. De estos acontecimientos se puede esperar un buen desenlace, aunque Paulina está tan estúpida como antes, y este defecto me desilusiona un poco».

  Es más, se la volvió a encontrar tres años más tarde a su vuelta de su estancia en Nápoles en un baile de la misma Montijo. A la madre le daba detalles del nuevo encuentro: «La condesita de C. [Cabarrús], mi ex adorada Paulina, me recordó los tiempos felices de nuestros amores, me confió, suspirando, que era muy infeliz porque no se había casado por amor y porque su marido era celoso como un tigre, y me asombró desagradablemente con su monstruosa y precoz obesidad». En esa misma carta a la madre, larguísima pero sumamente interesante, le hablaba de las personalidades que acudieron a ese baile, entre otros: «el conde de Cervellón, que conocí y traté mucho en Nápoles y en Roma, y cuya hija, si bien bastante fea, es la más rica e ilustre heredera de Madrid, duquesa de Fernán Núñez y otras hierbas [...] El general Serrano, que es el hombre más decidido en mi favor que darse puede, me presentó a Narváez y a Sartorius, haciendo mil elogios de mí, y ambos señores me acogieron muy bien [...] De las damas, la que más me gustó fue la Weis-Weiler, que no trato, pero ya haré que me presenten, y de las señoritas, una hija de la Reina Madre [la viuda de Fernando VII casada en secreto con Agustín Muñoz duque de Riansares], que creo se llama Amparo». No me resisto a dejarme atrás otras consideraciones que le hacía a la marquesa de la Paniega en esa misma carta:

  «De todo esto y de mil cosas más preveo, querida madre mía, que si llega un día en que tenga yo algún dinero y tranquilidad de espíritu para echarla de hombre alegre y decidor, y sobre todo si consigo, de este modo o del otro, con tal que sea de buena ley, que mi nombre suene en los cantos de la fama, me tengo que divertir mucho en Madrid. El mundo, al fin, no es una cosa tan mala. Lo que me fastidia aquí, y más que todo cuando me veo sin dinero, es la aridez y el tristísimo aspecto de estos campos, que no dan sino desconsuelo al corazón. Entonces recuerdo a Nápoles, sus jardines, sus montañas pintorescas, el Vesubio, Posílipo coronado de flores, el golfo de las Sirenas y la animación de aquel populacho tan poético; y, al recordar todas estas cosas, recuerdo otras aún de mayor dolor al alma que las perdió para siempre [se refiere a sus amores con Lucía Paladi]. Me arrepiento entonces de haber dejado Italia, y daría quién sabe cuánto por volverla a ver. Si yo tuviera 100 duros míos y no tuviese ambición, me iría a Granada los veranos y el resto del año a París o a Italia, a vivir pobre pero libremente, como viven los artistas y los verdaderos poetas, cantando y amando, y gozando con el trato de la gente de por allí, de la erudición sin pedantería, del verdadero buen tono y del saber sin pesadez, que desgraciadamente por aquí no se hallan, y menos que en los hombres, en las mujeres».

  Del dandy de Valera y sus andanzas en los salones de la aristocracia y de su estancia en Nápoles trataremos en las siguientes entregas.

  Continuará con otra píldora valeriana.

  Pepe Garrido Ortega En la primera fotografía casa en la que vivió la familia Valera durante su estancia en Málaga, por estar en ella el Real Colegio Naval de San Telmo. Hoy en esa casa tiene su sede el Ateneo de Málaga y en ella me presentaron mi libro sobre Valera entre Bernardino León (entonces jefe de gabinete de Rodríguez Zapatero) y Carmen Calvo. En otra foto Paulina Cabarrús de jovencita, primer amor de Juanito Valera.

- Toñi Ruiz Muñoz Gracias Pepe lo q estoy aprendiendo sobre Valera

- Pepe Garrido Ortega Pues mira Toñi Ruiz Muñoz yo ya no quiero aprender más sobre Valera, si ya hay en Cabra ilustres valerista que lo mismo algún día publican sus obras completas sobre Valera que mantienen inéditas para que aprendamos los demás

- Toñi Ruiz Muñoz Pepe Garrido Ortega pero hay q saber Q Isabel no ocupa.lugar

- Ateneo Ciudadano de Cabra Pepe Garrido Ortega

- Rocio Muñoz Chavarria Buen homenaje le estás dedicando con estas sabrosas píldoras, esperando la siguiente

- Pepe Garrido Ortega Muchas gracias a ti Rocio Muñoz Chavarria por seguir mi tratamiento con estas píldoras valerianas

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39052.Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  7ª Píldora.- El joven Valera marcha a Granada para estudiar Jurisprudencia

  Los padres, al advertir el interés del chico por el estudio, decidieron que prosiguiera su formación en la Universidad de Granada para emprender los estudios de Jurisprudencia. En principio se alojó en el Colegio de San Dionisio de la abadía del Sacro-Monte. Allí comenzó los estudios de Derecho, a la vez que de la mano de dos sabios canónigos se iniciaba en el conocimiento de los antiguos griegos y latinos. Desde entonces mostraría siempre una especial devoción por el mundo clásico. Así recordaba el Valera maduro su llegada a Granada:

  «De dieciséis a diecisiete años tendría yo cuando pasé a Granada a estudiar el Derecho. Mi hermano mayor me llevó y me puso en el Colegio del Sacro-Monte, donde estuve un año, y donde estudié más y más seriamente que he estudiado nunca. Los sabios canónigos don Baltasar Lirola y don Juan Cueto me dirigían y me prestaban los mejores libros, y eran para mí dos excelentes maestros. Pero yo me aburría de habitar aquellas soledades; imaginaba que estaba haciendo falta en el mundo, y tanto hice con mis padres y estos fueron tan blandos, Dios se lo perdone, que me sacaron de allí».

  En realidad sólo estuvo pocos meses en el colegio de la abadía del Sacro-Monte, de marzo a junio de 1841, ya que para el segundo año de carrera pasó a la Universidad de Granada y se instaló en una pensión de estudiantes, en donde «no estudié sino picardía», nos dice el escritor maduro: «Entonces estaba en moda y se hacía gala de no estudiar, porque los genios todo lo saben. Así es que ni el Heineccio ni los Vinnios [clásicos tratados de Derecho Romano] entraron en mí; pero jugué, estuve en orgias inspirándome y compuse versos, que leí en el Liceo. También publiqué algunos versos en la revista titulada ‘La Alhambra’». En 1841 también publicó otras composiciones poéticas en diversas revistas locales, como ‘La Tarántula’, ‘El Pasatiempo` y `El Siglo Pintoresco’.

  Al dejar el Sacro-Monte se adentró en el mundo variopinto de una casa de huéspedes con pupilos de distintas cataduras, y conoció la gracia y simpatía de las chicas de servicio de la pensión, condescendientes a los encantos juveniles del jovenzuelo estudiante de Derecho de diecisiete años. El marqués de la Paniega, preocupado por los devaneos propios de estudiantes, trataba de adoctrinar al hijo por carta, dándole juiciosos consejos: «Cuidado no te quedes dormido leyendo El Diablo de Soulié, y que no apagues la luz, y te vayas a asfixiar con el tufo del velón. Acompáñate siempre con gentes decentes y huye de los calaveras y mal vistos en la sociedad. Te repito que conserves la neutralidad en todos los partidos [...] procura ser querido de todos y refrena tu inclinación a la sátira» (Málaga, 4 de marzo de 1842).

  Como vemos, la proverbial inclinación de Valera a la sátira y la ironía ya se le reconocía desde jovencito. De las vivencias de la fonda de Granada se valdría posteriormente al componer su primer intento de novela, inconclusa, ‘Mariquita y Antonio’ (1861), la cual comienza así:

  «Cuando yo era estudiante (¡dichosos tiempos aquellos!) había en Granada, en la famosa Carrera de las Angustias, una casa de huéspedes de lo más aristocrático y confortable que a duras penas podía entonces hallar en aquella ciudad morisca el más curioso y sibarítico viajero. Había pupilaje hasta dos duros; pero tanta suma no podía ni solía pagarla sino tal cual inglés que, disfrazado de majo, se descolgaba a veces por allí a visitar la Alhambra y el Generalife. Lo general y ordinario es que cada huésped pagase siete, ocho y hasta nueve reales al día. Por este precio le daban a uno cuarto, cama, luz, asistencia y una opípara comida [...] Imposible parece que por tan poco dinero le diesen a uno tan buen trato; pero hay que considerar que Granada es lugar abundante de mantenimientos, y tan barato, que suele llamarse la tierra del ochavico».

  Por esta casa de huéspedes pasó José Zorrilla, ya celebrado poeta, haciéndole de guía en su visita a Granada el joven Valera: «Siendo estudiante en Granada vivió Zorrilla en la misma fonda en que yo vivía, cuando él fue a inspirarse para escribir su poema. Y casi siempre, mientras él allí estuvo, le acompañé y hasta le servía de cicerone, yendo con él a la Alhambra, al Generalife, a la Cartuja, al Sacro-Monte, y a la fuente del Avellano».

  Volveremos otro día con los estudios y devaneos de Juanito Valera en Granada, pero antes nos ocuparemos de una breve estancia suya en Madrid. Fotografías: Vista de la Alhambra, Camino del Darro, Coronación de Zorrilla como poeta en el patio del Palacio de Carlos V, y dos fotografías de cuando mi padre estudió en el mismo colegio que Juan Valera en la Abadía del Sacro-Monte (en una de ellas el primero por la izquierda de los que están de pie y en la del claustro el señalado con una señal en rojo.

  Continuará con otra píldora valeriana.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39053. Pepe Garrido Ortega

 · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  8ª Píldora.- Prosigue los estudios en Madrid

  Sus anhelos por conocer la vida mundana y artística de la gran ciudad, a la vez que las ansias por alcanzar la gloria literaria, que le empezaba a despertar, le llevaron a convencer a los padres de que en la Corte adquiriría una formación académica superior, y allí marchó a cursar el tercer año de carrera:

 «Pareciéndome aun pequeño Granada y creyendo que tardaba yo en darme a conocer en Madrid, logré venir aquí a estudiar el tercer año; pero aquí me paseé, jugué, hice versos, publiqué algunos en periódicos literarios, traté a poetas y a literatos, me enamoré de la Avellaneda y me quedé al cursillo». ‘Quedarse al cursillo’: preparar las asignaturas pendientes para septiembre en un cursillo de verano.

  En Madrid se enamoró de la bella poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, diez años mayor que él y situada en la cumbre de la fama, la cual venía a llamarle «mi gracioso filosofo». La Avellaneda fue la primera mujer madura de quien Valera quedó enamorado, y no sería la última. Designándola Lelia, para ella escribió encendidos y sentimentales versos:

 

A LELIA
Tus ojos, vida mía,
bellos como la luz de la mañana
que, entre celajes de zafiro y grana,
el claro sol desde el Oriente envía,
y el vivo lampo ardiente
que enciende el genio en tu divina frente,
arrebatan de amor mi fantasía ...



  De resultas de tantos devaneos no pudo «probar su suficiencia» en los exámenes de junio, y se quedó el verano en Madrid para preparar los de septiembre. Algún cargo de conciencia le surgiría tras dicho traspié, pues el benévolo del padre trataba de consolarle: «Tu madre me dice que ha conocido por tu carta que estás afligido. Consuélate hijo de mi alma, que no te ha sucedido ninguna desgracia, y tus padres te quieren en extremo» (Doña Mencía, 22 de agosto de 1843).

  «Cuanto deseo hijo de mi alma darte un abrazo -le escribía el padre en otra carta-, y convencerte de que debes de tener esperanzas en el porvenir. Tú eres todavía muy joven y no debes de tener motivo para desconfiar de tu suerte. Ten, pues, calma y esperanza. Se aproximan los exámenes: disimúlame que te encargue mucha aplicación en estos días y un esfuerzo filosófico para moderar ese geniecillo, parecido en mucho al de tu papá» (Doña Mencía, 26 de agosto de 1843).

  La madre, por su parte, procuraba infundirle ánimos y también le aconsejaba que refrenara los ímpetus juveniles: «Con todo mi corazón le pido a Dios que modere tu carácter violento como un medio para que seas feliz» (Granada, 4 de agosto de 1843).

  El padre trataba de consolarle de su fracaso con Gertrudis Gómez de Avellaneda: «Cuidado no te dejes dominar por esa inclinación de que me haces confianza, que podrá ser interesante por el rango que ocupa en la república literaria, pues en cuanto a belleza, no sé qué (?) tengo de su total carencial [...] Yo quiero, yo te suplico hijo de mi alma que no te abandones a pensamientos tan desconsoladores y tan contrarios a tu corta edad. Haces muy bien en tener fe y esperanza en el porvenir: yo espero lleno de confianza, que Dios me dará el placer de verte feliz y contento. No te abandones a las ideas demasiado sutiles y espirituales. Sé más positivo, pues el siglo en que vivimos es de esta especie» (Doña Mencía, 11 de septiembre de 1843).

  Los malos resultados en los estudios hicieron rectificar a los padres y apremiaron al mal estudiante a dejar Madrid, por lo cual al final del verano tomó la diligencia y se marchó a Málaga y Granada, pues el padre le disuadía de ir por Cabra y Doña Mencía: «Es expuestísimo por los ladrones venir ahora a estos pueblos, y aunque llegases con felicidad, tendrás que estar encerrado en el pueblo, pues no se puede salir al campo, sin correr grande riesgo de ser apresado por los ladrones» (Doña Mencía, 9 de septiembre de 1843).

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Carmen Cubero Esperamos las píldoras 💊 como agua de mayo . Enhorabuena

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39054. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  9ª Píldora.- De vuelta a Granada. Publica su primer libro, de versos

  En Granada prosiguió sus estudios, instalado en una fonda situada en el Campillo. La madre le exhortaba para que estudiase y se hiciese un hombre de provecho: «Cuidado que estudies las leyes mucho y no faltes a la Universidad, dime si puedes entrar en la Academia y procura hacerte buen lugar entre los literatos para adquirir una reputación. Cuidado también que no te dejes la luz junto a la cama, no vaya a sucederte una desgracia a la que ya has estado bien dispuesto» (Málaga, 26 de febrero de 1844).

  Aprobado el cuarto año, el 22 de julio de 1844 obtuvo el grado de bachiller en jurisprudencia con la calificación de «nemine discrepante» [por unanimidad], y en premio de lo cual, los padres estuvieron dispuestos a costearle la edición de un librito con sus composiciones poéticas. En vísperas de la salida de imprenta de su primer trabajo literario, le escribía su hermana Sofia desde Málaga: «No te puedes figurar cuánto me alegro que publiques tu Euforión, que tenga la aceptación que tan justamente merece y al mismo tiempo recojas los 4 ó 5.000 reales que deseas» (Málaga, 19 de abril de 1844). La madre, igualmente, estaba «deseando de ver cómo sales con tu primer ensayo de impresión, Dios quiera saques gloria y dinero que es lo que yo deseo y para que tu papá no tenga esto más por qué rabiar» (Málaga, 26 de abril de 1844).

  Después de tanta ilusión en la familia Valera por la salida de imprenta del primer libro del licenciado Valera llegó la desilusión para todos, la nula acogida dispensada por el público a aquel librito de poesías. El Valera adulto rememoraba así su primer fracaso literario: «El año de 1844, en premio de haberme graduado de bachiller, como un hombre, me dio mi padre dinero para publicar mis poesías en un tomo. Las imprimí en casa de Benavides y las publiqué; pero a los cuatro o cinco días, cuando yo imaginaba que se habrían vendido trescientos ejemplares, me encontré con que ni tres se habían vendido [...] Esto me desengañó o desilusionó; recogí todos los ejemplares, los di por no publicados, y me curé de poesías; pero no del todo, pues siempre seguí haciendo versos, aunque no con tanta frecuencia».

  El tomito de versos llevaba por título ‘Ensayos poéticos’, y un prólogo de J. Jiménez Serrano, quien ni tan siquiera se había leído las poesías. El joven Valera al releer sus versos en letra de imprenta quedó tan decepcionado del resultado, a la vez que dolido por el nulo interés despertado y por haber impuesto al padre el sacrificio económico de la impresión, que encerró en el desván de la casa de Doña Mencía la edición completa de su primer libro. De aquellos cientos de libros encerrados en el desván de Doña Mencía nunca más se supo. Que se conozca, de este primer libro de Valera solamente se conservaba un ejemplar en manos de sus descendientes, del que desconozco hoy su paradero.

  Tan desolado quedó el gentil poeta que la madre, sobreprotegiéndole siempre, trataba de consolarle: «Por tu carta veo estás bueno; pero lleno de tristeza y casi desesperado. Esta situación nos ha hecho llorar a todos los de la casa; por Dios, hijo mío, ten filosofía; hombres que se han visto muy abatidos y sin esperanza han tenido después un porvenir brillante, ahora tienes tú 19 años y no sabes hasta donde llegará tu suerte, no porque no se vendan tus versos es prueba de que no sean buenos. Los españoles no les da por los literatos y menos por gastar 10 ni 12 reales por un libro y esto no marchita tu gloria y tu talento» (Málaga, 15 de mayo de 1844).

  A propósito del carácter de la marquesa de la Paniega, fijémonos en el excelente análisis que hizo don Manuel Azaña sobre la personalidad de los padres de don Juan:

  «De la marquesa solamente poseemos noticias posteriores a su segundo matrimonio cuando los apuros de dinero, la incertidumbre en la colocación de los hijos, las decepciones granjeadas con la edad, la vida fastidiosa en una provincia y el carácter de su marido, un tanto huraño, aunque afectuoso y leal, habían asolado su ingenuidad e inculcándole una moral harto desengañada y amarga. La marquesa parecía creer que el mundo en su época estaba infectado de ‘positivismo’, como si hubiese decaído de un estado en que el honor, el desinterés, la vergüenza fuesen las normas invioladas de la conducta. Dama algo imperiosa, pagada de su estirpe, creyente en las preeminencias morales que confiere la sangre noble, apenas halla al mirar en torno, otra cosa que bajeza, falsía, y, como diríamos hoy, arribismo. Juan era su orgullo, su esperanza. Con máximas destiladas de su experiencia personal, procuraba guiarle para que la generosidad, el entusiasmo, la altivez, la pasión cívica, en suma, ‘el idealismo’, no le extraviasen ni le hicieran caer tontamente en las asechanzas del mundo. A esta vida –solía decirle– no hemos venido a desengañar a nadie, sino a que cada cual haga su negocio, sea como quiera. La amistad no existe. El amor es dolencia de juventud que por dicha jamás retorna. Lo que confiere honra y mérito es el dinero: la marquesa no había visto que nadie dejara de saludar a un canalla adinerado. El mayor obstáculo en la carrera de su hijo era su mucha vergüenza, virtud en desuso: se lo hacía saber, aunque no le aconsejara, es claro, que la perdiese».

  Como bien señalaba el mismo Azaña, a los consejos de la madre se unían los no menos desengañados del padre sobre la política: «El marqués, por su parte, no menos escéptico, desengañado de España y los españoles, había visto perecer la ilusión liberal de su juventud, y temiendo que su hijo comprometiese el porvenir ligeramente, le inculcaba, entre otros principios para regirse en la vida, la más rigurosa cautela en puntos de opinión».

  Cuarenta años después de aquel fracaso, el autor de novelas consagrado escribió a su amigo don Marcelino Menéndez Pelayo, el cual se había interesado por el primer libro de poesías de don Juan: «La cosa tiene su mérito, aunque las poesías tengan mil incorrecciones. Entonces apenas tenía yo diecisiete años [en verdad tenía 19], y mi educación literaria, mala o buena hoy, pero hecha por mí, había sido descuidada por completo. Todos mis aciertos, si los hay en mis versos de entonces, están adivinados, y, entre mil errores y candideces, yo creo que hay allí aciertos [...] Sea como sea, aunque mis versos no son un milagro de precocidad, tienen el valor de precoces por lo lejos que estaba yo de todo buen influjo literario y por lo ignorante que yo era; yo no había estudiado ni retórica, ni poética, ni siquiera gramática [...] Yo tengo odio y mala voluntad a aquel aborto mío, y no sé por qué no hice auto de fe con él» (Cabra, 17 de septiembre de 1883).

  En ‘Gopa’, pieza teatral escrita por Valera en 1880, hace exponer a uno de sus personajes los motivos que llevaban a un joven estudiante, de cuando él lo era, a componer versos con atildado estilo romántico, en lo que a todas luces se trata de una remembranza jocosa sobre sus comienzos en la poesía:

  «Cuando yo era mozo y estudiante, ¿quién no hacía versos desesperados? Los versos desesperados eran como blasfemias y reniegos de las personas atildadas y cultas. Había uno perdido al juego la mesadita de 30 ó 40 duros que le enviaba su papá; había estudiado tan poco que había salido suspenso y le habían dejado para el cursillo; la hija de la pupilera, o la pupilera misma, le había plantado y preferido a otro huésped; en cualquiera de estos casos, o de otros por el estilo, leer o hacer versos desesperados a lo Byron, a lo Leopardi o a lo Espronceda era un desahogo, con el cual se quedaba sereno el vate o genio en agraz, y comía luego con más apetito que nunca».

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Isabel Montes Buenos días. Se van acelerando las píldoras. Esperando la próxima

- Pepe Garrido Ortega Isabel Montes sí ahora me he propuesto proporcionar tres a la semana y aún así no me daría tiempo a recomendar todas las que se podrían sacar de la vida de Juanito Valera de aquí a la celebración de su 200 cumpleaños en octubre de 2024- Y eso siempre que no decaiga la afición a estas píldoras

- Toñi Ruiz Muñoz Buenos días Pepe seguro q no decaen

- Miguel Mellado Moreno Muchas gracias Pepe por estas píldoras que esperamos como agua de mayo (la que desgraciadamente este año no ha caído). Las píldoras no pueden ser de mejor calidad viniendo de dónde vienen, de uno de los más grandes conocedores de la vida y obra de nuestro ilustre paisano. Con tu permiso las comparto. Un abrazo.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39055. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  10ª Píldora.- La marquesa de la Paniega marcha a Granada en busca de buenos maridos para sus hijas

  En mayo de 1844 don José Valera renunció al cargo que venía desempeñando en Málaga y se afincaba en Doña Mencía para administrar el caudalejo de la familia de la manera más conveniente. A su vez, la Marquesa se instaló en Granada con intención de buscarle prósperos enlaces matrimoniales a sus hijas Ramona y Sofía.

  De momento, casó a Ramona (1830-1869), de dieciséis años, con Alonso Messía de la Cerda y Coello, primogénito de los marqueses de Caicedo.

  Doña Dolores pensó que una buena estrategia para encontrar un ventajoso pretendiente para su hermosa hija Sofía (1828-1890) sería reforzar sus lazos de amistad con la condesa de Montijo. Ya hemos hablado de María Manuela Kirkpatrick y Grivegnée, viuda de Cipriano Guzmán de Palafox y Portocarrero, madre de Eugenia de Montijo, futura emperatriz de Francia, de Paca de Montijo que casaría con el duque de Alba. De momento, Sofía Valera forjó una imperecedera amistad con Eugenia condesa de Teba, ambas de edades similares. Una vez entrelazadas por lazos de amistad las Valera y las Montijo, escribía la Paniega a su esposo que había quedado en Doña Mencía:

  «Como era grande amiga mía [se refiere a la Montijo] ha renovado esta amistad con un calor extraordinario y todo el día ha de estar aquí́ o hemos de estar juntas. Antes de anoche estuvieron aquí hasta las 12, y a esta hora se le puso a la niña condesa de Teba ir a la Alhambra a ver la luna y echó a correr llevándose a Sofía y salieron de aquí una porción de gentes a esta expedición, la condesa y yo seguíamos en coche [...] Esta tarde hay cabalgata, va la condesa y Sofía y la joven condesa vestida de majo con marsellé, faja, botas blancas y unas naguas muy cortas como los marsellés, el caballo con aparejo de sedas como los contrabandistas, además van muchos caballeros [...] Después, mañana, van a correr sortijas [carreras de cintas a caballo] en la plaza de los toros las de los Villares, la Condesita y Sofía y los caballeros, todo a caballo se entiende que esto es a puerta cerrada [...] ahora vamos a paseo todas las tardes que estamos encondesadas completamente» (Granada, 28 de mayo de 1845).

  Además de ‘completamente encondesadas’ las Valeras se codeaban con la sociedad más encopetada de Granada. La marquesa de la Paniega también trabó amistad con el general don Francisco Serrano y Domínguez, capitán general de la región. Las ambiciones de la marquesa en busca de un buen partido para su hija Sofía no eran moco de pavo que digamos. Como sabemos el general Serrano -a quien la reina llamaba ‘el General Bonito’- llegaría a ser uno de los militares y políticos más descollantes de la historia de España del XIX. De momento, Narváez lo había mandado a Granada de capitán general para apartarlo de sus ‘roces amorosos’ con Isabel II. Ya que la reina coqueteaba con Serrano mientras encolerizaba a su marido Francisco de Asís; aquel del que dijo su señora esposa que en la noche de bodas al meterse en cama llevaba más encajes que ella, y al que el pueblo, y la misma reina, llamaban ‘Paquita Natillas’.

  Si bien, Serrano se volvió locamente enamorado de Sofía Valera, ella lo descartó para disgusto de la marquesa de la Paniega. Tal vez la diferencia de edad influyó, él tenía 35 años, y ella 18. Aunque a la postre Sofía se casaría con otro militar mucho más mayor que ella pero disfrutaba de un inmenso patrimonio. La amistad de los Valera con Serrano se mantuvo a lo largo del tiempo. Y el general influyó favorablemente en los primeros destinos diplomáticos de Juan Valera, y mucho más tarde en su carrera política.

  Ya veremos con quién se casaría la bella Sofía... gracias a la Emperatriz de Francia, precisamente. Pero de esto trataremos mucho más adelante. En su momento.

  Fotografías: María Manuela Kirkpatrick; Eugenia y Paca de Montijo; Eugenia con un Marsellés; Sofía Valera de joven con traje de la época; y Francisco Serrano el ‘General Bonito’ de jovencito.

  Continuará con otra píldora valeriana.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39056. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  11ª Píldora.- Finalizados sus estudios, Valera reflexiona sobre su futuro

  En julio de 1846 participó Valera en los exámenes de licenciatura con un ejercicio sobre el tema «¿Qué se entiende por la legislación universal?», con el que obtuvo un aprobado por mayoría de votos. Ya era abogado, pero no le atraía convertirse en un abogado de pleitos.

  Para situarnos en aquellas cavilaciones del joven Valera cuando afrontaba su futuro profesional, a la vez que su llegada a Madrid, nos vamos a valer de su novela ‘Las ilusiones del doctor Faustino’, en la que encontramos signos autobiográficos. Valera trata en ella de la primera determinación tomada por el joven doctor Faustino al terminar la carrera. Estimo que ese retrato del Faustino de la novela se asemeja bastante al del Juanito Valera recién licenciado que reflexiona sobre su futuro. Igualmente, la imagen que en la novela se nos ofrece de doña Ana de Escalante, la madre de Faustino, nos parece bastante ajustada a la de la marquesa de la Paniega. Para muestra de lo que decimos quedémonos con unos botones de muestra tomados de ‘Las ilusiones del doctor Faustino’:

  «El ilustre Mendoza terminó en Granada su carrera, y se graduó de licenciado y de doctor in utroque. Doña Ana le bordó una primorosa muceta y le hizo una borla riquísima para el bonete. El miniaturista más hábil que había entonces en Granada pintó por seis duros, sobre cándido marfil, el retrato del mayorazgo Mendoza, con su muceta, su toga y su bonete emborlado; y el mayorazgo Mendoza, cuando volvió a los brazos de su madre, hecho un doctor, le trajo dicho retrato de presente, puesto en un marco de ébano con adornitos de bronce [...] El doctor Faustino volvió a su casa lleno de ilusiones y deseoso de ir a Madrid a realizarlas. Por desgracia, su ciencia era vaga y sus ilusiones eran tan vagas como su ciencia. El doctor sabía de todo y de nada sabía. De todo sabía más que de leyes, que era, al parecer, lo que había estudiado. El título que le habían dado en la Universidad era un título huero. ¿Para qué sirve el título?, se preguntaban el doctor y su madre [...]

  Doña Ana y el doctor reconocían que la profesión de abogado era honrosísima, sabían que Cicerón y Catón habían sido abogados en Roma, y nada razonable tenían que objetar contra la abogacía; pero una estética irrisible, un sentimiento superior a todo raciocinio le hablaba poderosamente al alma, clamando: ‘don Faustino no puede ser abogado’. Don Faustino además, si bien se creía capaz de inventar las mejores leyes, fundándolas en la filosofía, no se sentía con fuerzas para aprender las leyes inventadas por otros, al menos en sus pormenores y menudencias [...]

  – ¿Iré́ a Madrid a pretender un empleo. se preguntaba don Faustino. A esto no se oponía solo lo ilustre de su nacimiento [...] ¡Qué vergüenza, qué degradación pretender o tomar un empleo de ocho o diez mil reales, que era lo más que podían darle, e ir a confundirse y aun a quedar por bajo de tantos y tantos pelafustanes plebeyos [...] que disfrutaban de mucho más sueldo y de mayor categoría en las oficinas del Estado! [...]

  Esta necesidad de la moneda se aumentaba tratándose de ir a vivir a Madrid, donde todo cuesta un sentido, en comparación de lo que valen las cosas en los lugares, y donde don Faustino López de Mendoza tendría que hacer su epifanía, como importaba al lustre de su apellido, a dos o tres marquesas y condesas, amigas y parientas de su madre, que habían de recibirle como sobrino y presentarle en todos los salones aristocráticos. Hubo ocasiones en que madre e hijo pensaron en que don Faustino fuese a Madrid de incógnito, tomando un pseudónimo, hasta que hubiese más dinero, o bien se viniese a descubrir quién él era por su mismo esplendor y por las bellas acciones o escritos que hiciese o compusiese; pero este arbitrio se abandonó por impracticable.

  Ir a Madrid, sin ir de incógnito, era una temeridad, no yendo a pretender. El vino, principal riqueza de la casa de los Mendozas, estaba a peseta la arroba. ¿Qué menos podía gastar en Madrid don Faustino, asistiendo en la sociedad comm’il faut, y viviendo con extraordinaria economía, que ochenta duros al mes? Pues bien: ochenta duros al mes suponen cuatrocientas pesetas, o sea, cuatro tinajas de vino, que importan al año cuarenta y ocho tinajas; cerca de cinco mil arrobas: la mar de vino; la cosecha entera de los mejores años, no habiendo oidium ni honguillo. Y si el señorito se lo gastaba todo en Madrid ¿con qué se pagaban las contribuciones? ¿Con qué se hacían las labores? ¿Con qué satisfacían los intereses del dinero tomado a rédito (al veinte por ciento) sobre buenas hipotecas? ‘Hoc opus, hic’ [`Esta es la tarea, este el trabajo`, cita de La Eneida de Virgilio], según el profano.

  A pesar de todo, el doctor Faustino no se resignaba a no ir a Madrid, donde, echando pecho al agua y arrostrando y venciendo mil dificultades, se lisonjeaba de conquistar, ni él mismo sabía por qué caminos, gloria, posición y fortuna. La idea de que muchos hombres, con menos medios que él, se habían encumbrado, le estimulaba perpetuamente. No había generó de ambición que el doctor no tuviese. Andaba como toro picado del tábano [...]

  En ocasiones pensaba el doctor que todo lo ignoraba; que no había estudiado; que había perdido su tiempo, y que era un mueble que no servía para nada, ni especulativo ni práctico. Pero con mayor frecuencia entendía al revés, que no había cosa que él no supiese o que no adivinase, y esto, en vez de alegrar su corazón le afligía más aún [...]

  Todos los deseos de un joven de veinte y tantos años. Hablaban poderosamente al corazón del doctor, y le excitaban a ir a Madrid. Amor, ambición, sed de placeres, ansia de gloria y nombradía, duquesas bellísimas sonriéndole y amándole, salones espléndidos donde mostrarse, encantadores y misteriosos gabinetes donde penetrar para una cita por una puertecita oculta debajo de un rico tapiz flamenco, aplausos de la multitud cuando él recitase sus versos, que ya serían excelentes, o cuando pronunciase un discurso [...]; admiración de damas y galanes al verle muy gentil, haciendo trotar y hacer corbetas en el Prado a un caballo fogoso y magnífico: estos y otros mil triunfos más se ofrecían con vivezas a su imaginación y le sacaban de quicio» (‘Las ilusiones del doctor Faustino’).

  Utilizaremos en más ocasiones otros pasajes de la novelas de Valera en los que estimamos que el don Juan poco imaginativo tomaba tipos conocidos por él para caracterizar a algunos personajes de sus novelas. Y hasta facetas de su propia biografía o carácter lo utilizará para conformar la personalidad de otros protagonistas de sus novelas.

  En la próxima entrega comprobaremos que al escribir su Doctor Faustino en 1875 rememoró de alguna manera se llegada en 1846 a Madrid para labrarse un provenir. Pero esto último lo trataremos en la próxima entrega.

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Isabel Montes Pelafustán!. Qué recuerdos me trae esa palabra que ya no oigo! Aunque yo la decía mal: pelajustran.

- Pepe Garrido Ortega Isabel Montes sí en las novelas de Valera podemos encontrar palabras o expresiones que los más ancianos (y esto lo digo por mí que tú eres más jovencita) habíamos oído en Cabra de pequeños y que casi teníamos olvidadas, y a mí eso me gusta

- Toñi Ruiz Muñoz Si se decia pelajustran y aún se dice no con tanta frecuencia,porque se han introducido palabras que quieren decir lo mismo Al final un pelajustran

- Pepe jjjjj

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39057. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  12ª Píldora.- A Madrid en busca de fortuna

  En el otoño de 1846 marchaba Valera a Madrid en busca de fortuna con su flamante título de licenciado en Jurisprudencia, sin haber decidido aún el camino a seguir: «Con mi título de abogado me vine a Madrid a buscar fortuna sin saber a punto fijo lo que haría; asistí a las fiestas reales cuando el casamiento de la Reina y traté al duque de Rivas, paisano mío, poeta y amigo de mi padre» (‘Semblanza autobiográfica’).

  Carmen Bravo-Villasante nos sitúa acertadamente la llegada a la Corte de Juan Valera: «La familia decide que ha llegado el momento de que Juanito, con su flamante título de abogado, vaya a Madrid a probar fortuna. Con nuevos bríos, aunque no sepa como emplearlos, y algunas cartas de recomendación, Valera se presenta en la Corte. Va bien trajeado, ¡es tan importante la indumentaria! [...] Frecuenta los teatros y las tertulias, ávido de ver y de ser visto, en espera de que la suerte más que el trabajo le favorezca, y la casualidad le depare un buen empleo a su talento [...] Desde el primer momento, Valera se muestra hombre de mundo. Encanta a todos con su conversación y sus modales distinguidos. Es tan raro que un hombre culto y sabio sea fino. Por lo común los pollos ‘dandies’ suelen ser vanos y frívolos y los letrados rehúyen el trato de la gente y los placeres sociales. Valera, no; ama la sociedad y se entrega a los libros con igual ardor. De noche, bailes y tertulias en los salones aristocráticos hasta el amanecer. Por la tarde, embebido en las lecturas, que a la vez instruyen y dispersan su espíritu».

  Manuel Azaña gran conocedor del epistolario Valeriano y del entramado de la España del XIX, describía magistralmente el mundo en el que Valera daba sus primeros pasos en sociedad: «Valera ganó amistades excelentes en la nobleza, en las letras, en la política, mundos menos separados entonces que en nuestro tiempo. La nobleza terrateniente conservaba mucho del poder político que pertenece al dinero. Los inmensos patrimonios, ya desvinculados, aún no se habían deshecho. La riqueza mobiliaria, y la industria, en mantillas, todavía representaban poco, socialmente, frente al valor de la tierra acumulada en las grandes casas [...] Lo más ilustre de la generación que iba a cubrir, aupada por la nueva clase, la segunda mitad del siglo, oradores, estadistas, literatos, afilaba las armas. Cánovas y Castelar, el mismo Valera, eran jóvenes desconocidos que devanaban los ensueños de su ambición [...] Quien brillaba quería hacerse presentar en la buena sociedad, y nadie brillaba bastante mientras no era presentado. Los certámenes de las sociedades literarias (los del Liceo, por ejemplo), no merecían la asistencia de la gente de buen tono [...] En aquel mundo dispensador de la fortuna, del renombre, del poder, Valera, que los ansiaba sin límites, se arrojó por conveniencia y por gusto [...] Estaba muy satisfecho de sus andanzas por Madrid. Primeramente, en razón de sus triunfos con las señoras. Sus padres recibían las confidencias de Don Juan, que no había asimilado noción alguna, religiosa o moral, que en el comercio amatorio le hiciese sentir falsa vergüenza ni el rubor de lo pecaminoso. Entre sus amigos íntimos estaba en opinión de amador violento, que hablaba mal de las mujeres y las conquistaba ‘a la cosaca’».

  Desde ahora será el propio Valera quien nos hable de su vida a través de sus cartas. En ellas se recogen sus vivencias y experiencias, sus lecturas, sus relaciones sociales, sus actividades literarias o políticas, sus anhelos, desazones y alegrías, a la vez que un sinfín de opiniones sobre política, literatura, arte, filosofía, religión y un largo etcétera. El Valera de las cartas, como escritos privados que estas son, se nos muestra sincero y desenfadado, en ocasiones hasta un tanto cínico, dado su sentido del humor. Por todo ello la importancia de estos textos es vital para conocer al hombre y al escritor que fue. Al iniciar nuestro recorrido por el epistolario de Valera tomemos una de sus primeras misivas conocidas, en la que hablaba a la madre de sus andanzas en Madrid, de sus proyectos, de sus ansias por labrarse un porvenir, de sus gestiones para hacer a su padre Senador del Reino:

  «No puede usted figurarse cuántos proyectos de todos géneros hay en mi cabeza, y, sin embargo, cuán ordenados están, y qué filosóficamente moderados los anhelos que de llevarlos a cabo tengo para que no me haga sufrir mucho cualquier ‘désappointement’ que sobrevenga. Entre todos mis castillos en el aire, el que más me enamora es el de ver el modo de hacer senador a papá sin que él lo quiera ni pretenda, pues este es, según creo, el mejor modo de que a mí me abran las puertas de la diplomacia. Usted sabrá que el señor Pidal, ministro de la Gobernación, es quien propone, en el consejo de ministros, las personas que más a propósito juzga para que se les nombre senadores. Ahora bien, Calvo Rubio es muy amigo de Pidal, y, así como los demás diputados por Córdoba, tiene grande interés, o al menos debe tenerlo, porque haya en el Senado algún personaje paisano suyo y, siendo mi padre el más a propósito para el caso, no será extraño que fijen la atención en él y lo arranquen de su retiro con tan honorífico cargo» (Madrid, 21 de enero de 1847).

  A esta misma senaduría aspiraba el entonces diputado por Cabra, don José de la Peña y Aguayo, nacido en Cabra en 1801, doctor en Leyes por la Universidad de Granada, de la que había sido profesor hasta 1834; también había impartido clases de Economía Política en el Colegio de Cabra. Defensor ante los tribunales de Manuel Godoy y de la heroína Mariana Pineda, de esta había tenido una hija natural. Gozaba de gran prestigio como jurista y hacendista. También había representado al distrito electoral de Cabra en el Congreso de los Diputados en varias legislaturas (1836, 1840 y 1844), y había sido ministro de Hacienda en un fugaz Gobierno presidido por el marqués de Miraflores, de 12 de febrero al 16 de marzo de 1846. Sus relaciones con los Valera siempre fueron distantes. A pesar de los esfuerzos del hijo, don José Valera se quedó sin la pretendida senaduría, al designarse para el cargo al propio Peña, al cual, al mismo tiempo, también se le encomendó el prestigioso cometido de Intendente de Palacio. Juan Valera, dolido con Peña, mantendría cierta distancia con él, como veremos en la próxima entrega, a la vez que desdeñaba los falsos aires aristocráticos de su paisano.

  Ilustraciones: Madrid a finales del XIX; José de la Peña y Aguayo; libros sobre Valera de Carmen Bravo-Villasante y Manuel Azaña.

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Isabel Montes Me embeleso con estas píldoras

- Toñi Ruiz Muñoz Mira el D de la Peña y Aguayo Con amoríos con Mariana Pineda ...e hija natural incorporada.... No si los refranes se hacen verdaderos De las cositas nuevas no os preocupéis q se harán viejas y las sabreis

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39058. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  13ª Píldora.- Valera se introduce en las salones de la alta sociedad madrileña

  A mediados del siglo XIX cuando se llegaba a una ciudad, la buena educación obligaba a rendir visita a los conocidos a los que se iba recomendado, tal como se aplicó Valera al llegar a Madrid. Las familias más poderosas económicamente, generalmente aristocráticas, acostumbraban a celebrar frecuentes veladas en sus mansiones o palacios, a las que invitaban a las familias amigas, además de a hombres de negocios, señoritas casaderas, lechuguinos y dandys, a literatos y artistas en ciernes o consagrados. La mayoría de estas reuniones estaban presididas o dirigidas por las dueñas de la casa. En estas tertulias se practicaban charlas frívolas, las más de las veces, se comentaban las habladurías escandalosas de la Corte como tendremos oportunidad de conocer, y en ocasiones se hablaba de política o de cultural, pero sin grandes pretensiones. Para completar el entretenimiento, también se jugaba al tresillo, se recitaban versos o se tocaban piezas musicales o se entonaban canciones de óperas o de zarzuelas conocidas, que cuando era posible las interpretaban a piano o al canto las hijas casaderas de la anfitriona del salón. En fechas espaciales se celebraban fastuosos bailes de sociedad.

  Como veremos, por medio de las amistades de su familia se introdujo Valera con desenvoltura en los ambientes mundanos de la alta sociedad. Y como no podía ser de otra manera el primer salón aristocrático al que acudió fue al de María Manuela Kirkpatrick y Grivegnée, condesa de Montijo y de Teba. Así participaba a la madre su primera entrada en el salón de las Montijo:

  «Anoche estuve en casa de Montijo. Esta señora me recibió muy cariñosamente y me convidó para el baile que tendrá lugar el domingo próximo, en celebridad de los días de la hermosa Eugenia, su hija menor, que es una diabólica muchacha que, con una coquetería infantil, chilla, alborota y hace todas las travesuras de un chiquillo de seis años, siendo al mismo tiempo la más ‘fashionable’ señorita de esta villa y corte, y tan poco corta de genio, y tan mandoncita, tan aficionada a los ejercicios gimnásticos y al incienso de los caballeros buenos mozos, y, finalmente, tan adorablemente mal educada, que casi, casi se puede asegurar que su futuro esposo será mártir de esta criatura celestial, nobiliaria y, sobre todo, riquísima».

  Por supuesto, esta ‘fashionable’ señorita -el término estaba de moda y se utilizaba para aludir a la joven ociosa preocupada exclusivamente de la moda y las diversiones-, no era otra que Eugenia de Montijo, la futura Emperatriz de Francia. De momento estaba enamorada de Jacobo Luis Fitz-James Stuart y Ventimiglia, duque de Alba y de Berwick, aunque este dudaba si decidirse por Eugenia o por su hermana Paca. Sería la condesa viuda de Montijo quien eligiese por él, entregándole la mano de Paca. Prosigamos con la misma carta, adentrándonos de la mano de Valera en los salones de la Montijo:

  «La señora Condesa nos hizo un discurso muy largo sobre las ventajas que resultan de ser Grande de España, y probando hasta la evidencia que los ‘parvenus’ son una canalla que a cada paso descubren la oreja, por más espetadamente aristócratas que quieran parecer. Probó, además, con sólidas razones, que los caballeros de alta nobleza son los que saben tener buenos modales y fina educación, y que se les distingue a leguas entre mil ‘parvenus’. Este discurso fue, con mucha frescura, dirigido a un don Juan F., que allí́ estaba, y que se atrevió a decir que había muchos duques y condes mal criados, estúpidos y sin conocimientos, en lo cual no andaba muy equivocado, aunque sí en decirlo en aquel sitio. Yo seguí en todo la opinión de la Condesa, sin acordarme de que no era Grande de España, así́ como ella tampoco se acordaba de haber sido Mariquita Kirkpatrick, y nuestro contrincante, aplastado bajo el peso de los más sólidos argumentos histórico-filosóficos, se tuvo que marchar, avergonzado, y casi convencido de que era un pobre diablo».

  Flaca memoria atribuida el chispeante Valera a la Condesa, por ‘olvidar’ que era hija del escocés William Kirkpatrickn O’Donnell, cónsul norteamericano y comerciante de vinos y frutas afincado en Málaga, casado con la hija del barón de Grivegnée. Y en esto que entra en escena, a los ojos de la Condesa y del propio Valera, otro ‘parvenus’ (un nuevo rico, vamos). Nada quedaba tan bien en la alta sociedad española como hacer uso en la conversación de abundantes galicismos. Prosigamos con la misma carta: «Apenas concluida la disputa, entró Peña Aguayo, y sin duda que si hubiera llegado a tiempo este moderno Ulpiano hubiera defendido también nuestra causa, pues ya se sabe que sus instintos aristocráticos son muy grandes. Después llegaron la marquesa de Villanueva de las Torres, la de Palacios, con su hija, las de Moreno, Juanito Comín, el marqués de Valgornera y otras varias personas, siendo para mí la más interesante mi antigua amada, la condesa de C. [Cabarrús], que, con su desgraciado esposo, venía de ‘Variedades’».

  De este encuentro de Valera con su primer amor, la condesita de Cabarrús, ya tratamos en la 6ª píldora por lo que no nos vamos a repetir aquí. Y finaliza la susodicha carta así:

  «Esta noche tenemos función en El Liceo y yo pienso ir, aunque no asiste la gente de tono y las señoras aristócratas se desdeñan de mezclarse con tanta especie de gentecilla como va a estas fiestas, demasiado acanalladas y plebeyas en el día. En otro correo le hablaré a usted de lo que en ellas vea y entienda, que creo, a pesar de lo que digan las altas clases, que han de ser divertidas» (Madrid, 21 de enero de 1847).

  Embriagado por los salones de la aristocracia no encontraba Valera tan atractivo el Liceo Artístico y Literario, instalado en el palacio de Villahermosa –ocupado hoy por el museo Thyssen Bornemitza–, centro de reunión de escritores y artistas, y competidor del clásico Ateneo Científico y Literario. Con todo, no dejaba de asistir Valera a las reuniones de los jueves del Liceo, tertulias en las que se daban a conocer los poetas, pintores y músicos noveles, ávidos de gloria. En los salones del Liceo reinaba la Avellaneda, como musa de los jóvenes artistas; entre ellos Juanito Valera, según vimos en la 8ª píldora.

  En la próxima píldora seguiremos con los salones de la aristocracia.

  Ilustraciones: la condesa de Montijo con sus hijas Paca y Eugenia; Paca Montijo; Jacobo Luis Fitz-James Stuart y Ventimiglia; duque de Alba y de Berwick; sesión literaria en el Liceo Artístico y Literario.

  Continuará con otra píldora valeriana.

  












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39059. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  14ª Píldora.- Sobre las comidillas de los salones y su afán por iniciarse en el periodismo

En sus cartas uno de los asuntos de los que hablaba Valera a sus padres eran las comidillas de los salones, y hasta de las picantes habladurías sobre las interioridades de Palacio:

«Aquí se divierte mucho la gente. Todas las noches hay bailes y tertulias, y los teatros están muy concurridos. El más notable acontecimiento doméstico que ocupa en el día a las malas lenguas es la fuga del bailarín Petipá [Marius Petipa, afamadísimo bailarín y coreógrafo francés] con la hija de la marquesa de V. Dicen que esta romancesca señorita desapareció de su casa a la hora de comer, dejando una carta para su mamá, en la que exponía los motivos que la habían obligado a tomar una determinación tan excéntrica, siendo el de más peso el amor vehementísimo que profesaba al aéreo y vaporoso amante con quien se ha fugado, cual una nueva Ariadna. En verdad que en esta época son dichosos los que bailan, de uno y otro sexo. Cuéntase por aquí (no sé si será cierto) que la Lola Montes, que estando en París el año pasado fue querida de Ducharrier, al que mató nuestro por ahora conciudadano Vaubalon, y que tanto danzó en aquella causa, y no el bolero, ha ido a distraer sus penas viudales a Múnich».

Lola Montes, conocidísima bailarina y aventurera irlandesa, cuyo verdadero nombre respondía a María Dolores Gilbert (1818-1861), además de por sus cualidades artísticas era famosa por sus escandalosos y encopetados líos amorosos, pues no en balde entre sus amantes se hallaba Luis I de Baviera, del que recibió el título de condesa de Lansfield. Prosigamos con la carta:

«El Rey [Luis I], desde que llegó, la admira más que debiera; la Reina, por consiguiente, está furiosa. Se añade que Su Majestad masculina le ha dado un título de condesa, y que todos los grandes señores se han puesto de monos y han hecho una representación en contra de este acto arbitrario de poder; más el enamorado príncipe ha empleado dicha representación en hacerle él mismo los ‘papillotes’ a la linda andaluza, y ha prometido enmendarse nombrándola duquesa [...] Esta noche hay gran soirée en casa de Weis-Weiler, que es como si dijéramos el embajador de S. M. judiísima, el rey de los banqueros, cerca de la corte de España [Daniel Weisweiller representante en España de los banqueros Rothschild y uno de los personajes más influyentes en los negocios y las finanzas del país]. Yo no voy a esta función, y no lo siento, porque muchas funciones de esta clase me empalagan, y con la de Montijo estoy más que satisfecho. En cuanto a política nada le digo a usted, pues ya por los periódicos sabrá las pocas novedades que hay. Sólo, en confianza, debo añadir que se empieza a hablar de la Reina sobre ciertos asuntos delicados, y corren por ahí dos o tres chismes, en los que, no sólo anda mezclado el infante don Enrique [hermano del rey consorte don Francisco de Asís], sino hasta el señor G., que es una especie de matón, jugador y baratero de buen tono, que no sé si habrá usted oído nombrar. Por lo demás, ambas Majestades se divierten mucho y ahora van a tener bailes de trajes en el regio alcázar. El primero será todo de vestidos nacionales, y se cree que nuestra soberana se presentará de manola, y don Francisco, su esposo, de arriero de Castilla. A estos bailes no asistirán más sino los empleados de Palacio, la Familia Real, incluso la ‘muñozada’ [las hijas que tuvo la reina Cristina con Muñoz duque de Riansares], los Grandes y los altos funcionarios del Estado» (Madrid, 14 de enero de 1847).

El tiempo que le dejaban libre las visitas a los salones de Montijo, Rivas, Frías, Heredia, Cabarrús..., y los flirteos y las tertulias de café, lo dedicaba a leer y escribir, a cultivar sus aficiones literarias. También procuraba introducirse en el mundo periodístico, aunque ello era complicado sin hacerse hombre de partido. En la prensa de la época primaba, por encima de la noticia, la opinión, y cada partido o grupúsculo político poseía sus propios voceros periodísticos, en los que trataban de abrirse paso la legión de pretendientes que inundaban las redacciones de los periódicos para darse a conocer. Recurramos una vez más al ‘Doctor Faustino’, ya que en esta novela dejó Valera los razonamientos que se hacia él mismo al llegar a Madrid sobre la conveniencia de enrolarse en el periodismo:

«¿Se dedicaría don Faustino a la literatura? Mucha afición tenia a esto, pero ¿cómo ganar dinero con la literatura en España? [...] Varias veces pensó el doctor Faustino en meterse a periodista, tomándolo por aprendizaje y propedéutica de hombre de estado y de literato a la vez; pero, ¿cómo sujetarse a los antojos de un director, tal vez rudo, ignorante y necio? ¿Cómo [...] había de dejarse asalariar por cualquier zascandil que tuviese dinero para fundar un periódico y se dignase darle veinte o treinta duros al mes para que escribiera lo que al periódico conviniera, ya que no le obligase a pasar algún tiempo de novicio (el doctor se estremecía y horripilaba sólo de pensarlo), traduciendo el folletín, tomando de acá́ y de acullá́ noticias para compaginar el correo extranjero, o recortando, armado de unas viles tijeras, sueltos y gacetillas de otros periódicos, y pegando con obleas en cuartillas lo recortado, a costa de la propia saliva, para mayor ignominia? El doctor Faustino no era posible que fuese periodista tampoco. En suma, la madre y el hijo se pasaron muchos meses cavilando, discurriendo y discutiendo qué podría ser, a qué podría dedicarse, para qué podría servir el doctor Faustino, y no hallaban la solución de tan arduo problema. Ambos entendían, no obstante, que el doctor servía y valía para todo, dándole dinero con que llegar. Esta especie de viático para el primer encumbramiento, esta peana indispensable para alzarse entre las turbas y hacer que resplandeciese el verdadero mérito era lo difícil de hallar, así́ para el doctor como para su madre. No había medio, o al menos era muy aventurado, que el doctor Faustino se lanzase a Madrid, a la buena de Dios, sin ánimo de buscar en la redacción de un periódico, en una oficina o en el estudio de un abogado alguna ayuda de costas mientras llegaba a personaje. El caudal de los Mendoza hacía tiempo había menguado mucho» (‘Las Ilusiones del doctor Faustino’).

Al padre, que ya andaba algo mosca con tanto flirteo y tertulia sin que el hijo se aplicase a nada de provecho, procuraba contentarlo hablándole de los trabajos literarios que conseguía colar en los periódicos con la ayuda de los amigos granadinos que ya andaban situados en Madrid. Pero de algún cuento y unos versos que había mandado a diversos periódicos no conseguía que se los publicasen y eso que los ofreció «’ad honorem’, como la rosca diplomática que anhelo, y que no he pedido que se me pague mi trabajo de pura cortedad [...] no es de notar que yo por fin rompa el fuego, que habían reprimido ciertos humos de rico que sin razón tengo y que debo ir echando a un lado si es que quiero serlo alguna vez de veras, aunque haciendo versos no es el mejor medio de medrar. Al menos si llegara a ser poeta dramático ya seria otra cosa, porque de 400 a 600 duros, siendo buena, bien puede valer cada comedia. ‘Tentada via est’: no sería malo tentar el vado, pero soy algunas veces muy flojo y desconfiado, y siendo, como estoy convencido de serlo, buen poeta lírico, lo que si no me da provecho me da honra, sería muy triste echarlo a perder escribiendo paparruchas para el teatro. Y digo que el ser poeta lírico me da honra, no porque mi nombre ande por ahí́ en las cien lenguas de la fama, sino porque, aunque desconocido del vulgo, poco popular y al principio de mi carrera poética, entre las gentes que lo entienden y me conocen no soy tenido en poco, y no es este pequeño lauro, y más en mí que por mi carácter demasiado orgulloso no me valgo nunca de los medios de que los otros se han valido para llegar al pináculo de la celebridad, ni voy en busca de ella sino por el camino real, que es tan largo, que quién sabe si nunca mientras viva lo alcanzaré, y lo que es la gloria póstuma... Mas, ¿para qué he de mentir? Soy tan tonto que también la ansío, y haré lo posible para adquirirla en vida y muerte, en lo presente y por venir; pues como dice Isócrates (a quien cito aunque parezca pedantería), ‘ya que alcanzares cuerpo mortal y alma imperecedera, procura dejar del alma memoria inmortal’. Mas, según voy viendo, así sin querer, me he remontado a lo sublime en esta carta, como si estuviera pronunciando un discurso en una academia, lo cual tiene algo de estrafalario y debe abandonarse volviendo al estilo llano y hablando de otro asunto de no menos importancia, a saber, de mis estudios filológicos. En primer lugar, debo confesar que muchos días he tenido abandonado el alemán, pues el pensamiento de cosas más palpitantes, como son la diplomacia y la viuda [por entonces pretendía entrar en la carrera diplomática a la vez que flirteaba con una viuda], me han tenido el alma de tal modo ocupada, que no me ha dado lugar sino para pensar en ellas y en las coplas; pero ya he vuelto a mi primera aplicación, y quiero decir que si voy a Nápoles, allí continuaré aprendiendo la lengua de Schiller y Goethe al par que prácticamente adquiera el conocimiento del idioma toscano» (Madrid, 16 de enero de 1847).

Como vemos, con objeto de triunfar en el mundillo literario enviaba versos, y algún cuento, a periódicos y revistas, aunque sin lograr por ello remuneración alguna. Esto último le fastidiaba, no solamente por la necesidad que tenía de dinero para vivir bien, sino también por dolerle que no le valorasen todo lo que él creía merecer. Por otro lado, ya desde joven, su carácter orgulloso, heredado de la madre, le impedía rebajarse servilmente ante quienes menospreciaran su talento, rasgo de personalidad que le guiará a lo largo de toda su vida. Valera viviría siempre envuelto en dificultades económicas, las más de las veces por su aprecio del lujo y el bien vivir, pero no por ello se resignaría nunca a perder la dignidad ante los que juzgaba inferiores.

Ya que en el periodismo no vislumbraba porvenir, frecuentó las sesiones de una Academia de oratoria con vistas a hacerse abogado, aunque pronto advirtió́ que no tenía facilidad de palabra y que lo suyo no sería la elocuencia ni el foro de la judicatura. Quien de momento triunfaba era el hombre de mundo que ya empezaba a ser, pues con su buena planta y su grata y amena conversación conquistaba a las más lindas jovencitas, y a alguna que otra casada.

Ilustraciones: Lola Montes y Luis I de Baviera; Isabel II y Francisco de Asís; la Reina Cristina y la ‘muñozada’; Daniel Weisweiller.

Continuará con otra píldora valeriana.

  


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39060. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  15ª Píldora.- Ni abogado, ni periodista, diplomático

  No todo serían aventuras amorosas y escarceos literarios. Valera con la esperanza de ingresar en la carrera diplomática gestionó que el Gobierno de Istúriz le enviara de agregado sin sueldo a la Legación de Nápoles, de ‘attaché non payé’ dirá él. Era común que los jóvenes procedentes de la nobleza de segunda fila se interesaran por la carrera diplomática, al considerarla más compatible con su rango social que otras actividades burocráticas de la Administración. Además, como para obtener un primer destino había que poner en práctica un sinfín de intrigas cortesanas para movilizar las influencias necesarias, la carrera diplomática quedaba casi exclusivamente reservada a jóvenes de familias bien situadas socialmente y con una cierta disponibilidad económica para sufragar los gastos de viaje y mantenimiento en el extranjero, ya que en el escalón más bajo de la carrera, el de pensionado o agregado, no se cobraba sueldo alguno.

  En el Reino de Nápoles se encontraba por entones de ministro plenipotenciario un buen amigo de la familia, don Ángel Saavedra y Ramírez de Baquedano, duque de Rivas, el cual había venido temporalmente a Madrid para ser recibido como Académico de la Española. El Duque, advertido de las esplendidas dotes literarias y personales del joven, aceptó llevárselo consigo, siempre que la familia obtuviera del Gobierno el destino. Sobre el particular le comentaba Valera a su padre: «Ya por mis anteriores sabrá usted que don Javier Istúriz nos prometió doblemente, a mi tío [Agustín] y a mí, el que se me nombraría ‘attaché’ [agregado diplomático] a la Legación de Nápoles y que, por consiguiente, a no faltar suciamente a su palabra, no puede dejar de hacer por mí tan pequeño obsequio, como es el destinar a un hombre ‘ad honorem’ y sin sueldo ninguno» (Madrid, 14 de enero de 1847).

  El duque de Rivas era uno de los literatos más afamados, hacia más de diez años que había estrenado con extraordinario éxito su drama ‘Don Álvaro o la fuerza del sino’, cima del romanticismo español. No era menor su influencia y reconocimiento en los círculos políticos como viejo defensor de los ideales liberales. No en balde, al igual que Istúriz y que don Antonio Alcalá Galiano, los otros valedores de Juanito Valera, había sufrido el exilio por plantarse contra el absolutismo fernandino, por eso, para los tres amigos y parientes en mayor o menor grado de los Valera no sería complicado complacer al joven aspirante a ingresar en la carrera diplomática. Quien en principio se mostraba reacio a este destino era don José Valera, alarmado por los desequilibrios que ocasionaría a la escuálida economía familiar la estancia en Nápoles, mas convencido por la marquesa de la Paniega, gran valedora siempre del hijo, accedió́ al deseo de ambos.

  Por fortuna, pronto pudo anunciar la grata noticia de la obtención del destino para la Legación de Nápoles: «Acabo de recibir de manos de mi tío Agustín el nombramiento de ‘attaché non payé’ con destino a la Legación de Nápoles [...] Ya se hará́ usted cargo de que necesito dinero para hacerme el uniforme y para preparar mi viaje a esa ilustre villa, donde le haré a usted una visita. Espero que me mandará la moneda con la mayor brevedad» (Madrid, 16 de enero de 1847).

  La alegría del momento le precipitó al pedir dinero al padre, cuando era consciente de las escasas rentas producidas por las exiguas fincas de la familia. Este, conociéndole, a la vez que le conminaba a que se contuviese en los gastos de los preparativos, le exhortaba a que no perdiera el tiempo en Italia como había hecho en Madrid. Días después, más pausadamente, Juanito se lamentaba de los sacrificios que acarrearía a la familia por los gastos del viaje y la estancia en Italia:

  «Yo estoy bueno y muy contento con el nuevo destino, pues a pesar de que conozco que por ahora se tendrá usted que sacrificar pecuniariamente veo, al par, que mi carrera, si tengo fortuna, puede ser brillantísima y dentro de cinco o seis años acaso andaré por esos mundos de Dios, de primer secretario cuando menos, con buen sueldo y en una posición en extremo ventajosa [...] Hoy he estado a ver al Duque y [...] como es un Grande pobre, no sobresale por la esplendidez. Sin embargo, creo que se da buen trato en Nápoles y, por lo pronto, ya me ha convidado a comer jueves y domingos para cuando estemos allí. Yo espero que al fin me convidará todos los días, como es natural que haga con uno de sus subordinados que es amable y poeta y amigo suyo. En este caso me ahorraré mucho dinero, porque a mí me gusta comer bien y no soy partidario de atormentar la panza por llevar galas, como si fuera uno un cofre primoroso por fuera y vacío por dentro. En cuanto al uniforme, me lo haré de lo más sencillo, y mi tío se encargó de venir conmigo a dirigir este negocio. Yo creo que también necesito un frac azul con botones dorados diplomáticos para ir a bailes particulares, pues el que tengo negro no está nada elegante. De mis mesadas me he comprado dos chalecos de sociedad muy ricos, un camisolín de bastida, una chorrera de encaje, unos pantalones, un gabán y no sé cuántas cosas más, de modo que no ando muy lucido de metálico. En cuanto a la acusación que de perezoso me hace usted, debo contestar que en parte tiene mucha razón; pero ya me enmendaré, pues no está todo en mi naturaleza sino en el poco estímulo y recompensa que por desdicha halla en nuestro país el que se dedica a las letras y no de cambio» (Madrid, 21 de enero de 1847).

  Por los mismos días anunciaba por carta al amigo malagueño Juan Navarro Sierra la gratísima nueva de su marcha a Nápoles, a la vez que le daba noticias sobre sus últimas andanzas: «Infinito tiempo hace que ni te escribo ni me escribes; pero esto no importa un ardite en la buena amistad que nos teníamos in illo tempore y que espero continúe por tu parte como por la mía permanece invariable. En todo este tiempo que no nos escribimos ya habrás sabido que concluí mi carrera de Leyes, que mi hermana Ramona se casó y que me vine a Madrid con el intento de buscarme alguna ocupación lucrativa y honrosa, con cuyo objeto venía decidido a pasar un año con un abogado y después abrir bufete; pero, como mi fuerte no es el trabajo, y menos de esta clase, ahorqué la toga, quemé la golilla, y, aprovechándome de una buena coyuntura, me metí de patitas en la diplomacia, donde, con bailar bien la polca y comer pastel de foiegras, está todo hecho» (Madrid, 30 de enero de 1847).

  Para finales de enero estaban listos los preparativos para el viaje a Italia, pero antes pasaría por Doña Mencía para despedirse de los padres y de Sofia. Luego marcharía a Málaga, a despedirse de su hermanastro Pepe, para finalmente embarcarse hacia Nápoles. Antes de dejar Madrid refiere al padre las últimas habladurías de la corte:

  «Las noticias políticas las sabrá usted por los periódicos, excepto aquellas que, por su carácter reservado, no se pueden publicar. Lo más notable que hay sobre este particular son los disgustos y pendencias de Palacio, que se van haciendo escandalosos, y en particular desde hace algunas noches. La Reina dio un baile y, como aquel mismo día había tenido gran disputa con su esposo, salió casi llorando a recibir a la sociedad, y don Francisco de Asís no quiso salir y se estuvo picado y encerradito en su cuarto, y aquella noche no durmió ni visitó siquiera a su señora. Esto da motivo a infinitas hablillas y las damas de buen tono dicen que no será extraño que Su Majestad hembra busque algún consuelo, y la disculpan para cuando lo haga, con la estúpida conducta de su marido. También añaden que a la Reina la disgusta personalmente su cónyuge y no tanto su cuñado [Enrique de Borbón], y otras mil majaderías, increíbles unas y creíbles otras. Esta noche vuelve a haber gran baile en Palacio, porque aquí, ahora, no se piensa más que en bailar, digo en apariencia, porque en realidad se piensa en otras cosas mucho menos aéreas y poéticas» (Madrid, 30 de enero de 1847).

  Como ya hemos tenido ocasión de comprobar, el Valera de estas misivas de juventud dominaba ya brillantemente la pluma, a la vez que se vislumbra en ellas al genial escritor de cartas que llegaría a ser, el más prolifero y destacado de las letras españolas. Como bien señalaba don Manuel Azaña, Valera se hizo un estilo propio escribiendo cartas:

  «Escribiendo cartas se reveló prosista, y a fuerza de escribirlas arribó a la maestría [...] Desde su mocedad hasta pocos días antes de morirse, escribió o dictó cartas continuamente, desperdigando en ella unas confesiones o memorias que, por aversión a las confidencias públicas, nunca hubiera redactado para un cuerpo de libro [...] Las cartas son de dos clases: literarias, por los puntos que tocan o por el adobo y pulimento de la prosa, aunque narre y comente sucesos privados; y familiares, donde entrega sus sentimientos del instante con una ingenuidad insospechable si conociéramos sólo sus escritos públicos. Las cartas literarias son ejercicios de estilo; la primera versión de artículos por venir, aprovechadas después realmente, a trozos, en los ensayos de crítica o en alguna novela. Confrontando las cartas y los escritos que destinó a ver la luz, seguimos paso a paso la formación del autor en el arte de escribir, con aceptación omnímoda de este verbo, desde el estilo a la ortografía y el carácter de letra, y conocemos al hombre completo, que en su perfecta urbanidad rehusó el mostrarse a los lectores doliente, compungido o miserando, y apenas dejó trasparecer sus facies personal por la máscara elegante del donaire [...] Combatía el fastidio abandonándose a la comezón irresistible de menear la pluma, y despachaba a sus amigos copiosos relatos de sus hábitos, lecturas y amores, sin celar cosa alguna, por escondida que acostumbre estar».

  Ilustraciones: Duque de Rivas; vista de la bahía de Nápoles

  Continuará con otra píldora valeriana.

- Pedro Cubero Pepe, muy interesante. Estamos conociendo a un Juan Valera que parece que es de la familia.

- Fernando Moral Valle Querido profesor Pepe Garrido cada día estoy más intrigado por el siguiente fascículo

- Isabel Montes Siempre esperando la próxima

 


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39061. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  16ª Píldora En Nápoles de attaché non payé

  Bastantes años después de su inicio en la carrera diplomática rememoraría Valera sus gratos recuerdos de su estancia en Italia: «Fui a Nápoles con el duque de Rivas, y allí́ olvidé bastante de lo poco que en la Universidad había aprendido. Pasé dos años y medio haciendo el ‘joli coeur’ con las damas, siempre en bailes, fiestas y tertulias; pero visité a Roma y otras ciudades de Italia, estudié algo de la grande historia y de la gran literatura de aquel país, presencié la revolución de 1848, le cobré una afición grande a los estudios filosóficos, gracias a mis amigos Stanislao Gatti y Giovanni Baracco, y hasta llegué a estudiar y a saber medianamente y a traducir el griego antiguo y chapurrear el moderno, gracias a estar yo, o creerme, enamorado de una señora griega. Con el Duque me llevé muy bien y él se condujo conmigo como un padre».

  Tras embarcarse en Málaga, y tras hacer escalas en Barcelona, Marsella y Génova, el 16 de marzo de 1847 arribaba a Nápoles, capital del Reino de las Dos Sicilias. Se instaló en el Palacio de España, al igual que los demás compañeros de la Legación, señoritos todos de ‘buenas familias’ que al igual que Juanito Valera se iniciaban en la carrera diplomática. Naturalmente, todos ellos habían arribado a Nápoles gracias a las recomendaciones de parientes ilustres. No me resisto a recoger aquí la historia que le contaba a su madre sobre un curioso criado que tomó a su servicio:

  «Vivo muy cómodamente y con la tranquilidad y aplomo de un viejo solterón. Tengo un criado que me limpia la ropa y las botas, me sirve la comida y hace los mandados; este pobre diablo es muy majo y se viste como un señorito; ha sido bailarín y ha hecho de ‘Céfiro’ en muchas pantomimas del Teatro del Fondo, de modo que pienso en condecorarle con el nuevo empleo de mi maestro de baile. Hubiera podido hacer gran fortuna, pero su virtud y honestidad se lo han impedido. Por recomendación del duque de Rivas, lo tomó por ayuda de cámara el confesor de la reina Cristina y quedaron en que se iría con ellos a París; pero un día fue a casa del Duque y le dijo que de ningún modo, ni por el oro del mundo, continuaría sirviendo al señor capellán. El Duque le preguntó, no muy admirado, pues ya conocía las mañas del santo varón, la causa de su negativa, y él, después de ser muy hostigado, contó llorando y aun muerto de miedo el horrible trance en que se había encontrado. Y esta es la causa de que el ‘Céfiro Pasqualino’ se haya quedado en Nápoles y esté ahora en mi servicio. Yo no quería creer al Duque y me parecía broma suya la historia referida; pero me ha confirmado en ella el mismo frailuco, que tanto a mí como al conde de Cartagena nos tuvo tales bromas, que tuvimos poco menos que mandarlo al carajo a pesar de su sagrado carácter. Este padre de almas es muy favorito de la Reina Madre [María Cristina, madre de Isabel II]. Dile a Calvache que, si cuando esta vuelva al poder quiere que le hagan caballero de San Juan o Grande de España, no tiene más que ganarse, con algunas ligeras condescendencias, la buena voluntad de su confesor» (Nápoles, 17 de junio de 1847).

  Desde un primer momento Valera se introdujo con buen pie en las tertulias de la nobleza española residente allí́. A su cuñado Alonso Mesía escribía: «Yo sigo bueno y, aunque cada vez más admirado de la hermosura de esta tierra y de la bondad de sus habitantes, no por eso menos convencido de la poca sociabilidad de estos últimos y dando gracias al cielo de habernos deparado al duque de Bivona, cuya casa nos sirve de refugio por las noches, y si así́ no fuese, tendríamos que acostarnos al anochecer. El día lo paso casi siempre en casa; no tengo más amigos que los de la Embajada, ni más amigas que las damas españolas, y Bivona, Scláfani y Fernandina. Leo, y escribo estas larguísimas cartas, y mi única diversión es charlar un rato con mi respetable jefe [...] todas las señoras que aquí́ conozco son casadas y la que se muestra más propicia es la duquesa de Bivona» (Nápoles, 17 de junio de 1847).

  Los duques de Bivona eran don José Álvarez de Toledo y Palafox y doña María del Carmen de Acuña y Dewitte, esta hermana del marqués de Bedmar de quien se tratará más adelante. Algún galanteo, y algo más, hubo de sus relaciones con la Bivona, a tenor de la carta que desde España le escribía su amigo Enríquez, reprendiéndole entre chanzas y burlas: «No es por adularte pero eres un mortal desgraciado. ¿Quién te manda, grandísimo cosaco, meterte a hacer el amor a la duquesa de Bivona? Hacer el amor, ¡endemoniado!, sin estar seguro del éxito a una mujer que te daba de comer» (Madrid, 26 de noviembre de 1847).

  En los salones de los marqueses de Bivona no faltaban las conversaciones desenfadadas: «En su tertulia tenemos mucha confianza y se dicen desvergüenzas a porrillo y cuentecitos verdes, que la mayor parte son de la cosecha del duque de Rivas. La Duquesa y su cuñada, la condesa de Scláfani [María Teresa Álvarez de Toledo y Silva], se ríen mucho con estos primores; pero critican mucho al Duque, que siendo un poeta tan sublime, no se complazca en la conversación vulgar más que en decir cochinerías [...] En nuestra tertulia no se habla en otra lengua que la española, y cuando no, el francés, que está aquí́ mucho más generalizado que en España y hasta los criados lo hablan ya, porque lo han aprendido con el roce y por la necesidad del buen tono, que así́ lo exige. La lengua italiana se desprecia un poco por la gente elegante, y se la deja sólo para que la hable la canalla» (Nápoles, 17 de junio de 1847).

  Dada la escasa actividad de la Legación y la tranquilidad del lugar se refugiaba en la lectura, en ir de excursión por los alrededores, en visitar museos, y en escribir cartas, si bien, tanto sosiego le hacía añorar a la patria y la familia: «Lo que es hasta ahora –escribe a su cuñado Alonso Mesía–, fuera de los gastos y del ruido de los coches, en todo lo demás más se parece Nápoles a una aldea que a una capital. Si tuviera aquí tres o cuatro de mis amigos granadinos lo pasaría mejor; pero, solo, suelo fastidiarme, como Adán sin duda se fastidiaba en el Paraíso hasta que el Señor, compadecido, le envió́ la compañera. Además, ya voy conociendo que yo, como todas las personas que no son muy devotas y tampoco son positivas y metálicas, tengo más amor a la patria que el que pensaba, y a cada paso la echo de menos. Creo que entre el torbellino de París o Londres o en el seno de las grandes ocupaciones se me representarían rara vez a la memoria los dioses penates; pero aquí, donde nada hay que hacer y casi nada que disfrutar, se siente uno acosado con el recuerdo de la patria y de la familia, y más cuando por estar lejos de ellas, ni nada importante se hace ni se gana dinero. Para consuelo de estas penas mías recurro a los libros y a la filosofita; pero desgraciadamente yo estoy algo podrido (y no tomes esta palabra materialmente, sino en sentido espiritual). Las novelas me fastidian, la historia me interesa algo más, los versos me cansan y su lectura, aunque grata, es poco tranquila para quien tiene la debilidad de creerse también agitado por el dios que los dicta. Sin embargo, he leído con algún placer la linda novela ‘Los últimos días de Pompeya’, que adquiere más interés cuando se ha visto el lugar de la escena, pero que de todos modos es muy bella» (Nápoles, 17 de junio de 1847).

  A la llegada de Valera a Nápoles, Italia era un hervidero de aspiraciones nacionalistas esparcidas por las monarquías, ducados y repúblicas de la península, y en los territorios del norte ocupados por Austria. Muchos políticos e intelectuales soñaban con un Estado único, al igual que amplísimos sectores de la burguesía y del pueblo llano, si bien estas aspiraciones se veían dificultadas por la presencia de los Estados Pontificios, en los que ejercía su indiscutible autoridad espiritual y política el papa Pio IX. Años más tarde, como fruto de sus vivencias y observaciones en Italia, el Valera político pronunció desde la tribuna del Congreso de los Diputados varios discursos sobre el tema del reconocimiento por España del Reino de Italia de Víctor Manuel, tras la unificación y deposición de la autoridad temporal de los papas. De momento, el joven Valera censuraba en sus cartas a la monarquía borbónica de Nápoles, por inepta y despótica, en la figura de Fernando II Rey de las Dos Sicilias :

  «S. M. mira y fomenta con singular predilección la caterva de inmundos frailes de todos colores, gordos y cebones, con camisa y descamisados, holgazanes y bellacos, que pululan como un enjambre de zánganos por todos sus dominios [...] Carga de contribuciones a sus pobres vasallos para mantener y vestir un no menos pernicioso enjambre de suizos borrachos e insolentes, que apalean al pueblo, y los gendarmes numerosos. Esta gente, sin embargo, sirve para algo, pues conserva la tranquilidad pública, o al menos la privada de S. M., que fía más en los cimbreantes sables de sus transalpinos mamelucos que en el filial amor de sus vasallos. Pero lo que más inútil me parece es la infinidad de tropa del país, que sólo por ostentación tiene, y que para nada sirve sino para ir detrás de las procesiones y hacer paradas. Además, los trenes de artillería son numerosos y los buques de guerra muchos y buenos, aunque nunca salen del golfo, donde suelen dar un paseo para divertir el ardor marítimo de Su Majestad y no apolillarse» (Nápoles, abril de 1847).

  Ilustraciones: Nápoles con el Vesubio al fondo; María del Carmen de Acuña y Dewitte duquesa de Bivona; María Teresa Álvarez de Toledo y Silva condesa de Scláfani; Fernando II Rey de las Dos Sicilias

  Continuará: El duque de Rivas, un rival en asuntos amorosos

- Isabel Montes Buenos días Pepe. Interesante como siempre. Pero yo no me he enterado, igual soy muy torpe y hay que leer entre lineas, y yo no sé, de la causa por la que el criado bailarín no quería ni amarrado servir al confesor de María Cristina.

- Pepe Garrido Ortega Isabel Montes 🤣🤣🤣 míralo bien el confesor iba detrás del bailarín... amorosamente... además el mismo Valera decía que él y otro mandaron al confesor al carajo cuando intentó sobrepasarse con ellos. Y otra: hay otra indirecta al final en la que Valera da a entender que un conocido de ellos podía entenderse con el santo confesor cuando este llegara a Madrid a cambio de que el confesor le consiguiera un título nobiliario. Las cosas de Valera

- Pepe Garrido Ortega Mira esto otro que tomo de wikipedia: Uno de los mitos conservados en los que Céfiro aparece más prominentemente es el de Jacinto, un hermoso y atlético príncipe espartano. Céfiro se enamoró de él y lo cortejó, al igual que Apolo. Ambos compitieron por el amor del muchacho, este eligió a Apolo, y Céfiro enloqueció de celos. Más tarde, al sorprenderlos practicando el lanzamiento de disco, Céfiro les mandó una ráfaga de viento, y el disco, al caer, golpeó en la cabeza a Jacinto que murió. Con la sangre del muchacho muerto, Apolo haría la flor homónima

- Isabel Montes Pepe Garrido Ortegapues ahora, con todas tus aclaraciones, lo veo claro. Algo así intuía pero no lo acababa de ver. Gracias

- Paca Garrido Ortega También a mí me ha venido bien la aclaración.


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39062. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  17ª Píldora.- El duque de Rivas, un rival en asuntos amorosos

  En Nápoles el tiempo que le quedaba libre a Valera lo dedicaba a completar su formación: leía libros de historia, se interesaba por la literatura y la lengua del país, consolidaba sus estudios de griego. Estas inquietudes intelectuales se fortalecían con la atención que le dispensaba el duque de Rivas, poeta y dramaturgo consagrado, que apreciaba su trato y su vocación literaria. El viejo duque escribió una carta a don José Valera ensalzándole las cualidades de su hijo: «Cada día estoy más contento con haber hecho la adquisición de su hijo de usted, que es joven de excelentes prendas, y sus buenos modales, su extensa instrucción y su excelente conducta lo hacen digno de aprecio de cuantos lo tratan. Trabaja con asiduidad, estudia, pasea conmigo y observa la mejor conducta. Este invierno lo presentaré en la sociedad diplomática, y no perderé ocasión de hacerlo brillar y de que sepan los extranjeros de que también en España se sabe dar buena y completa educación a los jóvenes que son capaces de ella. Yo creo que él está muy contento aquí, y por mi parte, no perderé ocasión de recomendarle (cuando puedan algo mis recomendaciones) y de empujarlo para que adelante en la carrera, desde cualquier puesto en que me coloque la suerte» (Nápoles, 28 de agosto de 1847).

  En 1888, al recordar don Juan su estancia en Nápoles, rememoraba la afabilidad y hospitalidad con que fue acogido por don Ángel Saavedra: «El Duque era afabilísimo y bueno. Ya era viejo cuando estuve yo con él de agregado en la Embajada de Nápoles, pero se diría que estaba dotado de perenne juventud; tan constante era su buen humor y tan festivo su carácter. Él mismo se jactaba de ser más mozo que todos los secretarios y allegados [...] tenía siempre a su mesa, aunque él fuese convidado a otra, a todo el personal de la Embajada, que era numeroso, joven y alborotado. De sobremesa se jugaba, se chillaba, se retozaba por demás, y los muebles del saloncito en el que se tomaba el café se rompían y se estropeaban no poco. Una vez, quejándose el Duque de aquello, y reprendiendo a sus descomedidos subordinados, les dijo, moviéndolos más que a arrepentimiento y contrición, a risa: ‘Esto no es Embajada, esto es un cuartel de milicianos nacionales. Lo único que falta es que escriban ustedes con carbón o con almagre en mesas y sillas: ‘¡viva Espartero!’».

  Las semejanzas de carácter de Valera y Rivas, bromistas y zumbones ambos, acortaban las diferencias de edad y rango. Así, con ocasión de haber pasado Valera unos días fuera de Nápoles en compañía de una tal madame Obrescoff (también llamada ‘la vivandera rusa’), le escribía el Duque: «Querido Valerita: Cuando creí que estaba usted celebrando un Sínodo, me percato que está usted siguiendo un curso de frenología. Esta flor le faltaba al ramo. Permanezca usted, pues, en Castellamare el tiempo que guste, pues no habiendo llegado el vapor de Barcelona, nada hay que hacer en la Embajada. Aquí todo sigue su trote cochinero [...] Dé usted mis recuerdos a madame Obrescoff, que, a pesar de cuanto usted me dice, es mujer de mucho mérito. Diviértase usted mucho; renuncie a sus vanas filosofías, y no olvide a su buen amigo».

  Bien a las claras queda, por los distintos epistolarios, hasta qué punto gustaba Rivas de la compañía de Valera, al igual que este lo estaba de la placentera conversación del Duque: «Algunas tardes acompaño en coche al Sr. Duque a Capo di Monte –escribe a su cuñado Alonso–, donde hay un hermoso palacio y los más lindos y frondosos jardines que he visto nunca; pero tiene la maña, mi respetable jefe, de abandonarme cuando llegamos allí e irse en busca de su madame Montigni, a quien no me ha hecho el honor de presentarme, de modo que tengo que tomar una carrosela, que aquí se encuentran a cada paso y a docenas por donde quiera que vas, y volverme a casa, que está una legua distante, mientras que el viejo cortejante se pasea por aquellos lindos jardines hasta las ocho y media o las nueve. Y mientras tanto, yo, que soy un muchacho, no tengo nadie que me quiera» (Nápoles, 17 de junio de 1847).

  Ante noticias de este corte, recibe el joven de su tío Agustín Valera algunos consejos cuarteleros: «Creo cuanto me dices del viejo Duque [...] Siento que no te hallas [sic] acomodado aún con alguna zorra elegante [...] No te ocupes de Lucrecias o ipócritas [sic] sentimentales, pues en materia de amor lo mejor es lo más fácil» (Madrid, 8 de septiembre de 1847). Con razón decía Azaña que en las cartas de don Agustín, «lo más fino es la ortografía». Tal era la campechanía existente entre el jefe y el subordinado que Juanito Valera disputó en amores con el Duque por la marquesa de Villagarcía, aunque, en verdad, esta dama traía de cabeza a un ministro de la Toscana, al príncipe de Salerno, y a toda la legación. En principio, la Saladita –de tal manera llamaba Valera a la Villagarcía–, le distinguió entre los demás pretendientes, si bien don José Valera exhortaba al hijo por carta a que dejara tales devaneos amorosos, previniéndole en términos marineros, cual correspondía a su profesión: «Siento, sí, verte tan mal empleado: la V. G. es una urca [embarcación grande y muy ancha que servía para el transporte de granos] muy vieja [en realidad solamente le llevaba seis años a Valera] y asaz usada, y es más que probable que el estado de sus fondos esté ya tan carcomido que no admitan una carena en forma. Sería, pues, una desgracia que me afligiría en extremo, que de resultas de navegaciones en mares tan sospechosos tuvieras que sufrir una recorrida [dar un arreglo general o carenar una embarcación deteriorada], en que se gasta el dinero y se pierde la salud» (Doña Mencía, 17 de diciembre de 1848).

  Varios años después de estos lances, referiría Valera a Estébanez Calderón algunos de los curiosos estragos causados por la Villagarcía: «En todas las cosas, hasta en las más serias, veo yo algo de ridículo y me aflijo sobre manera. Ya en Roma había yo tratado a esta misma Villagarcía, y ganado su corazón hasta el extremo que me confiase el atrevidísimo y endiablado proyecto que tenía de seducir al Padre Santo; pero nunca imaginé que ya jamona y más catada que colmena, pusiese a la Legación de España, como la puso con su venida a Nápoles, en ocasión de hacer mil ridiculeces. Ello es que embajador, secretarios y agregados, todos la querían gozar, y la cortejaban a porfía. Una noche al fin, el embajador, ofendido, nos dijo que la dama corría por su cuenta; y tomándonos por los Doce Pares, y convirtiéndose él en Carlomagno, aunque en apariencia de burla, se levantó de su asiento y, con voz llena de cólera mal disimulada, nos habló de este modo:

  Merecida ha de ser, no arrebatada Angélica en mi tierra, paladines, que aún no es del todo báculo mi espada, ni estoy sordo al rumor de los clarines.

  Ella se resistió como una Lucrecia a las seducciones del [...] frenético erotismo del apasionado Duque-poeta, el cual a veces la decía con ternura y parodiando a Anacreonte:

  Quisiera ser la cinta de tu zapato para estar a la vista de aquel ingrato ».
(Río de Janeiro, 4 de agosto de 1853).

  Ilustraciones: Vista de Nápoles; Duque de Rivas; Juan Valera Continuará con otra píldora valeriana: Los marqueses de la Paniega rogaban a su hijo que ‘guardase su reconocido orgullo’


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39063. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  18ª Píldora.- Los marqueses de la Paniega rogaban a su hijo que ‘guardase su reconocido orgullo’

  Para sentirse satisfecho con el destino de Nápoles no bastaba con sus regocijos y aventuras amorosas, ni sus francachelas con los compañeros de la legación y el mismo embajador. Así, se desesperaba al no prosperar en la carrera diplomática, además de sentirse incomodado por el gasto que ocasionaba a la familia. Por todo ello le confesaba a la madre: «Siento tener que decirle a usted que aunque es verdad que el Sr. Duque, mi jefe, me quiere, no debo esperar nada de él sino versos y despachos que copiar y la comida, por no costarle nada y serle agradable que yo le acompañe a la mesa. S. E. es muy egoísta y no gusta hacer nada por nadie. Me alegraría que, como se hizo usted amiga del barón de Solar, se hiciese también de Serrano, hombre que me podría proteger y servir de mucho. Yo tengo ambición por mí mismo, mas no llegaría hasta el punto de desear la protección de Serrano, ni de otro ninguno, si fueran mis padres menos pobres o no tuviera yo que gastar tanto sin poderlo remediar, o al menos, no me remordiese de continuo la conciencia porque les soy a ustedes gravosísimo» (Nápoles, 21 de marzo de 1848).

  Este barón del Solar de Espinosa del que habla en la carta había precedido al general Serrano en el mando de la capitanía general de Granada, y también como pretendiente de Sofía Valera. Como vimos Narváez había enviado a Serrano a Granada, para que ‘el General Bonito’ terminara su relación amorosa con la Reina. En varias ocasiones Valera se desmoralizó tanto que se propuso abandonar el destino y volverse a España, para encerrarse en Doña Mencía a hacer vida de anacoreta. En tales ocasiones el marqués de la Paniega le reconvenía duramente por su inconstancia: «Me partes al mismo tiempo el corazón, me lo despedazas, hijo de mi alma, con los arrebatos de tu genio y con tu poca o ninguna filosofía para conllevar los reveses de la suerte. Te pido, te suplico que tengas más conformidad con nuestra suerte; sin duda que hasta ahora en nada es lisonjera; pero no por eso debemos abatirnos, antes al contrario, rechazarla con frente serena, seguro que al fin la veremos triunfar. Tu proyecto de abandonar tu actual destino no lo puedo calificar; es un desatino atroz, sin ningún fundamento o disculpa. Cuanto me dices en tu carta para justificar tu arrebato son sofismas; tú estas en esa contrayendo un mérito que en su día harás valer. Si vinieses a España, tendrías que residir en Madrid, pues el pensamiento de venirte a este pueblo a hacer una vida filosófica pastoril es un sueño de una cabeza delirante» (Doña Mencía, 18 de agosto de 1848).

  A la vez, la fría y calculadora Marquesa no era menos enérgica al advertirle que tendría que guardarse su reconocido orgullo, si pretendía triunfar en sociedad: «No debes tener tanto orgullo para no pedir al Duque ni a otras personas que le puedan a uno sacar de atolladeros, porque ese orgullo no sirve más que para quedarse uno en un rincón, morirse de miseria y que todos lo desprecien; por fin, los antiguos ganaban gloria, pero en tiempos modernos, ni aun esta ilusión se gana con hacerse el hombre grande; en el día se atiende sólo al dinero y al puesto que se ocupa; los medios no se miran ni manchan; no he visto hombre por bajo ni indecente que sea, que lo desprecie nadie como tenga dinero u ocupe posición en el gobierno; pero los desprendidos, los heroicos, son desgraciados completamente y hasta huyen de ellos; no creas, por esto, que te aconsejo que hagas indecencias ni picardías; pero sí que le hables al Duque en tu favor para lograr tu colocación, esa humillación de tu carácter, digno de elogio en cuentos y antiguas historias, pero en el día desconocidas, quizás te atrasaría tu carrera, y no que no veo más que males sobre ti, querido hijo mío» (Granada, 13 de marzo de 1849).

  Al amigo Manuel Cañete le daba cuenta, en el verano de 1848, de su estancia en Italia en tonos más gozosos: «Vivo contento, a pesar de que no abundo en metales preciosos, ni tengo concubinas ni reinas que sacien la sed de mi corazón; pues como son dolencias estas que donde quiera me aquejan, me he acostumbrado a ellas y las sufro con estoica resignación. El duque de Rivas es el mejor de los jefes posibles, y dándole conversación me consuelo, y cuando las ocupaciones lo permiten paso largo tiempo [...] no sólo para charlar y visitar, sino yo para leer y estoy horas enteras fumando, tendido en un sillón, y para pintar y escribir S. E. Y aunque no es tan admirable pintor como poeta, pinta sin embargo muy bonitos cuadros, y generalmente mujeres en cueros, o poco menos, que copia del natural después de haberlas [...] En cuanto a lo que el Duque escribe, quisiera que sepas que su fuego poético no se ha apagado con los años [...] Yo he abandonado completamente el áspero camino del Parnaso, convencido de no poder llegar a la cumbre, por más que sude y me fatigue. Ahora sigo el florido de la diplomacia, donde tampoco hago maravillosos adelantos, por lo que de él también pienso retirarme y me hubiera ya retirado, si no me gustase tanto Nápoles o no me hallara tan bien en compañía del señor Duque» (Nápoles, 4 de agosto de 1848).

  Después de más de un año de estancia en Nápoles, sus relaciones con el duque de Rivas se habían enfriado por surgir entre ellos discrepancias políticas, al manifestarse el Valera liberal favorable a los patriotas defensores de la unificación de Italia. Claro que por entonces el posicionarse como liberal en Italia no resultaba nada extravagante, cuando el mismo Papa Pío Nono lo era, por el momento. Tal como recordaría Valera años más tarde en sus ‘Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días’ (1864). Decía allí:

  «Las pasiones más nobles, las ilusiones más gratas casi siempre incompatibles por mengua de nuestra flaca naturaleza, parecía que entonces se habían dado allí la mano y podían caminar juntas sin escrúpulo. A principios de 1848 el bondadoso Pío IX era aún el jefe, el ídolo de la revolución. Las princesas, las damas aristocráticas, sobre todo las más jóvenes, las más bonitas y las más elegantes, eran también revolucionarias. ¿Qué placer tan grande no tendría yo entonces en mostrarme aficionadísimo a la revolución, sin dejar de ser piadoso, ni en apariencia, puesto que no hacía más que aplaudir lo que el Padre Santo aplaudía, y dando así mismo prueba de galante, de afectuoso, de fino y de rendido a todas aquellas señoras tan ‘comm’il faut’? ¡Qué dicha la de entonces! No ser entonces liberal era ser mal católico, era ser enemigo del Papa, era ser persona de mal tono, y hasta era ser poco artístico y poco amante de la belleza, ya que lo primero que allí logró la revolución fue que las bailarinas desechasen los impertinentes y antiestéticos calzoncillos verdes que el rey Fernando II les había obligado a gastar, harto celoso y cuidadoso de que sus amados súbditos se entregasen a la concupiscencia».

  Aparte de algunas poesías, el único texto conocido escrito por Valera en Italia, descontadas igualmente las cartas, fue un relato sobre una excursión que hizo en septiembre de 1849 a bordo del navío de vapor ‘Colón’, visitando la Gruta Azul de la isla de Creta. Integraban la expedición de excursionistas los miembros de la legación en Nápoles, con su jefe a la cabeza, las señoras de Villagarcía, Scláfani y Bivona, y los generales Fernández de Córdova y Zabala junto con sus ayudantes. Estos militares españoles habían sido enviados a Italia al frente de una expedición del ejército con la misión de ayudar al papa en sus luchas contra los franceses. El relato de Valera, publicado con el título de «La Gruta Azul y una gira en el vapor Colón» en el periódico madrileño El Heraldo con el seudónimo de Silvio Silvis de la Selva, peca de pesadez y encorsetamiento, y carece de la frescura y gracia de los relatos de las cartas, por lo que prescindo aquí de su contenido.

  Ilustraciones: padres de Juan Valera

  Continuará con otra píldora valeriana: El amor atormentado por Lucía Palladi

- Piedad Baca Romero Disfruto mucho con las cartas. Estoy conociendo de verdad a don Juan. Gracias Pepe


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39064. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  19ª Píldora.- El amor atormentado por Lucía Palladi

  Al referirse a las disputas en cuestiones amorosas entre Valera y Rivas, señalaba don Manuel Azaña: «Los amoríos del Duque entristecían un poquito a Valera, más aventajado y, hasta entonces, menos feliz. También la fase erótica de la sensibilidad de Valera se afinó en Italia, magnificándose en presencia de un objeto noble. Allí concibió una primera pasión fuerte, profunda, disociada del placer, una adoración romántica».

  Se refiere Azaña a la relación amorosa de Valera con la rumana Lucía Palladi y Callimachi, princesa viuda de Cantucuzeno y marquesa de Bedmar por su segundo enlace en 1842 con don Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, a la que conoció Valera en los salones de los duques de Bivona, sus cuñados. El matrimonio de la Palladi había fracasado, y mientras ella vivía entre París, Nápoles, o sus posesiones de Moldavia, el marqués de Bedmar residía en Madrid por su relación amorosa con Isabel II (desde el otoño de 1847 hasta finales del 49). Lucía Palladi, dama de amplia cultura y exquisita sensibilidad, madura en edad y saber, supuso para el joven Valera un estímulo para el estudio de los clásicos y un acontecimiento imperecedero para sus sentimientos más íntimos.

  El mismo Azaña nos dejó de la Palladi la siguiente semblanza: «La marquesa de Bedmar no estaba en la primera juventud al encontrarse con Valera, ni es fama que hubiese sido bonita. Doliente, padecida en extremo, notable por su lívida tez; ataques de no sé qué lacería crónica la ponían en trance de muerte; todos los años se curaba en Eaux- Bonnes. Alma y cuerpo macerados, exponían a impresiones exquisitas la sensibilidad natural de la Marquesa. Cualidades del corazón y de la mente la secundaban: agudo entendimiento, cursado en lecturas y en la observación de costumbres y caracteres en varias sociedades europeas; gusto templado bajo el cielo italiano y en el cultivo de grandes modelos; ternura experta que refluye al corazón melancólico, rehusando fatigarse en nuevo empleo.

  La conversación brillante y variada de la Marquesa cautivó a Valera».

  El duque de Rivas había colocado a la marquesa de Bedmar el sobrenombre de ‘la Muerta’, haciendo gala a su fragilidad y a su extraordinaria palidez, lo que por otro lado le daba un aire misterioso y atractivo, según los cañones de la belleza romántica en boga. Sáenz de Tejada señalaba con acierto: «Mujer muy cultivada, era una excepcional conversadora de salón, y sus juicios sobre la literatura y la política de la época, sus apreciaciones sobre las personas y los hechos que la rodeaban, teñidas siempre de un romántico color de melancolía y alejamiento, pero agudos y certeros siempre, fueron el primer atractivo que ofreció al despreocupado don Juan. En el juego de discreteo y escaramuzas que se inició enseguida, el galán quedó pronto prendido en el indudable encanto femenino de Lucía, y ello le llevó a iniciar un asedio en toda regla, que ‘La Muerta’, jugando con fuego, resistió sin entregarse [...] Resiste con la dulce tenacidad de la mujer fatigada, deseosa de paz en el otoño de una vida colmada de experiencias. Lucía resiste porque adivina y teme el dolor, la amargura, la ingratitud que recogería ineludiblemente, como terrible regalo final, si se entregase indefensa a la ardorosa pasión de aquel muchacho andaluz, veinte años más joven que ella, y con alas, plegadas aún, pero anchas y aptas para hacerle volar».

  Quien buena fama se había ganado de no tomarse muy en serio a las mujeres, y creía haber abandonado «el áspero camino del Parnaso», caía ahora subyugado por esta mujer, más por su palabra y sentimientos que por su belleza, y volvía a escribir versos apasionados, en los que sublimaba la imagen de la amada:

 

Tus ojos son mi luz; mi alma recibe
la inspiración en ellos,
y apasionada vive
en la crencha gentil de tus cabellos.

Ámame: a suplicártelo me atrevo;
si no es digno de tanto quien te adora,
de tu misma hermosura te enamora,
que aquí, en el alma, retratada llevo.

 

En verdad, la relación de Valera con la Palladi se presentaba tempestuosa, cargada de lágrimas, ilusiones, quejas..., pasión. A Valera hasta le tentaba hacer alguna locura, de la que le prevenía de manera descarnada su amigo Enríquez: «Sería eminentemente ridículo –le reprende Enríquez– que al cabo de tus años hicieras alguna chiquillada, y aún peor el que fuera por la M. de B. [marquesa de Bedmar], cuyo orgullo mujeril vendrías a halagar de una manera indigna de un muchacho de orgullo y de talento como tú eres. Tengo la convicción de tu debilidad de carácter, pero creo imposible el que la lleves a tan alto grado [...] nunca me figuré que estuvieras enamorado de ella. Me carga sobremanera que un muchacho lleno de tan buenas prendas como tú, diga que hará cuantas tonterías sean del gusto de una individua o puedan satisfacer la vanidad de ésta» (Madrid, 29 de mayo y 22 de junio de 1849).

  La Palladi trataba a Valera casi maternalmente, y hacía ver al fogoso amigo que su relación no debía sobrepasar los límites de la decencia, aunque más que por guardar las formas convencionales de una mujer casada por estimar que la intimidad carnal rompería el amor idealizado en que habían caído. Por su parte, el amado, tal como señalaba Azaña, no deseaba caer en un amor platónico: «Su afición a ‘la Muerta’ no quería ser quintaesenciada y a lo divino, o, como dicen, platónica. El platonismo en el amor se le antojaba a don Juan, estando cabales la mujer y el hombre, una sofistería. Su pasión, de origen intelectual, no fue menos arrebatada e imperiosa. Amaba con todas sus potencias a la Marquesa y probó a conquistar todos los premios. ‘La Muerta’ le hizo ver que estando ella en la declinación de la vida y él en su orto, cualquiera flaqueza sería ridícula».

  Finalmente, la Palladi huyó a París, para no alentar los sentimientos amorosos comunes, ni caer en los deseos carnales, a la vez que Valera, ante la ausencia de la amada, decidió dejar Nápoles, profundamente desengañado en amores y desanimado al no avanzar en su incipiente carrera diplomática. El padre le escribió autorizándole la vuelta: «Las reflexiones que haces a tu mamá [...] me han afligido en proporción a lo mucho que te amo. Aunque escritas con exageración y cuando, se conoce, estabas poseído de un mal humor, son, por desgracia, ciertas y están fundadas. Mi mayor felicidad consistiría en poderte proporcionar los medios necesarios para que nada te faltara y pudieras ser feliz, pero Dios nos ha puesto a prueba, y aún no se apiada de nosotros.

  Paciencia. Vente, pues, a España» (Doña Mencía, 19 de junio de 1849).

  Ya desde Madrid, comentaría Valera al padre el influjo que había ejercido en su formación clásica «la dama griega», como la llamaba por su conocimiento de los clásicos: «Dice usted que cuando estoy enamorado no me ocupo de nada, pero no tiene usted razón. En Nápoles no he escrito por otros mil motivos que ahora conozco lo vanos que eran, pero lo poco o mucho que allí he trabajado ha sido por amor. He compuesto algunos versos a la señora y he estudiado griego por ella, y esto tengo que agradecerle» (Madrid, 5 de abril de 1850).

  Esta relación sentimental, al contrario de otras muchas, dejaría en el joven una cierta amargura imperecedera. Carmen Bravo destacó justamente las repercusiones que sobre Valera dejaron estos amores no correspondidos: «De la prueba del fuego del amor platónico que sufre Valera sin morir, le queda un aborrecimiento para toda su vida hacia esta modalidad de amor, a la que combate por falsa, artificiosa y antinatural. Ha debido sufrir tanto por causa del amor platónico, que ni siquiera le va a conceder honores literarios. El amor platónico es una hipocresía o un fallo de la naturaleza». La amistad entre ambos se alargaría hasta la temprana muerte de la amada, a la que nunca olvidaría Valera. Tanto es así que a la vejez trasladaría a la ficción, en ‘El cautivo de Doña Mencía’ (1897), sus amores napolitanos de juventud con Lucía Palladi.

  Dieciséis años después de dejar Nápoles, al imprimir su primera colección de escritos en prosa, Valera reconocería públicamente, que, en gran medida, su formación literaria y humanista se había forjado en Italia. Dirigiéndose al duque de Rivas escribió en dicho libro:

  «Aquella manera de vivir de entonces; aquellas sabrosas y regocijadas conversaciones que teníamos; los paseos que dábamos juntos por Capo-di-monte y por la Villa-Reale; las tertulias de casa de Scláfani y de Bivona; mi romántica adoración por ‘la Muerta’, y otros infinitos casos e incidentes, están aún vivos en mi memoria, son mis recuerdos más ‘saudosos’. Algo de aquello ha influido, y quizás influye todavía en la dirección que ha tomado mi espíritu, en mi manera de pensar sobre arte, poesía, política y otros asuntos más transcendentales. Ya, desde mucho antes de ir a Nápoles, tenía yo vocación de escritor, presumía algo de filósofo y bastante de poeta, y había compuesto versos. En Nápoles, con el trato y convivencia de usted, y con la amistad de Estanislao Gatti y de Giovannino Baracco, acabé de internarme por la senda de la literatura y cobré a la filosofía toda la afición compatible con lo perezoso y distraído de mi espíritu.

  Ni en la época de mayor fervor y entroniza miento del romanticismo había sido yo ‘romántico’, sino ‘clásico’ a mi manera: manera, por cierto, harto diferente del pseudo-clasicismo francés, introducido en España por Luzán y los Moratines. Yo era adorador, idólatra de la forma, pero de la forma íntima, espiritual, no de la estructura, no del atildamiento nimio, pueril y afectado; yo era fervoroso creyente de los misterios del estilo, en aquella sencillez y pureza, por donde el estilo realza las ideas y los sentimientos y los pone en la escritura, con encanto indestructible, toda la mente y todo el corazón de los autores. Estas creencias literarias, estos gustos míos recibieron en Nápoles nueva fuerza y consistencia con el estudio de la literatura italiana y con el de la griega, que antes sólo conocía yo por traducciones, y que allí comencé́ a conocer en los libros originales, bajo la férula del excelente Constantino Eutimiades, mi maestro. Me forjé desde entonces un ideal de perfección que en mis versos propendía siempre a realizar. Aún tenían que pasar años antes de que pensase yo en escribir en prosa para el público. Entretanto, había un punto, o mejor diré una gran parte, quizás las más esencial, de la educación literaria que me faltaba. Era yo español por los cuatro costados; español de casta, de sentimientos y hasta de resabios, defectos y preocupaciones; pero, como literato, era más cosmopolita que castizo. Quien me bautizó en literatura, sumergiéndome hasta la coronilla en el agua del Tajo y del Guadalquivir, quien me preparó sólida y macizamente para ser escritor castellano, en prosa y verso, fue el famoso don Serafín Estébanez Calderón, cuyo ingenio, cuyo saber y cuya manera de sentir y expresar lo que siente son dechado, mapa y cifra del españolismo» (Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, 2 tomos, Madrid, 1864).

  De don Serafín Estébanez Calderón tendremos que hablar largo y tendido cuando nos ocupemos de la estancia de Valera en Río de Janeiro. Os garantizo que las cartas que se cruzaron entre don Serafín y don Juan no tienen desperdicio. Yo algunas no me he cansado nunca de releerlas. Además esas cartas, lo primero que leí de Valera cuando era un quinceañero, es lo que me aficionó a leer todo lo que callera en mis manos sobre Valera. Y hasta hoy.

  Ilustraciones: Juan Valera jovencito; Lucía Palladi; marqués de Bedmar; Isabel II

  Continuará con otra píldora valeriana: En Madrid a la búsqueda de un destino en la diplomacia

- Piedad Baca Romero Buenos días Pepe. Como puedo conseguir tu libro. Vida y obra de don Juan Valera. Gracias

- Pepe Garrido Ortega Piedad Baca Romero gracias por interesarte por mi libro. El libro hace años que está agotado, a excepción de algunos ejemplares que yo me reservé para atender a peticiones especiales. Si te parece nos ponemos en contacto por correo y vemos como te lo puedo hacer llegar.


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39065. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  20ª Píldora.- En Madrid a la búsqueda de un destino en la diplomacia

  A finales de 1849, de vuelta en Madrid, se dispuso a retomar su vida anterior, de nuevo los salones de la aristocracia, los bailes, las tertulias literarias, y la esperanza de abrirse camino en la política o la literatura. Aspiraba a triunfar y hacerse un nombre, aunque le desazonaba lo poco que había conseguido hasta el presente: «Me vine a Madrid con licencia –escribe en su boceto autobiográfico–, y me vine tan atolondrado, que no hice aquí más que disparates y tonterías en un año que estuve. Ni siquiera fui a ver a mi jefe el ministro de Estado. Iba al café del Príncipe, al Prado, a tertulias de trueno y apenas leía, ni escribía, ni me ocupaba de nada serio. Mi familia, en tanto, viendo cuán costoso era yo y que para nada servía, ni para abogado, ni para periodista, ni para literato, determinó que no servía sino para diplomático, y que si yo no había de arruinarla, era menester que ya me diesen un sueldo».

  Había cumplido veinticinco años y no tenía resuelto el futuro, además, había vuelto de Nápoles endeudado en demasía: allí había tomado a préstamo 2.000 francos sin advertir de ello al padre, y había dejado a deber al mayordomo del duque de Rivas otros 3.000 reales. Don José Valera, bien conocedor de lo manirroto que era su hijo, le reprendía por carta a su llegada a Madrid, a la vez que le rogaba que conformara sus gastos a la grave situación por la que pasaban las finanzas familiares:

  «Tú no puedes conocer los graves perjuicios que has causado a tu familia con tus excesivos gastos en Nápoles. Te daré algunos datos para que los conozcas: el vino, que es el fruto que constituye principalmente todos nuestros bienes, está en el mayor desprecio; en el año pasado lo vendimos, uno con otro, a 4 reales la arroba; y en este año pasado, a pesar de que la cosecha ha sido escasa, no se venderá a 5 reales. En el año pasado no cogimos aceite, y en este, nuestra cosecha es muy reducida, porque lo es en general y por los pocos olivares que tenemos. Cuando se casó Ramoncita, tomamos prestados 18.000 reales, y como no los hemos podido pagar, ni aun todos sus réditos, estamos debiendo por aquel concepto 21.000, cuya mitad estoy obligado por medio de una escritura, a pagar en el último día de abril del año próximo y la otra mitad en igual día de 1851. La mesada de Granada que antes era de 3.000 reales, hace ya cerca de un año que no es más que de 2.000, tu madre y tus hermanas han sufrido y están sufriendo mil privaciones y escaseces. Las contribuciones son exorbitantes; para pagar las de este año, he necesitado 8.000 reales. Por último, hijo mío, yo estoy desterrado en este pestífero y detestable pueblo, privado, en los últimos días de mi vida, del consuelo de vivir al lado de mi mujer e hijos, viviendo con la pobre de la tía Carmen [Carmen Alcalde, viuda de Salvador Valera] en la mayor estrechez y miseria, y por último te diré que estoy casi en cueros; no tengo ropa de cama, no tengo sombreros, no tengo camisas, ni ropa de color decente para vivir fuera de esta aldea. Todo, todo, hijo mío, lo sufro con resignación por el bien de mis hijos. Si tú fueses mi único hijo, todo lo poco que yo poseo te lo daría gustoso, pero en conciencia no lo puedo hacer, ni tú lo permitirías: tienes dos hermanas que no son dichosas, con particularidad mi virtuosa hija Sofía.

  Muchos deseos tengo de abrazarte, pero no quiero dejes a Madrid, ínterin no consigas sueldo, y yo pueda mantenerte ahí. Si la desgracia sigue persiguiéndonos y no puedo mandarte las asistencias, te vendrás a esta una temporada, otras a Málaga y otras a Granada, pero te vuelvo a encargar muy recomendadamente, que te ciñas a lo que tengas y que no vuelvas a contraer deudas» (Doña Mencía, 30 de noviembre de 1849).

  Ante carta tan desgarradora del padre debió apernarse, y respondió a ella formulando su propósito de enmienda en los gastos y aplicarse en buscar un empleo: «Sigo convencido de la necesidad que tengo de buscarme un modo de vivir honradamente, y no creo de mi deber volver a ésa [Doña Mencía] y vivir siempre a costa de mi familia. Si dentro de un mes no consigo colocación, dejaré de atormentar a los ministros pidiéndosela y me ingeniaré como pueda. Usted no se apure por mí; si no puede enviarme 50, envíeme 40 ó 30 duros y yo me retiraré a vivir aunque sea en una buhardilla [...] Mi amor propio está comprometido y debo ser algo o reventar. Es verdad que padezco mucho, y a veces me desaliento tanto que me creo completamente tonto e incapaz, y me dan ganas de morirme. Voy a retirarme del bullicio y a estudiar. Iré sólo al Ateneo, donde se leen los periódicos y se ve a los hombres de letras del país».

  Dejarse caer por el Ateneo era signo de distinción entre los devotos de las artes y la política. Creado en 1835 se había convertido en el club cultural más selecto y con más solera del país, y en un refugio de convivencia para personas de diferentes ideologías: «Aquí nadie hace caso –proseguía en la carta anterior– de los pobres y desvalidos [...] [Antonio Alcalá] Galiano es quien me trata con cariño y hace aprecio de mí, pero el pobre no puede nada. Debo hacer una visita a Serrano, que dice mi madre que se interesará mucho por mí. Allá veremos. Le juro a usted que gastaré lo menos que pueda, y, sobre todo, usted no tiene obligación de enviarme nada, si no quiere; 30 ó 40 duros que me envíe es un exceso de generosidad. Estoy avergonzado de mi inutilidad y falta de talento, y paso ahora los días más amargos de mi vida. ¡Qué horrible pintura me ha hecho mi madre de la situación de casa! Busco en mí fuerzas para resistir la adversidad y luchar para subir, porque estoy convencido de que es preciso luchar, y a veces no las hallo: tan desalentado y acobardado estoy. Hasta aquí he sido un loco sin previsión ni fundamento, pero procuraré corregirme. Estudiaré, y estudiaré mucho, porque creo que hay fuerzas en mí para no ser del todo inútil [...] He estado por segunda vez en casa del marqués de Bedmar [recordemos, el marido de su adorada Lucía Palladi] y le he encontrado. Me recibió amabilísimo; me ha hecho mil ofrecimientos; me ha convidado a comer todos los días, cuando acabe de arreglar su casa, en la que está haciendo obra, y me ha hecho que le cuente la vida que hace su mujer en Nápoles. Si está más gorda o más flaca, si se divierte o se fastidia, si tiene ya ganas de venir por aquí, si su hijo está muy bonito, etc., etc. La amistad de este señor creo que puede serme utilísima y la cultivaré» (Madrid, 1 de diciembre de 1849).

  Sin desatender el perfeccionamiento de su formación, al considerar que hacerse con un nombre en el mundo de la cultura era imprescindible para triunfar, sopesaba si dedicarse a la política o al periodismo, pero en cualquier caso percibía que no le valoraban cuanto merecía, cuando tantas medianías –rumiaba– se hacían fácilmente con una colocación: «Ahora estudio con ansiedad Economía Política, leo los periódicos y me ocupo de política palpitante, esperando que me nombren diputado para armar ruido, o que se me proporcione el escribir en un diario de mis gustos y opiniones. Serrano sigue tan amable conmigo y yo lo estoy con él, aunque convencido de que admitir un empleo de este Gobierno es suicidarme antes de nacer, y suicidarme por ocho o diez mil reales, que es lo que más puedo pillar, si los pillo» (Madrid, 22 de enero de 1850).

  Ocupaba la presidencia del Consejo de Ministros el general Ramón Narváez, duque de Valencia, adalid del Partido Moderado, que seguía una política bastante autoritaria y represiva. Tanto era así que, cuando media Europa vivía sobresaltada tras las revoluciones del 48, había logrado que en España no se moviera nadie sin su consentimiento. Valera, antes de zambullirse en la política, prefería aguardar a que los progresistas volviesen al poder, al considerar el ideario de este partido más cercano a su visión de la política. Aunque algo lograría contenerle el padre en estos ideales de juventud, al aconsejarle que no se precipitara y no se mezclara con los progresistas, pues bastante desengañado había terminado él de sus incursiones en la política durante el reinado de Fernando VII: «Hubieras hecho una cosa desacertada si desde luego te hubieras afiliado en el progreso, y puéstote a escribir en los periódicos. Aprecia hijo mío de mi alma, mis consejos, y haz lo que te he dicho en mis dos anteriores cartas y te repito en esta. Deja pasar tres meses, por lo menos, y empléalos en estudiar y en adquirir conocimientos, que tú no los puedes tener de las tendencias de nuestros partidos políticos y sobre todo de las necesidades y opiniones de los españoles; porque has estado dos años y medio en Nápoles, y antes de tu salida de España, no te habías ocupado de tales materias. De las teorías políticas, poco o nada se ocupan los españoles, les es indiferente tener más o menos derechos políticos, lo que les interesa, por lo que se afanan es por bienes materiales, positivos. Disminución de impuestos, caminar con seguridad, y libertad en el comercio, con particularidad en el interior, buena administración y moralidad en los empleados. Todas estas cosas conviene estudiarlas, para hablar con oportunidad y acierto. Tú pudieras hablar con propiedad, esto es, escribir sobre la expedición de Italia, y sobre la política torpe y errada de nuestro Gobierno, en este particular, y nada nuevo podrías decir, de que no estén persuadidos los españoles sensatos y de algún saber» (Doña Mencía, 11 de diciembre de 1849).

  Don José tuvo que volver a reiterarle al hijo, tan bisoño en la vida política, que no se vinculara a los progresistas. A la vez trataba de defenderse de la imputación que le había formulado el hijo de dejarse llevar por las opiniones de los periódicos conservadores:

  «En tu carta del 14 me manifiestas el concepto que tienes formado de mí con respecto a mis opiniones políticas. Te has equivocado completamente. Hace ocho o diez meses que no leo El Heraldo, me fastidió su cínico ministerialismo y me suscribí a La Época: leo este periódico, leo La Reforma y leo otros; pero mi opinión no me la forman los periódicos, la tengo ya formada. Estoy convencido de que la nación española está pesimamente gobernada, peor que en los tiempos de Calomarde [déspota ministro de Fernando VII]. Que hay más despotismo y menos moralidad que entonces, y que de todos los españoles, sólo los agraciados o turroneros [los que recibían los favores de los políticos, ‘el turrón’] están contentos: todos los demás detestan al actual Gobierno y están convencidos con la marcha o sistema gubernativo que se sigue.

  Pero al mismo tiempo que tengo estas convicciones, las tengo también de que aún sería peor nuestra situación, si en el crítico periodo porque hemos pasado desde 43 a 49 hubieran mandado los progresistas, partidarios de la milicia nacional [fuerzas armadas de los progresistas], del sufragio universal, de la tabla de los derechos y deberes del hombre, y de otras cosas de su escuela, que los españoles no entienden y desprecian. Ten presente estas verdades y vive persuadido que el mejor Gobierno, esto es, el que más apreciarían los españoles sería aquel que les cobrase menos, y que protegiese más su agricultura, su industria y comercio, aunque los mandase se cortaran el prepucio. Cuando yo tenía tu edad tenía ideas republicanas y por ellas estuve preso 14 meses; pero a los 66 años he adquirido toda la experiencia necesaria para conocer, que para nuestro país, son aquellas ideas que halagan los corazones de la juventud, quimeras irrealizables, y perjudiciales en el estado en que se encuentra nuestra sociedad» (Doña Mencía, 18 de diciembre de 1849).

  La madre no era menos contundente que el padre al aconsejarle al hijo que se dejara de ideales políticos que a nada bueno le conducirían: «No tomes ese ardor por la patria, no hay en el mundo cosa más ingrata, muchas víctimas tiene, jamás ha encumbrado a los que le sacrifican todo, conténtate con la parte de patria que le pertenece a tu persona, y si la quieres extender a tu familia, si algún día tienes poder, haz lo que puedas por hacerle bienes, pero entre tanto que puedas subir a esa altura no te metas a redentor ni a Don Quijote. Créeme, hijo mío, aprovéchate de las relaciones para ti y luego que subas a esfera más elevada podrás servir a tu patria. Entre tanto sírvete a ti mismo que eres parte de la patria» (Granada, 14 de diciembre de 1849).

  En la misma carta que recogíamos anteriormente enjuiciaba Valera la moralidad de los políticos, en lo que coincidía con los padres: «Este país es un presidio. Hay poca instrucción y menos moralidad, pero no falta ingenio natural y sobra desvergüenza y audacia. Para ser algo es fuerza arrojarse con fe en este mar y salir adelante o ahogarse en él. Todo lo que sea andarse con pretensiones y empeños es perder el tiempo. Es preciso saber esperar y esperar dándose tono» (Madrid, 22 de enero de 1850).

  Por lo que le contaba a la madre estaba en contacto con personajes influyentes en la Corte, aunque vacilaba si lograra sacarle partido a estas amistades: «Ya ve usted que quien duda de lo que vale intrínsicamente, quien no espera en su porvenir sino muy poco, mal podrá forjarse ilusiones acerca de su importancia presente. La otra noche estuve en casa del duque de Frías, donde hubo un gran baile; pero me fastidié en grande. ¿Qué papel había yo de hacer en medio de tanto personaje? Allí estaba Riánsares [marido de la reina Cristina] con sus hijas y hermana, el Bondocani don Ramón [Narváez], Serrano y el tonto de Bedmar, que parecía la sombra de Nino. Sin embargo, tonteé un poco con Malvinita [hija del duque de Rivas, de la que nos ocuparemos en la próxima entrega] y con otras damas. No me ha parecido saco de paja una de las niñas de la reina Cristina. D. Javier Istúriz fue quien me llevó a esta fiesta. Iré a ver a Martín [Belda] de nuevo, aunque estoy seguro que por este lado no conseguiré nada» (Madrid, 27 de enero de 1850).

  El egabrense Martín Belda era de los jóvenes que venían a confirmar que con los nuevos tiempos era posible ascender en la escala social. De la misma edad que Valera, partiendo de una condición social modesta se había ganado ya una brillante posición, pues llevaba dos años de diputado por el distrito electoral de Cabra, y eso que su formación académica no sobrepasaba los estudios básicos. Ambos paisanos en escasas ocasiones llegarían a entenderse, como veremos en adelante, dada su incompatibilidad de caracteres. En otra carta escribe Valera de Belda: «Ayer estuve de paseo en Atocha y luego en el café con Belda y el paisano [Cristóbal] Cubero. Martín no hizo más que hablar de su grande influencia en toda esa provincia, y que él sacará diputado a quien le dé la gana y otras cosas por el estilo, dándose tono de personaje importantísimo» (Madrid, 15 de abril de 1850).

  Lo cierto es que Valera, a diferencia de Belda, para ser político carecía de maña para sacarle el turrón a los que lo podían repartir, ni iba con su carácter mendigarlo, tal como el propio padre le reconocida a la marquesa de la Paniega, dado «el carácter y orgullo de Juanito, tan poco al propósito para pretender. Es en esta parte diez veces más inútil que yo» (Doña Mencía, 8 de enero de 1850). Con todo, le insistía el padre al hijo en que se guardara su orgullo y sus ideales y se valiera de los conocidos para lograr un empleo: «No te adulo hijo mío, en lo que voy a decirte; tienes mucho talento, una instrucción poco común a tu corta edad, virtud, orden, decoro y noble ambición; pero al mismo tiempo ideas y proyectos que tu querido padre se cree con sobrado derecho para criticártelos, suplicándote los reformes, o al menos los tengas ocultos mientras tu posición social no te permita hacerlos públicos. Por desgracia y a pesar de todo tu mérito que yo reconozco sin pasión de padre, tú no eres nada aún en la sociedad española, y como tú conoces el estado de tu casa, convendrás conmigo que es indispensable hacer algunos sacrificios, y contemporizar hasta cierto punto, se supone con decoro, para llegar al primer escalón de ser algo» (Doña Mencía, 22 de enero de 1850).

  Ilustraciones: Ateneo de Madrid; Martín Belda; casa de los Valera en Doña Mencía

  Continuará con otra píldora valeriana: Malvinita Saavedra, ‘la Culebrosa’

- Pili Mo Desde luego, el padre de Juan Valera, un santo varón!

- Pepe Garrido Ortega: así es












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39066. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  21ª Píldora.- Malvinita Saavedra, la ‘Culebrosa’

  Mas no todo son aflicciones, cuando se es joven. En sus visitas a los salones de la aristocracia se había prendado de los embrujos juveniles de Malvinita Saavedra, la hija mayor del duque de Rivas, a la que cortejaba, y había bautizado por su carácter travieso con la ‘Culebrosa’. «Antes de anoche tuvimos un bailecito en casa de la Montijo -escribe a la madre- y estuvo en él Malvinita la ‘Culebrosa’. Culebreé mucho con ella y con otras, y me entretuve bastante. Uno de mis rivales con Malvinita es Bedmar, que le decía que estaba desesperado de quererla tanto y deseando se permita la bigamia para darle su blanca mano. La niña se reía mucho de todo esto. Yo le he prometido llevarla a Nápoles, sin hacerle nada por el camino que ofenda su honestidad, y ella dice que vendrá conmigo luego que se me acabe la licencia, que será pronto» (Madrid, 22 de enero de 1850). Si bien había regresado de Nápoles con licencia de unos meses, en realidad, nunca pensó en volver, y mantenía la licencia a la espera de otro destino que pudiera caer.

  Mientras tanto, casi no se dedicaba a otra cosa que a tantear si alguna de las jovencitas habituales a las fiestas de sociedad pudiera ser su esposa. ¿Malvinita, quizás? En otra carta le volvía a hablar al padre de ella: «Malvinita está cada día más coqueta. ¡Válgame Dios y qué muchacha tan saladísima y culebrosa! En el baile de máscaras me parece que estuvo haciendo más locuras que siete. Lances me sucedieron allí con un dominó negro que son dignos de una comedia de Calderón. Bedmar y yo nos disputamos a la del dominó negro, que coqueteó con ambos toda la noche. Yo creo que era Malvina, pero ella lo niega» (Madrid, 8 de febrero de 1850).

  Permitidme una reflexión filosófica-historiográfica, valga la cursilada que se me ha ocurrido. Es un poner: como hemos visto en distintas entregas Serrano y Bedmar tonteaban con la Reina, digámoslo suavemente. Valera flirteaba con la Palladi, mujer de Bedmar. Y tanto Serrano como Valera y Bedmar estaban por Malvinita Saavedra ¡Vaya repóquer! Estas historias las conocemos por las cartas privadas que se han conservado. Hoy ya no se escriben cartas, habrá quien diga. Pero los historiadores del futuro bucearan en nuestros mensajes de Wasap o Facebook. Así que CUIDADITO. Perdonad este desahogo pero es que me acabo de despertad de la siesta...

  Recuperemos la formalidad. Casi treinta años después de estos escarceos con Malvina Saavedra, al escribir su novela ‘Doña Luz’ (1879) don Juan daría el sobrenombre Culebrosa a un personaje de la novela, en el que plasmaba los encantos juveniles de Malvinita. Dice allí: «Don Anselmo contaba ya sesenta años de edad [...] y tenía una hija de veinte, morenilla muy agraciada, pequeña de cuerpo, soltera aún, y llamada doña Manolita, alias la Culebrosa. La llamaban así por su extraordinaria viveza y movilidad. Afirmaban en el pueblo que estaba hecha y como amasada de rabillos de lagartijas. Decía y hacía a cada momento doscientos mil graciosos disparates, aunque todos inocentes y nada comprometidos, por lo cual le apellidaban también el ‘trueno’; pero realmente no era trueno, sino tempestad de risas, de bromas alegres y de regocijados discursos, porque era no menos picotera que su padre. Por lo demás, el fondo de doña Manolita no podía ser más excelente. Era leal, afectuosa sin malicia y sin envidia, de agudo ingenio, y más juiciosa y reflexiva en lo importante de lo que prometía su exterior y superficial aturdimiento».

  El padre una vez más trataba de reconvertir al hijo: «No te enamores hijo mío, y menos de La Culebrosa; esta no está en el caso de la Muerta ni de la Poetisa [la Avellaneda], es una señorita soltera, a cuyo padre debes respetos y favores; no estás en el caso de poderte casar con ella» (Doña Mencía, 24 de febrero de 1850). Aunque el hijo, por otros conceptos más prosaicos repararía en que Malvina no era un buen partido, pues los Rivas, al igual que los Valera, pertenecían a la aristocracia venida a menos: «’La Culebrosa’ (y esto quede entre nosotros) –dice al padre– está decidida por mí y con terribles deseos de casarse y de que nos vayamos juntos a Nápoles, en busca de papá bonito. La niña es muy bonita, pero el mismo diablo no es más travieso, ni el santo Job más pobre que ella. No tiene más dotes que los del Espíritu Santo, su nombre ilustre, algún título de marquesa y ser de la casa reinante» (Madrid, 23 de febrero de 1850). «Aprecio en mucho los consejos de usted y todos los seguiré si puedo, empezando por el de romper con ‘la Culebrosa’, o por mejor decir, no continuar visitándola y requebrándola, porque hasta ahora no hay entre nosotros nada formal, pues, aunque yo cada vez que la veo le hago tres o cuatro declaraciones y ella me da el suspirado sí, en seguidita lo echo a broma, me río, ella se ríe también y nos quedamos como antes estábamos» (Madrid, 8 de marzo de 1850).

  Como era de esperar, la marquesa de la Paniega no eran menos materialista o realista que el padre y el hijo. Decía ella a su hijo: «Te aconsejo que si la Culebrosa no te va a proporcionar que te hagan secretario busques partido mejor, la más brillante posición sin dinero es nada. No faltan muchachas en Madrid con 10 o 15 millones de dote, estas me parecen buenas novias, tener es el gran talento del día, aplícate a encontrarlo y tú serás más feliz que todos los que se alimentan de sentimientos» (Granada, 7 de mayo de 1850).

  Finalmente, poco a poco se fueron diluyendo los juegos amorosos con la Culebrosa: «Voy muy a menudo –escribe al padre– a casa de la divina ‘Culebrosa’. Pero las ternuras, las miradas de inteligencia, los pisotones y las dulces palabras pasaron ya, y acaso para siempre» (Madrid, 8 de abril de 1850). Hasta quedar como buenos amigos: «Hemos quedado yo y Malvina, con quien tuve una larga y solitaria conferencia, en querernos mucho de un amor platónico y fraternal» (Madrid, 23 de mayo de 1850).

  En otra carta al padre decía no sentirse resentido con Serrano, otro pretendiente de Malvinita, ya que prefería dejarle el campo abierto: «No crea usted que estoy incomodado ni celoso contra Serrano porque le hace la corte a Malvina. Esta es, más bien que coqueta y loca, una infeliz que hace mil inocencias y tonterías, que aquí, donde todo el mundo tiene tan mala lengua, la comprometen y yo, que no soy muy grave de carácter para estas cosas y sí algo propenso a murmurar, lo he hecho con usted de ella y hablando de la progresión cuyo último término suponía yo que debería ser el rey don Paquito» (Madrid, 15 de abril de 1850).

  Hablando de don Paquito. Nos sorprende Valera con otra confidencia sobre unos amoríos de don Francisco de Asís (don Paquito), los cuales no hemos visto recogidos por ningún historiador: «Anoche estuve en casa de la Villagarcía, que ahora es la querida del Rey, y me recibió tan cariñosa como siempre. Me embromó con la Muerta, recordamos nuestras aventuras de Nápoles y de Roma, y estuve, contra mi costumbre, alegre hasta la locura. Dije versos, besé la mano a la Marquesa delante de todos, e hice mil tonterías divertidas. Después fui a ver a la Culebrosa y todavía me duraba el buen humor, de modo que dejé admirada a la sociedad, hecha a verme tan serio. El general Serrano estaba allí, haciéndole la corte a la Culebrosa. Esto se explica así. Yo atraje a Bedmar y Bedmar a Serrano; el último término de la progresión no puede ser otro que don Paquito, ya vendrá́» (Madrid 3 de abril de 1850).

  Juego Valeriano de ironías este, al suponer a don Paquito o doña Paquita flirteando con la Villagarcía. En fin, las cosas de Valera. Aunque no sé si de alguna manera al repóquer de antes habría que añadir a don Paquito y a la Villagarcía, que también tuvo esta sus más y sus menos con Valerita y el duque-poeta.

  Por cierto, también nos habla Valera en sus cartas de otras habladurías que circulaban por todo Madrid, sobre las desavenencias entre la Reina y ‘don Paquito’ –más conocido por ‘Paquito Natillas’–, que resultaban ciertamente escandalosas:

  «Salí a dar lección de alemán y, volviendo de haberla dado, pasé por la Puerta del Sol, donde supe una gran noticia que voy a poner en su conocimiento, pues trae alborotado todo Madrid. La Reina quiso ayer reconciliar a su esposo con el Ban de Loja [Narváez], y al efecto preparó y dispuso una entrevista de los dos; pero, en vez de ponerse de acuerdo, parece que S. M. se incomodó atrozmente con el duque de Valencia y le dijo cosas muy duras, y que, por último, determinó abandonar la ingrata corte e irse no sé dónde. La Reina dio en seguida orden para que no le dejasen salir de su habitación, y esta fue rodeada de alabarderos, y aún lo está hoy, mientras que por toda la heroica villa no se habla de otra cosa sino de que el Rey está preso, y cada uno comenta y glosa a su modo la historia; pero nadie puede calcular en qué vendrá a parar tan enorme escándalo. Los periódicos que hablen de este asunto serán probablemente recogidos; de modo que nada se sabrá sino por las cartas particulares, si también no las recogen» (Madrid, 19 de abril de 1850).

  El desenlace de tal lance no resultó menos escandaloso: «Antes de ayer hizo, por fin, el Reyezuelo, las paces con don Ramón, su esposa y Cristina, y para que el público se enterase, salieron los regios consortes juntos a paseo, en el mismo coche con su mamá suegra. Dicen que una de las amenazas que ha hecho Paquito a su mujer, era dar un manifiesto anunciando que las prendas que esta lleva en la barriga no son de él. Esta armoniza entre ‘el Ban’ [Narváez] y don Paco, da nueva fuerza al ministerio, a pesar del escándalo que ha habido» (Madrid. 24 de abril de 1850).

  ¿Alguien da más?

  Ilustraciones: Requeterepóquer de ases: Isabel II, don Paquito, el general Bonito, Bedmar, Lucía Palladi, duque de Rivas, Malvinita Saavedra y Valerita. De la Villagarcía no he encontrado imágenes.

  Continuará con otra píldora valeriana: Primeros pasos en el periodísmo












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39067. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  22ª Píldora.- Primeros pasos en el periodismo

  Transcurrían los días y Valera no había dado salida a su abatida situación tras la vuelta de Italia. Si no lograba pronto un destino diplomático, ahora era de esperar que con sueldo, debería decidirse de una vez por el foro o por el periodismo y la literatura. Urgido por el padre trataba de justificar su inacción, cuando se iban a cumplir tres meses desde su llegada de Nápoles: «De abogacía aún no he hecho nada, ni siquiera inscribirme en el Colegio de Abogados; pero ya lo haré. Hago esfuerzos grandes para vencer mi esterilidad y aburrimiento y escribir algo, pero, hasta ahora, no he hecho sino fraguar el plan de un drama con Baralt y dejarlo sin hacer, y empezar a escribir una novela titulada ‘Cartas de un pretendiente’, que, si sale bien, publicaré en el folletín de un periódico» (Madrid, 8 de marzo de 1850).

  Este esbozo de novela, algunas cuartillas simplemente, trataba de las andanzas de un joven de provincias que pretendía abrirse camino en Madrid. Aun cuando Valera se hallaba en igual situación que la del joven protagonista de ‘Cartas de un pretendiente’, para conformar la personalidad del protagonista se fijó en un joven sin formación y sin pedigrí aristocrático, Martín Belda. El don Diego protagonista de estas ‘Cartas de un pretendiente’ tiene casi todos los elementos propios de Belda: joven sin formación que gracias a su osadía y servilismo logra afianzarse en la política, dándose tono y vanagloriándose de sus triunfos.

  Desde luego, no llegaría a inscribirse en el Colegio de Abogados y para justificarse ante al padre le hablaba de los ‘esfuerzos’ que hacía para ampliar su formación: «Aprendo el alemán y repaso el griego. Tengo muchos amigos y nombre de instruido; de modo que si logro vencer mi desidia y cobardía, podré ganar honra y provecho escribiendo. ¡A cuántos que escriben periódicos y libros doy yo lecciones orales en el café y en el Ateneo! Dice tío Agustín que me falta facilidad para hablar y hasta para escribir, y puede que tenga razón, porque estas cosas se aprenden con la práctica, y a mí no me ha sido nunca necesario ejercer ninguna de estas facultades en público. También supone tío Agustín que el saber yo varias lenguas me impide hallar la fórmula para escribir bien y fácilmente en la mía; pero esta observación me parece disparatada. Otro de los consejos que me da es que me deje de filosofías, porque son cavilaciones tontas que a nada conducen sino a entorpecer el entendimiento y amenguar el juicio. Yo, entre tanto, hago lo que mejor me parece, y Dios sobre todo. Creo que mi juicio está cabal y relleno mi entendimiento, ¡así lo estuviera mi bolsillo!» (Madrid, 8 de marzo de 1850).

  Para contentar al padre le insistía en que no permanecía ocioso. Le hablaba de haber dado sus primeros pasos por la senda del periodismo, admitiendo diversas ofertas para colaborar en algunos periódicos. Aunque surgía un problema, su independencia de carácter le estorbaba para encontrar una publicación que se amoldase a sus gustos y preferencias: «Días pasados, viéndome sin dinero, aburridísimo sin esperanza de dinero, me encerré en mi cuarto y, a pesar de mi rabia y desasosiego, me puse a escribir un artículo de periódico sobre los frailes, para llevárselo a [Gabirel García] Tassara y empezar así mi carrera periodística. Lo escribí, aunque con mil trabajos, porque no estoy hecho a estas cosas y antes de ayer noche fui a casa de mi mecenas y le leí mi producción. Admiró mucho la doctrina y conocimientos especiales que yo desplegaba en ella, pero no creyó que mis ideas estaban en armonía con las de su periódico, y el artículo no se podrá publicar hasta que yo lo modifique. Por lo demás Tassara me ha dicho que escriba cuanto pueda, y hasta me ha dado asunto y me ha ofrecido pagarme si quiero trabajar. Yo le contesté que quiero, pero que no sé si podré, porque, aunque he leído mucho, no tengo costumbre de escribir y me cuesta sudores de muerte el confeccionar trozos de elocuencia periodística. Dios me dé facilidad para enjaretar artículos, que es lo único que me falta, y ya tengo de qué vivir [...] Otros me aconsejan que escriba una novela o un drama. Yo todo lo quisiera hacer, pero me voy convenciendo de que no basta ser instruido, sino que se necesita tener ingenio, facilidad y hasta costumbre de escribir. Ya ve usted si yo tendré ganas de escribir, pero no puedo hacer nada. Millones de ideas me bullen en la cabeza y no puedo vaciarlas en el papel. Además, yo he adquirido, charlando con otros literatos, cierta reputación de instruido y de filósofo, que tengo miedo de perder escribiendo paparruchas, y este es un nuevo obstáculo que se me pone delante cuando quiero hacer algo» (Madrid, 27 de marzo de 1850).

  En otra carta le hablaba al padre de su convicción de que para dar cuerpo a alguna obra literaria no le basta con la erudición adquirida: «No crea usted que mi orgullo exagerado me hace decir que sé más que muchos que escriben y peroran en la corte, ni que porque yo sepa más que ellos puedo escribir o hablar mejor, pues la erudición es lo de menos cuando falta el ingenio y la gracia, que no se adquieren con el estudio, sino que la misma naturaleza los da, o la facilidad, que sólo con la costumbre puede lograrse. Yo, aun suponiendo que tenga ingenio para ser orador o periodista, no estoy hecho a hablar ni a escribir para el público, y mi excesivo orgullo me hace ser más tímido de lo que debiera. Necesito trabajar, ensayarme en escribir y adquirir cierta confianza que disipe mi timidez. Ya usted ve en la poesía lírica cómo no soy tímido, y es porque estoy convencido de que mis versos, para quien los entienda, no pueden dejar de ser buenos. Los últimos que he publicado en El País le gustan mucho a Tassara, y otras personas de saber me los han elogiado, entre ellas D. Antonio Alcalá Galiano» (Madrid, 3 de abril de 1850). Pobre Valera, se pasó la vida considerándose un gran poeta, tal vez la faceta literaria por la más deseo siempre ser reconocido, pero no fue así. Sus composiciones poéticas, desde aquel primer libro de poesías que tuvo que esconder en el desván de la casa de Doña Mencía dado su fracaso absoluto en las ventas, nunca fue reconocido como poeta. Mejor acogida tendrían sus novelas y hasta sus ensayos. Curiosamente su mayor reconocimiento como poeta se lo atribuyeron sus pasisanos de Cabra, que en el azulejo que erigieron en la fachada de su casa de nacimiento, y que aun hoy se conserva, lo distinguieron como “insigne poeta”.

  Espíritu tan cultivado como era ya el de Valera, cimentado en la renacentista y culta Italia, no se hacía al ambiente castizo del Madrid decimonónico, en donde faltaban mujeres cultas y refinadas, sin pedantería, tal como lo había sido para él la Palladi. Con frecuencia se sentía solo, espiritualmente, y añoraba su estancia en Nápoles:

  «Querido padre mío: Veo con gusto, por su carta del 16, que está usted bueno. Yo también lo estoy, y trabajando como un negro, no para adquirir dinero, sino estoicismo con que soportar el no tenerlo, pues mientras esto no consiga, no podré dedicarme en calma a nada. Pero ¡válgame Dios, y cuántas dificultades debo vencer! empezando por las que nacen de mi propio carácter y de mi situación; yo que deseo todo, lo ideal y lo real, y gozo apenas de lo real, de lo más prosaico, desagradable y grosero. Yo que aprecio tanto la amistad, y la ciencia y los modales cortesanos y las conversaciones discretas, no tengo ni siquiera un amigo que pueda satisfacerme en estas cosas. Los que son eruditos están muy mal educados, son sucios y pedantes; y los que son limpios y cortesanos, tan mentecatos que no hay medio de poderlos aguantar. Sin embargo, yo me trataría mejor con estos que con los sabios, porque para sabios ahí están los libros, que el peor italiano o francés o latín o griego me ensenará más ciencia y me dará más contento y solaz que todos nuestros literatos de ahora, y, para buenos modales, que no se aprenden ni ven en los libros, trataría a los señoritos de aquí si tuviera dinero para alternar con ellos. Pero apenas me basta para alternar con los perdidos del café del Príncipe. Y no crea usted que los señoritos principales de esta corte son prototipos de finura, etc., porque no es así, ni puede ser ni será mientras las mujeres estén tan mal educadas y sean tan ignorantes y vulgares en nuestro país. La única mujer que aquí pudiera ser mi amiga, si las circunstancias y mi posición obscura no se opusieran a ello, es una extranjera: la mujer del ministro de Austria. Mucho echo de menos también a la Muerta. ¿Cómo encontrar algo que se parezca a la Muerta? Esto de no tener a los 25 años amores, es cosa horrible y lastimosa. Y, sin embargo, yo no los busco. Tan aburrido estoy» (Madrid, 22 de abril de 1850).

  Para compensar tanta desazón no hizo otra cosa que refugiarse aún más en los ambientes literarios. «Mi tertulia más ordinaria en todos sentidos es el café del Príncipe, o de los literatos. ¡Válgame Dios, y qué discusiones y disputas se arman allí, y cómo murmuran los unos de los otros! Hay seis o siete pandillas enemigas, y ninguno puede ver a los demás. En aquel recinto, favorecido por los poetas y grato a las musas, reina la mayor franqueza y españolismo, esto es, el más exquisito mal tono y la peor educación posible» (Madrid, 5 de abril de 1850). El café del príncipe, ubicado en la calle del mismo nombre junto al Teatro Español, era un local de moda muy frecuentado por escritores, periodistas, pintores, políticos y gentes de la farándula.

  Para que el padre no le tomase por vago, incapaz de labrarse un porvenir, en una de las cartas le hacía una interesantísima exposición sobre su posición ante el futuro, hablándole de sus ideas políticas y filosóficas, de sus necesidades amorosas también:

  «Querido padre mío: Me acusa usted en sus cartas de indecisión, desidia y timidez, y, aunque yo creo que tengo todos estos defectos, quiero, ya que no excusarme de ellos, explicarlos. En política estoy indeciso porque, no tan sólo este Gobierno no me entusiasma sino que no tengo por él simpatía ninguna, y, sin embargo, me veo obligado a pretender de él que me coloque en la diplomacia y que me apoye en las elecciones. Si yo fuera rico y más confiado en mi ingenio y fortuna, seguiría un camino independiente y, sin mendigar favores de nadie, esperaría que viniesen a buscarme; pero, como no lo soy, tengo que fingir ministerialismo y abstenerme de criticar tantas cosas que me parecen criticables. Por esto no me atrevo a escribir de política. Leo, sin embargo, los periódicos y estudio las cuestiones económicas y sociales que ahora agitan al mundo. Últimamente he leído los sofismas economicos de Bastiat en favor de la libertad de comercio, y ahora leo las obras del ciudadano Proudhon. Además, entiendo yo que para tener ideas claras y fijas en política, se deben tener antes en filosofía, lo que no es fácil en la época que alcanzamos, en que cada uno piensa a su manera y hay un caos en el mundo filosófico. No obstante, yo he logrado formarme ya cierto sistema, muy parecido al de Kant, el que me sirve de base en los estudios que hago. Pero, a pesar de todo, por ahora es imposible que yo me mezcle en las cosas políticas, porque no tengo opinión ninguna firme que me anime y entusiasme, ni la esperanza de medrar en uno u otro partido, ya que no haya en mí principios fijos en la parte militante, porque en teoría tengo los que dimanan de mis ideas filosóficas. Sabido es que los verdaderos principios de la política española son don Ramón [Narváez], Espartero, don Paco [Pacheco] y el conde de Montemolín, y, si se quiere, la República, pero con el tonto de Orense de primer cónsul».

  Aquí daba un repaso a los jefes de las formaciones políticas más relevantes de mediados del XIX, desde los extremistas de la derecha hasta los de la izquierda: los carlistas defensores de los ‘derechos’ dinásticos del conde de Montemolín; los moderados de centro de Narváez; los ‘puritanos’ del ala más avanzada del moderantismo seguidores del pensamiento de José Francisco Pacheco; los progresistas fieles al general Espartero; y los demócratas como José María Orense. Prosigue la carta anterior con una serie de reflexiones a modo de confesión:

  «Mientras estudio las cosas políticas y me decido ya por convicción ya por interés, en favor de este o el otro partido, sólo me queda el de escribir de literatura, y haré cuanto pueda por acabar de dar a luz algo de provecho [...] Ayer asistí a la fiesta del Dos de Mayo, que estuvo concurridísima. Los periódicos publicaron una multitud de necedades en verso. Yo no he hecho los míos, porque no me ha soplado la musa.

  El escribir en prosa tiene, entre otras, esta ventaja: que no es menester estar inspirado para hacerlo, y basta con saberlo hacer y tener qué decir. Daría cualquier cosa por poder analizar y refutar las obras de Proudhon, y con este objeto las estoy leyendo detenidamente. Mas, para hacerlo con éxito, se necesitan conocimientos vastísimos en economía, en metafísica y legislación, pues el célebre enemigo de la propiedad es uno de los más sabios, eruditos y profundos dialecticos que cuenta en el día la Francia, y para decir sandeces contra él, y llamarle Anticristo, etc., más vale callarse. Para ser un embadurnador de papel y literato de ‘pane lucrando’ [para ganarse el sustento], me voy ya creyendo con fuerza y pronto espero lanzarme en la palestra; para ser el adversario de Proudhon o cosa por el estilo, aún me siento muy débil. En España se estudia poquísimo y se sabe menos de lo que se estudia, porque se estudia mal; a fuerza de ingenio algunos han logrado hacerse perdonar su ignorancia, no sé si yo tendré bastante para que me perdonen la mía; aunque siempre debo contar, como cuentan todos, con la del público, que es grandísima, colosal. Pero ¡cuán triste recurso para buscarse la vida es el de escribir tonterías confiado en la necedad y poca doctrina de los lectores! [...]

  Algunas veces me pasa por la cabeza la idea de casarme, para establecerme de algún modo, y trabajar después con sosiego en mis estudios. Porque he notado que una de las cosas que distraen más de los estudios es el andar en busca de mujeres [...] En Italia, día y noche no hacía más que enamorar a la Muerta o a otras. Aquí hasta ahora no tengo más historias que la de la Culebrosa, a quien no veo sino dos horas por la noche; pero tengo que apelar a todo mi estoicismo para no andar por ahí en busca de querida o con ella, dado que la hallase a mi gusto. Esta afición mía a las faldas es terrible, y si no fuera por lo caro que es Madrid y lo escaso que estoy de dinero para estar aquí en los círculos elegantes, andaría yo de reunión en reunión haciendo la corte a las damas, y buenas ganas se me han pasado de ponerme tierno y de visitar a la duquesita de A., que ha estado conmigo finísima y yo ni siquiera he ido a verla. Ya conocerá usted que, a pesar de mi liberalismo filosófico, soy aficionadísimo a la gente de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono» (Madrid, 3 de mayo de 1850).

  Don José Valera, que venía reconviniéndole su flojedad, le escribió́ una carta a vuelta de correo desde Doña Mencía, en la cual, se ve que el marqués de la Paniega no estaba muy equivocado al enjuiciar el carácter del hijo:

  «Yo no soy literato –le dice–, y menos poeta: tuve la desgracia de nacer en una época en que la educación estaba muy descuidada y atrasada en España, y poco o nada debí a aquélla; pero, soy ya muy viejo, en mi larga vida me he dedicado a conocer a los hombres y creo lo he conseguido. Por consiguiente te conozco a ti. Tú tienes talento, bellas disposiciones y mucha instrucción para tus pocos años, pero al mismo tiempo tienes defectos que es obligación mía presentártelos, para que te esmeres en corregirlos. Tus ideas en general son demasiado abstractas y espirituales, y convienen sean más positivas, y acomodadas al siglo y al país en que vives. Tu timidez o modestia, mal entendida, es un mal que debes hacer todos los esfuerzos necesarios para vencerlos. Tienes otro defecto, que yo lo llamaré capital, y que mientras no lo venzas poco o nada puedes prometerte de tu vasta instrucción, de tu claro talento y de tantas otras prendas recomendables con que te ha dotado la naturaleza. Este enemigo de tu dicha y tu porvenir es tu flojera, tu desidia, tu volubilidad e inconstancia en tus proyectos, alimentados, sostenidos por tu desaplicación, por lo que le temes al trabajo, al estudio asiduo y penoso que es necesario hacer para poseer bien una ciencia, una materia dada. El farniente es muy dulce y seductor, pero poco honroso y menor provechoso, y tú hijo mío estas por desgracia en el caso de tener que hacer» (Doña Mencía, 10 de mayo de 1850).

  Ilustraciones: Ateneo de Madrid; Gabriel García Tassara; mosaico de la casa natal de Valera; Café del Príncipe en Madrid.

  Continuará con otra píldora valeriana: Valera trata de representar a su tierra ante el Congreso de los Diputados

- Pedro Cubero Extraordinario relato.

- Pepe Garrido Ortega Pedro Cubero gracias, Pedro. Me alegro que te guste

- Manuel Castro Casas Pepe Garrido Ortega, muy interesante. Por cierto, las recomendaciones del padre en el último párrafo, son muy actuales…

- Maria Jose Muriel Martin GRACIAS Besos

- Pepe Garrido Ortega Maria Jose Muriel Martin gracias a ti

- Piedad Baca Romero Muy exquisito don Juan. Y que bien lo conocía el padre.












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39068. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  23ª Píldora.- Valera trata de representar a su tierra ante el Congreso de los Diputados

  En cuanto a política, Valera de siempre tuvo una ilusión. Hacerse con un escaño en el Congreso de los Diputados en representación del distrito electoral de Cabra, tal como lo había sido su tío Antonio Valera y Viaña (1837, 1840 y 1843). Así, a comienzos de 1850 trató de probar fortuna en política y se decidió a presentarse a las próximas elecciones a Cortes por Cabra. Aunque para ello había un impedimento casi insalvable. Para entonces Martín Belda ya llevaba más de dos años de diputado por Cabra, y en tan breve espacio de tiempo había logrado hacerse con el distrito electoral de Cabra. Por entonces, muy pocos ciudadanos tenían reconocido el derecho al sufragio. Solamente podían participar en las elecciones al Congreso los mayores hacendados del distrito, excluyendo desde luego a todas las mujeres. El distrito electoral de Cabra solamente contaba con 253 electores, residentes en las poblaciones de Cabra, Baena, Castro del Río y Doña Mencía.

  Juanito Valera, con veinticinco años, con la osadía y la ingenuidad propia de la juventud, para llegar al Congreso esperaba que con las influencias de sus padres recibiría el apoyo de sus familiares y amigos de Cabra y Doña Mencía. Y no solo eso, también sopesaba el joven Valera, candorosamente, vencer en unas elecciones presentándose con el marchamo de progresista: «porque esto de salir diputado –confesaba al padre– con apoyo del gobierno tiene para mí mucho de desagradable» (Madrid, 23 de mayo de 1850). Recordemos que el gobierno lo presidía el general Narváez líder del Partido Moderado, que de moderado solamente tenía el nombre. ¡Pobrecito, el niño! El marqués de la Paniega le hizo desistir razonablemente de presentarse por Cabra: «Te diré que es más fácil sacarte a miembro de la Cámara de los Comunes de Inglaterra que diputado por Cabra. Ni tú ni ningún otro podrán reemplazar a Belda ínterin no caiga el actual Gabinete y deje de ser Belda oficial 3º de la Secretaría de la Gobernación» (Doña Mencía, 20 de enero de 1850). En relación a presentarse como progresista le replicó el padre que ello le conduciría al fracaso irremediablemente, a la vez que trataba de corregirle su inclinación hacia la izquierda del sistema: «Los recientes debates de nuestras Cortes son muy significativos; estúdialos y te convencerás de cuánto te he dicho sobre nuestros principios políticos: orgullo, ambición y despreciables miras personales es sólo lo que arrojan. Yo estoy convencido de que somos incapaces de elevarnos y de practicar ideas más grandes y provechosas, al menos por mucho tiempo» (Doña Mencía, 16 de enero de 1850).

  Con lo cual, no quedaba más alternativa que recurrir a Belda para que le ayudara con sus influencias para salir diputado por otro distrito y como diputado gubernamental. Pese a que el orgulloso Valera era reacio a pedir favores a su paisano. Como ya hemos señalado, la incompatibilidad de caracteres de ambos les mantuvo siempre distantes. El arrogante Valera despreciaba la posible protección de Belda, casi de su misma edad y triunfador ya en política, a pesar de haber nacido en el seno de una familia modesta y de no haber alcanzado una formación académica superior. Con todo, haciendo de tripas corazón, acudió al ministerio de la Gobernación a recabar el apoyo de Belda para las elecciones de Málaga. Y como le diera largas sin comprometerse a nada, sentenció: «Esperé por espacio de una hora, y, viendo que no concluía, le dije: Adiós, don Martín, hasta más ver y él me respondió despidiéndome, dándome por desentendido u olvidado del ofrecimiento, que todo lo había dicho sin pensar y para darse tono de alcanzar favor y tener influencia que no tiene [...] Belda es un presumido mentecato» (Madrid, 27 de mayo de 1850).

  Descartado el distrito de Cabra decidieron en familia presentar su candidatura por el distrito de Málaga, aunque tuviera por contrincantes nada menos que al acaudalado marqués de Salamanca y al cacique de la provincia Ríos Rosas. En Málaga contaba con las influencias de su hermanastro Pepe, que había sido alcalde de la ciudad, pero era preciso recabar el respaldo de Sartorius, conde de San Luis, el todo poderoso ministro de la Gobernación, y desde luego olvidarse de toda veleidad progresista. Con todo, Valera comprendía que el reto era difícil, por lo que si fracasaba se conformaría con un destino en la Legación de Londres, adonde iba de embajador el amigo de la familia don Javier Istúriz. De todas maneras, sus vacilaciones eran tremendas:

  «Yo deseo vivamente salir de aquí, porque me fastidio soberanamente; pero, sin embargo, cuando pienso en el porvenir, tengo miedo de ir de agregado con sueldo a Londres, donde puede muy bien suceder que esté dos o tres años, al cabo de los cuales me canse, como me cansé en Nápoles, no porque Londres me parezca mal, sino porque me lo parezca mi posición y me crea llamado a más altos destinos; y con estas ideas, así como vine de Italia con licencia, venga de Inglaterra a Madrid y se repita en esta corte la misma escena que está pasando ahora, aunque un poco más trágica y sombría, porque ahora no tengo más que veinticinco años y entonces tendré más edad y, por consiguiente, menos que esperar, y con la vida de la Corte inglesa llevaré menos con paciencia que hasta ahora la estrechez del pupilaje y el trato de los pedantes del café del Príncipe, y las cosas primitivas de mi patria y la presunción estúpida de sus raquíticos hombres de Estado, filósofos y sabios. Entonces no sabría qué hacer: si meterme a filósofo, sabio u hombre de Estado, ridículo como ellos, o pretender un ascenso en mi carrera, como estoy haciendo ahora, e irme por ahí de nuevo ya de secretario segundo, y volver, al cabo de cuatro o cinco años, para que me nombrasen secretario primero, siempre a merced del Gobierno y expuesto a que el día menos pensado me vuelva a dejar como estoy ahora, sin sueldo ni empleo, pero con mi juventud inútilmente perdida. Esta es la causa de mi indecisión, y en verdad que no sé si sería mejor quedarme aquí, llevando con paciencia los malos ratos hasta ver el modo de abrirme camino, o salir pronto del atolladero logrando ser nombrado attaché, aunque al cabo de poco venga por fuerza a dar de nuevo en él y con mayor furia y disgusto mío y de ustedes. Veces hay, y son las más, que entiendo sería lo mejor irme a Doña Mencía a hacer el Cincinato y dejarme de quebraderos de cabeza, proyectos de ambición y castillos en el aire; que bien se me pudiera comparar con Don Quijote, que ha salido a buscar aventuras en detrimento de su salud y hacienda y sosiego de su alma. Si mi madre viviera aquí, estaría yo mucho mejor, gastando usted menos dinero, porque lo que me arruina es la casa, la lavandera, etc. Harto conozco que debiera ingeniarme y buscar un medio de ganar dinero, pero aún no he hecho nada con este fin; sigo, sin embargo, emborronando papel, pero nada me satisface» (Madrid, 22 de abril de 1850).

  Como para triunfar en política era conveniente hacerse un buen orador, acudió a una academia de elocuencia: «Ayer, en la academia de elocuencia práctica pronuncié un discurso improvisado y, como es la primera vez en mi vida que hablo en público, creo que no fui un águila de inspirada facundia, pero no me corté y no me repetí ni rocé tampoco, aunque algunas veces tuve que pararme para pensar qué debía decir y al fin no dije ni la sexta parte de lo que sabía sobre el asunto y podría haber dicho si no fuera tan torpe. Estoy, sin embargo, contentísimo de haber roto la valla y ahora pienso pronunciar un discurso en cada sesión, para acostumbrarme a hablar» (Madrid, 24 de abril de 1850). En verdad, Valera nunca descolló como orador. Y bastantes apuros sufrió en un discurso que pronunció en una sesión del Congreso con motivo de unas acusaciones que se le formularon, como ya veremos si llegamos hasta esa etapa de su biografía. ¡Hasta hubo risas entre los escaños mientras hablaba! Lo cual aturullaba más al pobre Valera.

  Para marchar de agregado sin sueldo a la Legación de Londres, o a la de París (con el deseo de reencontrarse con Lucía Palladi), contaba con el apoyo del cuñado del duque de Rivas don Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, jefe de sección en el ministerio de Estado. Cueto, aficionado a los clásicos y autor de algunos títulos de crítica literaria, se había entusiasmado de la formación y simpatía del joven Valera, y hasta acariciaba el que cargara con la casquivana de su sobrina Malvinita Saavedra. Sobre este negocio le comentó al padre: «Como cálculo no me parece una cosa ventajosísima el casarme con la niña; pero no deja, sin embargo, de tener sus ventajas. Ella no es rica, pero su posición es muy buena, y el Duque, Cueto y sus amigos me levantarían y ayudarían entonces. La Culebrosa, además, tendrá por lo menos 10 ó 12 mil reales de alimentos y su título de marquesa. Como cosa deleitable no deja de serlo, porque la muchacha es graciosísima. Los inconvenientes son: 1º que aunque yo ahora soy un perdido, puedo mañana o el otro llegar a ser persona de valía y encontrar mejor acomodo si me quiero casar; y 2º que la muchacha unas veces me parece inocente y otras coqueta, y temo que casándome con ella, si bien puede ser virtuosísima, sea lo contrario, en cuyo caso tendré que dar un escándalo a la antigua, esto es, mandarla a paseo o romperme la cabeza con alguno u otro al uso del día, esto es, echar a los 2 ó 3 meses de matrimonio cada uno por su lado, quedando tan amigos como antes y haciendo cada cual lo que mejor le parezca, que es lo que hacen Bedmar y otros mil. No puedo negar que la niña me gusta mucho y que si no fuera por estos temores, ya me hubiera enredado en amores con ella. La madre lo desea, y ella también, más que la madre. Esto lisonjea mi amor propio cuando creo que es por mí, pero no cuando imagino que lo que ambas desean es un marido y lo encuentran en mí a propósito y de su gusto. Yo he hablado a usted muy mal de la Culebrosa, pero acaso lo que a mí me ha parecido criticable no lo sea, porque estoy inclinadísimo a pensar mal de todo» (Madrid, 1 de mayo de 1850).

  Ni que decir tiene que Valera fracasó en su intento de llegar al Congreso, y tuvo como consuelo que el gobierno lo enviara, por mediación de Serrano, de agregado para la Legación de Lisboa, ahora con un sueldo de 1.833 reales al mes. Inmediatamente, abandonó Madrid dejándole a deber a su tío Agustín 19.000 reales que tuvo que pagar el padre. Se marchó a Granada y Doña Mencía para despedirse de la familia. Desde Málaga se embarcó con rumbo a Lisboa. De camino hizo escala en Cádiz, quedando prendado de la ciudad: «Después de 22 horas de navegación, algo mareado y no de muy buen humor, sin tocar en Gibraltar, llegué a esta ciudad ayer a las 5 de la tarde. Cádiz me ha parecido hermosísima. He recorrido sus hermosas calles; los amigos que he encontrado aquí me han llevado al casino, que es magnífico y del más exquisito gusto, y anoche me paseé también en la Alameda de la muralla de mar y en la plaza de Mina, donde reinaba una extraordinaria animación y ostentaban sus gracias lindísimas muchachas» (Cádiz, 22 de agosto de 1850).

  Ilustraciones: Javier Istúriz: Leopoldo Augusto de Cueto; puerto de Málaga; la Alameda de Cádiz y la plaza de Mina.

  Continuará con otra píldora valeriana: En Lisboa de agregado con sueldo.

-Rocio Muñoz Chavarria Las cartas del padre son de lo mejor












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39069. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  24ª Píldora.- En Lisboa de agregado con sueldo

  «Cuando yo menos lo esperaba –escribe Valera en sus notas autobiográficas– me encontré con el nombramiento de agregado con sueldo para Portugal [...] En Portugal me hice grande amigo de López de Mendoça, de Latino Coelho y de otros periodistas y literatos, y partidario de la unión ibérica. Mi tío don Antonio Alcalá Galiano fue de ministro a poco de estar yo allí, y su trato y conversación me valieron de mucho. Por lo demás en Portugal no hice sino algunos versos, y lo que se me mandaba hacer en la Legación, y leer, y comprar libros viejos, y divertirme. Me cansaba, sin embargo, no ser más que agregado».

  El 26 de agosto de 1850 tomaba posesión del destino en Lisboa, con un sueldo de doce mil reales anuales y escaso trabajo que desplegar: expender pasaportes a los numerosos gallegos residentes allí, y copiar de vez en cuando algún despacho oficial: «Salí de Cádiz el 25 –escribe a su hermana Sofía–, y después de una navegación felicísima, durante la cual no he hecho más que comer cuatro veces al día y dormir el resto, llegué a esta famosa ciudad, que se extiende sobre la orilla izquierda del Tajo, y está en declive a la falda de varias montañas coronadas de palacios y jardines. Hermosa posición, pero no tanto como la de Nápoles. Las plazas y calles de la ciudad nueva, construida por el marqués de Pombal, después del terremoto en que falleció el célebre doctor Pangloss, son magníficas, y en particular las ruas Augusta, d’Ouro y da Prata, y las plazas do Rocio y do Paço, donde están todas las oficinas y una elegante estatua ecuestre, colosal [...] Los agregados son guapos chicos, en particular el sobrino de Sartorius, que es un marquesito de la Regencia, con querida del teatro, caballos, cocinero y una casa muy bien puesta. No tiene otro defecto sino el de incomodarse con sus acreedores y darles de palos y de mojicones; pero al fin les paga. Vera, secretario y encargado de Negocios interino, es un muchacho todavía, y ya de tiempo atrás buen amigo mío».

  Por ausencia del embajador, el conde de Colombí, desempeñaba las funciones de encargado de Negocios de la Legación Fernando de la Vera e Isla, hasta que llegase el nuevo embajador don Antonio Alcalá Galiano. Prosigue la carta anterior: «Estoy instalado en una hospedaría, donde me tratan muy bien y nada caro [...] Las mujeres se visten aquí de un modo bestial. Llevan capas como las de los hombres y un pañuelo blanco en la cabeza, tan puntiagudo y almidonado, que dan ganas de reír al verlas» (Lisboa, 28 de agosto de 1850).

  «No me parece Lisboa tan hermoso país como Nápoles –escribe en otra carta a Sofía–; pero no cabe duda en que es pintoresco y la ciudad muy rara, y no parecida a ninguna otra de Europa. Hay en medio de ella campos y jardines, que, al par que la embellecen, la hacen más extensa y poco animada, pues en su recinto, que podría contener un millón de almas, apenas se encierran 260.000 [...] He estado de tertulia en casa de unas señoritas muy amables, pero que no valen por la hermosura, que, a lo que entiendo, anda muy escasa en Lisboa. Se llaman mis nuevas conocidas las de Fonte Nova, y hablo con ellas en español y ellas contestan en portugués, comprendiéndonos así perfectamente [...] El señor Andrade se ha hecho grande amigo mío, me ha confiado la historia de sus amores con la prima donna del teatro San Fernando, y el otro día me decía que quisiera la viese yo desnuda para que admirase lo acabado y perfecto de sus formas, lo que hace que ella nunca lleve corsé» (Lisboa, 31 de agosto de 1850).

  Bien que echaba de menos la vida de sociedad de Madrid o Nápoles, al compararlas con la apacible sociedad lisbonense, y eso que había sido muy bien recibido en los salones de la aristocracia: «Aquí, hasta ahora, me divierto poquísimo. Anoche, sin embargo, estuve en casa del marqués de Fronteira, donde hubo tertulia. Vive este señor una legua de aquí y echamos más de tres cuartos de hora en llegar, en coche, a su casa. En ella tuve el alto honor de que me presentasen a la infanta doña Ana, señora muy alegrita, pero ya jamona. También conocí a su hija, que está casada con el conde de Belmonte y es joven y la más hermosa dama de Portugal, y a la condesita de Peñafiel, que, aunque no vale un pito, tiene numeroso séquito de adoradores, porque es título, rica y soltera. No sé si te he dicho que todas las tardes doy largos paseos a pie con el cónsul [Cañete] y Vera, personas poco divertidas ambas, si bien muy amables. Algunas veces hacemos alto en la quinta, que así puede llamarse aunque está dentro de la ciudad, del comerciante español Orta. Sus hijas, una de ellas casada y la otra no, son ordinarillas, pero macizas, frescachonas y amigas de palique. Ya te harás cargo que como aquí la gente vive tan separada no se ven sino rara vez, como no haya algún interés particular. Las calles y los paseos están desiertos y silenciosos, y unas veces me creo en Pompeya, otras en un pueblo de Castilla, y hasta en Doña Mencía me pudiera creer si no echase de menos a mi padre, al cura y a don Juan de Mata, que son más entretenidos que Vera, quien, aunque la da de discreto, es un zoófito, y aunque cuenta historias, si hubiese sido la sultana Schehrezade, no habría vivido más de una noche» (Lisboa, 21 de septiembre de 1850).

  Al mes de llegar a Lisboa, al conocer que había sido derrotado en las elecciones, no le quedó otra solución que sentirse «completamente consolado de no ser padre de la patria» (Lisboa, 25 de septiembre de 1850), y resignarse a la vida apacible que llevaba. «Leo algunos libros portugueses y procuro aprender el idioma lo más pronto posible; pero la misma semejanza que tiene con el español lo hace más difícil. Casi parece un español antiguo, si bien la pronunciación y el acento son diferentísimos. Muchos apellidos nuestros tienen un significado en portugués; por ejemplo, Coello significa conejo; Acuña, la cuña, y Carvallo, encina, etc.» (Lisboa, 12 de octubre de 1850). «Yo, a pesar de todo, me fastidiaría en Lisboa si no tuviera libros que leer. Días enteros me paso fumando y leyendo. Tengo la cabeza llena de economía política, filosofía, socialismo, literatura, etc. Dios quiera poner orden en todas estas cosas, y darme una idea fija y pivotal en torno de la cual giren y a la que tiendan como a su centro y fin. Puede que entonces sea yo capaz de hacer o de escribir algo bueno» (Lisboa, 25 de diciembre de 1850).

  Si llegó a escribir algo en prosa durante esta estancia en Lisboa no se ha conservado, pues tan sólo dejó algunos versos. Su vocación como escritor había de llegarle años más tarde.

  El ambiente social y cultural de Lisboa le resultaba anodino, y cuando se desanimaba en demasía volvía a los razonamientos de ocasiones anteriores a los que ya estamos acostumbrados, oscilando entre los firmes deseos de cultivarse y renunciar a los placeres mundanos, o encerrarse en su tierra como un anacoreta: «No creo que ni mi carrera ni mis estudios me proporcionen, como usted espera, grandes ventajas en lo por venir –confía a la madre–, pues estoy convencido que lo que soy hasta ahora se lo debo al favor, y que si no hubiera tenido valedores, sería aún agregado sin sueldo, o ni esto siquiera. El único modo de hacer valer lo que sé, dado que yo sepa algo, no pudiendo salir diputado, sería escribir, y para esto hay dos grandes dificultades: la primera, mi desidia, desaliento, falta de habilidad y de costumbre, y la segunda, suponiendo aquélla vencida, la indiferencia y hasta mala voluntad del público español, poco amigo de leer cosas serias [...] Hace ya cuatro años que tengo una idea fija siempre presente en la imaginación, proyecto atrevidísimo que nunca me determino a realizar, a saber: escribir la historia de los reyes de la Casa de Austria, abrazando el período que corre desde la conquista de Granada hasta la guerra de Sucesión, con un epílogo sobre la dominación de los Borbones y una grande introducción filosófica que explicara los usos, costumbres, cultura e historia de los diversos reinos y provincias, razas y naciones que formaron el grande Imperio español [...] La última de mis reflexiones, cuando me pongo a reflexionar, es la de que no soy para nada, que lo mejor es estarme tranquilo y no meterme en honduras, y hasta que casi me sería conveniente irme a Doña Mencía. Luego pienso qué haría yo en Doña Mencía, y vuelve a mi mente el pensamiento literario, y me imagino que estoy en el lugar, escribiendo diálogos filosóficos y discursos sobre Economía, y vengo, por último, a parar otra vez en la historia de la Casa de Austria, y me escapo de Doña Mencía, como Don Quijote de su aldea, y voy a Madrid, y a París, y a Simancas en busca de documentos, y me pongo en correspondencia con literatos, etc., y cátese usted otra vez a su hijo metido de patas en el bullicio del mundo. La única cadena y ligadura que hasta en sueños me impide hacer con libertad y sin dolor todos esos movimientos y evoluciones, es la falta de dinero y lo poco a propósito que yo soy para vivir sin este metal y pasar la juventud metido en una buhardilla, rodeado de la grandeza y bullicio de una gran capital y viviendo, sin embargo, oscurecido, sin amores, sin fiestas, y sin cierto confort, de que no acierto a dispensarme. Está decidido –digo entonces otra vez– es preciso que yo me meta en Doña Mencía» (Lisboa, 3 de febrero de 1851). En otra carta, enviada también a la madre, se expresaba en términos más materialistas:

  «Querida madre mía: Los estudios a que usted se alegra que yo me dedique, más bien me afano y persevero en ellos por distraerme y pasar el tiempo que no con la esperanza de ganar honra y provecho; pues, aunque yo llegara a ser un sabio al cabo de tantos estudios, no creo que sabría nunca darme maña para hacer valer mi sabiduría, y menos en España, donde para nada sirve, y mucho menos aún en mi carrera, en que no se necesita más que saber componerse y estirarse, requebrar a las damas y pavonearse en los salones. Esta ciencia me la sé de coro. La que quisiera yo aprender y no atino es la economía doméstica, para ahorrar y tener en reserva, como usted me aconseja, 50 duros por lo menos; mas, a pesar de mis buenos deseos, no sólo no ahorraré 50 duros, pero ni 50 reales. El tabaco es el único vicio dispendioso que tengo. Si el diablo me tienta por alguna otra parte, procuro desechar la tentación o satisfacerla gratis. En el vestir soy modesto y no gasto ni en joyas ni en primores; en la comida, parco; a muchos bailes y tertulias dejo de ir por no gastar en coche y en guantes; si estoy abonado en San Carlos es porque este gasto es insignificante e indispensable en Lisboa. En fin: vivo asaz pobre y estrechamente para ser un agregado, y, sin embargo, siempre ando a la cuarta pregunta, porque en una corte extranjera y con 18 libras mensuales, nadie hasta ahora, que yo sepa, en posición igual a la mía, ha podido vivir mejor ni tampoco decorosamente con más economía» (Lisboa, 14 de febrero de 1851).

  Ilustraciones: Puerto de Lisboa; Embajada de España en Lisboa; Plaza de Rocio; Avenida de la Libertade.

  Continuará con otra píldora valeriana: Escarceos amorosos frustrados: Laura y madame Stolz












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39070. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  25ª Píldora.-

  Escarceos amorosos frustrados con Laura y madame Stolz


  Ya conocemos que Valera participaba a sus allegados sin rodeos ni rubor sobre sus galanteos, tan consustanciales a él. Desde Lisboa vino a narrarle a su madre:

  «Ya en otras cartas hablé a usted de Laura Blanco –escribe a la madre– y de lo mucho que me gustaba. Esto no pocas veces se lo he dado a entender a ella, con miradas, pisotones, etc., siendo de palabra imposible, por ser el marido sumamente celoso y no dejarla ni un momento sola con nadie. Iba yo antes casi todas las noches a casa de su padre, el señor Blanco, quien me había tomado y aún me tiene en mucho aprecio, y allí hacía la corte a Laurita, con el más notable disimulo que he gastado en mi vida, y sin confiar a nadie ni favores, ni esperanzas, ni deseos, cosa en mí harto rara. Pero, desgraciadamente, de nada me ha servido [...] Así andaban las cosas cuando llegó el cumpleaños de don Nicasio, quien, para celebrarlo, nos dio un baile ‘sui generis’ al que todos los comerciantes y comerciantas españoles estuvieron convidados. Laura estuvo también, y, contra su costumbre, con su madre y sin el esposo, que había ido allende el Tajo a vender cochinos, que en esto se ejercita. Ya puede usted figurarse que fue ella la primera persona a quien saqué a bailar y que le dije mil primores, etc., etc. Los conjurados, que estaban allí, no pudieron contenerse y empezaron a cuchichear y criticar con gran malicia, y, por último, fueron a decir a Laura mil tonterías y bromas nada delicadas. Esta, que no tiene mundo ninguno y es muy orgullosa, se sofocó, se puso colorada y rabió y se afligió, acabándose así la fiesta. Desde entonces no la he visto más que una vez en el teatro, en el palco de las de Orta, y ella ni me quiso mirar siquiera; y yo, como aún no sabía la causa, lo extrañé mucho.

  Después, el médico Simas me lo ha contado todo. Simas no es sólo médico, sino confidente y consejero de toda la familia Blanco. Laurita se confesó con él, y le dijo, por supuesto, que yo nunca me había propasado con ella, ni hecho la corte, ni díchole “buenos ojos tienes”, y se quejó de la malignidad de sus amigas, que le impedía estar amable conmigo. Yo dije al doctor que nunca había pensado en cortejar a Laura, que la quería mucho y la estimaba en más por su hermosura y buen natural, y que sentía en el alma que fuesen tan chismosas y malintencionadas sus amigas. Simas fue con la embajada a Laurita, y como al fin toda su familia, marido, padres y hermanos se han enterado del lance, a todos dijo Simas lo que yo le había dicho, subiendo con esto de punto el cariño que me tienen y la creencia en que están de que yo soy guapísimo y Laura una santa. El único que acaso conserve sus recelos será el tratante en cerdos, pero los disimula, haciéndome mil cortesías y cariños siempre que me ve. Entre tanto, yo no veo a su mujer, y ya perdida casi la esperanza de mejor fortuna, tengo hecho el propósito de no requerirla de amores, lo que no es gran virtud, pues se funda en la dificultad del pecado» (Lisboa, 25 de diciembre de 1850). También hablaba a la familia de otros devaneos amorosos con una cantatriz sevillana que traía alborotada a toda Lisboa. Se hacía llamar Rosine Stoltz (1815-1903), a la cual volvería a encontrar en Brasil e incluiría en la trama de su novela ‘Genio y figura’ (1897).

  «Antes de anoche se dio por segunda vez en este Teatro de San Carlos la Semíramis. Madame Stolz, que hizo el papel de Arsaces, llenó la primera noche de entusiasmo a todo el público, y la segunda más. Quince veces la hicieron salir, entre estrepitosos aplausos; la esperaron a la salida, en la calle, para vitorearle y le tiraron ramilletes y coronas de flores. La Reina [doña María da Gloria] a pesar de ser muy seca de carácter, envió un gentilhombre al ministro de Francia para felicitarlo por su compatriota, y este, muy ancho, fue a ver a la Stolz. No he oído nunca cantar tan bien, ni yo imaginaba que se podía hacer tanto efecto cantando. Y no es sólo el canto lo que es notable en esta mujer, sino el modo de vestirse, el accionar, las posturas que toma, etc. Por supuesto que cuando canta llora, se estremece, se encoleriza, etc., y da una expresión a la cara, que es bastante fea, admirable. Figúrese usted lo que la Stolz habrá estudiado para llegar a hacer todos estos primores» (Lisboa, 8 de enero de 1851).

  «Los jóvenes elegantes piensan darle una comida; el empresario tiene esta noche en su casa, para festejarla, una gran tertulia a la que estamos todos convidados. Entretanto, nuestra heroína ha hecho muy buenos y costosos regalos a toda aquella canalla entre bastidores, y donación de cinco o seis mil reales vellón a los pobres del hospital. Su casa es una especie de fonda gratuita para los literatos y poetas hambrientos, en particular para un tal López de Mendoça, que va allí a cualquier hora, pide de comer y le dan de comer. Todavía no se habla de que ninguno se haya quedado a dormir con ella» (Lisboa, 11 de enero de 1851).

  «La otra noche la llevaron a su casa en triunfo más de dos mil personas. Algunos jóvenes a caballo rodeaban el coche y gritaban: ¡Viva la Stolz!, agitando las antorchas encendidas que llevaban; la turba la vitoreaba también, y una banda de música militar iba delante tocando la marcha de ‘Semíramis’. Al bajar del coche la cantarina, no faltó quien tendiese en el suelo la capa para que pasase ella por encima, como si fuera la reina virgen, y madame Stolz, conmovida y llena de agradecimiento, a un joven que le dio la mano para entrar en su casa y que le besó la suya, agarrándole la cabeza con ambas y tomando una postura teatral, le plantó dos sonoros y prolongadísimos besos en la mejilla, diciendo que eran para todos los espectadores. ¡Buen jaleo estuvo aquél, y buena farsante es la tal Stolz! Simas me la ha hecho conocer: es mujer de talento; su patria, Sevilla; su madre, española; su padre, ni ella misma lo sabe; su educación, francesa; su edad, de treinta y cinco a cuarenta años, y su figura, muy graciosa. Como estoy tan acostumbrado a poner las señas de los pasaportes, no extrañe usted que escriba así» (Lisboa, 15 de enero de 1851).

  Al llegar a Lisboa Rosina Stolz gozaba de gran fama, pues ya en 1840 Gaetano Donizetti estrenó en París su ópera ‘La favorita’, en la que el papel de Leonora lo compuso pensando en la mezzosoprano Stolz, cantante favorita por entonces de la ópera de París. Aunque Valera afirmara que no estaba enamorado de la Stolz, al menos, trató de conquistarla con unos versos en portugués, además de regalarle una colección de «las mejores canciones andaluzas de las que se cantan a la guitarra o al piano y que andan litografiadas por esos mundos de Dios» (Lisboa, 28 de febrero de 1851):

 

¿Que importa que digao que he velha, que he feia,
Que pinta os cabellos, que enfeita o carao,
Se as vozes que parten d’aquella sereia
Despertao nas almas suave emoçao?
...

Desprezo a belleza da estatua sem vida,
Desprezo a camelia viçosa sem cheiro,
Eu amo-te feia, Rosina querida,
Artista sublime de genio altaneiro.
...

A inveja que diga o que ella quiser,
Arrancas sorrisos excitas o pranto,
Nao quero saber se acaso es mulher,
¡O diva da scena, rainha do canto!
Planeta europeo que a hora do accaso
Ainda refulges no ceo brasileiro,
Do fogo sagrado em que hoje me abraso
Recebe en quadrinhas um fumo ligeiro.

 

Valera aprovechaba toda aventura amorosa que se le ponía a tiro, aunque no se veía casado y formando una familia: «Yo, hablando ahora con toda formalidad, creo que no me casaré nunca, como no esté ferozmente enamorado, lo que ya es muy difícil, o tan desesperado que tome el casamiento por suicidio. Aunque yo sea tan infeliz que no adelante en mi carrera, creo que con seis o siete años que esté en ella viviendo a costa del Estado, podrá el de casa mejorarse, y yo irme tranquilo a vivir a esa ciudad con mis libros y enseñando en la Universidad la lengua griega o la Economía Política, cosas que para entonces he de saber muy bien, pues ya las entiendo algo» (Lisboa, 11 de enero de 1851).

  Ilustraciones: Teatro de San Carlos de Lisboa; Rosina Stolz

  Continuará con otra píldora valeriana: Paliques epistolares con Estébanez Calderón


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39071. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

 26ª Píldora.- Paliques epistolares con Estébanez Calderón

  La amistad de Valera con don Serafín Estébanez Calderón dio lugar a una interesantísima y divertidísima colección de cartas que ocupan un primer puesto entre todas las del epistolario valeriano. Ambos escritores se habían conocido a finales de 1849, hallándose Valera en Nápoles, cuando don Serafín llegó a Italia como auditor de la expedición militar enviada por el Gobierno de España para devolver a Pío IX su soberanía sobre los Estados Pontificios. Así lo recordaba Valera en su esbozo biográfico: «Cuando la expedición española a Roma, conocí yo y me hice amigo de don Serafín Estébanez Calderón, el cual me infundó la manía de los libros. En Portugal, donde había muchos libros y baratos en lengua española, me puse en correspondencia con Calderón y le compré muchos, y compré para mí. De esta correspondencia nació que yo empezase a escribir en prosa con cierto cuidado (no como ahora) y que se me diera algún nombre de buen prosista, sólo por mis largas y variadas cartas a Calderón, que Calderón enseñaba a algunos».

  No puedo estar más de acuerdo con Valera cuando decía que gracias a las cartas que envió a don Serafín Estébanez “empezó a escribir con cierto cuidado” e influenciado -añado yo- por las mismas cartas que recibía de don Serafín ¡Buen pájaro, por lo demás, don Serafín! Como tendréis oportunidad de conocer, los que sigáis las aventuras de Valera en Lisboa y en Río de Janeiro a través de nuevas píldoras que vendrán. Con catorce o quince años cayó en mis manos un libro maravilloso que fue el responsable de que yo me interesase por la figura de Juan Valera y “de sus cosas”. De ese libro os dejo la portada en las ilustraciones del final. Por cierto, si alguien se ve atraído por él que sepa que acabo de ver que en Iberlibro.es lo pude adquirir hoy ¡sorprendentemente para mí! por sólo 10 euros. En Amazón mucho más caro a 40 euros. Se trata de la primera edición, preciosa por demás, de esta sorprendente colección de cartas. Si no me equivoco ¡no se ha vuelto a reeditar!

  Don Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), el castizo escritor de las ‘Escenas andaluzas’ (1847), hombre culto, refinado, docto en la lengua arábiga y en numismática, bibliófilo empedernido, tuvo una especial ascendencia sobre Valera, y tanto era así que este se consideraba discípulo suyo: «Le tengo por mi maestro y guía en esto de escribir con estilo castizo, elegante y desenfadado» (Madrid, 14 de agosto de 1858). Cuando Valera apenas había dado los primeros pasos balbucientes en su carrera recibió el estímulo apreciable de Estébanez, augurándole este un brillante porvenir, a la vez que se convirtió por mucho tiempo en su mejor mentor y confidente. Desde Madrid le escribía don Serafín a Lisboa, el último día del año de 1850:

  «Amigo mío muy querido: si yo supiera donde se halla el tribunal, pues es cosa cierta que debe de existir, donde se oigan las querellas de la amistad y los agravios del corazón, aparecería yo desde luego allí, no por apoderado sino por propia persona, para deducir mis quejas contra usted, o bien para reivindicar mi cariño, o bien para que fuese usted condenado a pagarme las deudas que conmigo tiene contraídas de fino afecto y buena amistad [...] Ya considero yo qué razón tenía para sus injusticias y desabrimientos la maga de la Moldavia [obviamente, se refiere a la Palladi]. En ella la sagacidad mujeril le hacía ser más lince que el doctor en derecho, que el consejero provecto y que el soldado curtido y veterano [...] En verdad que tales faltas y no pecados le obligan a usted no sólo a un hondo arrepentimiento sino también a una gran demostración de desagravios. Debe tener comienzo esta por una anchísima y larguísima carta en que me hable de salones, de galanteos, un tantico de política y un mucho de papeles y libros viejos, literatos y literatura» (Madrid, 31 de diciembre de 1850).

  En cumplimento de la penitencia impuesta por don Serafín, le contestaba el discípulo:

  «Lisboa está animadísima; cada noche tenemos baile y cuando no, teatros muy divertidos y frecuentados. Hay en el de San Carlos dos notables cantarinas, la Stolz y la [Claudia] Novello, ambas favorecidas del público a quien tiene dividido en dos bandos, que contribuyen en gran manera con sus aplausos, gritos, frases y hasta pendencias a divertir a los que, diplomáticos por oficio o naturaleza, nos mantenemos neutrales.

  Yo no falto en ninguna parte, pues gracias a lo barato del país y al razonable sueldo que disfruto, vivo sin estrechez; pero, aunque conozco ya a todo lo principal de la ciudad, no me divierto, pareciéndome la gente demasiado finchada, y en particular las damas, que no por ser casi todas unos vestigios se libran de tener dueños celosos. De día no se ve a nadie, ni en paseo, ni en las casas, porque o no reciben las señoras o para ir a verlas se necesita hacer un viaje y tomar coche caro y malo [...] Yo no tengo amores, si no son los que se venden baratos, y paso una vida si bien sosegada, asaz desabrida y prosaica. Me sobra por lo tanto tiempo para leer, para buscar libros viejos y para fastidiarme.

  Muchos de los literatos del país me son conocidos, y algunos amigos. Hablan todos muy bien de España, y manifiestan deseos de unirse a nosotros. Sin embargo, aun los más instruidos, son ignorantísimos de nuestra literatura e historia. Ahora con la edición de autores españoles que Baudry publica en París, se han popularizado un poco en este reino Zorrilla y Espronceda. La instrucción es aquí muy superficial y enteramente francesa. Vista nuestra España desde Portugal parece más grande en todo, que la Inglaterra vista desde España. La política es aquí tan mezquina y personal que da asco; no saben sino llamarse ladrones [...] Mi barbero y mi criado se ocupan de los negocios públicos y están al corriente de todas las intrigas y tramoyas, como si fueran chismes de vecindad» (Lisboa, 24 de enero de 1851).

  Valera, espoleado por un idealismo juvenil, se convertiría en Portugal al Iberismo, doctrina defensora de la unidad de los dos países de la Península Ibérica. Ello le llevó, junto a Estébanez, a participar activamente en el lanzamiento de una revista hispano-portuguesa que perseguía el conocimiento mutuo de ambos pueblos, como paso previo a una fusión de los reinos de España y Portugal.

  «Soy con usted en pronosticar –escribe a Estébanez– que se acerca la época en que los Estados de Portugal y España se fundirán en uno. En Madrid apenas hay quien se ocupe de esta idea; aquí hay muchos, casi todos los hombres de saber y de corazón que siempre están pensando en ella; y a pesar de las rancias preocupaciones y enemiga del vulgo a los castellanos esperan que se realice. Para ir preparando el terreno en que se ha de cimentar el sólido edificio de nuestra unión sería necesario que nuestro Gobierno tuviera siempre aquí un ministro algo intrigante, enemigo de la política sentimental y de proteger constantemente a Thomar [Presidente de Gobierno portugués] porque es moderado, y dotado de cierto garabato y gracejo con que supiese ganarse la voluntad de los portugueses, que a pesar de los celillos de vecindad, del duque de Alba y de Aljubarrota se enamoran fácilmente de nosotros [...] Esta gente daría cualquier cosa por ser españoles con tal que la Corte estuviese en Lisboa y que no se dijese que los habíamos conquistado» (Lisboa, 7 de febrero de 1851). Aljubarrota, símbolo de la independencia de Portugal frente a España, por la batalla en la que los portugueses derrotaron a los castellanos en 1385. Esa y otras divergencias históricas muy presentes entre ambos pueblos hicieron que Valera no cayese en un idealismo a ultranza, pues era consciente de las dificultades del movimiento ‘iberista’ y de las suspicacias suscitadas entre los portugueses cuando se hablaba de la unidad de su país con España.

  «Entiendo no han de sernos favorables –advierte a Estébanez–, dominados como están sus ánimos por rancias preocupaciones y por antigua enemistad y recelo contra los españoles; quienes, suponen ellos, sólo desean enseñorearse de los Estados de Portugal con el pretexto del comercio; y esto no contradice lo que en otra le escribí de lo mucho que nos quieren, y desean la unión los portugueses, pues unos son los que piensan así, jóvenes en general, y otros los que ponen mano en las cosas del Gobierno; pues aunque desean en teoría que los dos reinos vengan a ser uno, en imaginando siquiera que pensamos en avasallarlos, se los lleva el diablo y pierden estribos, como la mujer enamorada, que anda rabiando por dejarse gozar, y en cuanto el amante se lo pide se enfurece y altera, y juzga menoscabado su decoro y hollada su dignidad; de modo que siempre es preciso emplear un poquito de fuerza para gozarla».

  Mejor no comentamos esa desafortunada última frase de Valera, que, en todo caso, habría que analizarla en el contexto general de la época. Si hoy no todos los hombres han dejado de ser machistas, por entonces TODOS eran machistas. Ah y las mujeres casi todas también.

  «Temen además los portugueses que a pesar de las aduanas mixtas introduzcamos en sus tierras de contrabando nuestros granos y el tabaco, café y azúcar de nuestras colonias. Y estas quejas para lo porvenir son más extrañas cuando se considera que medio Portugal vive en el día del contrabando que hace en España, sin el cual ni existirían las fábricas de tejidos, hilados y tintorerías de algodón que hay en Lisboa y cercanías, ni muchas fuertes casas de comercio, ni ocupación para muchos que con esta industria se sustentan, ni finalmente la mitad de la renta de aduanas debida a los géneros que pasan para España: donde, apenas se forme en grande y como es de desear los aranceles, se dará un golpe de muerte a este país, y principalmente a su Gobierno, que se verá privado de una renta, que según tengo averiguado, de 60 millones anuales; para Portugal inmensa pérdida. Y aquí no hablo sino de lo que inmediatamente se experimentará, y no de aquella que la decadencia de la tan en el día floreciente industria traerá consigo; de modo que al fin, triste paso conveniente y que debíamos apresurar, tendrán por hambre que dar en nuestras manos y al olvido los laureles de Aljubarrota» (Lisboa, 19 de febrero de 1851).

  Si estas primeras cartas de la colección Valera-Estébanez te han parecido muy formales, aunque interesantes. Espera, espera que ya vendrá las desternillantes cartas que se intercambiaban estos amigos, a cada cual más guasón.

  La llegada en marzo de 1851 a Lisboa como embajador de su tío don Antonio Alcalá Galiano [recordemos, hijo del famososo Dionisio], le aliviaría del tedio en que se hallaba. «Desde que Galiano está aquí charlo mucho con él de mil cosas, pero de literatura muy particularmente. En gran manera me admira su memoria prodigiosa, y sus conocimientos en literatura italiana y inglesa, que son las que él prefiere a todas; yo en esto no sigo sino en parte su opinión, pues aunque doy a la italiana la preferencia sobre la española, dejo por debajo la inglesa» (Lisboa, 3 de abril de 1851). Galiano era un escritor consagrado, de amplísima cultura robustecida durante su exilio en Londres, de una fecunda memoria que le permitía rememorar tantos acontecimientos como había vivido desde las Cortes de Cádiz, allá en su juventud, cuando desde las filas de los liberales había luchado contra el absolutismo de Fernando VII.

  Ilustraciones: libro de Carlos Saénz de Tejada; Serafín Estévanez Calderón; Antonio Alcalá Galiano.

  Continuará con otra píldora valeriana: Escapada a la Semana Santa y a la Feria de Sevilla


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39072. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  27ª Píldora.- Escapada a la Semana Santa y a la Feria de Sevilla

  Por el mes de abril de 1861 hizo Valera un breve viaje por barco de Lisboa a Sevilla, coincidiendo con la Semana Santa y la Feria. De ambas fiestas formulaba en sus cartas curiosísimas observaciones a la marquesa de la Paniega, y a Estébanez Calderón:

  «Antes de ayer noche [el miércoles santo] llegué felizmente a esta gran ciudad, concurridísima ahora, con motivo de las fiestas de la Semana Santa, y la feria, que mañana principia. Tendremos toros y carreras de caballos. Es grande la multitud de gente que de varias partes de España y del extranjero a presenciar tanta solemnidad ha venido, y la ciudad está llena, que con inmenso trabajo solamente pude hallar un cuartucho malo y caro donde duermo, pues el día todo lo paso en la calle [...] Mucho me ha gustado Sevilla. Las procesiones, las imágenes y monumentos de la catedral me han parecido magníficos; las mujeres lindísimas, ricas las galas de caballeros y damas, y el palacio de la Infanta por demás suntuoso y elegante» (Sevilla, 18 de abril de 1851).

  Se refiere al Palacio de San Telmo, residencia de don Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, y de su esposa la infanta María Luisa de Borbón, hermana de Isabel II. La feria de Sevilla se había creado en 1847 con carácter comercial, agrícola y ganadero, aunque en su quinta edición ya tenía un genuino carácter festivo, como se trasluce de las noticias que nos proporciona Valera:

  «Ocho días estuve en Sevilla, de los cuales ni un solo momento tuve de fastidio, y poquísimos de reposo. El Sábado de Gloria comenzó la Feria, y las diversiones mundanas, corridas de toros, paseos, teatros, bailes y carreras de caballos. En todo me hallé y todo me parecía divinamente. Desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche había en la Feria el más alegre bullicio que imaginarse puede; gente de toda Andalucía, vestida con el traje del país, gitanos, ingleses, majos, y ‘niñas de feria’ [...] Muchas de las principales señoritas de la ciudad salieron vestidas a lo majo, luciendo la gentileza y buena disposición de los cuerpecitos graciosos; las que no, iban todas con mantilla, y en el modo de andar, contoneo airoso, modales, manejo de abanico, esgrimir de miradas, e inimitable desenvoltura, dando a conocer a tiro de ballesta que eran hijas de la tierra de María Santísima.

  Al abrigo de una tienda de lienzo, y en compañía de ciertas primitas mías, de lo más delicado que se presentó en la feria, acostumbraba yo almorzar diariamente, agasajado por ellas, con rico jamón, embuchado, aceitunas, pastelillos, y para fin y postre, después de varios dulces, rosquillas y otras chucherías, espumoso chocolate y ligeros buñuelos; sin que faltase a aquellos manjares el sainete y entremés de lánguidas y voluptuosos miradas que yo lanzaba a los hermosos, rasgados, traviesos y amorosísimos ojos de Pilar, la más linda de mis primas; y el delicioso incentivo de la manzanilla, y el jerez, que daban a los ojos aquel adormecimiento vaporoso, y aquel fuego divino que penetra en el alma y la enciende en deseo como dice el poeta Hafiz21, o yo no sé que otro poeta de Oriente. Mucho, muchísimo, me divertí también en los bailes de palillos22, que fueron tres en los que estuve, y a no faltarme tiempo e ingenio ya contaría a usted primores del último, cuyo recuerdo me es en extremo grato por haber tenido yo en él la más dulce, feliz y delicada aventura que en toda mi vida he tenido. Pero es ya tarde, y debo ser conciso.

  De Sevilla salí con mucho pesar, y vine a Cádiz acompañando a la familia de Galiano, mi jefe; a quien había yo prometido cuidar de las señoras y reunirme con ellas a la vuelta [...] Terrible fue nuestra navegación de Cádiz a Lisboa; pero al fin llegamos salvos, aunque las señoras nada sanas, sino, como suele decirse, hechas unos estropajos, mareadas, pálidas, y tan poco apetentes como apetitosas» (Lisboa, 10 de mayo de 1851).

  Ilustraciones: Semana Santa y Feria de Sevilla a mediados del XIX

  Continuará con otra píldora valeriana: Coqueteos con la andaluza Antoñita


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39073. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  28ª Píldora.- Coqueteos con la andaluza Antoñita

  Valera gustaba de mantener al tanto a don Serafín de las andanzas de sus compañeros de legación, especialmente de las de Vera:

  «Este joven encargado de Negocios, cada día más místico, está ahora haciendo las prácticas que ya hizo en Berlín bajo la dirección de Donoso Cortés, a ver si le vuelve la fe y Dios le envía alguna consolación y éxtasis, como los que ya tuvo ‘in illo tempore’. Hasta ahora, según me dijo días pasados, no ha visto más que palomas verdes. Yo le sostuve que serían papagayos y, sobre esto, tuvimos una muy grave y sabrosa discusión. Su grande empeño está ahora en que una Virgen con el Niño Jesús, que tiene en su cuarto, le mire con ojos amorosos y le penetre con un rayo de amor divino, con cuyo purísimo y deleitoso fuego, inflamado su corazón, renacerá en él la fe y por ella alcanzará a comprender de dónde venimos y adónde vamos, que son las cuestiones que siempre lo han traído y lo traen por demás imaginativo» (Lisboa, 24 de marzo de 1851).

  La vida sosegada de la legación se alteraría con la irrupción de la andaluza Antoñita:

  «Está ahora en esta ciudad una paisanita mía llamada Antonia, que nos trae revueltos a todos los de la legación, y ansiosos de revolvernos con ella. Temo que la tal niña me acabe de sacar el poquito jugo y numerario que me queda con la esperanza de ir a Oporto, Batalha, etc. Ella anda empeñada en que yo la regale, y no me suelta, mientras con mi generosidad no se ablande su corazón. Yo, que me muero por ella, y ando en deseos de arrearle los pavos, al fin tendré que salir de mis casillas, y enviarle algún presente, prueba de la verdad del amor mío. Galiano, Varuhagen y el mismo Vera, a pesar de su misticismo, rabian por obtener sus favores y se dejan arrastrar del mal lenguaje, o por lo menos decir, rebuznos de la carne. Esto y mucho más se merece la errante amazona que apenas cuenta 20 años de edad, aunque con los abonos acaso tenga 40 de puta. Añada usted a esto dos ojos negros como endrinas, dulces y melancólicos, una boquita fresca y colorada como una guinda, dientes como perlas, cuerpo saleroso, gran meneo de culo pero con decoro, primor en el vestir, aunque imperfectamente, la fuerza de las armas con que amor nos hiere por medio de tan apetitosa muchacha, que no hay en Lisboa quien se la iguale, si no es cierta dama de la que ando yo medio enamorado, y con miedo de estarlo tanto que me vuelva loco por ella; pero de esto no hablo por ser cosa demasiado seria y romancesca» (Lisboa, 2 de abril de 1851).

  A su vuelta de Sevilla se encuentra con los estragos causados en la Legación por la ardorosa Antoñita:

  «Voy, si bien por encima, a referir las más notables aventuras de nuestra paisana y que más relación tienen conmigo, pues son tantas las que en Lisboa ha corrido esta hermosa, que pudiera escribirse de ellas una selva extensa y fértil [...] Varuhagen estuvo rendidísimo con ella, yo también, y el tío Galiano, ausente entonces de la tierna esposa, mucho más aún. De Varuhagen no sé si la gozó, y si la gozó, no sé cuánto pagó: pero él se fue a Brasil, conque allá se las haya. Don Antonio la ofreció cuatro libras, ella no quiso porque lo hallaba muy feo. Él se picó, de estar picado dejó de verla; no viéndola, de amarla, y por aquí vino a trocarse en aborrecimiento su cariño. Venganzas más lícitas que merecidas. Yo iba poco a su casa para darme tono, ya que no podía dármelo haciéndola regalos. Mendizábal sobrino era feliz con ella, porque daba, pero abandonó el campo y se marchó a Madrid, según creo. Los portugueses, no sé cuantos, también la hicieron la corte, pero a lo pobre, y poco o nada conseguían. Los ricos fidalgos no la cortejaban porque o son fríos en las cosas de amor, o concedentibus philosophis antiguis, adolescentulis delectantur23. Mas esto aparte, la fama de la amazona crecía como la espuma, y por donde quiera se hablaba de su grande belleza, pues siendo tan exigua, limitada y rara la de las damas lisbonenses, había por fuerza la de ella causar admiración a los lusitanos, que no gustaron nunca de la sal de Andalucía, ni comprenden el primor de sus mujeres.

  Así estaban las cosas cuando yo fui a Sevilla. Durante mi ausencia, Vera [...] vio visiones, y quedó habilitado para seguirlas viendo; olvidándose del Niño Jesús, el cual lo solía mirar con ojos muy amorosos, y de los dos grandes problemas de ¿adónde vamos? y ¿de dónde venimos?, pues como no alcanza aún la fe a su maestro, agita su corazón la duda. Vera, digo, olvidándose de todo esto, y dando oídos al mal lenguaje de la carne vino a caer en la tentación. Y ya enamorado de Antoñita se decidió a entretenerla no con chistes sino con 6 libras al mes, módica suma y mezquino entretenimiento para una criatura tan linda y entretenida. Verdad es que nuestro místico entretenedor la dejó en libertad de poder además entretenerse con cuantos quisiera y pudiera con tal que no fuese él perturbado en sus entretenimientos particulares» (Lisboa, 2 de julio de 1851).

  Habría que ver a don Serafín a carcajadas mientras saboreaba las cartas que le remitía desde Lisboa su aventajado alumno. Y no digamos con las que le enviaría desde Río de Janeiro y de las que nos ocuparemos más adelante.

  La historia no nos dejó imágenes de la andaluza Antoñita.

  Ilustraciones: Barrio de Alfama de Lisboa; Monasterio de Bathala; Juan Alvárez de Mendizabal ;Juan Dono Cortés.

  Continuará con otra píldora valeriana: Julia Kruz, una novia formal












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39074. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  29ª Píldora.- Julia Kruz, una novia formal

  La sindineritis crónica que padecía le llevó a buscarse una novia formal, proponiéndose incluso llegar al casamiento, si con ello lograba paliar las penurias económicas de la familia.

  «La situación angustiosa de nuestra casa –escribe a la madre–, esa sindineritis crónica de que usted, mi padre y yo nos quejamos de continuo y nos sentimos molestados, me da mucho en qué pensar, y a veces me hace desear hasta el matrimonio como medio de poner remedio a un mal tan acerbo, aunque sea con otro mal nada grato. La novia posee cerca de 44.000 duros, y espera otro tanto a la muerte de su querida mamá. La fortuna no es notable, como no sea para un perdido como yo. La novia rabia por casarse, y la familia, esto es, su madre y hermanos, me quieren también. Yo, sólo, ando reacio y esquivo. Estas cosas van para usted, y nada más que para usted» (Lisboa, 16 de agosto de 1851).

  Julia, así se llamaba la jovencita en que Valera había puesto sus ojos, pertenecía a una familia adinerada y muy bien relacionada en Lisboa. Vivía con la madre, doña Josefa Pacheco Miranda de origen extremeño, pues el padre don Francisco Kruz había muerto dos años antes. El afamado poeta Garret, amigo de los Kruz, le dedicó una necrológica.

  Las necesidades económicas arrastraron a Valera a solicitar un destino en la Legación de Río de Janeiro, aún más incómodo que el de Lisboa, pero lo daba por bueno si con ello adelantaba en la carrera diplomático.

  «Dicen que en el Brasil no tenemos nada que hacer –escribe a la madre–, por manera que me sobrará tiempo para el estudio y para viajar por las repúblicas españoles del Río de la Plata, Montevideo y Paraguay. Si me encontrase allí con fuerzas, tiempo y dinero, enderezaría hacia Córdoba, salvaría las cordilleras y llegaría hasta Chile. Mucha curiosidad tengo de conocer estos países, cuya naturaleza gigantesca y naciente civilización deben formar contraste prodigioso con las cosas de por acá. A pesar de todo, mejor sería, lo confieso, que me enviasen a París con el mismo destino de segundo secretario; pero ¿cómo ha de ser? debemos contentarnos con poco, y gracias que nos lo den» (Lisboa, 16 de agosto de 1851).

  El siempre dubitativo Valera sopesaba entre la conveniencia de casarse o marcharse al Brasil. Ciertamente exageraba a la madre las particularidades físicas de la novia de Lisboa, agobiado ante la perspectiva del matrimonio:

  «Con respecto a la novia semijorobada, aún no sé qué determinar. Su joroba es una burla mía, fundada sólo en que la muchacha no se tiene bastante derecha. Su dote es buena y mejores las esperanzas de heredar a la mamá. Esta señora, que ha sido bastante alegrita, es de muy noble familia extremeña, tiene un hermano senador en Madrid, viejo, rico y sin hijos, y ella se llama doña Josefa Pacheco».

  Este tío de Julia Kruz era don Alonso Segundo Pacheco y Montero, Senador por la provincia de Badajoz desde 1840 hasta su fallecimiento en 1852. Y llevaba rezón Valera en cuanto a que era una familia bien adinerada, como se puede apreciar en las fotografías de su casa de Mérida.

  «El tío Agustín, a quien he pedido informes y consejos, me los da muy favorables al matrimonio. Es verdad que el tío Agustín (y esto va muy bien encaminado) no piensa, como usted, que un hombre en casándose ‘se corta las alas’, sino que le nacen mayores como la mujer tenga dinero, y que aun cuando le nazca otra cosa no es de extrañar. Además, sabido es que ‘El ser pobre es la mayor joroba / que hay en el mundo’».

  Este pareado que utiliza Valera en esta y otras cartas procedía de una obra de teatro del momento y cuyo título y autor no he logrado identificar. Prosigue esta larguísima carta:

  «Y esa joroba la llevo yo a cuestas desde que nací, y en vano he hecho por quitármela de encima. He querido ser diputado y no lo he conseguido; pero, si me hubiese salido con el empeño, acaso hubiera sido peor. ¿Qué iba yo a hacer en Madrid, padre de la patria, acostumbrado a vivir bien, y sin un cuarto? ¿Imagina usted que mi posición es brillante en el día? Yo no lo creo así; cualquier pelafustán es ahora ministro, general y gran personaje; cualquier mentecato ignorante, hombre de gobierno, repúblico famoso e insigne y celebrado, ¿cómo he de darme yo por satisfecho de ir al Brasil con 18.000 reales de sueldo, a vivir con apuros en aquel país carísimo y a exponerme al olvido del Gobierno, que Dios sabe cuántos siglos me dejará por allá? Seis mil reales es cuanto vengo a ganar con el ascenso. Ya ve usted que por tan mezquina ganancia no vale ir tan lejos.

  Yo, si voy contento, es por mis ideas poéticas y no por cálculo. El cálculo lo que sí me aconseja es el casamiento, no para vivir con los bienes de la señora, sino para que ellos me sirvan de apoyo y escalón a más altas pretensiones. No digo yo, por esto, que me casaré, aunque la semijorobada es, además de rica, bien criada, muy presentable y, con joroba y todo, asaz apetitosa, para que yo no le tenga ascos a solas, ni en público me avergüence de llevarla por compañera. Yo, si fuese fea, no me hubiese enredado con ella; ahora calculo y reflexiono sobre casarme o no, pero a mostrarme con ella cariñosito y emprendedor no me decidió ni me provocó otro pensamiento que el de su juventud, frescura y deseables prendas.

  La reflexión de mi antiexclusivismo en materia de mujeres, de mi horror a las cosas muy serias, entre las cuales cuento el matrimonio, y mi deseo de pindonguearme por ahí solterito aún y de andar en el Brasil en bromas y fiestas entre blancos, negros y mulatos, me detienen al borde del abismo, si abismo se puede llamar el tener algún dinero y una guapa muchacha de que disponer. El casarme, por otra parte, no me contaría las alas, dado caso que yo las tenga, porque muchos no tienen alas ni las tuvieron nunca y se dan a entender que la mujer se las quitó, lo cual es absurdo, porque la mujer, en todo caso, pone y nunca quita, que no la hay tan menguada que no ande siempre deseando que tenga su marido las de Dédalo. En fin, el caso es digno de madurísimas reflexiones y de los cálculos más exactos y detenidos.

  El dote de Julia está en dinero, y si yo llegase a tenerlo por mío, no había de vivir de las rentas, sino que procuraría darme traza para doblar o triplicar el capital por cuantos modos pudiera, reservando siempre diez mil duros, que irían a Doña Mencía, a dar calor y vida a la industria paterna. Con este dinero a su disposición, podría el marqués de la Paniega recuperar en aquellos pueblecillos toda su influencia y ser parte muy principal a que al fin me nombrasen diputado. Yo le cobraría por mi dinero un módico interés de 5 ó 6 por 100, y él, no dudo que, con su talento, actividad y prácticas de negocios, haría mejoras en el caudal y producir al dinero otro 5 ó 6 por 100 más de lo que yo le cobrase.

  Todas estas ideas me convidan al matrimonio; pero la de la paternidad, la de la pérdida de la libertad, la de los celos de la esposa y, a pesar de mi filosofía, hasta la de los cuernos, me asustan y detienen.

  En resumidas cuentas, el negocio como negocio es bueno, aunque pudiera ser mejor. Bien se me trasluce que estos negocios, a no enviudar, no se hacen sino una vez en la vida, y que yo, que no quiero ni debo (hablo con franqueza de hijo a madre) desdeñar este medio de tenerlos para vivir bien, podría acaso hacer otra boda más ventajosa; pero esta es una esperanza insegura, y por el pronto nos hallamos con una realidad palpable y nada mala; mientras que mi situación lo es, porque mis necesidades son grandes, mis gustos por el lujo y el bienestar, y mis recursos extremadamente escasos, y cada vez que le pido a mi padre dos o tres mil reales, le doy una puñalada; yo ando con mil melindres y echo un millón de suspiros, maldiciones y reniegos antes de pedírselos, y por último vienen, pero tarde y acompañados de un discurso sobre la economía doméstica, y de una pintura del estado de nuestra casa, más espantosa que la del Hambre, que está en el Museo de Madrid. Mi madre no tiene camisa, mi padre no tiene calcetes, y mis hermanas andan guiñaposas y oliendo a pobreza a tiro de ballesta.

  Movido por el pensamiento de nuestra miseria, y no de otro modo, me atreví yo a reprobar su viaje de usted con Sofía a Madrid. En Granada, la tierra del ochavico, viven ustedes con mil apuros y mayor estrechez, con un solo criado, sucio, de chaqueta, ordinario, que sirve la mesa en mangas de camisa, etc. ¿Cómo han de vivir ustedes en Madrid? Usted no sabe el lujo que últimamente se ha desarrollado en aquella capital, y el poco caso que allí se hace de la gente pobre; la ninguna autoridad que tienen las damas que no arrastran coche y llevan en pos de sí criados de librea; los dolores, rabietas y continuos ahogos a que se expone quien ve todo esto y no puede gozarlo. Pero no por eso deseo yo que ustedes no viajen, y si tuvieran dinero, desearía que fuesen a Londres, a ver la Exposición, a París, a Suiza y a Italia, no sólo a Madrid; pero ¿dónde demonios está el dinero, que yo le busco y no le hallo? Y, dejando ya declamaciones a un lado, como yo quiero que mi hermana Sofía luzca su gracia, talento y hermosura en la corte, pero de un modo digno, me voy a lanzar a dar consejos también. Creo que se debe levantar la casa de Granada y llevar a Cabra todos los trastos que en ella hay. En Cabra deben ustedes vivir desde la Cuaresma hasta octubre, y desde octubre hasta la Cuaresma en Madrid. Antes de ir a esa capital, deben ustedes permanecer un año en Cabra, para ahorrar dinero e ir a Madrid provistas de lo necesario. Puede ser la partida a Madrid para fines de septiembre del año que viene. Toda otra cosa confieso francamente que no me parece buen acuerdo.

  De mi casamiento ya veremos. Yo le doy mil vueltas al asunto y al fin sospecho que me he de quedar soltero; pero repito que no sería locura el casarme» (Lisboa, 5 de septiembre de 1851).

  El 11 de agosto de 1851 se le había otorgado el nombramiento de Secretario de segunda clase de la Legación de Río de Janeiro, adonde llegaría a finales de año, dejándose una novia en Lisboa.

  Ilustraciones: casa de don Alonso Segundo Pacheco en Mérida; Sofía Valera cuando ya era duquesa de Malakoff

  Continuará con otra píldora valeriana: En Brasil, un país de contrastes con la vieja Europa


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39075. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  30ª Píldora.- En Brasil, un país de contrastes con la vieja Europa

  El 11 de agosto de 1851 recibió Valera el nombramiento de Secretario de segunda clase de la Legación de Río de Janeiro, y el 16 de noviembre se hizo a la mar en un vapor inglés, que al mes siguiente le puso en Río de Janeiro.

  «Era tal mi inquietud y mi melancolía, que pedí ir al Brasil, donde no quería ir nadie, porque la fiebre amarilla hacía allí grandes estragos, recién implantada. Con facilidad logré ir de secretario a aquella Legación. No hay que decir lo que me encantó el largo viaje por mar, y ver las islas de Madera y Tenerife, y después de cruzar el Atlántico, aquella magnifica y esplendente tierra que descubrió Cabral. Diez meses había estado en Portugal; en Río Janeiro estuve veintiuno. No tuve fiebre, me divertí mucho y lo pasé tan bien como donde mejor. Mi jefe, el señor Delavat y Rincón, era el sujeto más estimable y afectuoso que puede imaginarse» (Semblanza autobiográfica).

  Su primer contacto con la sociedad brasileña le desilusionó, pues el contraste con la vieja Europa no era pequeño. Por el contrario, ante la belleza de la desbordante naturaleza de aquellas tierras quedó deslumbrado. Como en otras ocasiones, en las cartas, nos encontramos con el quejoso Valera que ya conocemos, y el no menos jocoso. A los dos meses de su llegada a Río de Janeiro, escribe a Estébanez su primera carta. Magníficamente escrita, con sus consustanciales gotas de humor Valeriano, extensísima pero de tanto interés narrativo que no me atrevo a extractarla. Va enterita:

  «Dispénseme usted, mi queridísimo don Serafín, que no le haya escrito en tanto tiempo; no ha sido falta de cariño, sino de buen humor. Y sobra de cuidados. Yo mismo pedí que me enviaran aquí de secretario; más apenas lo conseguí, empecé a sentirlo y a buscar modo de quedar en Europa. Y como no lo hallase sin aventurar mucho en la carrera que sigo, y motivar la cólera paterna, me decidí a visitar estos países. Fui a Málaga y a Granada a despedirme de mi familia, volví a Lisboa, y, en el vapor inglés que salió de allí el 16 de noviembre, me embarqué para el Brasil, a cuya capital llegué, dos meses ha, después de un viaje tan feliz como indigno de memoria.

  Aquí me fastidio ferozmente, aunque no por eso desconozco la hermosura y portentosa fertilidad de estos campos, y cuán briosa, gigantesca, y rica es la naturaleza en este nuevo continente, y por estos climas. La novedad de los objetos que se ofrecen a mi vista les da singular atractivo, y la imaginación los engrandece y ensalza, suponiendo como presentes cuantas cosas sabe que andan enlazadas con ellos. Lo dilatado del Imperio Brasileño, sus densas florestas vírgenes, las tribus salvajes que aún vagan por ellas, las minas de oro y de diamantes, la majestad y grandeza de las Amazonas, y para no cansar a usted, hasta los monos de todo linaje, las culebras multiformes, y los caimanes, y las aves de mil colores.

  Río-Janeiro está fundada en una bahía cercada de montañas magníficas, y sembrada de infinitas islas, que parecen otros tantos canastillos de flores. La vegetación más frondosa y admirable hace de sus alrededores un paraíso. Las palmeras, los cocoteros, la canela, el clavo, el segú, los bambúes colosales y pomposos y no sé cuantas plantas más, siempre verdes y cargadas de frutos sabrosos y de flores de aroma singular, y de vivísimos matices, no sólo adornan los jardines, sino que muchos crecen naturalmente en poético desorden, y con mayores galas por aquellos sitios donde la mano del hombre aún no ha llegado. Las más lindas mariposas,

  Joyas con alas, voladoras flores
que en su manto nupcial céfiro luce,
en la rica estación de los amores,

aquí pueblan de continuo el aire, y por las noches se ilumina y se enciende con el brillo de las numerosas luciérnagas que vuelan en él. Pero yo me fastidio, sin embargo; el calor me mata, y un dolor de estómago casi continuo me quita el gusto para todo. Las calles de la ciudad están mal empedradas, los coches son caros y detestables, las distancias enormes, la comida nauseabunda, los negros que la sirven, descalzos de pie y pierna y apestando a lo chotuno y las habitaciones mal alhajadas, y llenas de arañas, curianas, lagartijas, mosquitos, salamanquesas, alacranes y otros monstruos horribles y asquerosos. La fecundidad de esta tierra se comunica también al hombre, y si no pare, se empreña muy a menudo.

  Es cosa corriente que se le llenen a uno los cojones de agua, o que le crezcan en ellos carnosidades voluminosas, por manera que cuando se ve pasar un regimiento, y no se está en el secreto, se puede muy bien imaginar que los soldados llevan entre las piernas la mochila.

  [No exageraba Valera en demasía, pues hablaba de la hidrocele, enfermedad igualmente descrita por otros viajeros por el Brasil de mediados del siglo XIX. En esta y en las cartas que le sigan me he permitido intercalar entre corchetes comentarios aclaratorios, cuando sea convenientes, sobre cualquier aspecto de los que se ocupa Valera si con ellos se aclara el contenido de la carta. También, como entre Valera y Estébanez acostumbraban a lanzarse mutuamente latinazgos los he traducido cuando me ha sido posible]

  Mi jefe me ha confesado que si bien un cirujano, Moisés, ha hecho repetidas veces milagros en sus testes, todavía los tiene con tres dedales de agua, por lo menos. Es de notar que mi jefe hace 35 años que vive en el Brasil, y puede pasar por todo un verdadero cuadro sinóptico de todos los males que en él se padecen. Pero de los que más habla son del agua testicular y de otra cierta dolencia que él describe con una palabra harto ‘gráfica’, llamándola su tomatera. De todos estos primores me anuncia, con la más inocente sangre fría, que he de disfrutar yo con el tiempo: brillante porvenir a la verdad. La sífilis es aquí más variada y exquisita que en Europa, y asimismo, todo géneros de fiebres y de enfermedades cutáneas.

  Yo vivo con mi jefe, el cual aunque algo volteriano, porque me ha dicho leyó en sus mocedades el ‘Diccionario filosófico’ [de Voltaire], y hasta picó un poco en el ‘Compendio del origen de los cultos’ de [Chares] Dupuis y en las ‘Ruinas’ [‘Las ruinas de Palmira’ (1791) del racionalista revolucionario francés Constantino Chassebeuf, conde Volney (1757-1820), obtuvo gran éxito y notable influencia en su tiempo] es sin embargo un varón justo y temeroso de Dios; pero Este, a lo que entiendo, no sé si para probarle, o para castigar sus pasados yerros, envía las doce plagas sobre su casa, y nos tiene en aflicción perpetua; sus hijos con cólicos y convulsiones, un negro engalicado [atacado del mal gálico o sífilis], otro sarnoso, otro con sarcoceles, y hasta una negra con erisipela. Los caballos se le mueren, el carruaje se le rompe, y el criado mayordomo le roba sin piedad alguna. En medio de tanta desgracia, ya puede usted calcular que no he de permanecer tranquilo y satisfecho.

  La suegra de mi jefe es una serpiente, ‘callidior cuncti animantibus’ [palabras del Génesis para referirse a la serpiente maligna que tentó a Eva] y sus discreciones y sabihonderías me joroban. Su esposa es casi tan santa como fea, [En verdad Valera se llevó siempre muy bien con la esposa y con la suegra del embajador, doña Isabel de Areas y doña Antonia Hermenegilda de Almeida; esta era muy instruida, hablaba griego y latín, y su conversación siempre le resultó a Valera muy amena] y el hermano de ella un joven excelente, muy instruido y amable, pero que por desgracia se acaba de casar y no hay quien le vea ni entienda, porque vive completamente encoñado.

  La demás gente que yo conozco es aún mucho menos divertida; las mujeres están bozales, y los hombres ocupados en los negocios políticas o mercantiles, y provistos todos de la más notable formalidad que puede darse. Hay aquí grande actividad comercial, mucho dinero, esperanzas fundadas de que se harán caminos de hierro, y empeño constante en adelantar, y civilizar el país, pero no hay sino poquísimo trato; todos se acuestan a las diez de la noche, y el que se queda en la calle, después de acabado el teatro, se expone a que le llenen de lo que tiran por los balcones, y que no tienen nombre.

  No puede negarse, a pesar de esto, que los brasileños son muy amigos de la música y de la poesía. De las otras bellas artes es poco lo que conocen, y me parece que no hay un edificio bueno, ni un cuadro, ni una estatua en toda la ciudad. En cambio las canciones populares o modiñas son muy bonitas y un español llamado Amat las compone ahora en este estilo, con igual aplauso que Iradier en Madrid las andaluzas.

  [José Zapata y Amat (1810-1875), carlista refugiado en el Brasil, profesor de canto y compositor, fue designado para dirigir la Ópera de Río de Janeiro al fundarse en 1857. Sebastián Iradier (1809-1865), compositor de canciones de gran éxito popular; en algunas de las cuales se inspiró Merimée para su ‘Carmen’] Todas las señoritas cantan, lo cual tiene también sus contras, pues por lo común lo hacen muy mal. Enfrente vive una de quince años, y bastante apetitosa, pero que me martiriza de continuo con el ‘furore della tempesta’.

  [Creo que Valera se refería al famosísimo “In furore iustissmae irae” (1720) motete para soprano de Antonio Vivaldi. Ahí lo lleváis, interpretado por la genial Julia Lezhneva. De la interpretación de la vecinita de Valera, por fortuna, no nos dejó la historia grabaciones https://www.youtube.com/watch?v=xxcIxZPsWdk ] Otras dos o tres damas igualmente filarmónicas viven en esta calle, y cantan también, y un caballerito vecino mío toca la flauta, y los negros albañiles de la vuelta no cesan tampoco en la monótona solfa a cuyo compás trabajan; de modo que oigo una incesante y variada sinfonía que me rae las tripas, y me calienta la cabeza» (Río de Janeiro, 13 de febrero de 1852).

  En otra carta al mismo don Serafín se vuelve a mostrar atormentado por el ‘bell canto’ de sus vecinitas:

  «Cada día voy descubriendo mayor afición a la música, y asimismo menos talento para ella. Todas las demás que viven en esta calle cantan, y mientras más calor hace, más cantan, a la manera de las cigarras y de los grillos. La vecinita de enfrente sigue con el ‘furore della tempesta’, erre que erre sin acabarle de aprender, y todas las mañanas me despierta, como las aves a Fray Luis de León ‘con su suave canto no aprendido’.

  [“Despiértenme las aves / con su cantar suave no aprendido”, decía Fray Luis de León en su ‘Oda a la vida retirada’] Viene algunas veces a verla una amiga suya, también cantora, y me salen enseguida ambas con el delicioso e inspirado dúo de Semíramis y Arsaces; y entonces, a pesar de los encantos que en sí misma conserva siempre, aunque mal tratada música tan divina, no puedo menos de pensar que estoy oyendo los gritos de los cochinillos, cuando si sentono strappar da le coltelle, e tirar fuora certe bagatelle y con todo eso, tal es el influjo poderoso de la música que a veces me dejo llevar con gusto por la de mis vecinas; pues, como este arte es todo sentimiento, y las mujeres, por zafias y tontas que sean son sentimentales casi sin sospecharlo, cuando cantan ponen muy a menudo notable ternura en el canto, y lo poco o mucho bueno que esconden en el alma, sale por la garganta entre notas, gorgoritos, y suspiros; y más, cuando están solas, que entonces el dios se apodera de ellas con más libertad; por lo cual suele traer tanta fuerza amorosa la voz de la mujer, y herir el corazón. Otra dama de esta calle canta, ya habrá tres noches, el ‘Deh non voler constringere’ de Ana Bolena, [Ahí la lleváis también https://www.youtube.com/watch?v=66pmLpInR3k de la Ópera Ana Bolena (1830) de Gaetano Donizetti] y como su voz es simpática, y este canto y su poesía bellísimos, y parecen ‘cosa venuta da cielo in terra’, yo escucho, con placer inefable. Mas aseguro a usted que el tormento inefabilísimo de todo el día, ya causado por la música chillona, ya por el calor, ya por las perreras y alboroto de los hijos de mi jefe, etc. etc., no hallo compensación en nada (de este mundo, se entiende, que en el otro bien puede ser que yo gane la gloria), porque duermo poco, como poquísimos, y por fuerza he de vencer al diablo, siguiendo el precepto del apóstol: ‘sobrii state, et vigilate’ » (Río de Janeiro, 10 de marzo de 1852). [‘Sobrii estate, et vigilate: quia adversaries vester diabolus tamquam leo rugiens circuit’: “Permanecer sobrios y vigilad, porque vuestro enemigo, el diablo, anda girando, como un león rugiente”, de la ‘Epístola de Pedro’]

  Don Serafín al recibir tales noticias de las andanzas de Valera en el Brasil, adobadas con tan curiosas descripciones sobre las costumbres del país y sus moradores, le urgía a que no desfalleciera escribiéndole cuantas más cartas mejor:

  «Aunque estaba desabrido, galán amigo mío –dice Estébanez–, con su partida a cencerros tapados y sin decir oste ni moste, todavía las tres cartas que he recibido y en corto plazo, han desarmado mis quejas, si no es que han aumentado mi cariño con las noticias y pinturas que me hace de ese país y sus costumbres y todas las demás curiosidades que me apunta en su interesante correspondencia [...] pero lo que me llena de terror y de un secreto estremecimiento, como cuando leo la descripción del Boa y de otras alimañas por el estilo en el ‘Orinoco ilustrado del P. Jumilla’ son esos achaques y deformidades que aumentan y hacen mayúscula la virilidad, sin prestar mayor poder ni belleza, semejante a la que veneraban las ninfas y Napeas de otros tiempos en el dios de los jardines. Esto es cosa temerosa al mismo tiempo que presta asidero a la hilaridad y regocijo. Esto de ver un regimiento cuyos morrales y valija los traen al uso de la antigua escarcela [parte de la armadura que cubría desde la cintura al muslo], me hace reír por una parte y por otra me recuerda la traza-gentil de su antiguo jefe de usted en Nápoles, cuando queriendo ser su rival, paveaba entre aquellas princesas, todas jóvenes y bellas, aquel cenacho de mondongo, émulo y rival en volumen del Gibralfaro y la Alcazaba, y como las ideas llaman las unas a las otras me alarma sobre manera el que tal imperfección venga también a darle mayor peso y menor gravedad [...] Mucho me place y aun me entretiene la imagen de ese señor su jefe: fuera carácter sin duda que pudiera dar motivo a una buena comedia, para episodio al menos de alguna novela de costumbres. Recoja, pues, a cuantos destellos por estilo se desprendan del caletre de ese venerable jefe, para formar con ellos y con otros una floresta que no será ni menos entretenida ni mucho menos curiosa que la del famoso Santa Cruz » Madrid, 10 de mayo de 1852).

  [La ‘Floresta española de apotegmas y sentencias, sabia y graciosamente dichas, de algunos españoles’ (1574), de Melchor de Santa Cruz (1505-1585) recogía una colección de cuentecillos, chistes y anécdotas]

  «Vengan, pues, llueva sobre el papel descripciones, casos, cuentos, juicios, relaciones, citas, cuadros, bosquejos, reminiscencias, contrastes, cotejos, episodios, concebidos y relatados por esta y la anterior manera, es decir, conforme a todas las epístolas con que me favorece, y será́ para todos, singularmente para mí que disfruto de ellas, el mejor epistolario de la edad presente con toques a lo Sevigné, con socarronería a los Guevara y Barbadillo y no sin el ateísmo de los modelos antiguos. Pido, pues, epístolas y cartas más dilatadas posible y guardando en ellas la ley de la continuidad» (Madrid, 20 de agosto de 1853).

  [Madame de Sévigné (1626-1696) escribió a su hija miles de cartas a lo largo de veinticinco años en las que trataba de múltiples asuntos, publicadas en 1696 tuvieron gran difusión. Fray Antonio de Guevara (1480-1535) fue muy conocido por su ‘Relox de príncipes’, miscelánea de dichos, anécdotas y sentencias. Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635), novelista, poeta y dramaturgo española, en sus numerosas obras se manifestó́ con gran dominio del ingenio y la sátira] Valera no olvidaría las sugerencias de don Serafín, pues, pasados casi cincuenta años, en 1897, recogería algunas de las vivencias de Río de Janeiro en sus novelas ‘Morsamor’ y ‘Genio y figura’.

  Ilustraciones: diversas imágenes de Río de Janeiro a mediados del XIX

  Continuará con otra píldora valeriana: La familia del embajador y sus pintorescos sirvientes

- Antonio Luque Ramírez Magnífica píldora, Pepe…! (como todas) Muchas gracias!!

- Piedad Baca Romero Felicidades Pepe. Extraordinaria carta y los enlaces musicales me han gustado mucho. Que bien describe don Juan.

- Isabel Montes Qué buena está píldora! Me he reído un montón con ella. Cuando empecé a leer su descripción de las mariposas, me digo va ser una carta en la que D. Juan despliegue su gusto por la poesía, pero luego sale el gran prosista ganándole la partida. Qué ricas descripciones y qué dominio del humor!. Encima aportas datos importantes y esa buena "banda sonora". Y sale otra palabra que usábamos antes y ya no tanto: curiana.

- Pepe Garrido Ortega Isabel Montes que bien Isabel que te guste tanto. Gente como tú sois quienes me dais fuerzas para seguir esta ardua labor farmacológica. Aunque es verdad que hay amigas y amigos que entran a probar estas píldoras pero les gusta mantenerse en el anonimato. Me parece bien también. También soy consciente de que, al estar abiertas estas píldoras a todo quisque o quisca, puede haber quien utilice estos textos para sus futuros trabajos de investigación sobre nuestro Valerita... y sin citarme. No me importa y digo lo mismo que decía don Jacinto Benavente: "Bienaventurados sean mis plagiadores porque de ellos serán mis errores". Ea ya me pasao

- Pedro Cubero Pepe gracias a estas cartas, D. Juan parece algo más nuestro y más cercano. Gracias por tu trabajo.


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39076. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  31ª Píldora.- La familia del embajador y sus pintorescos sirvientes

  Quien había disfrutado de los encantos de la corte de Madrid, y de la cosmopolita Italia, encontraba poco a propósito para su esparcimiento la vida sosegada y rutinaria de Río de Janeiro. Instalado en la casa del propio embajador, don José Delavat y Rincón, convivía con su familia como uno más de ella. «Padezco de ciertos dolores de cabeza harto penosos –escribe a don Serafín–, del estómago, de melancolía y de fastidio. No hay aquí distracción alguna para mí, ni hallé, hasta ahora, gente de mi agrado con quien hablar. Así es que paso días enteros solo, encerrado en mi cuarto; leo, fumo y me entristezco. Mi jefe no me deja sosegar un momento. Siempre está riñendo a los negros y amenazándoles con la casa de corrección; pero como no cumple nunca las amenazas, ellos se ríen, y continúan haciendo de las suyas, pues son todos que ni imaginados fueran peores, sucísimos, borrachos, perezosos, y torpes. El único bueno, moralmente, es Cupido; mi jefe le llama con este nombre, no por ironía, sino con notable candidez, porque el tal negro, aunque abominablemente feo, es enamoradísimo, si bien tiene en sus partes amorosas tres o cuatro libras de carne superflua.

  Es de advertir que mi jefe usa en su conversación familiar, un estilo muy figurado y poético; a las curianas, que aquí son abundantísimas, grandes, asquerosas y aladas, les llama los mosquitos del Brasil; a los mosquitos, los europeos, a otros mosquitos que no hay en Europa, los borrachuelos; y a su hija querida para manifestarle su mucho amor, su curiana. Esta señorita, que cuenta ahora 8 o 9 primaveras, siempre está llorando y dando gritos, y sólo se apacigua y distrae cuando una esclava le rasca la espalda, o cuando ella misma acaricia a su hermanito a coces y bocados. Don José la suele decir para tranquilizarla: “Vamos, picarilla, no seas caprichosa, o guarda esos caprichitos para cuando tengas 15 años, que no ha de faltar entonces quien te los satisfaga”. Atrevidísima proposición, que sólo puede disculpar el cariño paterno, pues la muchacha es fea como el pecado» (Río de Janeiro, 10 de marzo de 1852).

  Muy lejos estaba Valera de sospechar, al escribir estas cartas, que con el tiempo esta niña, Dolorcitas Delavat, traviesa y caprichosa, sería... ¡su esposa! Pero no nos adelantemos, cada píldora a su momento, que no convine alterar el orden cronológico del tratamiento de estas píldoras.

  «Días pasados estuve tres en el campo con mi jefe y toda su familia, suegra inclusive; y en verdad que no recuerdo haber pasado jamás ratos tan amargos. Para distraerme (pues a causa del ruido y estrechez de la casa en que vivíamos no era posible leer) me di a jugar al burro y a la brisca con la curiana, aunque no sin temor de que me mordiese; y para mayor deleite, oí discretear a la serpiente Doña Antonia, que si hubiera sido como esta la del Paraíso, ni hubiera seducido a Eva, ni Eva nos hubiera traído al mísero estado en que nos vemos, que es un dolor muy grande» (Río de Janeiro, 10 de marzo de 1852).

  «La niña y el niño ponen de continuo toda la casa en conmoción, y dan mucho que sentir a sus señores padres. Don José tuvo el otro día una muy trabada polémica con el criado, el cual se quería ir de la casa y estaba dado a Satanás, porque los niños no hacen sino llamarle gallego. Y es lo bueno que el hombre no puede negar que es de Galicia, y por consiguiente gallego sin excusa ni remedio alguno. Pero llamar aquí gallego a un hombre es la mayor afrenta y vituperio que puede imaginarse, y hay muchos que sufren que los llamen ladrones, mulatos, indios bravos e hijos de puta, y en llegando a lo de gallego vienen a las manos. Y ahí la de Dios es Cristo, por ser la peor palabra y la más ofensiva. Así es que nuestro gallego estaba desesperado, y aún lo estuviera, si don José, que es un santo, no le hubiese aquietado el ánimo, explicándole que las injurias de los niños no ofenden, con otras varias razones tan luminosas, como cristianas» (Río de Janeiro, 8 de septiembre de 1852).

  El escritor en ciernes que ya se nos muestra en el epistolario brasileño con la finura literaria propia de su estilo, amén de su consustancial carga de humor, no pretendía registrar imparcialmente la realidad, más bien venía a escoger cuidadosamente algunas facetas de su entorno para transfigurarlas siempre que le fuera necesario y obtener así el deseado efecto literario, efecto humorístico o incluso burlesco, generalmente. Ciertamente, como ejercicio literario y para desahogo propio y divertimento de don Serafín, venía a exagerar en algo las estridencias de su jefe, así como los exotismos del Brasil.

  «No crea usted, con todo, que estoy arrepentido de haber visitado este país –prosigue en su palique con don Serafín–, pues a pesar de sus inconvenientes, es por extremo hermoso y digno de verse; y ahora, que estamos en invierno, agradabilísimo su clima, y menor la cosecha de avechuchos dañinos. En tan buena sazón paseo a caballo con Bryan [Miguel Bryan Livermoore, sobrino de don Serafín, también servía en la Legación de Río de Janeiro] y varios amigos de la diplomacia; y no queda rincón, ni bosque ni vergel por estas cercanías que yo no recorra [...] Con Bryan y varios comerciantes ingleses he subido a uno de estos cerros, acaso el más alto de las montañas de la Tijuca, y llamado Pico del Papagayo; pero las grandes cosas que vi desde su cresta no son para contadas en carta, ni por persona como yo tan falta de aquel para menear la pluma. Siento además no poco temor de equivocarme al escribir la lengua castellana, pues apenas la he oído hablar regularmente, y casi ningún libro español he leído desde que estoy aquí.

  Lo que es mi jefe se explica en una jerga diabólica, semi-portuguesa, semi-francohispana, a propósito para matar de risa cuando no de fastidio. No recuerdo si dije a usted en mis anteriores que todos sus discursos van empedrados de “qué sé yo”, y que a Miraflores [Ministro de Estado] ‘¡O rem riduculam, Cato, et jocosam!’, [¡O rem ridiculam, Cato, et jocosam!: “Oh, qué cosa más ridícula y graciosa, Catón», en los ‘Diálogos socráticos’ de Platón] le llama la Superioridad. Sus despachos están llenos de dichos, susodichas, dichas y desdichas y sobre todo de que, que, que, y si alguna vez varia es para decir cuyo por el cual, por ejemplo don Mengano, y don Perengano, cuyos caballeros... che peccato!

  No se puede negar a pesar de esto que don José Delavat y Rincón es un gran filosofo práctico, y que tiene mens sana, aunque no in corpore sano. Ello es que con su gota, con la aguadilla y la lechesilla que le manan de las piernas, con su joroba, y con su tomatera en el ojo, y sus cuatro dedales en el manojo exclama, como Epicteto, cuando le daban tormento, “¡Oh dolor nunca confesaré que eres un mal”; y no pierde aquella sublime tranquilidad de espíritu que los antiguos sabios llamaban ataraxia. Antes, por el contrario, está más alegre que unas sonajas; y a veces para distraer sus dolores se pone a cantar la cachucha con los ojillos traspuestos, como si le estuviera viendo. También canta unos versos ingleses muy amorosos que aprendió́, 40 años ha, en los Estados Unidos. A mí me aconseja que me case con una heredera rica, y para dar fuerza y vigor a su consejo entona estas coplas de una opereta de su tiempo.

  Unido en matrimonio a una niña hacendada ni riquezas, ni nada tendré que desear. El arroyuelo alegre, la danza de pastores, de prados y de flores y la grata variedad. ¡Oh qué dulce contento! ¡Oh qué felicidad!

  Don José no deja, sin embargo, de reñir a los criados y esclavos; pero como ya estos conocen su humor, le oyen como quien oye llover, y cada quisque hace lo que le da la gana. Al esclavo que nunca le riñe es al hijo de Rey, no sé si ya hablé a usted de este príncipe en mis anteriores. Mas por si no lo dije, le haré saber ahora que don José tiene un hijo de Rey a su servicio, y no se atreve a reprenderle, porque es tal el orgullo del ilustre negro que (según don José mismo refiere) se le alborota la sangre y los humores cuando le riñen, y si bien no responde palabra, echa de sí un hedor espantoso para manifestar, sin duda, su indignación.

  De la mezcla de idiomas que hace mi jefe al hablar resultan a veces cosas graciosísimas, como por ejemplo, el otro día dijo su señora: “¡Esto no se puede sufrir, qué presunción la de esta niña!”, y él respondió́: “Deja, mujer, que ya se la tirarán en el colegio”.

  [Don José, que como nos dice Valera hablaba en una jerga hispano-luso-francesa, adapta aquí a la lengua española el verbo portugués ‘tirar’, esto es, ‘quitar’] Las historias portentosas que relata don José -prosigue la carta- suelen ser divertidas, sobre todo cuando habla del Paraguay, donde él pone todos su ‘mythos’. Dice que allí la hospitalidad se ejerce por muy agradable manera, y que cuando llega un viajero a cualquier casa, la más linda doncella que se puede hallar, con un gran lebrillo de plata y hasta de oro en las manos, y al hombro una finísima toalla acude a lavarle los pies, y que después de habérselos lavado se los besa con humildad cristiana, y se queda allí con él toda la noche para su refocilación y contento. Costumbre patriarcal introducida, a lo que parece, en aquellas regiones por los padres jesuitas.

  Es mi jefe defensor acérrimo de la culebra de cascabel, y asegura que no muerde por maldad, sino cuando le duelen las muelas –horrible dolor causado por el veneno que lleva en ellas–, del cual sólo se puede libertar mordiendo a un ser humano. Los tigres sí que son perversos y endemoniados; pero tiene tal miedo a la orina del hombre, que cualquiera que se ve atacado por ellos no ha menester ‘manis jaculis neque arcu’, sino sacar la picha y mearlos para que se pongan en fuga, y aun se mueran de desesperación, abandonados de sus amigos y parientes» (Río de Janeiro, 12 de agosto de 1852).

  [Horacio escribió: ‘Integer vitae scelerisque purus non eget mauris jaculis neque aru’. “El hombre de vida íntegra, libre de culpa, no requiere de dardos moriscos ni de arco”]

  «Mi jefe el Sr. Delavat tuvo días pasados un disgusto con el esclavo mulato, porque, según me dijo, había empezado a enseñarle a su hijo como se hacen las gustosas. Tuvo también una terrible disputa con su suegro por otro motivo no menos extraordinario. Porque ha de saber usted que este suegro de don José es flaco como un espárrago, largo y estirado, feo de veras, muy chupado de carrillos, con gafas verdes y una nariz afilada y mayúscula, verde asimismo por la punta, y en lo demás colorada como un tomate. Con tan fea catadura, el Sr. Arêas, que así se llama, el más emberrenchinado carácter del mundo y una formalidad más profunda que la sima de Cabra. Sucedió, pues, que el criado gallego de esta casa, con el buen deseo de llegar a la perfección y de civilizarse y atildarse como es justo para servir dignamente a un ministro de España, determinó de comprar un fraque, y de ponérsele para servirnos a la mesa; y como lo determinó, así lo hizo, con sumo contento de D. José, que lejos de ver en esto una contravención a las leyes de la diplomacia, lo consideraba como su más delicado cumplimiento. Mas por desgracia el diablo, que no duerme y que todo lo enreda, dispuso que aquel día (era domingo y debiera de haberle respetado), que aquel día, digo, en que se había de estrenar y en que se estrenó el fraque, viniese el Sr. Arêas a comer con nosotros. Y apenas entró en el comedor y vio al criado enfraqueado, se enfureció de manera que daba miedo verle, y comenzó por decir a don José que estaba loco, y que un hombre de juicio no consentiría de diario aquellos fraques y pelendengues. Don José se defendió como pudo, habló de las costumbres diplomáticas, citó hechos y hasta autores, y llamó díscolo a su suegro. Este concedió a duras penas que en un gran convite estaba bien que los criados fuesen de fraque; pero que en comida casera el fraque era una ‘impostura’, y que por nada del mundo se haría él cómplice de los impostores; y que, por lo tanto, ‘en consequencia d’isto’, son las palabras textuales, ‘ou o homen tira a casaca, ou en vó â jantar â mihna casa, nâo gosto d’imposturas’. Viendo, por último, don José que todos sus discursos eran inútiles y que el viejo Arêas se mantenía en su trece de llamar impostura al uso del frac en ocasiones poco solemnes, hubo de ordenar al criado que se le quitase. Él se lo quitó, aquel día comimos al cabo en paz, y en los siguientes dejó de repetirse la impostura.

  No vaya a creer usted por esto que aquí toda la gente es ordinaria, y que lo es en todo y para todo. Personas hay, en particular del sexo femenino, que son elegantísimas, ya por instinto natural, ya por que los diplomáticos las han desbastado, barnizado y puesto en limpio. Y entre estas mujeres de que hablo, hay una que la echaría a pelear con las más pulidas de Europa, porque no sólo es cortesana en el vestir y en los modales, sino que toca y se encumbra a lo científico y sublime como otra nueva Aspasia;

  [Aspasia de Mileto, esposa de Pericles, reverenciada por sus amplísimos conocimientos literarios y filosóficos] y en cuanto al arte de enamorar sabe un punto más que el demonio. A mí me tiene frito dos meses ha, y si fuera a poner por escrito aquí todas las aventuras que he tenido con ella y las graciosas pillerías que ha hecho conmigo, sería cosa de nunca acabar» (Río de Janeiro, 12 de febrero de 1853). Se refiere Valera a Jeannette Euphosine Olivier, de la que nos ocuparemos en otra píldora.

  «El criado gallego es también muy benigno y de amorosa y blanda condición; pero a veces se amostaza y apalea a los negros porque se burlan de él, y le cantan coplas poniéndole de tonto. Entonces él se venga para desagravio de su dignidad ultrajada, y a cada palo o puñetazo que pega, derrama una lágrima, lanza un suspiro y grita con voz muy compungida y lastimera: “¡Meu Deus! ¡Que me veja en na precisâo de facer isto!’. Y así sigue llorando amargamente y sacudiendo el polvo a sus burladores, los cuales no por eso escarmientan.

  Con estos y otros lances anda la casa siempre revuelta, y cuando los grandes callan chillan los niños, y se levanta y enciende entre ellos la discordia anguicrinita. Por manera que no hay momento de sosiego, aunque D. José nunca pierde su filosófica ataraxia. No ha mucho que estando enferma la niña, hubo de administrarle una ayuda, y como ella no quisiera recibirla, rabió y se desesperó, y atronó la casa y la vecindad toda con sus alaridos, y sólo al cabo de una o dos horas se logró que recibiese aquel alivio. Durante la lucha, que se pasaba allá en lo interior, estábamos D. José y yo muy tranquilos, y sentados el uno enfrente del otro, oyendo el grande estruendo y barahúnda. Don José callaba, y sólo de vez en cuando decía: ‘¡Qué niña! !Qué niña!’, hasta que por último salió con esto: ‘¡Naranjas chinas! Si sigue así, cuando se case, aviado está su marido’. No es decible la malicia y la gravedad con que D. José pronunció esta sentencia» (Río de Janeiro, 8 de abril de 1853).

  Sentencia premonitoria, en verdad, la de don José, como tendremos ocasión de comprobar más adelante. No sabemos si una vez casado con doña Dolores Delavat recordaría don Juan aquellas profecías de don José Delavat. Desde luego aquellas profecías sí que se cumplieron.

  Ilustraciones: Dolorcitas Delavat ‘la curiana’ cuando ya era esposa de don Juan Valera; portada de un libro bien interesante de Concha Piñero Valverde

  Continuará con otra píldora valeriana: La vida de los esclavos en Brasil


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39077. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

 

Píldora valeriana de urgencia y aclaratoria
(consúmase fuera del tratamiento que venimos recetando, si a bien lo tienes)



  Hago una interrupción por hoy en mi recetario de píldoras valerianas para aclarar algunos puntos, sobre la personalidad y la idiosincrasia de Juan Valera.

  Desde hace una semanas hay algo que me preocupa. Me preocupa que mis atentas lectoras y lectores puedan estar sacando conclusiones... digamos confusas sobre don Juan, a tenor de lo que van observando en las píldoras administradas hasta el momento.

  Y me explico. Al administrarse las píldoras en el orden cronológico de la trayectoria vital de don Juan primero estamos conociendo al Valera juvenil. Un Valera que puede resultar enamoradizo en extremo, obsesionado con el lujo y el bienestar, frío calculador y materialista en extremo, un guasón empedernido hasta extremos que lindan con la irresponsabilidad, un chichiribaina, un machista...

  Y para muestra de ello estas son algunas reflexiones que a mis más atentas y atentos lectores les ha llevado las píldoras recetadas hasta el momento:

  “Según deduzco D. Juan estaba obsesionado por sus gustos por el lujo y el bienestar ... nos ha salido un enamoradizo empedernido y un guaperas (Pedro); “Qué calculador era Valera!” (Isabel); “Parece un sainete” su vida (Piedad); “Se lo pasó bomba!!!!!”(Mirisierra); “Este chismorreillo, nos enseña mucho y es muy distraído e interesante” (Paca)

  Ante todo agradezco a Pedro, a Isabel, a Piedad, a Marisierra, a Paca... y a los demás que aunque no soléis dejar comentarios sobre vuestras percepciones sobre el Valera que estáis conociendo estoy seguro que os resulta de interés lo que llevamos publicado sobre la vida de Valera hasta ahora cuando seguís con atención cada una de ellas. Y mucho que os lo agradezco a todos, a la vez que me dais fuerzas para proseguir en esta secuencia de la vida y milagros de nuestro admirado Juanito o don Juan, como queráis. Y digo que me animáis a seguir con la preparación de estas píldoras que os aseguro que no es que me siente delante del ordenador y de tirón me salen listas para ser consumidas. Mi tiempo me lleva el prepararlas...

  En fin, trataré de centrarme en lo que realmente quería comentaros. Don Juan Valera fue un personaje complejo, con muchas capas, caleidoscópico suelo decir yo. Así que no debemos precipitarnos al enjuiciar su vida y personalidad solamente con lo que habéis leído hasta ahora. Si proseguimos avanzando en el desarrollo de su vida llegaremos a conocer a otros Valeras que todavía no nos han surgido. Un Valera, no tan frívolo como el Valerita de juventud. Un Valera para el que todo no era enredar entre faldas y a la cosaca. Un Valera, que vendrá, interesado en grado sumo por la cultura, la historia de España, el conocimiento de otras culturas por medio de sus estancias en diversos países (Nápoles, Portugal, Brasil, Rusia, Alemania, París, Estados Unidos, Bélgica, Austria...) y su Cabra y su Doña Mencía, que también. Un Valera de gran talla cultural, destacado en la pobre y triste España en la que le tocó vivir. Y nos ocuparemos de muchas facetas más, de muchas capas en su compleja personalidad.

  Otra idea que me gustaría destacar es que Valera tenía el verdadero sentido del humor que tienen las personas inteligentes. Aunque a veces pensemos que Valera se reía de cualquiera, con sus ocurrencias, sus “cosas”, con tal de hacer chistes o gracietas, digamos que él se reía hasta de su sombra. Se reía de todos pero antes que nada de sí mismo. Ya lo iremos viendo.

  Y otra cosa importantísima para tener en cuenta. A Valera lo llegaremos a conocer muy bien gracias a sus cartas. Ha sido el español, entre políticos y literatos, del que más cartas nos han llegado. Su epistolario conocido es extensísimo, por cierto el más copioso de todos ellos el formado por las cartas que envió a Francisco Moreno Ruiz “Morenito”, mi bisabuelo. Pues bien, ya hemos visto que Valera en sus cartas a familiares y amigos escribía abiertamente, sin tapujos. Se desnudaba así mismo sin falso pudor. Hasta a su madre, a su padre, a su hermana Sofía, les hablaba sin tapujos de sus aventuras amorosas, de sus sinsabores matrimoniales (que ya llegaran). Y de otras circunstancias de las que todavía no conviene hablar para no hacer de spoiler (como ahora se dice). Pero ojo, se trataba de cartas personales, de cartas íntimas y que no estaban escritas para que las llegara a leer cualquiera... En realidad Valera en sus escritos públicos, en sus novelas, en sus ensayos, en sus artículos de prensa... fue muy pudoroso y casi nunca habló de sí mismo. Su amigo Pedro Antonio de Alarcón le trató de convencer, ya maduritos los dos, para que escribiera sus memorias. Diossanto ¡las memorias de don Juan! Yo habría dado media vida por poderlas leer... Pero don Juan nunca llegó a pensar en escribir sus memorias después de una vida tan rica en personajes conocidos, en tierras recorridas por tantos países... ¡Ay, una pena! Que no llegara a escribir sus memorias... pero nos dejó sus cartas... con las que yo, al menos, tanto he disfrutado... y he reído. Gracias, don Juan, allí desde donde nos lea y siga vuestros comentarios al respecto. Corto, que me pierdo. Y antes de que me arrepienta y borre estos desahogos que me han salido a vuela pluma, ahí los lleváis en forma de píldora valeriana de urgencia y aclaratoria.

  Pepe Garrido Ortega Otra cosita. Cuando comencé a elaborar hace dos meses estas píldoras Valerianas me proponía a contribuir a mi manera y sin que nadie me lo pidiera a la conmemoración del II Centenario de nacimiento de Juan Valera. Pero al paso que llevamos compruebo que para octubre, que es cuando se cumple el 200 aniversario de su nacimiento, nos nos dará tiempo a darle un repaso a su larga vida. Por tanto, a partir de ahora aviso, el que avisa no es traidor, que iré dando a conocer las demás píldoras conforme salgan del laboratorio farmacológico y sin previo aviso. Cuando sea posible, hasta a diario. Así, para las interesadas, permanecer atentas al aparato. Gracias por vuestra atención.

  Piedad Baca Romero Pepe es un gran trabajo el que nos estás compartiendo. Y en formato muy digerible y claro. Como pones las fechas nos sitúas en la época de nuestro Don Juan. Gracias.

  Pedro Cubero Querido Pepe, te estamos muy agradecidos por estas "pildoras" , ya que la labor que estás haciendo no tiene precio. Si son interesantes tus apuntes y las observaciones que haces, muchísimo más es poder leer del puño y letra de D. Juan sus pensamientos más íntimos, como los que escribe a su padre, madre o familiares y amigos más cercanos. Aparte de su vida íntima, me resulta interesantísimo como refleja una parte importante de la vida política y diplomática de España en la segunda mitad del siglo XIX. Esto es tener información de primera mano, si señor.

  Paca Garrido Ortega No hay problema en tomar dos píldora diarias,sigue trabajando que lo haces muy bien

  Sierra Garrido Ortega Bienvenido sea tu comentario, Fede mi ignorancia no me agradaba mucho el carácter de D Juan, también me sorprenden los comentarios q hacía a sus padres…


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39078. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  32ª Píldora.- La vida de los esclavos en Brasil

  En otra carta a don Serafín comienza Valera hablando de mujeres, nada de particular en él, claro está, y termina hablando de la vida de los esclavos. Veamos: «En punto a mujeres hay algunas bonitas entre las de alto copete, y más bonitas aún entre las de medio pelo; si bien la recelosa condición de los maridos, el poco trato y mil otras circunstancias no me dejan probar mi negra fortuna. En la calle principal de las tiendas, donde las hay lujosas y bien surtidas, no faltan ninfas del Sena, graciosas, y dadas a liviandades; pero esta escuela de amor, yo no la curso, pues en ella las mujeres son tomistas y los hombres escotistas.

  Sin embargo a una tal madame Finet, vendedora de perfumes, guantes, y otras niñerías, ya le daría yo un mes de mi sueldo por un par de nochecitas de gaudeamus. Ella entretanto se me muestra castísima, y me hace comprar infinidad de baratijas y esencias; de modo que ando sumamente oloroso. Me consuelo, pues, con lo que hallo para el consumo público, que no es cosa buena ni segura; negras y mulatas sobre todo. Con respecto a estas me llené yo de ilusiones y falaces esperanzas al venir de Europa, y tocar con el vapor en Bahía, antigua capital del Imperio, porque allí la raza de esclavos es hermosísima e inteligente; aquí, por el contrario, estúpida y deforme. Los portugueses y los brasileños arremeten no obstante con ellas, como Santiago con los moros, de donde provienen muchísimos mulatos, más horribles aún que sus progenitores de África. Habrá en el Brasil dos o tres millones de esclavos, los cuales, a observarse lo tratado con los ingleses, que no se observa a riesgo de perder vida y dinero los contraventores, sólo por generación podrían aumentarse. [Se refiere aquí a un tratado que se acababa de firmar con los ingleses en 1850, con el que se hizo efectiva la prohibición del tráfico de esclavos] Esta filantropía a los negros no es, en mi entender, ni buena fe ni puesta en razón. Puede ser que los habitantes de la Senegambia, y los que en otros países más al sur alcancen cierta cultura, y sean mahometanos o cosa parecida, padezcan en la esclavitud, y que no la merezcan de ningún modo los catequizados en Benguela y Loanda por los portugueses, los civilizados por los ingleses y dinamarqueses en sus colonias, y los ciudadanos de la república de Liberia, fundada por los anglo-norteamericanos; pero la mayor parte de la gente del Congo y de Guinea, idolatras groseros y antropotisiacos, que viven, si esto es vivir, exterminándose unos a otros, y dejados de la mano de Dios, pienso que ganan siendo esclavos; ya aprendiendo algo y puliéndose si son para hombres, ya si no pueden pasar de bestias, domesticándose y bebiendo aguardiente de cañas. De lo conveniente, cuando no indispensable, que es la esclavitud en este Imperio extensísimo y que apenas cuenta seis millones de habitantes, no hay para qué hablar. Las colonias de europeos son costosas, y sirven poco en estos climas abrasadores para el rudo trabajo de desmontar bosques frondosísimos y primitivos. Los indios bravos, que aún andan errantes por esos bosques, no quieren someterse a la vida laboriosa y sedentaria, y prefieren la muerte. Dicen que los ingleses han llevado chinos a Singapure y a otros puntos de sus dominios; donde trabajan bien y barato, concediéndoles libertad de culto. Acaso aquí y en Cuba se adopte con el tiempo esta medida. Lo cual a nosotros, que no tenemos ingenio (de azúcar, ‘ça va sans diré’), nos importa poco» (Río de Janeiro, 10 de marzo de 1852).

  Sin duda, hoy chirrían en nuestros oídos tales prejuicios sobre las condiciones de vida de los negros en el Brasil de mediados del XIX, si bien, las ideas de Valera al respecto no difieren de las generalmente admitidas en la época, pues recordemos que la esclavitud no sería abolida en la colonia española de Cuba hasta 1880, y en Brasil hasta 1888.

  «Entiendo asimismo que hay tres grandes problemas filosóficos que resolver o elucidar, y son: 1º, si los indios podrán trocar por la vida sedentaria de colonos y labriegos la errante y selvática que llevan por esos apartados yermos; 2º, buscar modo de colonizar con chinos, culís o europeos las ubérrimas soledades de este dilatado Imperio; y por último, impedir que se aumenten los esclavos con otros nuevos que vengan de África, pues los 3.500.000 negros que hay ya, por lo menos, en esta tierra deben poner miedo a los más audaces de los blancos. Y aunque por la gran estupidez de los negros y su mayor ignorancia, pues no hay uno que sepa leer o que tenga idea alguna racional, sería difícil que se conjuraran y alzaran en daño de sus amos, si una vez se llegaran a convenir y levantar, la misma brutalidad y rustiquez de sus costumbres y entendimientos haría más espantosa la venganza y cruel el estrago.

  Ya digo que los negros no saben leer, ni los amos consienten en que aprendan. A todos los bautizan por ceremonia y costumbre, no por celo religioso; y la mayor parte de ellos, ya que dan al olvido las groseras supersticiones que trajeron de sus tierras, no llegan nunca a enterarse de nuestra moral y doctrina religiosa, y siguen viviendo a lo bestias, sin más freno que el látigo y sin otros dioses que el aguardiente, la farihan y el coito. Difícil sería tener con uno de estos esclavos los razonamientos que Horacio tuvo con el suyo, y más difícil que de estos esclavos saliesen Fedros, Terencios ni Epictetos. Sus amos, sin embargo, y es uso del cual no acierto a averiguar la causa, sus amos, repito, poco dados a los estudios clásicos, les ponen por lo regular los más pomposos y retumbantes nombres de la historia griega y romana. Y yo conozco ya un Trajano, un Belisario, un Agripa y un Marco Aurelio. Mi jefe me ha hablado de tres o cuatro Lucrecias, de una Aspasia, y lo que es más extraño, hasta de una Polixena. Y de ello me admiro, porque se me trasluce que no hay en todo el Brasil seis personas que hayan leído la tragedia de Eurípedes sobre aquella malhadada princesa [...] El Trajano que yo conozco no es criollo, sino traído de África y lleva la cara llena de incisiones, y de dibujos tan primorosos como los de la columna que levantó en Roma su tocayo cuando volvió́ triunfante de la Dacia.

  De vez en cuando suelen dar los negros temerosas muestras de lo que pudiesen hacer si se levantasen a una. Y años pasados, dicen que apareció́ entre ellos, en Marañón, un seudo profeta que se titulaba Cristo y salvador de su raza, el cual, así como el nuestro, murió de muerte violenta, si bien la naturaleza no dio señal alguna de dolor en su muerte.

  [Unos años antes se había producido una rebelión de esclavos en la provincia de Maranhao (1838-1841) acaudillada por el africano Cosme] Ha poco hubo en Pernambuco un motín y alboroto notables, y los negros que tumultuaron, antes de caer en manos de la justicia y sufrir el condigno castigo, le hicieron grande en sus dueños, entrando a saco en las quintas y asesinando a cuantos pudieron hallar. En el día, por esta y otras razones, los negros no gozan de aquella libertad de que gozaban, hasta cierto punto, en tiempo de los virreyes; porque entonces les era lícito reunirse por naciones o tribus, y celebraban sus fiestas particulares, en las cuales presidía y ordenaba las cosas uno de ellos, que, como el dictado de rey del Congo o de Guinea, andaba revestido de bastante autoridad y predominio.

  Los negros tienen ahora, sin embargo, sus cantos, sus bailes, y sus juegos gimnásticos, los cuales no se parecen [...] ni al ‘boxing’ de los ingleses, ni a la ‘savate’ de los galos, ni a la ‘maquila’ de los vizcaínos, ni finalmente a la lucha a brazo partido de nuestros rústicos de Andalucía, sino son los más extraños y bestiales que se ven en el mundo, y consisten en darse topetadas como los carneros. Y hay algunos negros de cabeza tan dura y briosa que de una topetada en el pecho hacen echar las tripas por la boca al más pintado de sus antagonistas.

  Este juego se llama la ‘capoeira’, y tiene sus diestros, sus reglas y sus academias, como la esgrima o la tauromaquia. Pero lo más notable y peligroso es que a veces algunos ‘capoeiros se entusiasman y encienden por manera que dan en una extraña y endiablada locura; y salen corriendo por las calles, como furiosos, y al primero que topan le derriban de una cabezada. Y aunque a los negros no se les consienten llevar armas, suelen llevar también estos energúmenos un clavo o punzón escondido, con el cual hieren tan brava y certeramente al que cogen a mano, que le envían al otro barrio en un dos por tres, ‘sine iria et studio’ [‘sin rencor y sin parcialidad’, Tácito, en los ‘Anales’] y sólo agitados, como suele, el coribante al soplo de Cibeles.

  [El sacerdote Coribante bailaba al son de la música con movimientos descompuestos y extraordinarios en las fiestas de la diosa Cibeles] Por fortuna los asesinos eligen casi siempre sus víctimas entre los de su mismo color. En estos últimos días ha habido ocho o nueve muertes por el estilo, y todas de negros. Así es que D. José está atribulado y con el alma en un vilo cuando alguno de los suyos sale a la calle, pues teme, si le matan, perder 500 duros, precio exorbitante que ahora se paga por un esclavo regular.

  A pesar de esta carestía y de cuanto digan los economistas, yo imagino que el trabajo de los esclavos es más barato que el de los hombres libres; ello es que los negros comen mal, andan medio desnudos, y por no gastar, ni zapatos gastan. Ya veremos si trabajan por menos los chinos que emigran a la Australia, a la India y a Cuba. Pero no quiero meterme en honduras, allá se las hayan negros y blancos y chinos, pues lo que a mí verdaderamente me interesa y conviene es que me saquen de aquí cuanto antes, si no quieren verme morir de tristeza, como Ovidio en el Ponto, aunque sea atrevida comparación» (Río de Janeiro, 8 de septiembre de 1852).

  [El poeta Publio Ovidio Nasón (43 a. C-18 d. C) acabó sus días desterrado por el Emperador Augusto en la recóndita ciudad de Tomis (hoy Constanza, en Rumanía), junto al Ponto Euxino (Mar Negro)] «El asunto de la esclavitud, ya considerado en conjunto, ya por partes, es digno de la ponderación del economista, del filósofo y del político. Los ingleses se empeñan en extinguirla, y la extinguirán sin duda, más no sin trastornos y males. Dicen que hay aquí tres millones de esclavos, y que las mujeres andan tan escasas que apenas a cada diez o doce negros les tocará una mujer. De estas dichosísimas matronas, muchas se enredan con los blancos, sus señores; otras viven desordenadamente, y poquísimas se casan, por no estar la poliandria legalmente establecida. La población negra disminuye, por lo tanto, de continuo; y como la colonización no toma incremento, ni se busca eficaces arbitrios para que le tome, sospechan muchos y temen que han de faltar brazos para la agricultura, fuente principal de la riqueza del país. Los negros son, por lo común, tan inmorales, rudos y groseros, que darles libertad sería gran daño, y conservarlos en provechosa servidumbre tampoco es posible por ahora, sino con duros castigos y continuadas amenazas».

  Después de tan graves consideraciones, Valera no puede contener su vena humorística:

  «El bardo, que es el peor de los negros, pues es mulato, hace perder la paciencia a D. José; y el otro día llegó a tal extremo de maldad, que les enseñó a las negras sus vergüenzas en la cocina y en ocasión en que la hija de D. José estaba presente. Supo D. José el negocio, se amoscó, como era natural, dijo que pasaba de castaño a oscuro (lo cual yo creo sin haberle visto) y mandó dar al culpable tres docenas de vergajazos, para que fuese castigado con un instrumento semejante al de su delito [...] Añade D. José que lo que trae tan alborotado y lascivo al bardo son los cantares, y más aún la danza llamada ‘fado’, que por lo mímica y afrodisíaca sobrepuja al vito de nuestros gitanos, y a la timorodea de los isleños de Haití [...] la esclavitud, entiendo que trae consigo notable inmoralidad para toda clase de personas. Muy a menudo se ven aquí señores que hacen de sus esclavas, concubinas; y de sus hijos, esclavos. Se cuenta que los monjes de San Benito son extremados en esto, y que tienen por regla y divisa aquello del poeta:

  ‘ludite ut lubet, et brevi liberos date’ [‘Ludite ut lubet, et brevi liberos date’: “Juzgad como más os plazca, y engendrad pronto, hijos’, en Catullis Veronensis Liber, LXI, de Cayo Valerio Cátulo (87-45 a. C.)] y en la palabra ‘liberos’ ponen una ironía más que socrática. Cuando la prole empieza a blanquear demasiado, la revuelven y mezclan con negros de los más negros, y así la sostiene en un color adecuado a la esclavitud y nada escandaloso. Estos padres son muy ricos» (Río de Janeiro, 8 de abril de 1853).

  Ilustraciones: Escenas de esclavos del Brasil a mediados del siglo XIX


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39079. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  33ª Píldora.- Estampas exóticas del Brasil

  Valera vino a utilizar sus cartas a Estébanez como ejercicios literarios para hacerse con un estilo. En sus larguísimas misivas desde Brasil le hablaba a don Serafín del país, de libros y escritores locales, de las costumbres y personajes que le salían al paso, de sus devaneos amorosos..., acompañando siempre sus narraciones con las consabidas notas de humor.

  «En Río-Janeiro hay que andarse con tiento al hablar, porque muchas palabras inocentísimas en otros países tienen aquí un significado obsceno o sucio, y si no lo tienen, la malicia se la presta. Noches pasadas estaba yo con Bryan en el teatro y un titiritero, que hacía juegos de manos, le dio a escoger una carta, que efectivamente Bryan escogió y guardó en la memoria. Y como el prestidigitador le pidiese luego, para comprobar el buen resultado de su operación, que dijera cual era la carta, y Bryan, de puro corto y pudibundo no se aventurase a ello, yo, que estaba a su lado, dije que era el as de copas. Y ojalá que no lo hubiera dicho, porque se venía abajo el teatro a risas y aplausos, y las señoras se mostraban como avergonzadas. Pregunté al cabo qué era el as de copas, que tanto escándalo traía consigo, y supe (usted dispense) que era el culo [...] A pesar de lo dicho, la seriedad es aquí mal endémico y contagioso. Y su sobrino de usted Bryan, y yo (personas graves, y formales en cualquier tierra de cristianos) casi, casi podemos pasar por dos botarates disparatados [...] Con Bryan estuve en Petrópolis, colonia alemana, fundada por el actual Emperador a 11 leguas de esta villa. Atravesamos la bahía en vapor por medio de sus hermosísimas islas, y ya casi en su extremo mediterráneo, penetramos por un Río pintoresco hasta llegar al puertecillo de La Estrella, desde donde subimos en coche a la colonia por una montañas fertilísima. Recorrimos todos aquellos sitios a caballo, no sin hacerse Bryan una sangrienta tortilla su as de copas, y quedamos muy prendados de todo» (Río de Janeiro, 10 de marzo de 1852).

  En 1843 el emperador Pedro II había encargado al ingeniero alemán Koeller la construcción de su palacio de verano y la planificación de la ciudad de Petrópolis, inicialmente poblada por 2.000 colonos alemanes.

  «Razón tiene usted en decir que esta tierra ha de ser poco divertida y su gente ni amable en el trato, ni amena en la conversación. En balde se afanan los brasileños porque los crean civilizados. No sólo les falta la elegancia en los modales, la finura y la gracia en el decir, y la cultura y erudición de los europeos, sino mucho que aprender en la mejora material del Imperio, que hasta ahora no es rico, sino porque Dios quiso darle tranquilidad y estupendas riquezas naturales. Cuba está mil veces más próspera y adelantada, y sus producciones, gracias en parte a la industria de sus hijos, son todas superiores. Libros antiguos no se hallan en parte alguna, y el otro día recorrí con Bryan las librarías todas, y no hallamos gramáticos ni diccionarios salvajes, sino muchos salvajes que hablan sin diccionario y sin gramatical [...] De bellas artes no hay que hablar, todos son mamarrachos y casucas pintadas de almazarrón» (Río de Janeiro, 12 de agosto de 1852).

  «Pocas tierras habrá en el mundo donde la gente sea menos poética que en el Brasil. Una de las cosas que más me admiran es que ni hombres ni mujeres piensan en Dios, ni para bendecirle, ni para negarle, ni para blasfemar de su nombre. Las fiestas y ceremonias religiosas no pasan de un entretenimiento. Los estudios de los letrados brasileños son administrativos, económicos y políticos; pero las altas cuestiones de filosofía no las entienden y las desprecian. Algunas damas se han dado últimamente a la ciencias filosóficas, para enmendar esta falta de los hombres, y una de ellas, que vive en la misma calle, se va haciendo tan docta, que según su marido, sabe por qué de todo: y, por ejemplo, añade él: “Apenas mi mujer ve una silla, averigua de donde procede”.

  La hermosa a quien dirijo mis versos [se refiere a Jeannette Euphosine Olivier] es aún más filósofa que la de las sillas, y ni Broussais, ni Gall saben más frenología que ella.

  [Fançois Boussais (1772-1838), médico francés reformador de la medicina en su país. Franz Joseph Gall (1758-1828), fisiólogo y filósofo alemán, fundador de la frenología, o estudio de la forma y del tamaño del cráneo como medio para conocer el carácter y las facultades mentales de una persona] Para distraerla yo de estos estudios materialistas y llamarla al buen camino, le he prestado la ‘Filosofía fundamental’ de Balmes; y como ella la lee con aplicación y perspicacia, apenas hay ya nada en el ‘Yo’, ni en el ‘No-yo’ de que no dé cuenta estrechísima. Pero ya dije, y repito ahora, que la poesía falta; y aunque hay infinitos copleros, no sólo no saben hallarla en el mundo de las ideas, sino que ni siquiera la ven en este hermosísimo mundo visible, que tienen delante. Hasta los nombres que dan a los singulares y magníficos objetos que le componen son tan prosaicos y feos, que destruyen toda la poesía de que los objetos naturalmente se muestran revestidos: por ejemplo, las montañas se llaman el Pan de Azúcar y el Corcovado. Ciertos nombres poéticos y significativos que tenían en portugués algunas cosas los han corrompido y trocado los brasileños por otros no menos significativos, aunque ridículos. Así es que las luciérnagas en lugar de llamarse ‘vaga-lumes’, se llaman en el día ‘caga-lumes’ [...]

  La sola gran pasión que reconozco en algunos brasileños, aunque combinada con buena dosis de egoísmo, es el amor a la patria, y de las instituciones liberales, que lo son aquí en alto grado. La imprenta suda y vomita cuanto se le antoja; y las Asambleas provinciales alcanzan casi tanto poder e independencia como en los Estados Unidos. De Derecho Civil hasta ahora no hay más que las antiguas ordenanzas; pero existen buenos códigos penal y de comercio. Los brasileños con el recelo de que los tomen por salvajes, y con el incentivo de pasar por gente positiva y despreocupada, se atiborran los sesos de Derecho Constitucional, Economía Política y periódicos ingleses. Muchos llevan cuenta de los niños de la inclusa que hay en Francia, de las leguas de ferrocarril que hay en Europa, y de cuántas mujeres se dedican a la prostitución en todo el orbe de la Tierra. Con lo cual, hasta la fecha, no hemos conseguido nada; pues ni aquí hay ferrocarriles, ni lupanares (lo cual si no es verosímil, es cierto), ni constitución representativa, porque las elecciones se hacen de orden del Gobierno [...]

  Como sé que usted es muy amigo de Federico Vahey [ministro de Gracia y Justicia], le ruego que sea parte en que se logre mi deseo. Sáqueme usted de aquí, don Serafín, y haga de modo que ya que no me lleven a Europa, me envíen de secretario a Méjico, a Washington o a Lima, en último recurso. Con lo cual mudaré de aires, daré un gentil rodeo, y visitaré, yendo a mi destino, muchos países de América» (Río de Janeiro, 8 de abril de 1853).

  Aunque las misivas enviadas a su entrañable amigo don Serafín solían ir en tonos festivos, con la chispa consustancial a su modelo epistolar, de vez en cuando, se trasluce en ellas la soledad espiritual que le embargaba:

  «Días ha que me siento mal de salud y no tengo humor para nada. Una irritación de estómago y dolores de cabeza constantes me impiden ser más extenso y más claro. La melancolía me abruma. No hay aquí, para mí al menos, con quien hablar, ni de quien ser amigo. Harto sabía yo que la fiebre amarilla era fruta de esta tierra y, sin embargo, pedí al Gobierno venir aquí para adelantar en la carrera; pero no lo hubiera pedido si me hubiese enterado anticipadamente de lo mucho que me iba a aburrir, de lo caro del país en proporción al sueldo que me dan, de lo poco amables y francos que son los brasileños con los extranjeros y de la soledad y aislamiento en que vivo. Días y noches paso sin ver a nadie, y para consuelo y distracción me entro por los libros, como Santiago por los moros [...] por lo cual me temo que voy a volverme sabio, contra mi voluntad, y ya me parece que exclaman las muchachas al verme: ¿Hay nada más estúpido que un sabio? Y ciertamente que no lo hay, si se entiende por sabio el que lo es a medias, o a menos de medias. Y yo no pienso ir más allá» (Río de Janeiro, 10 de abril de 1853).

  A la llegada de Valera a Brasil, en 1851, reinaba el emperador Pedro II, el cual gobernaría el país durante medio siglo (1840-1889), hasta la proclamación de la República. Tengamos en cuenta que Brasil era la única monarquía americana, pues, al contrario que las repúblicas formadas en las antiguas colonias españolas, se había separado de la metrópoli por iniciativa de la dinastía portuguesa. Don Pedro de Braganza, proclamado primer emperador en 1822, al ser llamado a la sucesión en Lisboa, dejó en el trono americano a su hijo menor de edad, Pedro II. La figura del II y último emperador del Brasil se recuerda hoy con simpatía, pues era amante de las letras y de las artes, alentador del comercio, se sometió a la representación parlamentaria y respetó las libertades públicas propias de la época. Casado conforme a un matrimonio de Estado, en su juventud, fue pródigo en amores. Valera formula en sus cartas algunos comentarios jocosos sobre el Emperador y sobre la emperatriz Teresa Cristina, coja esta y de mayor edad que el marido, aunque con el tiempo lo cautivó: «La emperatriz del Brasil es tan virtuosa como fea, y Don Pedro II le es infiel a menudo. Teatro de sus infidelidades suele ser la biblioteca de palacio; y de aquí resulta que las damas se instruyen; y a las pocas vainas que el Emperador les hecha, se transforman en Aspasias y en Corinas. Entretanto, las menos afortunadas y hermosas, que no han ido ni van a la biblioteca, conservan la corteza primitiva; y si por acaso se quieren encumbrar alguna vez, y darlo de doctoras y redichas, se precipitan inmediata y lastimosamente en el abismo de la ignorancia. Sea ejemplo de esto, aunque ya antiguo, muy ilustre, la señora vizcondesa de Olinda, que, siendo su marido regente del Imperio, solía quejarse de que no la dejaban en paz ni un momento. Estas eran sus palabras: ‘Para nada tengo tiempo desde que soy mujer pública; las visitas menudean, que es una peste» (Río de Janeiro, 4 de agosto de 1853). Doña Luisa de Figueiredo había estado casada con don Pedro de Araujo Lima, vizconde y marqués de Olinda, último regente del Imperio, de quien había recibido el poder Pedro II al llegar a la mayoría de edad en 1840.

  Ilustraciones: Palacio Imperial de Persépolis; Emperador Pedro II de Brasil; su esposa la emperatriz Teresa Cristina; escena familiar de Pedro II

- Antonio Luque Ramírez Desde que leí algo sobre Brasil, en la Biblioteca Municipal de Cabra,en la calle San Martín, hace ya un montón de años, ya leía que era “un país de futuro”. Hoy en el XXI, hasta donde yo llego, creo que sigue siendo una sociedad con mucho futuro. Tendrá algo que ver que mientras los españoles fundaron la primera Universidad en Hispanoamérica,la de Lima, en 1551, la primera de Brasil se creó en 1920, la de Río de Janeiro?

- Antonio Luque Ramírez Pepe, permíteme esta pequeña reflexión, al margen de tu magnífico Vademécum, mil perdones!

- Pepe Garrido Ortega Pues llevas razón Antonio Luque Ramírez, no conocía ese dato sobre la universidad más antigua de Brasil. Y por lo que me dice míster Google, como sabes bien, es la de Paraná, fundada dice él 19 de diciembre de 1912. Fuera como fuera el dato es realmente sorprendente, Antonio.

- Antonio Luque Ramírez Pepe Garrido Ortega San Google me soltó de sopetón que era la Río de Janeiro, y no, no lo sé tan bien, que era la de Paraná. Ahora ya lo sé. Respecto al significado o sentido de algunas palabras del español en algunos países decHispanoamerica, un buen amigo responsable del Dto. comercial, le indico como el que no quiere la cosa a la responsable de importación de una gran empresa chilena, que coleccionaba conchas, y que tenía una gran colección. Cuando la buena señora le explico lo de su risa nerviosa, mi amigo lo paso mal.


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39080. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  34ª Píldora .- Adadus Calpe, un mágico prodigioso

  A propósito del brillante porvenir que pronosticaba Valera a los Estados Unidos de Norteamérica, daba cuenta a Estébanez de un curioso español que acababa de llegar al Brasil desde aquella nación:

  «Yo también creo, como usted, que el águila de la Unión ha de extender su vuelo por todo este hemisferio, y que muy pronto dominará el istmo, donde abrirá un canal que una los dos mares y dé paso al comercio del mundo. Las invenciones portentosas, las atrevidísimas empresas, las sectas disparatadas y la agitación febril de los anglo-americanos, todo anuncia un gran pueblo que no tiene pasado y que desea luego, luego, formarse una historia gloriosísima en que los triunfos y grandezas de Europa por espacio de muchos siglos hallen otros triunfos y otras grandezas rivales que los eclipsen y hagan olvidar. Estos atrevidos deseos van hasta el absurdo, y rayan a veces en locura. No contentos los anglo-americanos con sus poetas, sus guerreros, oradores, filósofos, etc., quieren también profetas y libros revelados por Dios, y hasta un Dios nuevo americano. La secta de los mormones tiene ya su Biblia, y es de creer que el día menos pensado aparezca un Jesucristo yankee [...] Yo concibo que el extranjero que llega a la Unión para colonizar se aturda, o se entusiasme, o se anime al menos, al ver tanta vida y tan portentoso movimiento, y venga a ser más loco, o más sublime, o más emprendedor que los hijos del país. Allí está Ericsson, el sueco, inventor del buque calórico, y aquí, a Río de Janeiro, acaba de llegar de aquellos Estados, D. Antonio Deodoro de Pascual, compatriota nuestro, flamante ‘mágico prodigioso’, novelista folletinista, polígrafo en fin, no sólo por las materias de que escribe, sino también por las lenguas, pues es capaz de escribir en todas las que señala Balbi en su atlas. Adadus Calpe es el nombre misterioso y sacramental bajo el que milita nuestro sabio en la falange literaria y científica que va abriendo el camino del progreso a las demás falanges humanas».

  Antes de su llegada al Brasil, el gaditano Antonio Deodoro de Pascual (1822-1874) había recorrido diversos estados europeos y había residido en los Estados Unidos, en donde había publicado en lengua inglesa varias obras de carácter ‘científico’, cada cual con título más exótico. Como estos: ‘Treinta noches en el mundo de los espíritus’; ‘De la vida dichosa, con algunas nociones de funifantasmagoría o arte de ahorcarse por gusto’; ‘Del origen del mal y de su remedio’; ‘Elementos de macrobiótica o ciencia de prolongar la vida’; ‘De la sabiduría antibabélica y del lenguaje primitivo’; ‘De las cuatro postrimerías del hombre’.

  «Y una disertación sobre el mejor y más fácil medio de liberar de los trabajos serviles a la raza humana, multiplicando, aclimatando entre nosotros y educando a los orangutanes de Borneo y a los chimpancés del Congo».

  A don Serafín le sigue hablando, en la misma carta, sobre este curioso personaje:

  «Anda Calpe con la misma prosopopeya y contoneo majestuosos del ‘Convidado de piedra’ [de Tirso de Molina] o del escudero Trifaldín [del Quijote]: dirige a todos miradas fascinadoras; habla con el tono solemne de un profeta; y viaja y ha viajado por cuantos países el sol alumbra [...] Hace y dice cosas que ni Apolonio, ni Paracelso, ni Cagliostro, ni Bayalarde, ni Escotillo nunca se atrevieron a decir, ni lograron hacer [...] ¿Y cómo no he de ocuparme yo de un hombre que me ha prometido transfigurarme, abrillantarme como si todo yo fuese un ascua y suspenderme en el aire con sólo la fuerza de su voluntad soberana? A su mujer, que es muy bonita, le ordena Adadus que se levante y marche; y ella se levanta y da a correr movida por un impulso irresistible. Pero el sabio hace más que Cristo, porque el paralitico tomó la cama a cuestas, y aquí la silla donde la mujer está sentada se anima y la sigue, como un perrillo faldero pudiera seguirla. Ya se hará usted cargo que esto proviene del magnetismo. Mesmer tenía tanto, que cada vez que se levantaba se le pegaba la silla al culo y tenía que echar las dos manos y tirar con brío para arrancársela».

  [Franz Anton Mesmer (1734-1815), médico alemán descubridor del llamado “magnetismo animal”, falsa técnica, más próxima a la hipnosis y a la sugestión que a la ciencia, con la cual se pretendía curar las enfermedades] «El profundísimo Adadus no cree en la evocación de los muertos, que da fundamento a la secta de los espiritualistas; pero cree en la mayor parte de los fenómenos que los ‘medios’ producen, y los explica por el magnetismo. Hasta los genios del amor, Eros y Anteros, que salieron de la fuente por mandato de Jámblico, es un prodigio magnético;

  [Eunapio en su biografía sobre el taumaturgo Jámblico (filósofo griego del siglo IV) le atribuía el don de los milagros, y hablaba de cuando hizo salir de un río a Eros y Anteros, genios del amor y del desamor] y ya Adadus me refirió prolijamente cómo se había verificado este prodigio. No puedo dejar de acordarme que, cuando estuve la última vez en mi lugar [¿en Cabra? ¿en Doña Mencía? ¿en ambas poblaciones?], me creyeron todos los embustes que quise contar de Nápoles, pero nunca pude acabar con persona alguna del pueblo que se convenciese de que en Nápoles hay un monte que echa fuego y humo por la punta [...]

  Adadus ha descubierto un nuevo sistema que da razón de todos los misterios psicológicos y phisiológicos, hasta ahora ignorados. Pero esta parte de su doctrina, que se llama el sistema nervo-sanguíneo-nutro-inhibitivo, no se la descubre, ni patentiza a nadie, sino después de muchas pruebas, estudios y años de neófito [...]

  En una de las novelas de Adadus, escrita en ingles y titulada The two fathers, hay un sabio, un alter ego del autor, que tiene en la uña el sistema nervo, etc., y como corolario práctico de dicho sistema ha venido a descubrir que no hay gusto como ahorcarse; y efectivamente, él se ahorca tres o cuatro veces al día; y en vez de un ayuda de cámara, tiene un verdugo de cámara. Para volverle en sí, después de ahorcado, le aplica el verdugo a las narices un pomo de un espirita [espirita: alguien que profesa el espiritismo] etéreo-taumatúrgico. Pero no vaya usted a creer que es sólo la horca lo que da gusto, sino que todo el toque del negocio está en que media hora antes de ahorcarse se toma un elixir cuya acción, combinada con la estrangulatoria, engendra milagrosas ilusiones. Si usted desea, por ejemplo, gozar en un minuto de todas las mujeres bonitas que hay en el mundo, de las ninfas del bosque verde, de las huríes y demás deleites del paraíso de Mahoma, y de las sílfides, de las ondinas, y de las peris, y hasta tirarse a los ángeles y serafines que dicen: “Santo, Santo, Santo”, en torno del Altísimo, no tiene más que echarse entre pecho y espaldas un buen trago de elixir heroico-afrodisíaco. Si pretende usted, por el contrario, ver terribles visiones, ser martirizado, azotado, quemado vivo, desollado y aspado, todo en un dos por tres, y para saber a qué saben estas cosas, tome el elixir fantasmagórico-satánico y podrá́ afirmar que estuvo en el infierno siglos de siglos. Todos estos elixires condensan el tiempo. Y por último, si es usted aficionado a los éxtasis suaves, a la conversación interior, a la místico quietud del alma, a los deliquios y a las contemplaciones ebrias e infusas con ilapsos divinos, beba del elixir de los goces pacífico-espirituales. La horca, en que tales y tan lindas visiones se disfrutan, no se llama horca, sino la Funi-fantasmagórica. Yo no me atrevo ya a visitar al Sr. Adadus, porque sospecho que tiene funifantasmagórica en su casa y es capaz de empeñarse en que me ahorque, para que pueda dar testimonio de la verdad de su sistema. Los novicios, a lo que parece, se ahorcan con un cordón de seda suavísima; pero los veteranos, que ya llevan el pescuezo curtido, usan maromas de cáñamo» (Río de Janeiro, 12 de julio de 1853). Adadus utilizaba el término ‘Biología’, el cual resultaba novedoso y algo extraño para Valera, si bien, las dotes de Adadus concordaban mejor con la hipnosis, la superchería, o lo que hoy llamamos parapsicología. Lógicamente, nuestro don Juan solamente se podía tomar las teorías de Calpe con su zumbona guasa andaluza:

  «Pronto, muy pronto, si tomo algunas lecciones de Calpe, veré y haré ver a los muertos. La ciencia que voy a aprender se llama Biología; el estado en que se pone el alma con ella, ‘estado biológico’, o violónico, si usted quiere. Cuando Adadus, como ya me ha prometido, me ponga en esta situación, me hará ver lo que mejor le parezca, porque me privará de mi voluntad; y su voluntad será la reina y señora de todos mis sentidos y facultades; y reinará sobre ellos con mero y mixto imperio; por manera que si me ordena que menee la mano en esta dirección o en aquella, me quedaré eternamente meneando la mano; a no determinar él otro movimiento o el reposo [...] Espero con ansia que Adadus me biologice y que me enseñe a biologizar a los otros. A quien yo biologizaría, si pudiese, sería a la esposa del sabio, que es una moza de chapa, más salada que las pesetas y natural de Cádiz» (Río de Janeiro, 14 de julio de 1853).

  Para finalizar con las prolijas disquisiciones funifantasmagóricas de nuestro don Juan quedémonos con esta última carta que comienza con su correspondiente latinazgo ‘Sunt lacrymœ rerum’ (“Hay lágrimas por las cosas perdidas”) palabras tomadas por Valera de la ‘Eneida’ de Virgilio, con las que Eneas recordaba los muertos y los sucesos de la guerra de Troya.

  «Sunt lacrimœ rerum, querido don Serafín, y si le escribo a usted casi siempre de broma es por no fastidiarle con mi llanto, no porque me falten ganas de llorar. Este pobre Adadus Calpe, viviendo de ilusiones que a cada paso se le desvanecen como el humo, anhelando una fama que nunca ha de alcanzar, quizá́, o sin quizá́ muy falto de dinero, y llevando tres hijos y la mujer a cuestas; este pobre Adadus Calpe, repito, con su extravagante sabiduría y con su imaginación acalorada, me pone en el alma más deseo de llorar que de reír. Lejos de la patria, donde es probable que no tenga ya Calpe ni amigos ni parientes, y arrastrado de uno en otro clima por esta manía andariega que, en estos últimos tiempos, se ha apoderado de la humanidad, no sé qué será́ de él, ni sé qué espera, ni qué desea; él mismo tampoco lo sabe. El hambre, supongo, que le obligará a establecer aquí un colegio; pero ¿con este arbitrio matará el hambre? Y aun cuando mate el hambre corporal y prosaica, aquella otra hambre canina de gloria, que le roe las extrañas, ¿no seguirá atormentándole? Y si Adadus no sabe llamar en su auxilio ni a Dios ni al diablo (en los cuales ha de creer poquísimos, si algo cree), ¿de qué le sirven su magnetismo, su biología y su funi-fastasmagórica? Al que se sale del camino que debe seguir no le queda ahora el recurso de meterse a fraile, porque le falta la fe; ni el de suicidarse con la serena majestad de los antiguos, porque le falta valor» (Río de Janeiro, 4 de agosto de 1853).

  Sabemos que 1854 Adadus Calpe se trasladó́ a Uruguay, de donde al parecer pasó a Europa, para volver finalmente a Río de Janeiro. Este curioso y oscuro personaje, inmortalizado por don Juan, escribió numerosos libros y alguna novela en portugués. En 1859 se le admitió́ en el prestigioso Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, y desde 1861 hasta su muerte en 1874 desempeñó́ el cargo de traductor del ministerio de Asuntos Exteriores del Brasil. En él se inspiraría Valera al modelar al padre Ambrosio de Utrera, personaje de su novela ‘Morsamor’ (1897).

  Si deseas saber más sobre este fascinante personaje ahí llevas un interesante artículo de quien más y mejor ha escrito sobre Valera y su relación con Brasil: Mª Concepción Piñero Valverde Ilustraciones: Antonio Deodoro de Pascual ‘Adadus Calpe”, lo siento esta ilustración de ínfima calidad es la única que he podido localizar del “sabio” Adadus Calpe; libros de Concepción Piñero Valverde y de Carlos Saenz de Tejada (a mí me sirvieron de mucho)












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39081. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  35ª Píldora.- Amores brasileños

  Urgido por don Serafín Estébanez Calderón, Juan Valera también le daba cuenta de sus devaneos amorosos. En una de sus cartas le hablaba de María da Gloria de Castro Pereira (Armida o Mariquiña), hija de los marqueses de Sorocaba y mujer del banquero Buschental. El sobrenombre de Armida lo tomaría del poema épico ‘Jerusalén libertada’ (1575) de Torcuato Tasso, en el que Armida es una seductora hechicera:

  «En cuanto a mi Armida brasileña, pondré en conocimiento de usted que es de las que han ido y van con más frecuencia a la biblioteca; pero S. M. I. aunque da ciencia, no da dinero, “porque están los bolsillos muy estrujados”; y como ella gasta desaforadamente, el pobre del marido tiene más deudas que cuernos, y de muy rico que era, ha venido a grande estrechez, y mi Armida se vale de sus amantes para salir de apuros. Yo, que no tengo más tesoro que el de mi fina voluntad, hube de abandonar la empresa por imposible; y como el marido se suena que es impotente, me desahogué con este epigrama inocentísimo:

  De mi Edén en el jardín, guarda la preciosa flor
barrigudo querubín, su legítimo señor;
mas justo y discreto amor castiga al dueño cruel,
pues para gustar la miel que hay en el cáliz estrecho,
aunque no me da derecho, nunca se lo pone a él

  Lo del cáliz estrecho sí que es fuerza del consonante, y suposición arbitraria; y una inocentada el contentarme con que el marido no libe la miel, cuando tantos otros la liban [...] Lo cierto es que así como burlando me empecé a entristecer bastante, cuando vi que no me lo largaba, y a lamentarme de mi desgracia con el Sr. D. José, el cual me dio muy sabios consejos».

  Prosigue la carta hablándole a don Serafín de Jeanne Euphosine Olivier, a la que también llama ma Jeannette, o Juanita, hermosa cantante francesa, aunque no joven, casada con el comerciante portugués Manuel María Bregaro. Atención a los ‘juiciosos’ consejos del señor embajador al señor Secretario de la Legación, y a los no menos sorprendentes (díganoslo así, finamente) confidencias de Juanito Valera:

  «Desde que llegué al Brasil, puso los ojos en mí una cotorrona sabrosa, ex-prima-donna, francesa de nación, y casada hoy con el Alfio de Río-Janeiro, usurero riquísimo. Yo la había siempre desdeñado, pero D. José me aconsejó que cediese y me entregase.

  – Amigo, me decía, a falta de pan, buenas son tortas; harto sé que la tal señora está ya algo madura, mas no está podrida, como acaso lo estén las putas con que usted anda. Y como usted no tiene nada mejor, debe tomar sin melindres lo que le dan de regalo.

  Olvídese usted de Mariquiña, y apechugue con la vieja; la gallina vieja hace buen caldo, y el que no tiene más con su madre se acuesta.

  Estas razones y sentencias, que no hago sino copiar aquí, descartando las “naranjas chinas”, los “qué sé yo”, y los “se acabó la fiesta”, de que venían acompañadas, me decidieron al fin, y ahora me alegro de veras. Mi prenda es blanca y rubia; elegantísima en el vestir, y más limpia que el oro; las carnes, frescas y apretadas; las piernas, como columnas de alabastro, y el brazo y la mano más lindos de la ciudad. Por desgracia (que no todo a de salir a medida de nuestro deseo) su chomino casi no tiene medida; es un chomino de la primera magnitud; y yo me perdería en lo infinito, si no tuviese ella la precaución de montarse a caballo sobre mis muslos, con lo cual llega el negocio a lo vivo, y no me expongo a un naufragio.

  A este propósito, me cuenta D. José un chascarrillo que pasó en Cádiz, cuando el era muchacho-criatura. Es el caso que un castellano viejo, inocentón y papamoscas [papanatas], tomó por mujer y por doncella a una niña bonita; pero muy abierta y rasgada ya de entrepiernas. Y como esto no le agradase al castellano, hubo de quejarse a la madre, poniendo el grito en el cielo. La madre entonces le replicó con mucho reposo: “¡Pues de poco se admira el hombre! ¿Qué no sabía que mi familia toda es coñiancha?”.

  A pesar de todo, mi señora es apetecible, y su experiencia y su ciencia maravillosa [...] Ma Jeannette está empeñada en que le haga yo un chiquillo, para que herede al viejo ladrón de su esposo. Yo lo procuro, pero en vano. Ni Hércules lo conseguiría. ¿Quién ha de llenar aquel pozo sin fondo? Duerma, pues, tranquila la graciosa Doña Carolina, hija legítima del primer matrimonio de Alfio, y esposa del Sr. Delfím Pereira, hermano de la Buschental» [en realidad hermanastro de María Gloria de Castro Pereira, la mujer de Buschental] Carolina María Bregaro era hija del comerciante Bregaro por su primer matrimonio, estaba casada con Rodrigo Delfím Pereira, hijo secreto del Emperador Pedro I y de María Benedita de Castro do Canto e Melo. El marido de esta, Boaventura Delfím Pereira, barón de Sorocaba, asumió la paternidad del niño y le dio sus apellidos.

  «La baronesa de Sorocaba –concluye Valera–, madre del tal Delfím Pereira, y suegra del judío errante [José de Buschental], chupa cuanto puede a este otro judío sedentario. Su hijo y su nuera han ido a París, él agregado sin sueldo en la legación, y ella con seis mil duros de alimentos al año. Si aquí hubiera otra señorita tan gustosa y provechosa como Doña Carolina, no me estaría mal el casarme con ella, pero no la hay» (Río de Janeiro, 4 de agosto de 1853). José de Buschental, de origen alsaciano, asociado al marqués de Salamanca llegó a ser uno de los banqueros más potentados de Madrid. En 1844 había participado con Salamanca en la creación del Banco de Isabel II junto a otros destacados banqueros, como Carriquiri, Manuel Agustín Heredia, y el marqués de la Remisa. Una serie de arriesgadas operaciones le obligaron a dejar España, convirtiéndose en el ‘judío errante’ de Valera. Del que decía: «He conocido y tratado mucho al ilustre Buschental, que hace un mes está en Río y se vuelve dentro de dos o tres días a Montevideo. Hombre más socarrón, travieso, atrevido y redomado no lo he visto en mi vida. Con las aventuras que ahora está́ corriendo, desde que vino fugitivo y quebrado de España, se podría llenar cuatro o cinco tomos de lectura ejemplar y agradable» (Río de Janeiro, 8 de septiembre de 1852).

  Al igual que su socio Salamanca que en más de una ocasión rehízo su fortuna, Buschental logró resurgir de sus cenizas en América. Recuperemos las peripecias de la suegra del judío errante, la sin par baronesa de Sorocaba:

  «Esta sesentona Baronesa de que voy hablando es la más chusca y divertida Baronesa del universo-mundo, y me tiene particular cariño. Come más que un sabañón, bebe como un tudesco, y aún anda en amores con dos o tres individuos de estómago recio. Yo estoy persuadido de que esta Baronesa ha de morir de un atracón, y hasta me preparo a componerle el epitafio, para el cual me servirá de modelo aquella famosa copla que es como sigue:

  Ciento y diez años vivió́ el glorioso San Hilario;

  y cada año le creció un palmo el escapulario.

  Cuando la Baronesa se entusiasma y alegra, hace y dice diabluras. ¡Cuánto no diera yo porque usted la viese bailar el ‘londum’, con todos los movimientos de culo a dicho baile atañederos! ¡Cuánto por que la oyese usted referir sus amores! A mí me los refiere; y me relata sus aventuras con Don Pedro I, con el obispo de San Pablo, de quien tiene sucesión en aquella ciudad, y con el sobrino de Artigas, el argentino; de Artigas el que metía y cosía a los prisioneros en una piel de buey, y los dejaba al sol, para que la piel se secase y muriesen ellos.

  Los amantes de la Baronesa han sido innumerables. A veces temo yo que esta señora me quiera forzar, pero el encanto de su conversación es más fuerte que mis temores. Noches pasadas me aseguró que no había mujer como ella para dar deleite a los hombres. “Rapaz, me dijo, yo soy ‘romanista’; mi hermana y mis hijas son ‘romanistas’ también, mas ninguna me aventaja”. Bien se me traslució a mí que esta calidad del ‘romanismo’ debía ser maravillosa, y que le venía de casta a la Baronesa, como el pico al garbanzo y el rabo al galgo. Con todo, por más que me devanase yo los sesos, nunca atinaría con lo que esto del romanismo significa, si la Baronesa no me lo hubiera explicado. Ser romanista es estar dotada la mujer de una fuerza de atracción y de contracción poderosas para sorber el líquido, y apretar y contener lo sólido, con tan estupenda delicia, que nos duele, y nos enloquece, y nos provoca a aullar y a morder como si fuéramos lobos. Yo, confieso la verdad, nunca he gozado del romanismo, y dudo que lo haya en Europa tan pujante y brioso como se cuenta que es el de por aquí. Creo, sin embargo, que le hay, aunque endeble; y si no me engaña la memoria, en Andalucía la mujer que posee tan agradable calidad se dice que tiene “chirrín de boca de ratonera”.

  Dispense usted que sea tan impúdica esta carta. Usted me pedía en la suya que le hablase de mis amores, y desgraciadamente no los tengo más castos y sublimes. Ma Jeannette se esfuerza en vano por ser romanista.

  A pesar de todas estas historias, pienso abandonar el Brasil y dentro de dos o tres meses irme para España. Hará́ otros tantos que pedí́ la licencia y la espero pronto. Si no es usted muy perezoso y quiere dar contestación a mi carta, dirija la suya a Lisboa. Acaso me detenga allí, y aún no adivino cual será́ el resultado de mi detención. Esto es serio, y secreto. Mis amores matrimoníferos aún no acabaron, y si bien ahora deseo que acaben, no me atrevo a leer con certeza en el libro de lo porvenir (Río de Janeiro, 4 de agosto de 1853).

  Ilustraciones: Buschental; María da Gloria de Castro Pereira (Armida) barones de Soroca; Buschental y su esposa la baronesa de Sorocaba; Pedro I y la baronesa de Sorocaba; Rodrigo Delfím Pereira, hijo secreto de Pedro I y de la baronesa de Sorocaba












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39082. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  36ª Píldora.- En Lisboa al encuentro de la novia jorobadita

  El 12 de octubre de 1853 arribaba al puerto de Lisboa Juan Valera, y algunos días después daba cuenta de su llegada al amigo Estébanez Calderón, subrayando el contraste existente entre la fértil vegetación dejada en el Brasil y la de la vieja Europa:

  «Mi viaje del Brasil a aquí ha sido divertidísimo por la gente que venía a bordo conmigo; y si yo tuviera humor y tiempo, habría de escribir este viaje. En Pernambuco fui muy agasajado por Bryan, que vive allí mejor que el Papa en Roma. Tiene coche, casa de campo lindísimas, caballos de montar, y una ninfa Egeria que misteriosamente va a visitarle por las noches, y se entretiene con él entre la espesura del bosque de plátanos, cocoteros y bambúes, donde canta el sabiá y donde el colibrí liba la esencia de las flores.

  Hermosa y grande es esta barra del Tajo, y las orillas del río fértiles y amenas; pero viniendo del Brasil, y más en otoño, todo parece muerto, desolado y triste en Europa. Allí en el Brasil la tierra viene estrecha a las raíces de los pomposos árboles, y a sus ramas el aire; allí siempre hay mariposas brillantes, y luciérnagas, y rosas, y hojas verdes por donde quiera, y flores, en el perfume y el color delicadas, y que no tienen nombre todavía. Las enredaderas forman guirnaldas y festones de un árbol a otro, y los troncos de los árboles se cubren de colosales parásitos, de extrañas formas y de flores más extrañas aún.

  Aquí en cambio se vive y se come mejor; la materia prima es excelente, y los cocineros no son ranas. El de Galiano merece mi aprobación, y el fondista Mata, compatriota nuestro, más aún. En ambas casas voy restaurando las fuerzas perdidas. No hay preguntar que la cocina de estos señores es la francesa; fuera de ella no hay salvación para el estómago estético y bien educado. No por eso le quito yo su mérito a ciertos platos españoles, y aun diré que me acuerdo siempre con saudades de los chorizos de Extremadura, de la morcilla fresca, de las empanadas de Córdova, de las tortas de manteca de Écija, del turrón de Alicante y del pescado frito de los bodegones de Málaga, boquerones y tapaculos principalmente.

  Siento tanto no llegar a Madrid a tiempo para conocer personalmente a Mérimée, a quien tengo particular afición por lo que de sus obras conozco. ‘Carmen’, sobre todo, por ser española, me encanta. Cuadro de costumbres andaluzas como el que Mérimée nos pinta de ‘Carmen’, no tiene igual hasta el día» (Lisboa, 28 de octubre de 1853).

  A su hermana Sofía, que acababa de conocer a Prosper Mérimée en Granada por mediación de la duquesa de Montijo, le formula elogios similares sobre el afamado escritor francés: «Sé que has tenido el gusto de tratar en esa a Mérimée, uno de los más discretos, eruditos, ingeniosos y elegantes escritores franceses. Si no has leído nada suyo, lee, y compara el oro de su estilo con las suciedades y absurdos que generalmente nos regalan ahora nuestros ingenios» (Lisboa, 22 de octubre de 1853).

  El detenerse por unas semanas en Lisboa obedecía a la necesidad de encontrar salida al compromiso matrimonial dejado pendiente al irse a Brasil, aunque la madre le prevenía antes de que tome una decisión: «Mi conciencia materna se resiente de no desengañarte y que rodeado de malos consejeros vayas a suicidarte en el precipicio a cuyo borde estás» (Madrid, 31 de octubre de 1853). Con Sofía se lamentaba por carta de su mala ventura, a la vez que le confiesa su perplejidad y desesperación por el reencuentro con Julia Kruz:

  «Nunca estuve más triste, más pálido, más delgado y mustio que estoy ahora. A todo lo cual se une la indecisión de que no sé cómo salir en cierto negocio de importancia, y que cada día se enreda más. Yo, querida hermana, hablándote con toda franqueza, siempre me he creado, y cada vez me creo más alto por el entendimiento; pero soy tan endeble y escaso de voluntad, y la poca voluntad que tengo es tan enfermiza y vacilante, que no sólo destruye toda la virtud creadora de mi entendimiento, sino que también me atormenta y aflige de continuo. Ello es que para nada sirvo, ni serviré nunca. Si tuviera fe, me metería a fraile; pero como no la tengo, puede que haga la prosaica acción de casarme; y nadie tomará en cuenta mi carácter bonachón y mi ternura de alma para explicar mi casamiento. Todos supondrían que me caso por los 80.000 duros que tiene la novia.

  Advierte que te hablo como si conmigo mismo estuviera hablando. La novia tomó en casarse conmigo tal empeño, que no sabré como resistirme, aunque quiera. Yo, cuando estuve aquí de agregado, le hice la corte, casi sin pensar, y por pasar el tiempo. Pude romper cuando me fui al Brasil, y aún desde allí pude romper no escribiendo. Pero al verme en el Brasil solo, con poco dinero y menos comodidades, viviendo como San Alejo en el hueco de una escalera, melancólicos y desabrido a pesar de las gracias de don José Delavat, y suponiendo con mi imaginación biliosa lo porvenir más negro y feo, y temeroso de lo que acaso sea con efecto, me di a entender que el casarme me estaría bien, y escribí́ a Julia. Ahora que veo de cerca el casamiento, me asusto y retroceso. Sin embargo, todos me aconsejan que me case. Verdad es que nadie tiene de mí la opinión que yo tengo, porque como yo creo estúpida la mayor parte de las gentes, las gentes me pagan creyéndome mentecato, y para nada. Yo necesito que me animen y todos me desalientan».

  Al menos encontraba en Lisboa el aprecio y reconocimiento de su tío don Antonio Alcalá Galiano, embajador a la razón.

  «Galiano y Serafín Calderón son las dos únicas personas que me aprecian en lo que yo supongo que valgo. Lo que es el duque de Rivas siempre me ha tenido por más incapaz de lo que yo le tengo a él, porque nunca dudé de que fuese muy gracioso poeta, y ya esto es mucho. En cuanto a las gentes de la Secretaría, yo no he de ir a pedirles turrón, y ellos sin pedirle, y aun pidiéndole, dudo que me lo den bueno. Ya ves lo que te dijo [Antonio] Riquelme, que quizás me podrían dar un puesto de auxiliar, pero después de haber sido Secretario en el Brasil por dos años, no hallo muy a mi gusto volver a ser agregado. No me quiero someter de nuevo a copiar los chapuces y adefesios de un jefe tonto. De escribir para el público no tengo gana. ¿Y que le voy a decir al público, que todo se lo sabe, y que ya está harto de que le digan majadericas? Toda esta inutilidad mía, así para fraile, como para escritor y turronero, me hace fuerza y me inclina al casamiento; mientras que por otra parte mis ideas de independencia y de poesía, y qué sé yo, como diría Delavat, me quitan la gana de casarme. Y mientras que estoy ponderando el pro y el contra del negocio, y añado y coloco en la balanza la mala obra que le hago a la chica si la planto, y lo mucho que ha mostrado ella quererme, el lazo que nos une se aprieta más; y yo no me siento un Magno Alejandro para romperle, ni bastante diestro para desatarle. Digo que no me siento diestro, porque no puedo ni quiero mentir; y lo que es pretexto fundado y razonado no le hay. Así́ pues, si no me caso, es porque no me da la realísima de la gana» (Lisboa, 22 de octubre de 1853).

  No menos sincero se mostraba con Estébanez, al sopesar los pros y contras del posible casamiento:

  «Mi muy querido don Serafín: Estoy lo más indeciso, triste e imaginativo que estuvo jamás hombre en el mundo. Por una parte veo que me convendría casarme, pues la novia es rica, y por otra siento una invencible repugnancia al estado matrimonial; y, como entretanto el lazo y compromiso que me retiene en esta ciudad se aprieta más y más, no sé qué me diga ni qué me haga, y temo siempre hacer y decir lo peor [...]

  De vez en cuando, para distraer mis melancolías, salgo a caza de libros viejos, y he comprado ya algunos; pero, donde verdaderamente me distraigo y casi me alegro, es en casa de Galiano; tanto él como su mujer y su sobrina están amabilísimos conmigo. Y como don Antonio tiene en punto a literatura los mismos gustos que yo, nos pasamos charlando horas enteras. A don Antonio no le conocería usted si le viera, porque está hecho un peralvillo, y casi rejuvenecido. Lo que nunca pierde es la distracción extraordinaria que siempre tuvo [...] Con don Antonio he hablado de usted, a quien él pone por cima de todos en esto de escribir con primor, elegancia y pureza el castellano; y desea ver algo de esa historia militar de España que está usted escribiendo [...] Pero ni los cuentos, ni las gracias de Galiano y del chico, ni la agradable conversación me quitan de encima la melancolía. Para nada tengo resolución, ni sirvo para nada; y, si tuviera fe, acabaría por meterme a fraile. ‘Quis dabit mihi pennas, sicut columbae, et volabo, et requiescam?’.

  [Quis dabit mihi pennas, sicut columbae, et volabo, et requiescam?: «¿Quién me dará alas, como la paloma, para volar fuera de aquí y descansar?», salmo 54 del ‘Davidis expositio’ de Tomás de Aquino]

  Pero como no las gasto, fuerza será que me vaya de aquí en barco de vapor, y dando a mi negocio magno un desenlace cualquiera. Desde aquí iré a Cádiz, luego a Sevilla; de Sevilla a Córdoba, y de Córdoba a un lugarejo llamado Doña Mencía, donde vive mi padre. Con él pasaré algunas semanas, antes de ponerme camino de Madrid» (Lisboa, 30 de octubre de 1853).

  Días más tarde comunicaba a don Serafín que había zanjado su compromiso matrimonial:

  «Anteayer, querido D. Serafín, recibí́ su carta de consejos, que si bien llegaron tarde, por estar ya el negocio decidido, todavía son de agradecer, y yo los agradezco en el alma. En mi proyectado consorcio entraba por algo el compromiso que antes de ir a Río contraje sin saber cómo; un cierto cariño y agradecimiento de verme querido sentía yo por la muchacha, y, finalmente (¿por qué́ lo he de negar?) su dote, que está en metálico y hubiera podido serme útil y dulce. La escasez de dinero me aburre sobre manera, y ha sido causa de que yo no haya estado en Buenos Aires ni en el Paraguay, que ya, como usted sabrá́, se abrió́ al comercio del mundo, ni en el Amazonas, que se navega ya libremente y en hermosos vapores hasta Nante, ochenta leguas en lo interior del Perú. Además de esto, allá en Río, con el tiempo y las dos mil leguas de distancia y lo poco que tenía yo que hacer, me di a poetizar, aumentar y corregir el recuerdo de mi futura, y acabé por ponerla otra de lo que ella es y por quererla un poco. Cuando vine aquí́ y la vi de nuevo se me cayeron los palos del sombrajo, no porque la encontrase fea, sino porque no la encontraba bonita. Desde entonces empecé́ a cavilar como zafarme del lazo, pero los lloriqueos y los soponcios, y hasta el decirme ella que se moriría de dolor, me tenían a raya. Mas, al cabo, salté por cima, y aunque las lágrimas y los supiripandos no anduvieron escasos, no creo que ya sean muchos cuando dejan a mi prenda el deseo de ir al teatro, adonde la he visto dos veces después de nuestra dolorosa separación. La conciencia no me remuerde de haber sido un Lovelace nunca en mi vida. Antes al contrario, en vez de ser seductor siempre he sido seducido, inclusive por la francesa jamona del Brasil. Sólo una vez, siendo yo estudiante en Granada, me he llamado a mí mismo Lovelace [...]

  [Richard Lovelace (1618-1658), poeta y autor dramático inglés célebre por sus copiosos triunfos amoroso]

  Ahora no soy Lovelace por estilo alguno, y me siento bien de mi libertad, y espero que mi futura hallará pronto mejor marido. Cinco o seis pretendientes ha tenido durante mi ausencia, y, nueva Penélope, los ha zapateado todos; más ahora volverán a la carga y alguno acabará por echársela a cuestas» (Lisboa, 12 de noviembre de 1853).

  Ilustraciones: Vista del puerto de Lisboa; Prosper Mérimée; Antonio Alcalá Galiano












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39083. Cabra en el Recuerdo.

  Es previsible encontrarse en el Monasterio de Veruela con el recuerdo de su paso por allí del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y de su hermano Valeriano (pintor) en 1863-1864. Efectivamente. En mi visita a esta maravilla cistercience, he disfrutado de una preciosa exposición sobre el poeta y el conocido libro que escribió durante su estancia en el monasterio por motivos de salud: "Cartas desde mi celda". A quien no me esperaba en la antigua cilla o granero monacal es a Juan Valera, presencia justificada por su condición de crítico literario (en una de las fotos leemos su opinión sobre Bécquer como poeta). En dicha exposición, la presencia de Valera viene de la mano de una fotografía tomada en 1899 por Bartolomé Maura y Montaner, fotografía que forma parte de su galería de personajes relevantes de la sociedad española del siglo XIX. Precisamente, esta foto de Valera sirvió de modelo al pintor Enrique Romero de Torres para realizar un retrato del novelista egabrense, pintura expuesta actualmente en el Museo de Aguilar y Eslava de Cabra.




Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39084. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  37ª Píldora.- Valera defensor de la Unión Ibérica

  Valera fue a lo largo de toda su vida uno de los escasos españoles defensores del Iberismo, doctrina propugnadora de la unión política y económica de España y Portugal. Aunque era consciente de la dificultad que entrañaba tal proyecto, pues la historia había separado demasiado a ambos pueblos. Ahora, hallaba razones poderosas y circunstancias propicias para trabajar por la unión hispano-lusa:

  «Lo que sí es cierto –decía a Estébanez desde Lisboa–, certísimo, es que los antiguos odios y rencores contra los castellanos están aquí casi apagados, y que hay un gran partido a favor de la unión, o de la federación al menos; lo cual es muy para admirarse, cuando se considera que nada hemos hecho nosotros para crear este partido, ni enviando nuestros libros a los portugueses, ni escribiendo y hablando con juicio a favor de la unión, ni lisonjeando a los portugueses, y aun sobornándolos para que se pongan a nuestro lado. El Gobierno español debía tener siquiera un periódico asalariado en Lisboa, y nada se hace ni se ofrece para tenerle, aunque sería fácil y barato conseguirlo.

  Las comunicaciones entre ambos reinos son pocas por falta de buenos caminos, y serían casi nulas sin los vapores. Ahora andan aquí muy alborozados y contentos con el ferrocarril que tratan de hacer, y aseguran que estará hecho en tres años hasta la frontera, junto a Badajoz. Sólo se teme que el Gobierno español no quiera continuar este camino hasta Madrid, para no dar a Lisboa una inmensa ventaja sobre nuestros puertos; ventaja que indudablemente tendría, y que los portugueses, amigos del progreso, quisieran pagar con otras mayores, y haciendo liga aduanera, y hasta olvidándose de Aljubarrota y de Ourique» (Lisboa, 3 de noviembre de 1853).

  Las batallas de Ourique (1139) y de Aljubarrota (1385) en que los portugueses vencieron a los almorávides y a los castellanos, han sido consideradas siempre por los portugueses pilares básicos en la formación del Reino de Portugal. A esas confrontaciones entre portugueses y españoles se remonta Valera para tratar de comprender la separación secular en la historia entre ambos países. Y una prueba de esa separación se refleja en ese ferrocarril al que alude don Juan en 1853 que uniría pronto a Madrid con Lisboa y que tan beneficioso sería para España y Portugal. Y ¡hoy! en el año 24 del siglo veintiuno, ¡después de 171 años! de cuando don Juan se alegraba del ferrocarril que se iba a construir entre Madrid y España, hoy volvamos a preguntarnos ¿para cuándo el AVE que unirá a Lisboa con Madrid?

  Y otra observación que me interesa formular: en píldoras anteriores recomendaba a los que seguís este tratamiento farmacológico que no sacaseis conclusiones precipitadas sobre nuestro don Juan, que no llegarais a la conclusión precipitadas en el sentido de que Valera era un frívolo que solo pensaba en francachelas y en conquistas amorosas. Hoy nos sale al paso en esta píldora un Valera diferente al que hemos conocido hasta ahora. Un Valera juicioso, maduro, interesado por la historia y el devenir de su país. Ya os decía que Valera tenía una personalidad bien compleja, que era un personaje con muchas capas. Pero si a alguien no le resulta de interés estas facetas de hoy de don Juan le recetaría que no “se tome toda la píldora” de hoy, que la deje a un lado. Y que no se impacienté que en la próxima píldora volveremos a las andanzas amorosas de Valerita. Corto que me pierdo.

  Libre ya de su compromiso matrimonial Valera se refugió́ en un ambicioso proyecto cultural: la creación de una revista hispano-portuguesa que acercase a los intelectuales de ambos países, con el propósito de llegar algún día a la unión política de España y Portugal.

  «Apenas he roto mi compromiso matrimonial –escribía de nuevo a Estébanez–, he contraído otro de muy diferente especie, y con el cual quiero cumplir y cumpliré, si usted me secunda y apoya. Se trata nada menos que de fundar una revista, la `Revista Ibérica’, que se publicará cada 15 días, desde 1 de enero de 1854, y contendrá 64 páginas de impresión por cada número. Latino Coelho, el joven más entendido y literato de Portugal se encargará de dirigir la revista, y yo le he prometido enviarle de España la mitad de los artículos en castellano. La otra mitad será portuguesa, y la escribirán el mismo Latino, Serpe, Corvo, Lopez de Mendoça, Herculano y otros de los que por sus escritos alcanzan aquí más fama.

  La revista sostendrá sólo indirecta y prudentemente la idea de la unión, y de política militante hablará con gran cautela y reposo en la revista de la quincena. Nuestros artículos serán principalmente de crítica literaria, y para dar amenidad a la lectura del periódico se publicarán, asimismo, algunas novelillas y poesías escogidas.

  Queremos nosotros que sea el periódico digno del fin que al publicarle nos proponemos, y yo no dudo que la parte portuguesa, gracias a la capacidad, relaciones y buenos deseos de Latino, será́ lo mejor que Portugal puede dar de sí; pero como de la parte española sólo hasta ahora estoy encargado, y aunque tengo buenos deseos, la pereza me sobra, y todo lo demás me falta, recelo que no salga muy bien el plan como usted no venga a socorrerme con trabajos literarios suyos y de los amigos. Por lo pronto, no se podrán pagar estos trabajos, pero si se gana, se pagarán más adelante. Los gastos del periódico tendrán a ser tres mil reales al mes, tirando mil ejemplares de cada número en buen papel y letra, y con cubiertas de color. Cada seis meses se formará un tomo, y aunque se pierda, la empresa irá adelante por un año al menos.

  Galiano me ha prometido ya escribir algo en el periódico. Yo, si puedo, escribiré para el primer número un artículo sobre los poetas brasileños contemporáneos. Escriba usted también alguna cosa [...] A Cánovas [del Castillo], su sobrino de usted quisiera yo tenerle de mi parte en esta empresa. Pocos hay en Madrid que valgan lo que él vale.

  Yo creo que en el Brasil y en la Plata hemos de hallar suscriptores; sobre todo si nos ocupamos con tino, y sin herir mucho la vanidad de aquella gente, de las cosas americanas» (Lisboa, 8 de noviembre de 1853).

  Pilar básico de la proyectada revista sería el portugués José María Latino Coelho (1825-1891), un joven ingeniero militar, periodista, diputado, estudioso de la historia Peninsular, y apasionado partidario del Iberismo.

  «Los gastos, en habiendo quinientos suscriptores, están cubiertos. Si no los hubiere, ya buscaremos quien pague. El Gobierno ha querido y quiere subvencionar aquí un periódico que defienda sus intereses; pues que subvencione el nuestro, y no podrá entonces tener periódico mejor. No es preciso una polémica diaria para infiltrar en el ánimo de los portugueses la idea de que todos somos unos y de que debemos unirnos en un solo reino, en una sola literatura y en unos mismos intereses. Decir esto, así de pronto y paulatinamente, sería alborotar a los fanáticos; porque aún hay fanáticos y hasta sebastianistas de aquellos que esperan la venida de Don Sebastián, como los judíos la del Mesías; y en el 2º reinado de D. Sebastián conquistarnos a nosotros y enseguida toda la redondez de la tierra».

  Sabido es que tras la muerte de Sebastián I (1578) en la batalla de Alcazarquivir, y la pérdida de la independencia de Portugal al caer en manos castellanas, se extendió la leyenda mesiánica de que el Rey no había muerto y regresaría como un libertador a ayudar a su pueblo, conociéndose por sebastianistas a los seguidores de tales creencias.

  «Muchos sebastianistas suben a los cerros en días de mucha niebla a ver si divisan a D. Sebastián navegando por esos mares con su armada; porque, según está anunciado en las antiguas profecías y en las coplas de Bandarra, D. Sebastián ha de venir en día de mucha niebla». Durante el reinado de Felipe II se popularizaron en Portugal las coplas compuestas por un zapatero, Gonzalo Anes de Bandarra (1500-1556), en las que a modo de profecía anunciaba la llegada de don Sebastián para devolver la independencia a su pueblo. Perseguido Bandarra por la Inquisición sus coplas quedaron en el olvido, hasta que tomaron nueva fuerza entre las capas populares cien años después con la restauración al trono de Portugal de la casa de Braganza con Joao IV.

  «Otros portugueses se acuerdan demasiado de Aljubarrota, otros creen en la batalla de Ourique, con todos sus pormenores y circunstancias; y todos suspiran cuando se ponen a considerar que fueron señores de la India, y tan grandes por mar y por tierra allá en el siglo XV; por lo cual se ha de tocar siempre la tecla de la unión con mucha suavidad para que no disuene» (Lisboa, 12 de noviembre de 1853).

  Valera ofreció la proyectada revista al Gobierno español, que por entonces trataba de financiar a algún periódico de Lisboa para que defendiera la imagen de España en el país, aunque la propuesta no prosperó. De momento, la revista hispano-lusa quedó en proyecto, hasta que Valera y Latino lo retomaran más adelante. Volveremos a ocuparnos de Valera y el Iberismo.

  Al cabo de un mes de estancia en Lisboa Valera se dispuso a retornar a la patria, ciertamente aliviado después de romper su compromiso matrimonial: «Dejo a Lisboa con saudades –anuncia a don Serafín–, porque la ciudad es magníficas, sobre todo la parte nueva, edificada por Pombal después del terremoto; el clima es delicioso, los alrededores fértiles y amenos, en particular Cintra, y la gente cariñosa y amiga. He roto con mi novia y he perdido 80 mil duros y una tierna esposa; pero me di a imaginar, aunque tarde, que yo no era para casado. Y lo que más a menudo imagino es que no soy para nada» (Lisboa, 10 de noviembre de 1853).

  «El hombre pone y otros hombres disponen. Digo esto, querido D. Serafín, porque ya no me voy a Málaga por el vapor francés, porque el vapor francés no ha querido admitir carga ni pasajeros temiendo las cuarentenas; y porque he resuelto salir de aquí con el correo, e irme en derechura a Madrid, adonde llegaré en un santiamén, y con el traspontín como una breva. Malos ratos pasaré sin duda galopando y trotando por ese Alentejo, y caballero en un rocín, pero la idea de que voy a ver a mi familia y amigos dulcificará mis dolores» (Lisboa, 14 de noviembre de 1853).

  Ilustraciones: José María Latino Coelho; libro sobre Valera y Portugal


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39085. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  38ª Píldora(1ª parte). De la Semana Santa en Doña Mencía

  Al regresar a Madrid, después de sus estancias en Río de Janeiro y Lisboa, Valera se fue a vivir a la casa en la que se habían instalado su madre y su hermana, que se habían trasladado a la corte para buscar un buen partido para la bella e inteligente Sofía, mientras que el padre quedaba en Doña Mencía al cuidado de las exiguas tierras de la familia. «Volví a Madrid –escribiría Valera en su semblanza autobiográfica–, donde mi madre había venido a establecerse y donde mi hermana era persona muy querida de la condesa de Montijo y pasaba por su sobrina; pero no pretendí nada, estaba harto, o me creía harto, de ser empleado; el Gobierno, además, me parecía detestable. Gobernaba el conde de San Luis».

  A su vuelta a España se había encontrado con las aguas de la política sumamente embravecidas. El Partido Moderado, que llevaba en el poder desde 1843 casi siempre bajo la férula del general Narváez, se abocaba a un proceso irreversible de descomposición. Las divergencias y enfrentamientos entre las familias del moderantismo llevaron al país a una progresiva inestabilidad, sucediéndose distintos gobiernos cada vez de más corta existencia, hasta agravarse la situación política con el Gobierno presidido por Luis Sartorius, conde de San Luis, el cual se vio mezclado en monumentales escándalos de corrupción.

  Por esta época se inició Valera en la crítica literaria, publicando varios artículos en diversos periódico, entre los que destacan los titulados «De la poesía en el Brasil», «Sobre los cantos de Leopardi», y «Del romanticismo en España, y de Espronceda». En este último establece el principio en el que basará su concepción de la literatura como escritor: «El poeta ha de escribir para deleitar y no para enseñar, y acaso, escribiendo así, halle por inspiración alguna nueva verdad, o en la misma belleza de su poema se acrisolen, abrillanten y purifiquen verdades ya conocidas, que aún están oscuras y envueltas en la escoria del error». Estos tres artículos los publicó en la Revista Española de Ambos Mundos, en la que también colaboraban Sanz del Río, Cueto, Gayangos, Castelar, Ferrer del Río, y Cánovas.

  Seguidamente, para visitar al padre, se marchó por unas semanas a Doña Mencía, desde donde se quejaba a don Serafín de la apatita que le embargaba, después de cuatro meses desde su llegada de Lisboa:

  «Aún no he arreglado el negocio de mis sueldos, y van para siete meses que no los recibo, aunque me hacen notable falta. Aún no he pretendido mejor empleo, y estoy decidido sin embargo a no volver al que en América tenía: y por último, no he hecho nada de gusto ni de provecho desde que llegué a España. En estas soledades no llevo una vida agitada como en Madrid, sino muy tranquila; si bien, no por eso me dedico a estudios de ninguna clase, porque todo el día me lo paso charlando con mi padre, a quien hacía tres años que no había visto. Verdad que leo algunos ratos, pero casi siempre libros de entretenimiento, entre los cuales he tenido la buena dicha de hallar y de leer las poesías de usted que me han gustado en extremo. Hay en ellas suma ternura, delicada sencillez, y mucho estilo. Quiero decir que por ellas se conoce al hombre que las escribió, y que no son las poesías de un académico, que siempre se parecen a las académicas de la misma época y géneros literario, sino que son las poesías de uno que se siente como poeta y como enamorado de veras. No hablo del lenguaje, que este quisiera yo tener siempre que escribo, natural, elegante y castizo, y con cierto aroma y sabor a lo bueno y antiguo, que emborracha como el vino viejo. De esta comparación báquica no se ha de admirar usted cuando yo le diga que el vino añejo de este lugar me encanta y me parece superior a cuantos he bebido. Es el jugo dulcísimo de las niñas del Rhin, que trasplantó a España Pedro Jiménez, enriquecido, abrillantado y espiritualizado por los rayos del sol del mediodía. Vino purísimo es este, sin una gota de aguardiente, y sin más arrope que el que ha menester para tomar el color del oro; y, sin duda, que a precio de oro en abundancia se debiera comprar, si la fama fuera justa; o, más bien, si hubiese para dársela, comercio activo y cierta industria menos primitiva para clarificarle y embotellarle» (Doña Mencía, 9 de abril de 1854).

  Su visita a Doña Mencía coincide con las fiestas de Semana Santa, y gracias a ello contamos con una interesantísima descripción de las procesiones de Semana Santa a mediados del XIX en un pueblo del centro de Andalucía:

  «Aquí he pasado una Semana Santa divertidísima –escribe a Estébanez– y he visto a lo vivo la pasión y muerte de Jesús. Rodeaban a este buen Señor, cuando iba al suplicio, más de cuarenta soldados romanos, con estandarte de mil colores, águilas y lanzas larguísimas. Detrás venían los judíos vestidos de majo, con carátulas de disformes narices y llenas de verrugas, como las de Tomé Cecial. [Tomé Cecial, en el Quijote, compadre y vecino de Sancho Panza] En medio de estos judíos iba Judas, más feo y más narigudo que ellos aún; y, así mismo, iban los demás apóstoles, tristes y devotos, con sus rosarios en las manos, el bueno y el mal ladrón, y los cuatro evangelistas escribiendo en unas tablillas el Evangelio. Pero los más estupendos y maravillosos de la procesión eran los hermanos de cruz, en número de hasta 250, en traje de nazarenos, con sus cruces a cuestas, los más descalzos, y no pocos con grillos y cadenas arrastrando. La devoción de algunos llegaba hasta el extremo de llevar, en vez de una cruz, unas disciplinas desmesuradas con las cuales se zurraban las nalgas muy a su sabor. Apenas salió el Jesús a la calle, empezó́ a llover, que fue milagro patente, pues hacía mucho tiempo que no llovía, y estaba haciendo mucha falta el agua.

  En fin, yo he asistido en Roma y en Sevilla a las fiestas de la Semana Santa, y hallo, con todo, que son mejores y más ejemplares las de aquí. ¡Qué pasos tan lastimosos!, ¡qué pregones desde las casas consistoriales, condenando a Cristo a muerte en nombre de Pilatos!, ¡’tradidit Jesum voluntati eorum!’ [“Entregó a Jesús según la voluntad de ellos”] ¡qué rasgarse el velo del templo, qué temblar la tierra, y qué herirse los pechos y convertirse los judíos y los romanos en el momento que suceden estos prodigios!, ‘vere hic homo filius Dei erat’ [“En realidad aquel hombre era el hijo de Dios”, del Evangelio de San Marcos]

  En la tarde del Viernes Santo salen ya los judíos y los romanos todos convertidos, y con rosarios; pero, en cambio, algunos nazarenos empiezan a dudar de la divinidad de Cristo, porque van pidiendo una bendita limosna para el entierro de Cristo, a quien Dios perdone. Al otro día, cuando tocan a gloria, se disparan innumerables escopetazos y Judas paga las duras y las maduras, porque no le ahorcan, le acribillan a balazos, y, por último, le queman [...]

  Durante las fiestas de Semana Santa tuvimos gran papandina y gaudeamus en casa de los hermanos mayores. Hubo vino largo, rosoli, piñonate, hojuelas con miel y pestiños en abundancia. San Pedro y Santiago el Mayor se pusieron tales, que no se podían tener en pie de borrachos [...] Ayer y anteayer estuve en Cabra, dos leguas de aquí, donde hubo un gran baile y muchachas lindísimas; no sólo de Cabra, sino de Lucena, Aguilar y otros lugares circunvecinos» (Doña Mencía, 19 de abril de 1854). Ilustraciones: Semana Santa antigua en Doña Mencía


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39086. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  39ª Píldora (2ª parte).- De la Semana Santa en Doña Mencía

  Si las descripción de las procesiones de la Semana Santa que hemos recogido en la píldora 38 están bien ajustada a la realidad sin quedar desprovistas de la consustancial jocosidad valeriana, aunque sutilmente en este caso. No menos divertidas son otras singularidades mencianas de las que nos ocupamos ahora: «De buena gana mi querido D. Serafín, hubiera yo puesto en práctica en este lugar esa persecución de la Magdalena que en los de la Hoya de Málaga se usa; pero las funciones de Semana Santa son aquí tan devotas y severas que no consienten, en manera alguna, tales desahogos. Y si alguien los pudiese tener, sería un hidalgo, muy dado a las cosas místicas, que lleva siempre el pendón en las procesiones, saca el rosario por las noches, y congrega en su casa a las beatas, instruyéndolas en el mejor modo de servir a Dios, y ensenándoles oraciones y cantares a lo divino. Se llama este hidalgo D. Eusebio Roldan, aunque nadie le conoce sino por el apodo de ‘Polla-Santa’.

  Pues es de notar, y aun de admirar la costumbre y genio de estos naturales por poner apodos, que no hay quien no lo tenga; y algunos puestos muy adecuadamente, con gran tino y chiste. Dicen que esta usanza viene de los moros. Lo que es yo, no sé de donde venga, pero me parece una usanza muy divertida. Así, por ejemplo, a las hijas del escribano les llaman ‘las Meonas’; a las de un mayorazguillo que tiene muchos humos y soberbia, ‘las Civiles’; al cacique del lugar [a mi bisabuelo], ‘Narváez’; a una señora rica, gorda, puta y vanidosa, ‘la Reina’; [Doña Eduarda Reinoso Ortiz de Roses, apodada en Doña Mencía ‘La Reina’, casaría con don Francisco Muñoz Reinoso, conocido a su vez por ‘Curro’, ‘Currito’ o ‘el Señorito’] y ‘la Reina-Madre’ al ama del Rector de San Pelagio de Córdoba, la cual vive aquí, y desde aquí se come el colegio y mata de hambre a los Colegiales; pero que tiene dos hijas que son como dos luceros, y como princesas de Doña Mencía, así por su buen parecer, como por el entono, autoridad y boato con que se presentan».

  Este Rector de San Pelagio era don Pedro María Cubero y López de Padilla, natural de Doña Mencía, rector del seminario, canónigo y deán de Córdoba. En 1858 sería nombrado obispo de Orihuela y durante la Restauración Senador por la provincia de Almería. En el Archivo Secreto del Vaticano se conserva un documento sobre la vida privada y los escándalos del obispo Cubero. Entre los otros apodos que recoge Valera en esta carta, el de ‘Narváez’ se refiere a don Francisco Moreno Ruiz, Alcalde de Doña Mencía y hombre de confianza del diputado del distrito don Martín Belda. La estrecha relación existente entre Moreno (‘Morenito’), Belda, y Valera, puede seguirse detalladamente en mi trabajo sobre la vida de Martín Belda. Valera gustaba de llevar a sus novelas los apodos más ingeniosos que encontraba en su tierra, y en una de ellas aplicaría el sobrenombre de ‘las Civiles’ a las hijas del escribano de Villabermeja (Doña Mencía), justificando su sentido:

  «Las hijas del escribano eran las que presumían de más bellas y distinguidas. Eran las que gastaban más ‘fantasía’, valiéndonos de los términos mismos del lugar. El escribano se había hecho muy rico con su profesión y dando dinero a premio. Rosita y Ramoncita, sus dos hijas, parecían dos princesas. Hacían venir vestidos de seda de Málaga y hasta de Madrid, y aparecían siempre en público con tanto entono y autoridad, que, cuando llegó a establecerse la Guardia civil, no hallando el pueblo nada más autorizado y venerable que un guardia de aquellos, con su sombrero de tres picos de frente, dio a Rosita y a Ramoncita el apodo colectivo de las ‘Civiles’, con el cual hasta ahora son designadas» (‘Las ilusiones del doctor Faustino’).

  Prosigamos con carta tan sabrosa como esta que escribe Valera a su estimado don Serafín desde Doña Mencía:

  «Mas, a pesar del natural despejo de mis compatriotas, la afición a la literatura, a la numismática y a la arqueología no ha cundido entre ellos; por lo cual, me temo que al cabo no he de encontrar ni monedas de mérito, ni ninguna otra curiosa antigualla que llevar a usted. No se puede averiguar donde echan todo lo que sale del Laderón y del Valle de Genazahar. Había, asimismo, una biblioteca de un escribano, no el padre de ‘las Meonas’, sino otro ya difunto, el cual era algo erudito, y, Dios le haya perdonado, saqueó la biblioteca de los Padres de Santo Domingo, que aquí tuvieron su convento. De esta biblioteca compré yo muy buenos libros, que tengo en la mía de Granada, y Fernández Guerra compró más; pero aún quedarían muchos, si el abogado Peperri, que por ser persona docta los tenía a su cargo, no los hubiese entregado, bárbaramente, al brazo secular del boticario, que casi todos los ha empleado en envolver sus drogas, mientras que otros han dado fundamento, con sus hojas, a los hojaldres, a los polvorones, a las tortas de aceite y a las famosas empanadas de sardinas con picadillo de cebolla, manjar el más excelente que por aquí come el vulgo.

  En vez de perseguir a la Magdalena, he discurrido para distraerme el perseguir por los camaranchones y zaquizamíes de esta casa a mi bisabuelo Don Juan Galiano, marqués de la Paniega, que anda penando por ellos con su manto blanco y su cruz roja de Santiago. Las muchachas que sirven a mi padre no se determinaban a subir allí de noche y a oscuras, y yo, para que subiesen les he puesto algunas pesetas por los rincones, para que las cogiesen en premio de su valor, y yo las cogiese a ellas. Por manera que, dos noches que he tenido esta diversión, parecía que se hundía la casa a gritos, chillidos y carreras. El ama de uno de mis sobrinos hizo de Don Juan Galiano, y por manto blanco llevaba una sábana de cama, en la cual acaso no faltaría tampoco la cruz roja. Hay quien asegura que no es Don Juan Galiano el que se aparece en los desvanes, sino un duende muy travieso que guarda un tesoro de perlas. Este tesoro de perlas lo trajo de Popayán otro señor Galiano que fue gobernador en aquel punto. Entre las travesuras de este duende guardador del tesoro hay una que me llama mucho la atención, y que, por los pormenores y protestas de veracidad con que la refieren, casi es digna de crédito; por más extraña que parezca. Dicen, pues, que en tiempo de la molienda de la aceituna, cuando muy de mañana se hacen las migas para el molinero, cagarrache [en las almazaras de aceite nombre que se daba al mozo dependiente del maestro molinero], y demás funcionarios y fabricadores del aceite, suele el pícaro del duende cagarse en ellas desde lo alto de la chimenea. Y, aunque sus cagadas no son grandes, porque no pasa la mayor del tamaño de un grano de anís, todavía son tan apestosas, que no hay medio de comer las migas en donde cae una siquiera, y eso que la gente de aquí tiene buen estómago.

  Mañana es el día del patrón del lugar, San Pedro Mártir de Verona, de quien, por ser la imagen de plata y pequeñuela, aunque milagrosa, dicen los devotos que es tan grande como un pepino y jace más milagros que cinco mil demonios. Cuatro carretadas de santos han querido dar por él, en diversas ocasiones, los de Baena, pero aquí no han querido cambiarle por nada. Cuando faltan lluvias no hay más que amenazar a San Pedro con que se le dará un buen baño en el ‘pilar de abajo’, que es donde beben las bestias, y enseguida llueve» (Doña Mencía, 28 de abril de 1854).

  [En ‘Las ilusiones del doctor Faustino’ y en ‘Juanita la Larga’ recoge Valera lo del tamaño como un pepino del patrón de Doña Mencía y sus milagros] «Otro espectáculo, si no tan santo y grande como el de la Semana Santa, me ha parecido más curioso aún, y me alegro de haberle presenciado. Hablo de la venida de un visitador de la Real Hacienda para las contribuciones de industria, las cuales, si se pagasen, según está establecido por el Sr. Bravo Murillo, es cosa cierta que la corta y ruin industria que hay en España, acabaría de todo punto. Por fortuna, las tales contribuciones apenas se pagan, y el señor visitador llegó de improviso y nos sorprendió́ con los alambiques andando y las tiendas abiertas, y vio el tráfico y movimiento de los arrieros. De todo lo cual se puso a formar expedientes, y el lugar todo a morirse de miedo y a pedir perdón y conmiseración al lechuzo [¡lechuzo’: el que se envía a ejecutar los despachos de apremios y otros semejantes]. Se reunió́ el ayuntamiento, hubo grandes discusiones; el visitador fue visitado a su vez por las personas notables, y, por último, se avino a callar que éramos industriosos y se marchó́ y traspuso con la boca cerrada y tres mil reales más en la faltriquera, que entre todos los propietarios se le pagaron porque rompiese y aniquilase los endiablados expedientes. Y, en verdad, que estuvo generosísimo y que los rompió́ y aniquiló por poco; que, a haber insistido, hubiera sacado cuatro veces más. De esta manera van prosperando y adelantando por aquí, a pesar de lo estúpido e inmoral que es el Gobierno» (Doña Mencía, 19 de abril de 1854).

  Estando Valera en Doña Mencía pasando la Semana Santa de 1854 se produjo la llamada Vicalvarada o Revolución de 1854, tras sublevarse un sector del Ejército bajo el mando del general O ́Donnell, el cual contaba con el apoyo del ala más liberal del Partido Moderado, del Partido Progresista en pleno y de destacados elementos de la burguesía industrial y financiera. Se inicia así el llamado Bienio Progresista, entregando Isabel II el Gobierno al general Espartero, la figura militar más descollante del progresismo.

  Justamente es ahora, con la llegada de los progresistas al poder, cuando Juan Valera creyó llegado el momento de hacerse diputado en las próximas elecciones; en dos elecciones anteriores había sido derrotado. Valera trataba de aprovecharse de que Martín Belda, tan vinculado con los gobiernos anteriores, había perdido su control sobre el distrito electoral de Cabra, al abandonarle la mayoría de sus partidarios. El mismísimo Moreno Ruiz lo abandonó y se pasó al progresismo.

  Si bien, contaba con exiguo bagaje para unas elecciones, pues solo disponía de cierto apoyo del general Serrano, que de poco le valdría, y con el nombre de su familia en la provincia de Córdoba. Hasta entonces poco o nada había descollado en la literatura y el periodismo: venía a ser un perfecto desconocido. Con cierto escepticismo le confesaba a su amigo Estébanez Calderón, pasadas las elecciones: «La única gente que conozco es la de Cabra y Doña Mencía, donde tengo amigos y parientes, pero Belda ha dado aquí mucho turrón y tiene ‘mero y mixto imperio’. Yo sólo he podido conseguir que me voten, en Doña Mencía todos, esto es 268, y en Cabra algunos» (Doña Mencía, 6 de octubre de 1854).

  Como no era menos de esperar Valera se quedó sin ver cumplida su pretensión de representar a sus paisanos ante el Congreso de los Diputados. Tras el fracaso electoral le consolaba Estébanez con las siguientes consideraciones a modo de disculpas por no haberle podido ayudar: «¿Ha creído alguna vez que pude yo influir en las elecciones de usted? Si en verdad lo pensó así desde luego lo diputo y fallo por manco si no inútil para toda historia y fullería electoral [...] Por otra parte, no teniendo usted antecedentes de sansculotismo, por más antí- fonas y seguidillas que entonara a lo último de patriotería, siempre lo considerarían a usted, como lo han considerado, como un hombre de salón y atildado, más propio para aristócrata que para hombre de tribuna ardiente [...] Por lo demás no se duela mucho de ese azar. ¿Qué iba a hacer en el pulpitillo?» (El Escorial, 17 de octubre de 1854).

  Pero si no había salido de diputado, ya que el Gobierno no le había situado entre sus candidatos, obtuvo de este un nuevo destino de Secretario de la Legación de España ante el reino de Sajonia, en la remota Dresde.

  Ilustraciones: Pedro María Cubero y López de Padilla, obispo de Orihuela y Senador; Francisco Moreno Ruiz ‘Narváez’, alcalde de Doña Mencía; San Pedro Mártir de Verona y Doña Mencía ‘tan grande como un pepino y jace más milagros que cinco mil demonios’; el Pilar de Abajo antiguamente y en la actualidad.

  Continuará con otra píldora valeriana: Una visión de la cultura alemana desde la Legación de Dresde



Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39087. Pepe Garrido Ortega

  · Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  40ª Píldora .- Una visión de la cultura alemana desde la Legación de Dresde El 21 de enero de 1855 llegó Valera a Dresde, donde tomaría un primer contacto con la cultura alemana. Desde el principio quedó admirado de la hermosura del campo y de las ciudades, y se encontró cómodo por la amabilidad de las gentes:

  «El 27 del último diciembre salí para mi nuevo e importante destino –escribe a su hermano Pepe–, y después de haberme detenido en París algunos días, donde tuve el gusto de visitar y tratar a la familia de Heredia, proseguí mi viaje y llegué a esta ciudad felizmente; no sin antes haber visitado otros puntos interesantes y famosos [...]

  Aquí no lo paso del todo mal, a pesar del frío, que es espantoso y como nunca le he sentido. A veces llega el termómetro a señalar 21 y 22 grados bajo cero, y por lo regular señala 16 ó 17. Todo está cubierto de hielo y de nieve; se pasea mucho en trineo; se corren muchos patines, y cuando se va a pie, está uno de continuo expuesto a dar con su humanidad en el suelo, por todo extremo resbaladizo. Mas, a pesar de tales inconvenientes, que no son flojos para quien se ha criado en Andalucía y ha pasado en el Brasil dos años, todavía no se puede negar que Dresde es agradable y bonita la población; y los campos, bosques y jardines que la circundan maravillosamente hermosos, y que prometen serlo más en verano. El Elba divide a la ciudad en nueva y vieja y ambas se unen y comunican por dos magníficos puentes. Los palacios, museos y otros edificios públicos son muy de admirar.

  La gente es muy buena y amable con los extranjeros, y las damas, aunque no despuntan por hermosas, presumen, y con razón, de muy licurgas, redichas y sabihondas. Hay aquí una aristocracia tan encopetada como pobre. Todo se vuelve príncipes y princesas y princesillas sin un cuarto, pero con grandes humos. La afición a la música es desaforada; y muy singularmente gustan aquí de la música profunda y científica; de aquella que los profanos no alcanzan a comprender. Meyerbeer, Liszt y Jenny Lind han estado encantándonos en Dresde; y el primero aún permanece aquí y acaba de poner en escena su ópera ‘La estrella del Norte’, que, a pesar de la profundidad del autor y de la del auditorio, no ha podido menos de hacer fiasco.

  Como las damas son tan doctas, a menudo las tertulias se transforman en academias, y se dilucidan en ellas y ponen en su punto las cuestiones más peliagudas, luciendo cada cual su erudición, su agudeza y su penetración científica. El amor, con toda su metafísica, y las artes con todos sus encantos, son, por lo común, los asuntos sobre los cuales se discurre más a menudo; y sobre todo ello se sueltan abundantes papas. Los verdaderos sabios de profesión, que las comen y no las dicen, viven pobremente comiéndolas, y entregados a sus elucubraciones por esas boardillas.

  Aunque, como he dicho, el país es pobre, gracias a la facilidad de comunicaciones y a la buena administración, todo está aquí barato; y la numerosa principería puede holgarse y dar comidas y bailes, sin quedar completamente pelona. Con dos mil duros de renta se es en Dresde un potentado. En suma, baste decir que yo, a pesar de los descuentos en las pagas y de ser algo manirroto, casi, casi, estoy tentado de hacer economías si es que dura el empleo» (Dresde, 12 de febrero de 1854).

  En momentos de decaimiento se lamentaba a la madre de la poca importancia del destino, a la vez que se decía sorprendido por las ideas extravagantes que de España se habían formado los alemanes:

  «La Legación de España en Dresde tiene la misma importancia y utilidad que los perros en misa, y estoy casi deseando que la supriman, pues para ser esto, mejor es no ser nada. Entre tanto, todos mis amigos y conocidos adelantan (Emilio Galiano entre otros), y yo sigo estacionado, y lo que es más triste, estacionado en un puesto tan tonto.

  El único consuelo que aquí tengo es el de llamar la atención general, y ser notado y examinado de todos como español, o como si dijéramos por ser yo un bicho raro, habitante de la Polinesia, o de tierra más bárbara e inculta. Lo primero que me preguntan todos, cuando me ven de frac, y no mal pergeñado, es si vengo directamente de Madrid; y creo que por cortedad no me preguntan si me he hecho en Madrid los tales vestidos. Anoche me preguntó una señorita que cuántos días había empleado en ir desde Madrid a la frontera de Francia, y, como yo le dijese que dos y medio, se quedó maravillada de lo rápido de mi viaje, y no pudo menos de exclamar: ‘Alors, il y a des grandes routes en Espagne?’ Días pasados estuve en un bailecito, y se empeñaron en que bailase el bolero. Yo me excusé con que no le sabía por torpeza [...] Todos quisieran verme de majo y con un puñal, y que hubiese traído conmigo alguna hermana mía que fuese de mantilla y demás adminículos de maja; y aun disfrazado y todo de europeo, he notado con placer que muchas damas se quedan en éxtasis al contemplar mis hermosos ojos árabes, mis abundantes cabellos negros y mi fisonomía sarracena.

  Otra de las ideas extravagantes que aquí tiene el vulgo sobre nuestro país, y cuando digo el vulgo entiendo principalmente lo que se llama beau monde, es que en España se llega a ser hombre o mujer a los diez o doce años, y se envejece asimismo muy deprisa; por lo cual, si me preguntan qué edad tengo y les respondo que treinta años, se hacen cruces, porque me creían de dieciocho o diecinueve años a lo más.

  Noches pasadas, estando yo en otra tertulia, trató la dueña de la casa de hacerme tomar té, y como no quisiese yo tomarle, imaginando ella sin duda que en España no se conocía aquella bebida, se puso a explicarme lo que era, recomendándomela por buena y saludable. En fin, unos más, otros menos, ello es que me tienen por ser extraño y curioso, y que con este pensamiento acaso den en quererme las mujeres. Yo, por desgracia, no he visto hasta la presente ninguna que me pete y convenga» (Dresde, 7 de febrero de 1855).

  En otra carta le hablaba a don Serafín de las tertulias, de sus flirteos, del carácter de los alemanes y de la visión que allí tenían de España:

  «Aquí, y en toda Alemania, aprecian y conocen nuestra literatura; aunque este conocimiento sólo le tienen los eruditos, que son pocos, como en todos los otros países. El vulgo nada sabe de nuestras cosas, y finge, allá a su manera, una España medio salvaje, medio poética, donde pone galanes de Calderón, Gil- Blases, y Don Quijotes, vistiéndolos a todos de majos y haciéndoles bailar el bolero y la cachucha [...] Yo paso por el más árabe de todos los españoles aquí residentes, y no falta quien me crea el vivo retrato de cierto príncipe de Java que pasó algún tiempo en Dresde, no hace mucho, y que era aficionado a la pintura y aún más que mediano pintor, según las muestras que he visto de su talento en casa de una dama, a quien se asegura que el Príncipe arreaba los pavos y le aplicaba otro pincel más grato y gordo que los que generalmente empleaba en sus cuadros. Pero esta extraña admiración que Pizarro [jefe de Valera como misnistro plenipotnciario en Dresde] y yo inspiramos no pasa de ser meramente platónica, y, admirados y todo, nos tenemos que resignar a ir a putas, las cuales son en Dresde poco agradables, si bien calientes, en apariencia al menos.

  Yo, con todo, voy empezando a tener amores con una extrajera misteriosa y hermosísima, llamada Miss Wallis, que unos tiene por de muy noble prosapia, y aun por sobrina de lord Devonshire, y otros consideran que es plebeya, y la dan por hija de un hortera enriquecido. Es de notar que en Dresde son todos muy butibambas, y de continuo están sacando a relucir los pergaminos y los cuarteles. Pero, volviendo a Miss Wallis, cuya nobleza o cuyo oscuro nacimiento nada importa, diré a usted que ella es, como Flérida, dulce, sabrosa y más blanca que la leche; cabellos rubios, ojos azul de cielo, nariz delicada y perfecta y cutis transparente. Su estatura de seis pies pone espanto, y cuando anda parece, porque siempre va vestida de blanco, una virgen de Ossian; y aparecería, tan suave y melancólicos es su continente, un ángel del Beato Angélico, si tuviese alas de púrpura y una llama sobre la cándida frente. Sin embargo, Miss Wallis tiene tetas, acerbe et crude, y no pequeñas. Por desgracia, es algo sosa o pava, y lleva casi siempre la boca abierta, por donde, si bien se disminuye un tanto mi admiración, se aumenta dos tantos más mi lujuria; y me entran ganas de besarle la boca y de tapársela a besos y lengüetazos. Cuando estoy a su lado me incita e hiere bárbaramente el aguijón de la carne, y no sé hasta donde me llevará, si Dios no lo remedia.

  Hay aquí muchas tertulias, donde siempre tenemos alguna papanduja, porque los alemanes no alcanzan a comprender (¡tan sabios y discretos son los alemanes!) que se pueda uno divertir sin comer algo [...] Los alemanes son muy bondadosos, y nos convidan y agasajan con extremo. Tiene la gente rica cocineros diestrísimos, y se come en sus casas divinamente, no sólo por lo delicado de los manjares, sino también por lo bien puesta y servida que suele estar la mesa, con porcelana preciosa, cristal de Bohemia, y aun del antiguo de Venecia, y otros primores que no se ven en esa corte comúnmente.

  El cocinero de Mr. Fabrice (este Mr. Fabrice estuvo poco ha de ministro en España) es el rey de los cocineros sajones. Todos los veranos le envía su amo con licencia a París por tres meses, para que allí se instruya en las nuevas invenciones que de continuo se hacen, y esté siempre al corriente de los adelantos culinarios del siglo. Lo cual no sólo llega a aprender el tal cocinero, sino que, arrastrado por su amor a las ciencias y a la literatura, en las cuales es muy docto, estudia y estudia su entendimiento cada vez más. Ello es que él goza en Dresde de una colosal reputación de hombre científico, y que muchos académicos encopetados se van a buscarle a su cocina y hablan allí con él de química y de astronomía, o se le llevan, cuando ha acabado de guisar, a dar paseos filosóficos. Este prodigio estuvo en España con su amo, y, después de haber hecho concienzudas y discretísimas observaciones y recogido abundante cantidad de datos, escribió por alto y elegante estilo, y trata ahora de dar a la estampa, un libro mayúsculo e importante sobre nuestras cosas con el título significativo de Puchero. Desde que sé esto, ando con más ansia de aprender el alemán para leer el libro, apenas se publique, y ver si saco de él toda la sustancia que promete su nombre.

  Además de este cocinero, hay en Dresde no pocos sabios más, entre los cuales descuella el rey actual, Juan Nepomuceno, que con el pseudónimo de Philalethes, ha publicado varias obras eruditísimas, y entre ellas una traducción en verso y muy exacta de la `Divina comedia’, con notas y comentarios, según afirman todos, de una profundidad maravillosa. La hermana del rey, la princesa Amelia, es también marisabidilla y autora, y ha escrito comedias, novelas, y no sé qué más [...] [Se refiere a Juan I (1801-1873), rey de Sajonia desde 1854, favorecedor de la música, la poesía, y las ciencias, viajó en numerosas ocasiones por Italia, de la que era un enamorado]

  Pero con quien verdaderamente tengo más ganas de dar que con nada y con nadie es con una tal Pepita Oliva, bailarina española que, por su cuenta y riesgo, días ha y aun meses, que anda recorriendo la Alemania toda como conquistadora, y entrando a saco en todas la ciudades, y avasallando todos los corazones. [El verdadero nombre de Pepita Oliva era Josefa Durán y Ortega de la Oliva (1830-1871). En 1852 se había separado de su marido y se había unido al diplomático inglés Lionel Sackville-West, con el que coincidiría Valera en Washington de embajadores ambos, viudo ya Lionel]

  Esta hija del aire, esta sílfide peregrina, esta sirena engañosa, y aún es poco encarecimiento para el que emplean los alemanes al hablar de ella, ha estado ya en Dresde, ha dejado encantados a sus habitantes, y se espera que vuelva por aquí. [...] Nunca he oído hablar en España de Pepita Oliva: más no lo extraño, porque tampoco había nunca oído hablar de Adadus Calpe. Los españoles no sabemos poner en su punto el mérito de nuestros compatriotas, y de país alguno mejor que de España se puede decir que nadie es profeta en su tierra.

  El vulgo entre nosotros tiene patriotismo, pero los letrados y doctos son hartos despreciadores de la patria. No así los sabios alemanes, que llevan hasta la locura el fanatismo patriótico. Figúrese usted que acaban de inventar un sistema nuevo de Filosofía de la Historia, en el cual todo redunda a favor de los alemanes. Según ellos, hay dos razas, y hasta se puede decir dos humanidades; una pasiva, incapaz por sí misma de progreso, pegada casi a la tierra, como las plantas, e indigna desde tiempo inmemorial, desde su propio origen, de los diferentes países; la otra humanidad es activa, y se puede llamar teutónica, la cual, encerrando en sí todo germen de civilización, de movimiento y de progreso, se extiende desde el principio de la historia, y, ya enviando ejércitos, ya colonias, ya un hombre solo, hace que la humanidad pasiva se civilice y vaya hacia adelante. Por lo visto, en los libros que explican estas teorías se prueba con gran copia de erudición que todas las razas nobles, reales y sacerdotales de los primeros tiempos de la India, de la Persia, del Egipto, de Grecia y de Roma, son de origen teutónico» (Dresde, 28 de febrero de 1855).

  Bien pronto dejó Dresde, aunque no lo sintió demasiado. En su semblanza autobiográfica escribiría: «En Dresde estuve diez meses, aprendí medianamente a entender el alemán y a hablar un poco, estudié aquella literatura, visité ciudades y monumentos y me volví a España cuando se suprimió por inútil aquella Legación». Su estancia en Dresde concluyó al clausularse una Legación «tan útil como los perros en misa». En vano pretendió la secretaría de la Legación en Viena, pero le trasladaron a Madrid. Al hermano, con un pie en el estribo, escribe:

  «A más tardar estaré en Madrid dentro de un mes y tomaré posesión de mi nuevo destino de oficial de la Primera Secretaría. Esto ya es algo, y promete ser más con el tiempo [...] A pesar de mi ascenso, siento tener que abandonar a Dresde, donde me iba muy bien y tenía muchos amigos. Antes de volver a España, si el tiempo y el dinero me alcanzan, pienso ver a Berlín y a Munich y otras ciudades alemanas, y detenerme al menos ocho o diez días en París para ver la Exposición [...] Muy contento estoy de este país. No puedes figurarte qué gente tan buena y sencilla hay por aquí» (Dresde, 12 de septiembre de 1855).

  Ilustraciones: vistas del Desdre de antes de su destrucción por el bombardeo de los aliados en la II Guerra Mundial; Juan I de Sajonia; Pepita Oliva.

  Continuará con otra píldora valeriana: En la Secretaría del Ministerio de Estado


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39088. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  41ª Píldora.- En la Secretaría del Ministerio de Estado. La ‘Revista Peninsular

  Al volver de Desdre se incorporó a la Secretaría del Ministerio de Estado, y se encontró a Madrid atribulada por una epidemia de cólera:

  «Cerca de 20 días hace ya que estoy en esta corte y contento de vivir con toda la familia –escribe a su hermano–. El cólera sólo nos fastidia. Quiera Dios que se vaya pronto. Mi vida ahora es mucho más ocupada que lo ha sido nunca; y tengo en la Secretaría, donde me paso cinco horas diarias, grandes negocios que resolver. Figúrate si me daré tono. Bajo mis órdenes están cuatro auxiliares que escriben lo que les dicto; y yo tengo a mi cuidado las cosas de América, que son muy importantes y enmarañadas. A pesar de toda esta grandeza e importancia de mi nueva posición, echaría de menos a Dresde si no fuese porque aquí tengo a mi familia. El trabajo no me cansa, pero la obligación de asistir diariamente a la Secretaría, sin librarme ni aun los domingos, me aburre algo. Madrid está tristísimo. No se ve gente por las calles y todos afligidos y asustados. Por fortuna el tiempo ha cambiado hoy y, de lluvioso y nebuloso que era, ha venido a ser sereno y apacible, acaso pase con esto la mala hora y se vaya a otra parte el cólera» (Madrid, 22 de octubre de 1855).

  A Estébanez, que había huido del cólera hasta París, le daba noticias de ciertos estragos provocados por la epidemia, y de sus visitas a Violante: «la alcahueta de más campanillas y entono que hay en todo Madrid»:

  «Las putas están desesperadas con el cólera, pues, por sus respetos, pocos son los que en estas circunstancias se atreven a pecar. Ayer estuve en casa de Violante, que está también algo alicaída con la falta de parroquianos. Me recibió no obstante, o acaso por lo mismo de que los parroquianos andan ahora por las nubes, con notables extremos de ternura; y me ensenó las tetas y las pantorrillas para demostrarme que se hallan tan frescas, duras y sonrosadas como yo las dejé antes de irme a Dresde. No me enseñó más porque yo empecé a asustarme, y ella hubo de conocerlo. Muchas expresiones me dio para usted y para su amigote don Próspero [Mérimée].

  Mignonette, aquella putilla francesa que acaso usted se haya tirado alguna vez, que yo me he tirado tantas veces, y que era a no dudarlo la que hacía mejor en Madrid cuanto hay que hacer ‘in re venérea’, murió del cólera tres días ha: y la amaban tan entrañablemente muchas de sus compañeras, que no puede usted imaginarse cuánto la han llorado, y cuán lujoso entierro le han hecho. Iban en él muchos carruajes, y un carro fúnebre de los más pomposos y grandes» (Madrid, 28 de octubre de 1855).

  Por este tiempo, en unión de José María Latino Coelho, José Caldeira y Sinibaldo de Mas, retomó el viejo anhelo de crear una revista hispano-lusa, y juntos sacaron a la luz la ‘Revista Peninsular’, con la forma, el ideario y los colaboradores tanteados para la frustrada ‘Revista Ibérica’. En ella se publicaron diversos artículos de Valera: sobre las poesías de Campoamor, sobre las ‘Escenas andaluzas’ de Estévanez Calderón, sobre el partido neocatólico en España y sobre la obra capital de Donoso Cortés, el ‘Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo considerados en sus principios fundamentales’ (1851) De Donoso Cortés, una de las figuras más descollantes de los neocatólicos del XIX, dijo don Juan: «Dotado de imaginación poderosa, de agudísimo ingenio, de vehemente ambición de gloria, de amor desmedido a lo paradójico, de arrebatadora elocuencia, y de poca o ninguna ternura y caridad en el alma [...] compuso uno de los libros más sublimes y más absurdos que se han escrito en el siglo XIX [...] Donoso Cortés renegaba de la Humanidad entera, porque no aceptaba la soberanía de su inteligencia y el yugo de sus opiniones; negaba la inteligencia de los demás, porque no reconocían la infalibilidad de la suya, y para hacer santas y buenas sus opiniones, trataba de unimismarlas impía y torcidamente con la santa doctrina de la Iglesia».

  La ‘Revista Peninsular’ se imprimía en Lisboa, con artículos escritos en español y portugués y de vez en cuando en francés, ocupándose principalmente de asuntos literarios, aunque también de temas históricos, económicos y geográficos. Entre sus colaboradores figuraba una amplia representación de los escritores más prestigiosos de la Península: Herculano, Coelho, Lopes de Mendoça, la Avellaneda, Martínez de la Rosa, García de Quevedo, Campoamor, Antonio Alcalá Galiano, Amador de los Ríos. La coyuntura había cambiado desde el frustrado intento de la ‘Revista Ibérica’. La reina Isabel, por el momento, únicamente tenía una hija, presumiéndose que de don Francisco de Asís no tendría más descendencia, y ante otra posible guerra civil dinástica o una vuelta a las tensiones de cuando el casamiento de Isabel II con las potencias europeas pugnando todas por colocar en el trono de España un rey consorte de su dinastía, ciertos progresistas y demócratas, para evitar tales complicaciones, propugnaban concertar el enlace de la infanta de España con el rey Pedro de Portugal, o con su hermano el infante don Luis. Acercándose así́ a una futura unión política de España y Portugal, o al menos a una aproximación de ambos reinos. Valera se encontraba entre los defensores de estas posiciones. «Como empresa naciente que cuenta con poquísimos recursos –escribe a Freuller– vale poco hasta ahora el periódico, pero sus intentos, que son los de unir literaria y comercialmente el Portugal y la España y preparar de este modo la futura unión política, son buenos y deben protegerse [...] por lo pronto se ha publicado en él un artículo mío firmado con el seudónimo de ‘Silvio Silvis de la Selva’» (Madrid, 14 de febrero de 1856).

  Además de los artículos de fondo se encargaba Valera de una sección titulada ‘Revista de Madrid’, en donde escribía sobre la vida social de la corte, los estrenos de los teatros, las exposiciones de pintura del Bellas Artes, las novedades literarias, y de libros de historia o economía; en fin, de casi todo, excepto de política. En la propia Revista confesaba: «Yo tengo mis ideas fijas en la política teórica, las cuales son más fijas y determinadas conforme la política se va elevando en la región de las ideas y llega al cielo de la filosofía; pero cuando me bajo a la tierra y caigo en la política casera y práctica, esto es, en la política palpitante, como ahora se dice, me aturdo de modo que verdaderamente no sé qué camino tomar [...] Quédese, pues, para más adelante el engolfarse en estos mares nunca de antes navegados por mí» (Revista Peninsular de 31 de mayo de 1856).

  Sus trabajos en la ‘Revista Peninsular’ le daría nombre, y le revelaron como un crítico de vasta cultura y criterio propio. En estos artículos periodísticos adopta el que sería siempre su criterio como crítico: agudeza y desenvoltura, erudición sin empalagamiento y moderación en el tono para no herir a nadie, aunque haciendo uso de la ironía para decir más de lo que expresamente decía.

  Ilustraciones: ‘Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo considerados en sus principios fundamentales’ de Donoso Cortés; Sinibaldo de Mas; José María Latino Coelho, José María Caldeira; ‘Revista Peninsular’ número 7.

  Continuará con otra píldora valeriana: De camino a la corte de los zares: Burdeos, París

  ¡Atención! El que avisa no es traidor. En las próximas píldoras nos ocuparemos del fastuoso viaje que hizo Valera a Rusia. Sus cartas desde San Petersburgo y Moscú tal vez sean las más sublimes de su extensísimo epistolario.


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39089. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  42ª Píldora.- De camino a la corte de los zares: Burdeos, París

  A finales de 1856 Valera emprendió un largo viaje hasta San Petersburgo, formando parte de la embajada extraordinaria encabezada por el duque de Osuna con la que el Gobierno de España restauraba las relaciones diplomáticos con aquel Imperio. Ya que a la muerte de Fernando VII la Rusia de los zares se había decantado por los absolutistas de la rama carlista, y no había reconocido a Isabel II como reina de España hasta ahora.

  «Con Narváez entró Pidal en Estado –recordaba Valera en su esbozo autobiográfico–, y de subsecretario de Estado Cueto, que me tomó mucho cariño. Por entonces nos reconoció́ Rusia y vino a España una embajada extraordinaria de aquel país. España quiso pagar con otra de gran aparato, y se pensó en Osuna, por su alto nacimiento y grandes riquezas. Cueto me señaló a mí como muy a propósito para acompañarle».

  Mariano Téllez Girón y Beaufort-Spontin (1814-1882), militar, segundón de una de las más rancias y linajudas familias nobiliarias españolas, había heredado los títulos de la Casa de Osuna con treinta años, al morir su hermano primogénito sin descendencia. De este pintoresco personaje nos dejó Valera un retrato magistral, como veremos en las próximas entregas.

  El viaje hasta llegar a San Petersburgo se presentaba largo, larguísimo, cargado de incomodidades si atendemos a los medios de transporte de la época y al encontrarse avanzado el invierno. Desde una de las primeras paradas, en Bruselas, escribía Valera a su hermano: «Heme aquí de viaje para Rusia con cartas de S. M. en la maleta que hemos de entregar al Zar dentro de pocos días. No sé si Osuna se dará prisa a que nos larguemos [...] Allá en San Petersburgo nos agasajarán mucho; nos darán comidas y bailes y condecoraciones, y sabe Dios si alguna rusa nos lo dará también» (Burdeos, 3 de noviembre de 1856).

  La expedición se detuvo por un tiempo en París, la ciudad más cosmopolita de la época y centro europeo del lujo, la diversión y la sensualidad:

  «Dentro de tres o cuatro días, a lo más, saldremos de aquí para Petersburgo, adonde iremos Dios sabe por donde y Dios sabe en cuantos días, porque mi jefe el señor duque de Osuna no brilla ni por lo activo ni por lo decidido [...] Aquí, entre tanto, no lo paso mal del todo [...] París es divertidísimo, pero es menester tener mucho dinero. Cualquier cosa cuesta un ojo de la cara. Las mujeres, sobre todo, están más caras que nunca. Una noche con una mujer semi-decente cuesta lo menos cien francos. Hoy he ido a ver una, que no es de lo más aristocrático, y cuesta el último precio, 300 francos. Muy linda es y muy elegante y tiene una casa magnifica; pero no verá mis 300 francos a pesar de todo. Daría yo cualquier cosa, no solamente los 300 francos, sino 600 de limosna a los pobres porque una de esas mujeres se encaprichara por mí, y me lo largara de balde. Creo que sería mayor conquista y más rara y extraña que la de la misma Lucrecia».

  Sexto, hijo del rey romano Tarquino el Soberbio, quedó prendado de la belleza de Lucrecia, y al no conseguir sus favores la amenazó con matarla y situar a su lado el cadáver de un esclavo para aumentar su deshonra. Consumada la violación, Lucrecia convocó a los suyos para darle a conocer lo ocurrido y se suicidó́. La venganza de la familia de Lucrecia terminó con la monarquía en Roma y dio paso a la instauración de la República. Prosigamos con esa carta de Valera a Freuller:

  «Hay en París un lujo espantoso, que toca ya en ridículo. La corte da el ejemplo. En cambio no es menos espantosa la miseria que dicen que hay, aunque no se ve en estos barrios elegantes donde yo vivo.

  Llevo muchas cartas de recomendación para Petersburgo y espero divertirme mucho los días que allí esté. Dicen que las damas rusas son muy caprichosas y que fácilmente lo sueltan. Llevo cartas para una de estas grandes señoras, de la cual se refiere, entre otras anécdotas, la siguiente. Estaba ella en Moscú́, donde se entregaba a muchos y con escándalo. Cuando allí el Gobierno se mete en todo, el Gobernador de la ciudad fue a verla y le echó un sermón, como vulgarmente se dice, recomendándole encarecidamente se moderase. Ella escuchó el sermón con notable paciencia, y cuando el Gobernador hubo acabado, le dijo de esta manera. “He escuchado con atención y respeto la exhortación de usted, señor gobernador, porque sé que es costumbre que los Gobernadores de esta ciudad prediquen por el estilo que usted acaba de hacerlo; y cuando mi padre gobernaba a Moscú echó dos o tres sermones idénticos al que acabo de oír, a su señora esposa de usted”. Calcula tú que clase de señorona debe ser esta, que tan discretamente sabe contestar a los Gobernadores» (París, 14 de noviembre de 1856).

  Ilustraciones: Mariano Téllez Girón y Beaufort-Spontin, duque de Osuna; Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar; Vistas de Burdeos y París Continuará con otra píldora valeriana: De camino a la corte de los zares: Münster












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39090. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  43ª Píldora.- De camino a la corte de los zares: Münster

  En Berlín hizo la comitiva otra larga parada, la cual vino bien al secretario de la expedición para dar cuenta pormenorizada a su jefe don Leopoldo Augusto de Cueto de las primeras impresiones del viaje, y de las peculiaridades del rumboso Duque. Comienza su carta con un latinazgo: ‘A Jove principium, Musœ, Jovis omnia plena’. El cual toma Valera, a su manera con ciertas imprecisiones, de las ‘Bucólicas’ de Virgilio: ‘Ab Iove principium, musae, Iovis omnia plena’, “Comencemos por Júpiter, ¡oh Musas!, todo está lleno de Júpiter”. A lo largo de la carta va introduciendo también múltiples referencias culturales de obras clásicas de la literatura que me permito esclarecer entre corchetes.

  «Empecemos, pues, por el Duque, nuestra providencia y nuestro Jove, y digamos de él que es la más excelente persona y el más generoso gran señor que he conocido en mi vida. Viajamos a lo príncipe. Paramos en las más elegantes fondas y tenemos coches, criados, palco en los teatros y cuanto hay que desear. Los miramientos, las delicadas atenciones y la noble bondad con que nos trata, así́ al ayudante como a mí, exceden a todo encarecimiento. A él, por otra parte, le atienden y agasajan sobre manera en los puntos donde nos detenemos y harto claro se ve que su nombre suena bien en los oídos de esta gente del Norte, mucho más aristocrática que nosotros, o por lo menos no tan envidiosa y sí mejor educada. Aquí hay cierto genero de justicia distributiva que es parte, y muy principal, de la buena educación y que en España raros son los que la conocen, considerándose esta falta como una prueba de nuestro noble orgullo y carácter elevado e independiente.

  El duque tiene, además, esparcidos por toda Europa infinidad de parientes, que se jactan de serlo, y de los cuales está él también muy satisfecho, complaciéndose en visitarlos y ellos en obsequiarle durante su permanencia en las ciudades donde viven. Por esto nos detuvimos en Bruselas y por esto nos hemos detenido igualmente en Münster, donde los príncipes de Croy-Dülmen han estado finísimos, no sólo con el duque, sino con Quiñones y conmigo. La casa de los Príncipes me hizo recordar la del famoso barón de Thunder- ten-tronckh, así por ser ambas casas de las mejores y más antiguas de Westfalia como por la majestad y afable decoro con que nos recibieron en la de los Príncipes y por las tres princesitas solteras que allí se anidan y que me parecieron otras tantas Cunegundas inocentes y frescachonas. Un Cándido y un doctor Panglos faltaban, pero en Alemania no hay la malicia y la hiel de nuestra tierra y todos son optimistas y Cándidos [...]

  [Aplica a su situación los personajes de la novela ‘Cándido’ (1759) de Voltaire: Cándido fue expulsado del castillo del varón Thunder-ten-tronckh, donde se educaba con el preceptor Panglos, y todo ello por besar a Cunegunda, la hija del barón] Porque es de advertir que si bien en Alemania tienen las damas costumbres bastante arregladas, más por el respeto que se deben a sí mismas y por orgullo de raza que por escrúpulos de conciencia, todavía las mujeres de la plebe, careciendo por fortuna del mencionado orgullo y no creyendo que sea muy terrible pecado la fornicación, lo cometen todas con la mayor sencillez y naturalidad imaginables, y asimismo reciben muy naturalmente el dinero o los regalillos que uno les da, si uno es más rico que ellas, para lo cual se necesita poco.

  En cualquiera de estas ciudades está uno seguro de ser bien recibido de la primera bonita muchacha que se encuentre en la calle y a quien le dirija la palabra, convidándola a cenar o echándola un requiebro. Las chicas, por lo general, viven con sus padres, y para no dar escándalo en su casa se vienen a la de uno, o de cualquier bodegoncillo o coche de alquiler hacen templo de Cupido. Estas Margaritas no tienen ya mal espíritu que las atormente en la iglesia, ni hermano Valentín a quien tenga uno que despachar al otro mundo con ayuda del diablo.

  [Alude al ‘Fausto’ (1808) de Goethe, en la escena en que Fausto, con la ayuda del diablo, Mefistófeles, mata en duelo a Valentín, hermano de Margarita, a la que había abandonado después de haber tenido un hijo con ella] Anoche, Florentino Sanz [Eulogio Florentino Sanz (1825-1881), poeta satírico y dramaturgo, y en estos momentos primer secretario de la Legación de España en Berlín] y yo, hicimos de Fausto y Mefistófeles con dos modistillas muy guapas y nos regocijamos en grande en una taberna, donde todo el gasto de vino del Rin y comida no pasó de un duro de nuestra moneda. Allí las introdujimos en la cámara del vino, ‘in cellam vinariam’ y el nardo dio su olor. ¡Ojalá que orégano sea y no alcaravea.

  [‘In cellam vinariam’, del Cantar de los Cantares: «En la bodega». También hace uso del refrán antiguo ‘Quiera Dios que orégano sea y no se nos vuelva alcaravea’, con el que se manifiesta el recelo a que suceda lo contrario de lo que se desea.

  Esto, en otro país se debería considerar como una prueba de la mayor corrupción, pero aquí se hace con una buena fe y una inocencia tan grandes, que el moralista más rígido no tendría por qué fruncir el ceño si lo considerase atentamente. Todas estas muchachas se casan luego con artesanos honrados y son tan excelentes y ejemplares madres de familia [...] Yo entiendo que esta nación es pagana aún y que nunca fue cristianizada perfectamente. Así me explico lo de las modistillas y otras mil cosas más altas y harto difíciles de explicar por otro medio. El cristianismo, dicen los modernos filósofos alemanes que les diabolizó la naturaleza que ellos habían divinizado; pero el caso es que en la rica imaginación de esta gente y en sus apasionados corazones, siempre tuvo la naturaleza mucho de sobrenatural y de divino, y las pasiones algo de fatal y de santo, en consonancia con ella. ¿No ha dicho el mismo Lutero, a pesar de ser un reformador y un teólogo, que el que no ama a las mujeres, el vino y la música es un mentecato toda su vida?

Wer liebt nicht Wein, Weib und Gesang,
der bleibt ein Narr sein Leben lang»
(Berlín, 26 de noviembre de 1856)
‘Wer liebt nicht Wein, Weib und Gesang, der bliebt ein Narr sein Leben lang’,

“Quien no ama el vino, las mujeres y el canto, será́ un tonto durante toda la vida”, aforismo atribuido al reformista Martín Lutero.

  Ilustraciones: Munster; Alfred Franz Friedrich Philipp, décimo duque de Croy-Dülmen y su esposa Eleonore Wilhelmine Luise Prinzessin zu Salm-Salm Continuará con otra píldora valeriana: De camino a la corte de los zares: Berlín


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39091. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  44ª Píldora.- De camino a la corte de los zares: Berlín

  Aunque a la salida de Madrid Valera suponía que en pocos días estarían en la corte de los Zares, la expedición se retuvo en París y Berlín más de lo previsto. Ello se debió a las dificultades propias del trasporte de la época y a que el duque de Osuna no tenía ninguna prisa. Un mes tardaron de Madrid a San Petersburgo.

  A su llegada a Berlín tuvieron la oportunidad de asistir a una extraordinaria representación de ópera:

  «Anteanoche oímos en el Gran Teatro Real una ópera de Wagner, fundada sobre una antigua leyenda que viene a confirmar cuanto llevo dicho [...] La música es profundísima y no por eso fastidiosa para los profanos. Las decoraciones maravillosas, y los trajes de una riqueza y exactitud singulares. Ni en París ni en Londres se representa nada mejor. Yo estaba con la boca abierta».

  Sigue una extensa descripción de la ópera de que habla, ‘Tannhäuser’ (1845), de cuyo protagonista dice no se encontraba en el paraíso «más a gusto que nosotros con el duque». Téngase en cuenta que el contenido de esta carta es la primera referencia escrita sobre la música vagneriana realizada por un español, pues hasta junio de 1862 no se estrenaría en España una obra de Wagner.

  Obertura de ‘Tannhäuser’, una de mis óperas preferidas. Prosigue hablando de la sobrina de Richard Wagner, Johanna Jachmann Wagner (1826-1894), afamada cantante que con 18 años se había iniciado en la Ópera de Dresde, y llegaría a cantar en los principales teatros de Europa.

  «La Wagner, sobrina del compositor, hacía de princesa salvadora, y es tan linda y bien plantada, que el más melindroso penitente la tomaría por escala de Jacob con que subir al Cielo. Su tío anda errante por esos mundos, por haberse metido demasiado en las jaranas del 48».

  Wagner tuvo que dejar Dresde en mayo de 1849 al verse implicado en una revuelta desencadenada en dicha ciudad, enmarcada en las revoluciones extendidas por toda Europa a partir de 1848.

  Prosigue esta carta dando cuenta a Cueto del desarrollo de la cena ofrecida en honor del Duque por el rey de Prusia Federico Guillermo IV (1795-1861), conocido por el rey romántico, el cual se sería obligado en 1857 a dejar el trono a su hermano Guillermo, al ser declarado incapacitado por su estado de locura. Por la delegación española también asistió a la comida el coronel Quiñones, ayudante de Osuna y otra víctima de las bromas de Valera:

  «Estaban a comer en Palacio, además de las personas de la servidumbre, entre las cuales algunas damas de no malos bigotes que nos miraban con curiosidad, y especialmente a Quiñones, que se parece al Otelo que sale aquí en el teatro, estaban, digo, y Dios me perdone el modo de escribir, el barón de Manteufel [presidente del Consejo de Ministros]; el de Humboldt, que nos habló́ muy bien en español [el famoso Alejandro Humboldt, naturalista, geógrafo y expedicionario alemán, viajero por España en 1797]; la gran duquesa de Mecklemburgo; un príncipe de Hesse; otro ídem de Württemberg; otro ídem de Ipsilanti, hijo del célebre poeta y vestido con el airoso traje de su nación [este comensal era hijo del poeta moldavo Alejandro Ipsilanti]; el conde de Raczynski [diplomático polaco que había sido embajador de su país en Madrid], y otra gente o muy menuda o que yo tomé por tal porque no la conocí de nombre.

  El Rey es un sabio bobalicón, lleno de la más candorosa pedantería. Habla mucho, pero habla con dificultad el francés, y cuando no encuentra alguna palabra la suelta en alemán y el que está a su lado se la traduce. Él la repite y sigue adelante con su discurso. S. M. tiene la manía de ser omniscio [que lo sabe todo], o poco menos, y la más incómoda de examinar a todo bicho viviente. Muy apurado se vio el Duque para responder a todas las preguntas del Rey sobre los títulos de la casa de Osuna y la historia de estos títulos, sobre la Virgen de Guadalupe y sobre los carneros y merinos y quien sabe sobre cuantas cosas más. El Rey quedó muy satisfecho porque tuvo ocasión de lucir sus conocimientos, de los cuales me mostré yo espantado y absorto con los cortesanos.

  S. M. no pudo estar más amable y sólo faltó que nos diera un apretón de manos. Nos llamó ‘mon cher’ y nos rogó que volviésemos por aqui. Quiso saber de qué tierra era yo, y habiendo yo respondido que de la provincia de Córdoba, me habló de la célebre Mezquita, y como el conde Raczynski, que estaba a mi lado, la describiese mal y tratase de denigrarla, yo salí́ a la defensa de aquel gran monumento y le pinté cómo estaba en tiempo de los Abderramanes, siguiendo lo que he leído en Conde [‘Historia de la dominación de los árabes en España’ de José Antonio Conde] y poniendo algo de mi cosecha, con lo cual quedaron convencidos de que debió de ser obra estupenda y asombrados de que un español supiese algo.

  Pero más se asombró el cortesano que estaba a mi lado en la mesa cuando, al servirnos el caviar, quiso explicarme lo que aquello era, como manjar para mí desconocido, y yo le dije que en España se comía y se sabía lo que era el caviar, por lo menos desde el siglo XVII o finales del XVI, y que Cervantes habla del caviar en el Don Quijote sin explicar lo que sea, prueba de que todos los españoles debían conocerle entonces. En efecto, Ricote y Sancho Panza almuerzan caviar cuando se encuentran una mañana muy cerca de la ínsula Barataria.

  El Rey también me habló de política; me dijo que las cosas de Francia se van poniendo feas, y que era menester que D. Ramón [Narváez] estuviese con cuidado. A esto contesté que los españoles no seguíamos tanto como generalmente se cree el movimiento de la Francia, y di por ejemplo el del año 1848, cuando la Europa toda estuvo agitada hasta en sus cimientos y la España tranquila, bajo el gobierno de este mismo D. Ramón.

  A Osuna le pilló la Reina aparte y le echó un sermón de moral casa- mentera, aconsejándole que tomase por esposa a una de las princesitas de Croy-Dülmen. Ya he dicho a usted que los alemanes, y más aún las alemanas, tienen una sencillez y una buena pasta maravillosa, por lo cual no debe extrañarse nada de esto. Todos aquellos señores nos hablaron, nos interrogaron, nos dieron la mano hasta sin previa presentación y estuvieron lo más amigos y cariñosos que es posible estar no en la primera entrevista, sino después de haberse conocido durante algunos meses. Acaso, o sin acaso, tendrían notable influencia en estos milagros de bondad las veintitantas grandezas del Duque, sus infinitos castillos y títulos y lo sonoro y conocido de su nombre. Pero de todos modos se ha de confesar que esta gente es amable por todo extremo. En fin, y sea la causa la que se quiera, ello es que debemos estar y estamos contentísimos de lo bien que aquí nos han tratado».

  Continua esta extensísima carta, sin nada de desperdicio, refiriéndole Valera a su jefe Cueto algunos incidentes que les había acaecido en el trayecto de Bruselas a Múnster:

  «Pero, amigo mío, no hay rosa sin espinas y el placer y el lamento andan juntos, según ha dicho el sabio. También hemos tenido nosotros nuestros disgustos durante el viaje, y uno grande de veras. Desde Bruselas a Münster, o no sé si en la fonda misma de Bruselas, robaron o se perdió una cartera del Duque, que afortunadamente no contenía más que tres cartas de recomendación para Petersburgo. Difícil es de pintar y más difícil de imaginar la desesperación del Duque por este accidente, y sobre todo el terror pánico que le entró de que pudiera suceder lo mismo con las cartas reales. Decidido ha estado estos días, y no sé si habrá cambiado de aviso, a suicidarse si las cartas reales se perdían. Por dicha están aún en nuestro poder. Si se pierden, ya sabe usted que nos quedamos huérfanos del Duque.

  El criado que perdió la cartera ha hallado medio de que el Duque le premie su descuido dándole 500 francos. Él, por su parte, ha dicho, en cambio, al duque que no le ‘perdonará nunca’ (palabras textuales) el que le haya llamado ‘canalla’. En efecto, el Duque se atrevió a calificarle de este modo en el momento de mayor furia. Desde Münster mandó el Duque a Bruselas a su criado para que buscase la cartera. La cartera no apareció, y a la vuelta del criado, que nos le encontramos en Hamm, fue cuando este tuvo la ocurrencia de decir que le habían robado a él quinientos francos, que sin duda no echó de menos hasta entonces, y que el Duque le ha dado. No creo necesario advertir que el ‘no perdonaré nunca que vuecencia me haya llamado canalla’ demuestra que el criado es español e hidalgo, y que la ocurrencia de los 500 francos demuestra que es un soldado licenciado.

  Entre varias cosas notables que aquí hemos visto nada ha llamado tanto la atención de Quiñones como cierto paso gimnástico que hacen los soldados y que más parece danza de teatro que marcha militar. La música, al compás de la cual caminan de una manera tan graciosa y rara, es también rara y graciosa. Ya haré que me la copien para que a mi vuelta la tararee Ferraz en esa Primera Secretaría y yo haga el paso delante de ustedes. Creo haberle aprendido muy bien, al menos así lo asegura Quiñones, y ya verán ustedes una cosa bonita cuando lo haga. Por de pronto excede a mi capacidad el describirle; baste decir que ha de tener algo de la antigua y celebérrima danza pírrica de los espartanos. En España hubo también en otro tiempo danzas militares y de espadas, si la memoria no me engaña.

  Pero mi carta va siendo tan larga que acaso no tenga usted paciencia para leerla y se arrepienta de haberme animado a que le escriba. La precipitación con que lo hago y el deseo de referirle todo en pocas palabras hará́ sin duda que mi estilo sea confuso y desaliñado por demás» (Berlín, 26 de noviembre de 1856).

  Ilustraciones: Gran Teatro Real de Berlín antes de ser destruido en la II Guerra Mundial; Johanna Jachmann Wagner ataviada para una representación de Tannhaüser; Federico Guillermo IV rey de Prusia; su esposa Isabel Luisa princesa de Baviera;

  Continuará con otra píldora valeriana: De camino a la corte de los zares: Varsovia


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39092. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  45ª Píldora.- De camino a la corte de los zares: Varsovia

  Ya en Varsovia la embajada especial del duque de Osuna hace otra parada de varios días. Valera aprovechaba para seguir enviando larguísimas cartas a Cueto dándole cuenta de las peripecias del viaje. Veamos de que manera caricaturizaba genialmente al Duque, al ayudante Quiñones, y al secretario Benjumea, presentándolos como personajes cómicos y burlescos, si no tontos.

  «Tres noches ha, mi querido amigo, que salimos de Berlín, y de un solo vuelo (más de treinta horas en un detestable ferrocarril), nos hemos puesto en la capital del antiguo reino de Polonia.

  [Polonia había desaparecido como Estado en 1795, tras el tercer reparto de su territorio entre Austria, Prusia y Rusia. En 1815, en el Congreso de Viena, hubo otro reparto, a la vez que se formaba un Reino de Polonia bajo la autoridad del zar y Cracovia se convertía en república independiente] En este viaje hemos sentido ya bastante el frio, y calculado el que tendremos que pasar en adelante. El termómetro estuvo anteayer a 14 bajo cero Réaumur; pero se soporta tan baja temperatura, porque vamos bien provistos de pieles. El secretario particular del Duque, llamado el Sr. Benjumea, natural de Sevilla, aunque por lo bobo parece de Coria, va tan empellejado y tan raro, que en una estación del camino por poco se lo comen unos perros, tomándole por alimaña de los bosques. Yo he hecho un cambio con la pelliza que usaba en Dresde, y, dando encima 50 táleros, he tomado en Berlín una magnífica piel de oso de no sé dónde. El Duque, para él y sus criados, ha gastado cerca de tres mil francos en pieles. Todos los de la expedición llevamos, además, sendas gorras de nutria en la cabeza, y se diría que andamos en busca de Sir John Francklin.

  [Sir John Franklin estaba de moda, había dirigido una expedición inglesa en busca del paso entre el océano Glacial y el Pacífico perdida en el Ártico en 1848, la cual se había dado por desaparecida después de infructuosas búsquedas] La consideración de que goza la aristocracia es grande en estos países, y ya he dicho que el nombre del Duque de Osuna hace buen efecto, y por eso, sin duda, nos agasajan más dondequiera que llegamos. En Granitsa, al entrar en el territorio del imperio ruso, vino a abrirnos la portezuela del vagón, a ponerse a las órdenes del Duque, para acompañarle hasta Petersburgo, un correo imperial tan emplumado, áureo y relumbrante, tan majestuoso, tan inmenso y tan barbudo, que yo imaginé que era el Emperador mismo, que no pudiendo moderar la impaciencia de vernos había salido a nuestro encuentro hasta la frontera. Al cabo, al ver su humildad, me convencí de que era un correo. También se puso a nuestras órdenes un empleado del ferrocarril.

  Desde aquel momento no éramos ya como los demás mortales, y todo el público polaco nos miraba con asombro y respeto. El correo había sido portador de una carta del príncipe Miguel Gortchakov para el Duque, en que le decía que uno de los palacios imperiales de Varsovia estaba destinado para nuestro alojamiento, porque los hoteles no eran buenos.

  [Mijayl Dmítiévich Gortchakov (1793-1861), gobernador de Polonia y general de artillería ruso participante en las campañas contra Napoleón, los turcos y los polacos, había dirigido el estado mayor ruso en la insurrección de los patriotas húngaros de 1849] En Pétrikov nos tenían preparada una comida en las habitaciones imperiales de la estación; porque aquí hay por todas partes ‘habitaciones imperiales’, donde entran y se alojan las personas de distinción y a quien el Gobierno quiere distinguir del vulgo de los hombres, tan poco respetado aquí por la clase privilegiada. A Varsovia llegamos, por último, a las doce de la noche [...] En el palacio, cuyas habitaciones estaban iluminadas, nos habían preparado una magnífica cena. Los vinos eran exquisitos: Jerez, Málaga, Champagne, Château la Rose de 1841, Château Laffitte de 1846 ‘ed altri tali’. Los demás almuerzos y comidas han seguido siendo por el mismo estilo y aun mejores [...] Varsovia me ha parecido hermosa, pero triste como una esclava. Lo mejor de sus hijos, o viven retirados en el campo, o fugitivos en país extraño. Hay bellos palacios, calles anchas y regulares, y muchas buenas iglesias. Una estatua de bronce de Copérnico, bien moldeada, se levanta en el centro de una de las plazas principales. Hemos oído misa mayor en la catedral, edificio gótico y armonioso en su conjunto, como si hubiese sido hecho de una vez, y de buen gusto, aunque pequeño. Un santo padre nos echó un sermón en polaco, que duró hora y media. Para mí no fue el sermón otra cosa más que un estornudo larguísimo, interrumpido de cuando en cuando con algunos kiskis, kanski y konskas, y no pocos gorevos y goresros.

  El gobernador de la ciudad vino ayer a vernos inmediatamente. Nosotros nos adelantamos, por nuestra parte, a hacer una visita al teniente general Gortchakov, que nos recibió en una biblioteca inmensa, como si quisiera decirnos: “Para que veáis que no soy bárbaro, a pesar de esta cara de calmuco que Dios me ha dado”.

  Una hora después de haber hecho la visita al príncipe Gortchakov, ya estaba en casa a pagárnosla. Venia en coche abierto y escoltado por ocho cosacos, de los colonos militares del Cáucaso, vestidos de extraña manera, con muchos puñales y gumías y pistolas de plata prolijamente cinceladas, gorras circasianas, lanzas larguísimas y rocines pequeñuelos, peludos y feos, que galopaban sobre la nieve como si tuviesen el diablo en el cuerpo. Esta gente, aunque vestidos con gran lujo, se parecen en las costumbres y en la organización a nuestros antiguos almogávares, y, así como aquellos combatían de continuo con los moros fronterizos, combaten estos con las tribus guerreras de las montañas donde Prometeo estuvo encadenado [Zeus mandó encadenar a Prometeo en las montañas del Cáucaso] Ayer estuvimos en el teatro en el palco del gobernador de la ciudad [...] El teatro es bastante bonito, y hay una compañía de ópera regular y un magnífico cuerpo de baile. Las bailarinas, casi todas polacas y las más lindas muchachas que he visto en mi vida. El Duque está fuera de sí y quisiera llevarse a alguna de ellas, pero por pudor no se atrevió a espontanearse sobre el particular con el coronel Pratásov. Forman estas muchachas un delicioso harén para los oficiales de la guarnición. El hijo del gobernador nos señaló a diez o doce de ellas que han sido ya suyas. El padre, que es ya muy viejo nos mostró una de las más bonitas y nos dijo que sospechaba que era su nieta. No sé si el hijo pensará también calzarse a su querida sobrina presunta [...] Hoy hemos estado a comer con el príncipe Miguel Gortchakov [...] Las damas miran de una manera que derrite. Yo estuve muy fino con dos o tres y ellas muy amables conmigo. Estas son las delicias de Capua y no sé cómo hemos de atrevernos a salir de aquí para emprender un viaje incomodísimo y hasta peligroso. Los grandes ríos aún no están bien helados, y algunos han caído y se han ahogado últimamente en ellos. Creo que también hay ladrones por los caminos. Sin embargo, pasado mañana haremos la hombrada de salir para Petersburgo. Ahora empiezan los verdaderos trabajos» (Varsovia, 30 de noviembre de 1856).

  Ilustraciones: Mijayl Dmítiévich Gortchakov; vistas de Varsovia

  Continuará con otra píldora valeriana: Última etapa del viaje: Ostrolenka, Mariyampole, Kaunas, Dinabourg, Ostrov, Gátchina, San Petersburgo


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39093. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  46ª Píldora.- Última etapa del viaje: Ostrolenka, Mariyampole, Kaunas, Dinabourg, Ostrov, Gátchina, San Petersburgo

  Las últimas jornadas del itinerario, a través de la solitaria estepa cubierta por las nieves del invierno, resultaron fatigosas y peligrosas:

  «Durante nuestra fatigosa peregrinación no hemos dormido una sola vez en cama, sino siempre vestidos, ya en las habitaciones imperiales (que no lo parecían) de alguna casa de postas, ya en los coches. Sólo nos hemos detenido breves horas en tres o cuatro puntos. Todo se nos volvía caminar y más caminar, sin que se le viese el fin al camino, y sin que el camino ofreciese distracción alguna. Ora veíamos en torno nuestro una llanura sin árboles, que se extendía indefinidamente, confundiéndose a lo lejos con el aire, y que cubierta de nieve parecía un mar de plata; ora interminables bosques de pinos. Claro y sereno el cielo durante cinco horas de verdadero día, en que el sol doraba la nieve con sus pálidas rayos. Por la noche, esto es, en las diecinueve horas restantes, una luz tibia, o por mejor decir, una luz incierta y blanquecina, que no tenía mucho de luz, porque lo que es de tibio nada tenía tampoco, una luz que no se parece ni a la del sol ni a la de la luna, y que deja entrever los objetos de una manera fantástica, me hacía imaginar que estaba en el seno de la noche cimeriana.

  [Homero describió al país de Cimeria como la región de la noche eterna: “Entonces arribamos a los confines del Océano, de profunda corriente. Allí están el pueblo y la ciudad de los Cimerios entre nieblas y nubes, sin que jamás el sol resplandeciente los ilumine con sus rayos, ni cuando sube al cielo estrellado, ni cuando vuelve del cielo a la tierra, pues una noche perniciosa se extiende sobre los míseros mortales” (Odisea, XI, 13)] A todo esto añada usted hondo silencio y soledad, que más bien y más a menudo interrumpían los grajos que los hombres. Puede que haya alguna exageración en el tiempo que hago yo durar las noches de por aquí; pero es lo cierto que duran mucho, y como yo no soy muy dado a los cómputos, he calculado a ojo de buen cubero, por lo cual no salgo garante.

  El país que hemos atravesado, por donde hemos pasado, quiero decir, es pobre y casi desierto. En la primera noche de viaje pasamos por Ostrolenka [situada al noroeste de Varsovia], donde acudieron algunos alemanes industriosos a vendernos boquillas para fumar y otros juguetes, hechos del ámbar que allí se cría. Seguimos caminando y nos detuvimos en Mariempol [denominación rusa de la ciudad lituana de Kapsuka] la segunda noche. Al otro día, y cuando el sol estaba en toda la fuerza que aquí puede tener, llegamos a la orilla del Niemen, que debíamos pasar sobre el hielo, porque allí no hay puente de barcas como en el Vístula. El caudaloso río estaba, en efecto, helado. Mil ligeros trineos se deslizaban rápidamente (como leves sombras diría Madrazo) sobre la superficie compacta. La ciudad de Kovno [ciudad lituana de Kaunas], con sus blancas casas, altas torres, sólidas fortificaciones y elegante iglesia griega, se parecía en la otra orilla. Herida por los rayos del sol, chispeaba como diamantes la nieve de las cúpulas y los tejados. Después del reposo del desierto, el escaso ruido y animación de aquella ciudad alegraban el alma, como si la naturaleza reviviera. Con esto se nos entró por los ojos y los oídos, y tomó de nuevo asiento en el corazón el amor a la vida, que se nos había escapado volando en los días anteriores; así es que no quisimos morir ahogados, dado que el hielo se rompiese oprimido con la pesadumbre de nuestros grandes carruajes, y por no tener otra mayor, descendimos de ellos y echamos a andar sobre el río. El Duque, que ha hecho toda la expedición de uniforme, entendiendo él que el ir así era indispensable requisito, y haciéndome recordar a mí aquello que dice el romance del Cid Ruy Díaz, cuando fue con los trescientos fijosdalgos a besar la mano al buen rey, que todos iban con sendas varicas, Rodrigo lanza en la mano, todos vestidos de seda y Rodrigo bien armado.

  [Cita de memoria el ‘Romance del Cid Ruy Díaz’: “Rodrigo lanza en la mano, todos guantes olorosos”] El Duque, digo, bajó conmigo del coche y descolgando la cajita en que iban las cartas reales siempre a la vista para que no se extraviaran, la tomó en la mano, o se abrazó a ella, como César a los ‘Comentarios’ [Los ‘Comentarios a la guerra de las Galias’ escritos por César mientras conquistaba la Galia, y que llevaba consigo al cruzar el río Rubicón a la vez que exclamaba el célebre ‘Alea iacta est’] y se aventuró a pasar el río, agarrándose a mí y uniendo mi suerte a la suya. Pero no bien habíamos andado algunos pasos, cuando se nos puso delante un ligerísimo trineo, que enviaban de la casa de postas para que pasásemos en él. Conferenciando ambos si debíamos o no aceptar la oferta, asemejábamos a Alejandro y a Napoleón cuando, sobre el mismo río y en época no muy remota, se avistaron y prepararon aquella famosa alianza que después se concertó́ en Tilsit definitivamente.

  [En julio de 1807 llegó Napoleón a un acuerdo en Tilsit con el zar Alejandro I para repartirse sus zonas de influencia en Europa] Por último, subimos en el trineo. No hay para qué se refiera cómo pasamos sanos y salvos, y también los coches; ni hay que decir, tampoco, que las cartas volvieron a colocarse donde estaban siempre a la vista, y que, gracias a los incesantes cuidados del Duque, han llegado sin detrimentos a San Petersburgo. Yo he visto al Duque mirar y remirar largo rato la cajita que las contenía, con la misma fusión con que los solitarios del monte Athos se miraban el ombligo para ver la luz de Tabor.

  [Los monjes del Monte Athos aspiraban a la visión de la “luz del Tabor”, monte donde tuvo lugar la Transfiguración del Señor, según la tradición cristiana primitiva] Hasta Kovno fueron los coches rodando; en Kovno se pusieron sobre patines. Esta operación nos detuvo allí cuatro o cinco horas, durante las cuales comimos, y no muy mal, siempre en las habitaciones imperiales, y recibimos la visita del general gobernador, tremendo jayán, aunque tan fino, o quizás más fino y mejor criado que Morgante [el gigante y escudero de Rolando, calificado en el Quijote de “afable y bien criado”] que vino a ver al Duque con todas sus bandas, placas, veneras y demás perejiles, y con tan rico uniforme, que resplandecía como un ascua de oro. El general gobernador acababa probablemente de leer el ‘Times’ y estaba afectadísimo de que este periódico llame bárbaros a los rusos. El Duque le dijo que no se afligiera por eso, que ya sabíamos nosotros que era mentira, y el general gobernador se consoló algo, aunque mayor consuelo hubiera sido para él pillar allí a alguno de los periodistas y molerle el alma a coces.

  No puede usted figurarse las que se han repartido para facilitar nuestro viaje. Aquel correo imperial tan gigantesco, que le dije a usted que salió a recibirnos a Granitsa, y que nos ha acompañado hasta aquí, era el encargado de repartirlas, y lo hacía con una destreza y naturalidad maravillosas. Las zurras que ha dado en estos días, ni Mangiamele las cuenta [Vito Mangiamele fue el pastor siciliano que en 1837 deslumbró a los más grandes matemáticos de París por sus especiales dotes para el cálculo matemático] Porque es de advertir que los coches se atascaban a cada paso en la nieve y para sacarlos de allí eran menester palancas y hombres que los levantasen a pulso, y horas de afán. Por fortuna, dos o tres regimientos que se dirigían a Varsovia, y cuyos soldados iban a la desbandada para pernoctar más fácil y cómodamente en las mezquinas aldehuelas, nos han servido de mucho en estos trances. El correo tiene el grado de capitán y, por consiguiente, cierta jurisdicción sobre los soldados; jurisdicción que ejercía sacudiéndoles el polvo, aunque no lo hubiese en el camino. Los soldados, a su vez, sacudían a los postillones y a los paisanos que, por dicha nuestra y no de ellos, se descarriaban por allá. Gracias a estar aquí el principio de autoridad tan bien establecido y en virtud de esta armonía jerárquica, salíamos del atolladero, donde, de otro modo, nos hubiéramos quedado hasta lo presente o hasta Dios sabe cuándo.

  El capitán traía siempre consigo una chispa de primera magnitud, que le iluminaba por dentro, porque se ha de confesar, en honor suyo y de la chispa, que mientras mayor era esta, mejor dirigía él la maniobra y más certera y eficazmente aplicaba aquellos incentivos de actividad. De esta suerte llegamos a Kovno, como ya queda dicho.

  En Kovno, y mientras empatizaban los coches, Quiñones, que es coronel de Estado Mayor, quiso dirigir científicamente nuestro viaje, juzgando que no iba bien hasta entonces, y, sacando mapas y poniéndose a considerarlos, como pintan a Napoleón la víspera de Austerlitz [en que venció Napoleón en 1805 al ejército ruso-prusiano] calculó por la dirección de las aguas las desigualdades y desnivel del terreno, midió distancias, trazó figuras, tiró líneas y, valiéndose de ambas trigonometrías y hasta de las secciones cónicas, aunque de esto no estoy muy cierto, formó un profundo plan de viaje. Por espacio de dos días se siguió fiel y puntualmente este plan y en estos dos días ni comimos, ni dormimos, ni sosegamos, andando apenas lo que en uno solo bajo la dirección del capitán. ... 'ignaro, d’ogni virtú che da saper deriva' [De ‘Amore e morte’ de Giacomo Leopardi: “L’uom della villa, ignaro. D’ogni virtù che da saper deriva”] Si yo no fuese filósofo, atribuiría este fenómeno a alguna causa vulgar que no redundase muy en favor del coronel; pero, siéndolo, como lo soy, me lo explico todo satisfactoriamente. La naturaleza rusa no está́ aún bastante civilizada para servir las leyes matemáticas, las cuales no son otra cosa que la forma de nuestro entendimiento, que imponemos, libre y espontáneamente a la materia, creándola a nuestra imagen. Acaso aquí no se haya hecho aún esta imposición y la naturaleza esté en un estado caótico, anterior a la abstracción, que es el verbo que la ordena y crea el Universo. No sé si me explico. Pero ello es que, aunque malamente y enredados en esta lucha tetánica entre la ciencia y la naturaleza aún no abstraída y vuelta a objetivar, aportamos a Dinabourg, después de haber cruzado el Duina, del mismo modo que el Niemen, aunque con menos recelos. Allí, por fortuna, abdicó el mando el coronel, y el Duque, que el día antes le había reñido al correo porque se emborrachaba y daba demasiados mojicones, le levantó el entredicho y le dio plenos poderes para beber y aporrear cuanto quisiera. El Duque, a pesar de su amor a la sobriedad y de su tierna filantropía, conoció́, al cabo, que sin el vino y el aguardiente no estaba inspirado el capitán, y que sin las zurras se adelantaba menos que con la ciencia del coronel.

  Tomamos, también en Dinabourg, dos o tres trineos de robustos ciudadanos que nos sacasen en volandas de los malos pasos, al compás de la solfa que el capitán armase en sus costillas. Estos ciudadanos se renovaban como los caballos, aunque no con tanta frecuencia. Apercibidos y pertrechados de todas estas cosas, continuamos nuestra ruta, dejamos a Ostrov y a Luga a nuestras espaldas, y a las siete de la noche logramos vernos ayer en la ciudad de Gátchina, residencia imperial, donde hay un magnífico palacio y se ve un obelisco colosal levantado a la memoria de Souvarov.

  [Suvórov (1729-1800) dirigió con éxito las tropas rusas y austriacas durante las campanas de Italia contra Napoleón] Desde Gátchina a Petersburgo hay ferrocarril y tratamos de quedarnos allí a descansar aquella noche, y salir para Petersburgo en el primer tren de la mañana siguiente. Pero se desistió́, al cabo, de este cobarde proyecto y, cobrando ánimo, echamos el pecho al agua, o dígase al frío y, con cuatro o cinco horas más de fatiga, vinimos a descansar a una fonda elegantísima, en el centro mismo de esta destartalada Babilonia, ‘Barbara pyramidum sileat miracula Menphys’ [“Menfis calle sobre los bárbaros prodigios de las pirámides” de Marcial en ‘Liber de spectaculis’] Aquí nos dieron de cenar y nos han dado hoy de almorzar como a archiduques, aquí tenemos habitaciones, si no imperiales, mejores que las del camino y, en una palabra, estamos mejor que queremos. Hasta el ayuda de cámara que perdió́ la bolsa, le perdona casi al duque el que le llamase canalla. Calcule usted si aquí se estará bien [...] He ido a ver al príncipe de Gortchakov, ministro de Negocios Extranjeros.

  [Alejandro II encomendó la política exterior de Rusia al príncipe Alejandro Ivanovich Gortschakov desde 1856 hasta que murió en 1883] S. A. ha estado amabilísimo conmigo y he salido de su casa encantado de él. Es curioso contraste el que forma este sujeto tan inteligente, distinguido e ilustrado, con el capitán de marras y sus víctimas. Pero esto mismo me da aún más alta idea del poder de este Imperio. ¿Qué fuerza no puede mandar esta poderosa aristocracia refinadamente culta, capaz e inteligente, teniendo a su disposición esta masa ruda y enérgica, que manda a puntapiés y a pescozones? Si el correo nos sacaba los coches del atolladero, ¿qué no podrán mover estos hombres el día que quieran? La defensa de Sebastopol, aunque gloriosa y sostenida contra las más grandes naciones del mundo, coligadas, es inferior, en mi concepto, al que tengo formado del poder de esta gente41.

  En fin, yo pedí al Príncipe audiencia para el Duque y el Príncipe me la dio para mañana a la una. Al salir de casa del Príncipe, y al ir a entrar en mi coche, solía del suyo y entraba a ver al Príncipe una mujer tan elegante, tan alta, tan bella, y de ojos tan negros y fogosos, y labios tan encendidos y entreabiertos, aunque firmes y gruesos, respirando orgullo, energía y lujuria a la vez, que me quedé atortolado mirándola, me puse colorado y contento creyendo que ella me había mirado y, con el sobresalto y el gusto, me medio rompí́ una espinilla contra el estribo del coche, resbalé en el hielo y afortunadamente no caí, ‘come corpo morto cadde’, acabando la aventura de un modo ridículo.

  [‘Corpo morto cadde’: “Cae como cuerpo muerto”; final de la tercera canción del Infierno de ‘La divina comedia’ de Dante] Esto es inmenso, inmenso, y por lo poco que he visto, me gusta más que París» (San Petersburgo, 10 de diciembre 1856).

  Ilustraciones: Ostrolenka; Kovno [Kaunas]; Palacio Imperial de Gátchina; San Petersburgo

  Continuará con otra píldora valeriana: Presentación de credenciales al Zar

-Pedro Cubero Por las numerosas citas de sus cartas D. Juan demuestra tener una gran cultura y memoria prodigiosa.

- Pedro Cubero Pepe Garrido Ortega muchas gracias por las aclaraciones a las citas de Valera. Sin esas explicaciones nos perderíamos una parte importante de sus relatos.

- Paca Garrido Ortega Narra los viajes con tanto detalle que cuando terminé de leerlo ,ayer,tenía frío.

- Pepe Garrido Ortega Paca Garrido Ortega frio? esta siesta le doy un repaso a esa pildora pa dormir fresquito

- Piedad Baca Romero En tan poco espacio de texto muchas notas. Te las has currado Pepe.

- Pepe Garrido Ortega Piedad Baca Romero me lo curré sí. Las notas las tomo de mi libro, y no todas allí hay más


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39094. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  47ª Píldora.- Presentación de credenciales al Zar.

  Antes de adentrarnos en las fantásticas descripciones que nos dejó Juan Valera sobre su estancia en San Petersburgo quedémonos con las aclaraciones de Ángel Luis Encinas Moral, buen conocedor del mundo eslavo, sobre la Rusia encontrada por Valera a su llegada a San Petersburgo:

  «La Rusia a la que llega Valera ha salido hace un año de la Guerra de Crimea. Este conflicto, no solamente se ha llevado por delante a Nicolás I y al conde de Nesselrode, su ministro de Asuntos Exteriores, sino que la propia autocracia rusa y su política exterior han recibido un terrible golpe. Rusia ha sido expulsada de todos los puestos de mando estratégicos que ocupaba en Europa y en Oriente Medio. Sin embargo, la derrota de la monarquía absoluta rusa por las tropas de Inglaterra, Francia y Turquía no supone inmediatamente la instauración de un régimen democrático en Rusia. Las potencias europeas no quieren derrocar al zarismo. Se contentan pura y simplemente con debilitarlo. El nuevo zar, Alejandro II, es consciente de que le ha llegado su fin histórico al orden medieval de la servidumbre [...] No obstante, él piensa mantener férreamente el poder como lo ha hecho su padre y no se plantea delegarlo en nadie». De la presentación de credenciales de la embajada extraordinaria enviada por el Gobierno de Isabel II ante el Zar Alejandro II nos quedó el despacho oficial remitido por Valera a su jefe Cueto, desprovisto, por tanto, de las familiaridades de las cartas, pero no exento de interés. Dice así dicho despacho: «La presentación oficial del señor duque de Osuna a S. M. el Emperador tuvo lugar ayer a las cuatro de la tarde en el Palacio Imperial de Tsárkoe Seló. A las doce y cuarto de la tarde se encaminó el Duque desde su casa habitación a la estación de ferrocarril que conduce a dicha residencia imperial, situada a corta distancia de esta capital. Allí fue recibido por el príncipe Gortchakov, ministro de Negocios Extranjeros, y por el conde de Baude, gran maestro de ceremonias. Con estos señores y algunos otros altos funcionarios de la servidumbre imperial, el Duque y las personas que le acompañan en su honrosa misión emprendieron su viaje, y media hora después llegaron a Tsárkoe Seló, en cuya estación del camino de hierro hallaron otros funcionarios de la Casa Imperial y los carruajes del Emperador que habían de conducirles a Palacio.

  En un coche de ceremonia, tirado por seis caballos, con caballerizo, correo y palafreneros, entró el Duque solo; y en el segundo coche lo verificaron los señores don Juan Valera, secretario de la Misión Extraordinaria, y el coronel Quiñones de León, que acompaña al Duque en clase de ayudante de campo. En el tránsito hasta el Palacio Imperial, la misión fue acogida por el pueblo con las mayores muestras de respeto, y las guardias ante las cuales pasaba tomaron las armas, y en formación correcta las presentaron a su paso, rindiendo a la misión los honores militares. Llegado el Duque al Palacio Imperial, fue recibido por los mismos señores de la servidumbre imperial y por el ministro de Negocios Extranjeros y otros altos funcionarios, los cuales le acompañaron a la habitación que para él estaba destinada.

  A las cuatro de la tarde fue a buscarle a su habitación el gran maestro de ceremonias acompañado de otros funcionarios, los cuales le condujeron a las habitaciones de S. M. el Emperador. Después de cortos instantes de espera en la cámara imperial, adonde le esperaban el general conde de Adlerberg, ministro de la Casa de S. M. I. [Alejandro Adleberg era amigo, confidente y ayudante del Zar, con quien se había criado en palacio] y otros dignatarios, fue recibido por el Emperador en presencia del ministro de Negocios Extranjeros; y después de haber pronunciado un discurso, tuvo la honra de poner en las augustas manos de S. M. I. las tres cartas reales de que era portador. El Emperador se dignó contestar manifestando afectuosa amistad para S. M. la Reina, sincera simpatía para la nación española y franca satisfacción en ver restablecidas tan felizmente las relaciones de ambos Estados.

  Terminada la audiencia oficial S. M. I. se dignó conceder al Duque la honra de presentarle a los dos señores que le acompañaban, y al retirarse S. M. I., tuvo la bondad de convidarles a comer para las cinco, y para asistir por la noche a las ocho y media a la representación dramática que debía verificarse en el teatro de Palacio.

  Después fue el Duque presentado a S. M. la Emperatriz con las mismas formalidades y ceremonias, con la sola diferencia de haber asistido a la audiencia de S. M. la Emperatriz, en vez del ministro de Negocios Extranjeros, la señora princesa Saltykov, camarera mayor de S. M. I. La emperatriz le recibió́ con igual bondad, y se dignó expresarle el más vivo interés por S. M. la Reina y por la real familia española. Ambas majestades imperiales repitieron al Duque diferentes veces cuánto sentían que la recepción no hubiera podido verificarse en la capital, y que sólo el deseo que tenía de recibir sin tardanza las cartas de S. M. la reina de España había decidido al Emperador a que la recepción se efectuase en dicha imperial residencia.

  Antes de la comida tuvieron también la honra de ser presentados el Duque y los señores que le acompañan a Sus Altezas Imperiales los grandes duques de Constantino y Nicolás, hermanos de S. M. el Emperador, y a S. A. Serenísima el gran duque Jorge de Mecklenburgo-Strelitz, primo de S. M. I. En la mesa, a la que asistían, además del señor ministro de Negocios Extranjeros y de los altos funcionarios ya referidos, el señor ministro de la Guerra, el presidente del Consejo del Imperio, príncipe de Orlov [Alejo Fedorowitch Orlov, militar elevado al rango de príncipe por sus grandes servicios al Imperio], el gran canciller, conde de Nesselrode [Carlos Roberto Nesselrode, consejero del Imperio, había sido el artífice de la política exterior de Alejandro I pero no supo evitar la guerra de Crimea], el gran mariscal de palacio, conde de Schuwolf, y otros funcionarios, tanto militares, como civiles, y de la servidumbre imperial, tuvo el duque de Osuna la honra de ser colocado al lado derecho de S. A. I. el gran duque Constantino, que se hallaba cerca de S. M. el Emperador. Al lado izquierdo de S. M. I., se hallaba el gran duque Nicolás y el gran duque de Mecklenburgo- Strelitz, colocándose los demás altos funcionarios ya nombrados según el orden de su jerarquía, y hallándose a la derecha del duque de Osuna el gran canciller, conde de Nesselrode. Por la noche, a las ocho y media, asistió el duque de Osuna, con los señores Valera y Quiñones, a la representación en el teatro de palacio, en donde, y como en la comida, recibió especiales obsequios y atenciones de parte de SS. MM. y AA. II. Después de la representación dramática, SS. MM. II. se dignaron honrar nuevamente a la misión española convidándola a cenar. El Duque alcanzó el alto honor de ser colocado en la mesa al lado derecho de S. M. la Emperatriz. Terminada la cena, SS. MM. II. se dignaron despedirse del Duque, y S. M. el Emperador, dándole la mano, le dirigió́ de nuevo las frases más lisonjeras y afectuosas para S. M. la Reina, y le dijo que había dado orden para que pudiese visitar cuando quisiese todos los establecimientos públicos, civiles y militares, museos y palacios imperiales; que deseaba fuese el Duque obsequiado y atendido por todos durante su permanencia en Rusia, y que había destinado a un coronel de la Guardia Imperial y a un maestro de ceremonias para que estuviesen a sus órdenes y le acompañasen a todas partes.

  Después de esta última conversación con S. M. el Emperador, fue el Duque acompañando con el mismo ceremonial a la habitación que le había sido preparada» (San Petersburgo, 15 de diciembre de 1856).

  En contraste con el despacho oficial, conocemos, por una carta de Valera a su madre, otros detalles informales sobre la presentación al Zar, en la que libre su pluma de las lógicas ataduras de un despacho se vuelve ácida y se explaya en mofas al duque de Osuna:

  «Anteayer estuvimos en el palacio de Tzárkoe Seló, y fuimos presentados al Emperador. El Duque pronunció medio discurso como un hombre. Al otro medio se le trabó la lengua y no pudo ir adelante. El Emperador contestó muy amistosa y lisonjeramente. Después de esta operación nos presentó́ a nosotros al Emperador. Comimos con él y con los Grandes del Imperio. Luego nos retiramos a nuestras habitaciones, porque, como el palacio está a cuatro o cinco leguas de Petersburgo, teníamos en él habitaciones.

  A las siete y media de la noche fuimos presentados a la Emperatriz. A las ocho asistimos a una función dramática que se dio en una gran sala de Palacio preparada como teatro. La Magdalena Brohan era la principal actriz.

  [De la Brohan hablaremos largo y tendido en próximas píldoras y ya podéis imaginaros cómo se las entendió con nuestro don Juan, nunca mejor dicho].

  Por último, tuvimos una gran cena. Había mucha gente. Esclavos negros, con turbantes y muchos oros y colorines; y unos ciudadanos con unas mitras singularísimas, de las cuales salen penachos de plumas de avestruz, que caen formando ramos como los de las palmeras, nos sirvieron de comer y de beber.

  El palacio es inmenso y rico, pero de un mal gusto y de una extravagancia churriguerescos. Para llegar desde nuestro cuarto al salón en que nos recibió el Emperador tuvimos que andar, siempre en línea recta, 457 pasos, que mi compañero Quiñones, que es matemático, tuvo la paciencia de contarlos, y atravesamos veintiocho salones a cual más lujoso. Los esclavos negros nos abrían las puertas de par en par cuando nos acercábamos. Dos de mitras y plumas nos procedían. El gran maestro de ceremonias marchaba al lado del Duque. Al mío un acólito del maestro de ceremonias. El duque iba resplandeciente como un sol, todo él lleno de relumbrones, collares y bandas [...] Después de tantos agasajos y honores, nos volvimos a nuestros cuartos, nos quitamos las galas y regresamos a Petersburgo en un tren especial del ferrocarril que hay desde aquí́ a aquel sitio. Eran las tres de la mañana» (San Petersburgo, 16 de diciembre de 1856).

  Ilustraciones: Zar Alejandro II; Zarina María Alexandrovna de Hesse-Darstadt; Palacio Imperial de Tsárkoe Selón; príncipe Aleksander Mijáilovich Gorchakov; conde Vladimir Adlerberg; portada del libro de Ángel Luis Encinas Moral

  Continuará con otra píldora valeriana: San Petersburgo, la ciudad y las visitas del duque a sus cuarteles y palacios


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39096. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  48ª Píldora.- San Petersburgo, la ciudad y las visitas del Duque a sus cuarteles y palacios

  En bellísimos tonos poéticos nos ofrece Valera una primera estampa de la hermosa ciudad ubicada en el delta del Neva:

  «San Petersburgo está rodeado de alamedas dilatadísimas y de primorosos jardines, pero donde más se ha esmerado el arte para convertir en un paraíso los desiertos en que hace un siglo sólo vivían los osos y los lobos, ha sido en el delta que forma el río y que, cruzado por varios canales, se divide en islas. La gloriosa emperatriz Catalina II fue la maga que encantó estos lugares, antes espantosos, y les dio la pompa vernal y la animación y hermosura que ahora tienen. La Emperatriz levantó un hermoso palacio en aquel desierto inhospitable y al punto la imitaron todos sus favoritos y grandes señores de la corte. Hoy se ven allí, por dondequiera, multitud de casas de campo, un teatro elegante, ostentosos jardines y ricos y grandes invernáculos, donde se cultivan las más bellas y peregrinas flores. Dentro de tres meses, cuando vuelva la primavera, y traiga la vida consigo, cuando los hielos que cubren el río se separen y bajen con estruendo a perderse en el mar, cuando el olmo, el tilo y el abedul se vistan de nueva verdura, y el pino y el roble sacudan de sus copas la corona de nieve, serán un edén aquellos sitios. En estos países del Norte se comprende mejor que en el nuestro todo lo que tiene de grande, de poético y de religioso la vuelta de la primavera: el beso de la princesa extranjera al príncipe dormido; el beso que dan todos los rusos en las mejillas cuando Cristo resucita; el renovado amor a la vida con que el doctor Fausto arroja la copa de veneno, cuando oye el canto de los ángeles que celebran la resurrección» (San Petersburgo, 2 de febrero de 1857).

  Las primeras semanas de su estancia en San Petersburgo las ocupó en acompañar al Duque en sus visitas de interés, preferentemente cuarteles, instituciones científicas y al Palacio de Invierno, aunque Valera hubiese preferido perderse por museos y bibliotecas. A la vez, como miembro de la delegación española tuvo sus primeros contactos con la alta aristocracia, durante las cenas y fiestas a las que eran invitados:

  «Aún no hemos visitado el Museo de Pinturas [el Museo del Hermitage se había abierto al público como pinacoteca en 1852], ni la Biblioteca, [más tarde visitó repetidamente la Biblioteca Imperial fundada por Catalina la Grande, y cuyo primer director fue el enciclopedista francés Denis Diderot. Fruto de esas visitas escribió un extenso artículo para la revista ‘Crónica de ambos mundos’ (1860)] pero, en cambio, hemos estado en las Academias de Ingenieros, de Minas y del Estado Mayor. Yo sospecho que el Duque entiende tanto como yo, que es nada, de cuanto allí hemos visto, pero va a verlo de uniforme y lo mira todo con tal formalidad y cachaza, que cualquiera diría que lo entiende. Así es que nuestras visitas científico-militares producen su efecto. Lo único que, por desgracia, debe dar que recelar a esta gente son las preguntas del coronel Quiñones, que a menudo se mete en honduras y en laberintos de difícil salida. Verdad es que el coronel habla poco francés, y la oscuridad del lenguaje encubre y disimula mucho. Lo que es el Duque y yo nos callamos y oímos con gran atención a los cicerones [...] Aquí se nota en todo un amor propio nacional exageradísimo, una presunción inmensa, aunque en muchas cosas fundada, y una vanidad personal y una exageración y una ‘blague’ [broma, chiste, coña], como nunca la hubo en Francia, ni en España, ni en todo lo descubierto en la Tierra. No hay majadero que no trate de hacer creer a usted que es un Salomón, ni don Pereciendo [sujeto que ostenta grandeza y caudales siendo un pobre miserable (RAE)] que no asegure que gasta al año 20 ó 25.000 rublos, por lo menos, ni teniente que no le cuente a usted sus hazañas y, por docenas, los enemigos que ha muerto en la guerra.

  Hemos visto el Palacio de Invierno, que es magnífico. Mucho jaspe, mucho dorado y mucha malaquita. Los retratos de los emperadores están en unos como altares. El cuarto donde murió el emperador Nicolás se enseña ahora con más respeto que en Jerusalén se podrá enseñar el Santo Sepulcro. Hay cuadros muy hermosos de artistas extranjeros. Los cuadros rusos me recuerdan el del ‘Hambre’ de Aparicio [de José Aparicio Anglada].

  La misma entonación, el mismo buen justo, la propia dulzura y armonía en los colores y gracia en la composición. En las habitaciones de la emperatriz madre hay dos lindísimas estatuas de Canova: La hilandera y la Hebe

  En el tesoro de Palacio hay ricas joyas, descollando entre todas la corona del Zar, y el cetro, en que está el tercer brillante que hay en el mundo por la perfección y la grandeza [el diamante Orlov que el conde Alexei Grigórievich adquirió́ en 1794 para Catalina la Grande]

  Lo que llama mucho la atención son las diferentes vajillas de la coronación de cada emperador. Cada ciudad del Imperio tiene la costumbre de presentar al Zar, en señal de rendimiento, pan y sal; y estos dos objetos se presentan siempre en un plato inmenso, de oro o de plata, con esmaltes y joyas, y donde la materia es casi siempre ‘vinta dal lavoro’, cuando no por el primoroso artificio, por la prolijidad minuciosa. Estos platos y saleros forman ya una riqueza inaudita.

  Hemos estado a comer en casa de Gortchakov, donde asistió todo el Cuerpo diplomático, menos el embajador de Francia. No hubo damas. Al día siguiente comimos en casa de Nesselrode, y cuando a los rusos les da por ser feos, nadie les gana, por manera que la mesa parecía un cuadro de las tentaciones de San Antonio [Abad de El Bosco en el Museo del Prado]

  El demonio y su hijo precioso no tienen que ver con Nesselrode y su hijo. Los demás convidados no discrepaban mucho de tan distinguida fealdad. Una de las damas tenía un buche en el pescuezo, tan negro y arrugado que parecía un testículo de negro con hidroceles [...] Por lo demás, conviene añadir, en honor de la verdad, que los rusos son muy exagerados en todo, y que, al lado de una fealdad tan satánica, luce la divina y soberana hermosura de una docena de princesitas que pueden apostarse a hermosas con las más hermosas de que hablaron nunca las historias, así sagradas como profanas [...] Mas, a pesar de esto, las ‘cocottes’ viejas y jubiladas de París vienen aquí y hacen fortuna, tienen palacios, joyas y cocinero y carruajes, y dan bailes y ‘soirées’, a los cuales asisten los Grandes del Imperio, hasta de uniforme, si es menester» (San Petersburgo, 25 de diciembre de 1856).

  Como bien apuntaba Carmen Bravo-Villasante en su biografía sobre Valera sus cartas desde San Petersburgo están plagadas de atinadas observaciones sobre la vanidad y la pompa de la sociedad rusa, prima hermana de la del Duque:

  «Valera observa y comenta, no con asombrados ojos provincianos como alguien ha dicho, sino con la mirada sagaz del hombre verdaderamente exquisito y refinado, a quien toda esta ostentación acaba por parecerle necia. El tono principesco, que comentó favorablemente en un principio, acaba por exasperarle; tiene más de exuberancia y ostentación de nuevo rico. Aunque a los rusos haga efecto la pompa y el despliegue exagerado de riqueza, Valera, a veces, no puede reprimir un gesto de desdén hacia las vanidosas posturas de su jefe. Él, que es todo reserva, comedimiento, reserva, elegancia, inteligencia fina, y que mira la vida bajo el prisma del humorismo, no puede resistir tanto teatro. La comedia que representa Osuna le parece una mala comedia y como espectador y avezado crítico teatral la reseña despiadadamente. El Duque, como actor, es blanco de sus burlas».

  Ilustraciones: vistas de San Petersburgo; Academia Imperial de Ingenieros; Palacio de Invierno o Hermitage; diamante Orlov; Catalina II con el cetro y el diamante Orlov

  ¿Continuará con otra píldora valeriana?












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39096. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  49ª Píldora.- Después de tantas visitas a cuarteles, Valera se desentendió de las visitas militares, a las que tan aficionado era el duque de Osuna, y se dedicó a otras actividades más prosaicas aunque más placenteras:

  «Hoy tenemos mucho que hacer. Sobre todo la parte militar de esta misión extraordinaria. En premio de haberla echado tanto de militar e ido tanto de uniforme, el Emperador le da al Duque una revista con 15 grados bajo cero. S. E. y su edecán tendrán que ir a caballo y ver desfilar 30.000 hombres a pie firme. ¡Dios quiera que se les tengan firmes las narices durante esta función! Yo, entre tanto, iré de visita y pasaré revista a mademoiselle Formosa, notable amazona, errante ninfa, fugitiva de Mabille o del Château des Flours; donde acaso por otro estilo podré también perder las narices. En esta vida está uno siempre cercado de peligros. He conocido a mademoiselle Formosa en el Gran Teatro, donde tenía palco la noche que la vi por primera vez, aunque un palco cuesta allí 25 rublos. No hay que decir que mademoiselle Formosa gasta coche, y bueno, y vive en un hotel de primera categoría. ¿Si lograré que se encapriche por mí y me ‘haga dichoso’ sin saquearme?» (San Petersburgo, 23 de diciembre de 1856).

  «Entre tanto, llueven sobre nosotros los obsequios y convites [...] Las tertulias empiezan también, y, como creo haber dicho a usted, he asistido a dos clases de tertulias: las de las Aspasias y Laïs’ [renombradas hetairas de la antigua Grecia], donde siempre se termina la función en cancán y semiborrachera; y las de la alta sociedad, que no pueden ser más elegantes y encopetadas. En estas tertulias se cena siempre. Aquí́ no se concibe diversión alguna en que no se manduque algo [...] El arte culinario ha llegado aquí al último extremo de perfección, y no puede usted imaginarse qué combinaciones tan sabias y qué inventiva tan acertada y fecunda forman y tienen los cocineros. Pero yo sé de buena tinta que no son ellos solos los que combinan, inventan y discurren. Siempre que un señor ‘comm’il faut’ da una comida ‘privée’, hace venir a su cocinero a su gabinete y discute con él concienzudamente la mejor manera de agasajar a sus huéspedes, y de saturarles deliciosamente el estómago con los más alambicados extractos de todas las cosas fungibles. De estas discusiones nacen luego estas comidas tan maravillosas. Pero nadie sabe darlas como Nesselrode. Nesselrode es mi hombre» (San Petersburgo, 25 de diciembre de 1856). A los dos meses de estancia en San Petersburgo ha habido tiempo de acercarse al hombre de la calle, aunque no tanto como deseara Valera, por la dificultad del idioma:

  «Otra de las cosas que me mortifican es no saber palabra de la lengua rusa. En la ciudad ‘comm’il faut’ y en las tiendas se habla francés, alemán e inglés; pero los ‘izvozchik’, vulgo cocheros de alquiler, no hablan, como es natural, más que el ruso, y es un negocio dificilísimo el hacerse conducir a cualquier parte. Cuando uno conoce la casa a donde quiere ir, uno mismo puede guiar con estas tres voces: ‘na pravo, na levo y stoi’, “a la derecha; a la izquierda, párate”; mas no conociéndola, no cabe dificultad mayor. O los cocheros no entienden de números o no hay números en las casas. Las calles son tan largas que se pasa un día en recorrer una calle. Cada casa tiene su título particular, como los actos de los dramas románticos, pero a veces no se adelanta nada con saber el título de la casa, porque el cochero le ignora. Entonces es menester, por medio de un intérprete, hombre práctico en Petersburgo, describir la situación topográfica del lugar a donde se va. Aun así́, suele uno encontrarse en Oriente cuando pensaba estar en Occidente, ya porque hay casas del mismo título en todos los puntos cardinales, ya porque la descripción topográfica del intérprete no ha sido exacta. Ni vale el que lleve usted en un papelito y escrita en ruso la mencionada descripción. Los cocheros no saben leerla, ni los porteros tampoco, cuando da usted con un portero, que, o no los hay, o dondequiera están menos en la puerta de la calle, salvo en los palacios de los grandes señores.

  La carencia de letras hace que los rótulos o muestras de las tiendas, sobre todo en los barrios, estén en jeroglíficos, que sólo interpretan los del país, acostumbrados ya a descifrarlos. Todo está pintado al vivo, pero por pintores de Orbaneja.

  [Pintor mencionado en el Quijote: «Tienes razón, Sancho –dijo don Quijote–, porque este pintor es como Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda; que, cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: “Lo que saliere”; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: “Este es gallo”, porque no pensasen que era zorra» (cap. LXXI)] En casa de un comadrón y sacamuelas, por ejemplo, hay este cuadro: una mujer en la cama y un hombre con un instrumento quirúrgico en la diestra ensangrentada y con la siniestra mano presentando con orgullo algo como un chiquillo recién nacido. La escena está circundada de una aureola brillante de dientes y muelas con hipertróficos y retorcidos raigones.

  Por lo demás, el aspecto de San Petersburgo no puede ser más grandioso. No sé dónde viven los pobres, porque no se ven más que palacios, monolitos, cúpulas doradas, torres, estatuas y columnas. Las calles y las plazas son inmensas. Innumerables coches y trineos cruzan en todas direcciones. Bastante gente a pie, pero silenciosa y envuelta en sus prolongadísimos caftanes. El hombre del pueblo lleva el caftán ceñido a la cintura con una faja de un color vivo, botas de pieles o un generó de calzado singular, que creo que se llama ‘lapti’ [Lapti: zapato típico de los campesinos confeccionado en madera de líber o de abedul] y en la cabeza una especie de acerico o almohadilla, tan desaforada a veces, que casi puede servir de almohada. Este es el traje de la gran Rusia, y también le usan los cocheros. Su expresión más sencilla en estos tiempos de frio y entre la gente pobre es una zalea de carnero, amarrada al cuerpo con una soga, y todo ello ahumado y negro como una morcilla. El pellejo va por fuera y la lana por dentro. Hágase usted cargo de lo que habrá́ en aquella lana, ¡qué tesoro para un naturalista! También se ven gentes de otras provincias con trajes diversos y muchos uniformes de todas clases.

  La ciudad está dividida por el caudaloso Neva y por multitud de canales. Todo está helado ahora. Sin embargo, hubo un día en que se temió́ deshielo e inundación, y se tiraron dos o tres cañonazos de aviso. Hoy no hay que temer ninguna desgracia, porque tenemos 18 grados de frío.

  Las tiendas, hermosas y bien surtidas. Cualquier cosa tres o cuatro veces más cara que en Madrid. Para proteger la industria nacional se cobran aquí enormes derechos, y los mercaderes, prevaliéndose de esto, y convencidos también de que, si a los seis o siete años de estar en el tráfico no se hacen ricos, pierden el crédito y pasan por tontos, ahogan la voz de la conciencia y saquean sin piedad, a los extranjeros sobre todo. No hay producto de la industria alemana, inglesa o francesa que usted no halle aquí, aunque por un precio exorbitante. Hay mejores librerías y más libros franceses, ingleses y alemanes que en Madrid. Libro español, ninguno. Rivadeneira, Mellado y otros editores debían enviar por aquí algunos ejemplares de cada una de las obras que salen de sus imprentas, y entenderse para esto con el librero Dufour, que anunciaría los libros españoles en el ‘Boletín Bibliográfico’, que publica cada semana. Nos quejamos de que no se conoce ni se aprecia nuestra literatura y la falta está en nuestra desidia. Acaso los libros que aquí se enviasen estarían uno, dos o tres años sin venderse, pero al cabo tomaría la gente afición y se venderían. Toda la gente rica y que lee sabe aquí italiano, y desde luego, con un par de meses de estudio, aprenderían el español, sin decir lo que me dijo el otro día un español, al servicio de Rusia desde hace treinta y seis años: “¿Para qué quiere usted que mis hijos aprendan el castellano? ¿Sirve el castellano para algo? Los niños saben francés, inglés y alemán”. En cambio, ya he dicho que hay algunos que aprecian y saben algo de nuestra literatura» (San Petersburgo, 6 de enero de 1857).

  También había tiempo para hacer alguna excursión por los alrededores de San Petersburgo:

  «Hemos estado en Kronshtadt y visitado sus fuertes arsenales57; pero ¿qué viaje diabólico no hemos tenido que hacer para ir a Kronshtadt? Sabido es que esta ciudad famosa está fundada sobre un islote que cierra y defiende la desembocadura del Neva. El mar intermedio entre San Petersburgo y Kronshtadt está cubierto de hielo hasta el mes de abril. Nuestro viaje fue, por consiguiente en trineo; y en trineo descubierto, para poder gozar de toda la novedad del espectáculo, a trueque de que se nos helaran las narices. A las tres leguas de camino, esto es, a la mitad, porque el camino tiene seis, nos reposamos y calentamos un poco en una casa de madera levantada en medio del mar y destinada a este objeto. Luego continuamos la expedición y llegamos a Kronshtadt felizmente. La ciudad es muy hermosa y en verano, cuando está animada por el comercio, contiene más de 50.000 mil habitantes, muchos de los cuales se van con la música a otra parte durante el invierno y la población queda muy reducida. Hay allí magníficos almacenes y canales hechos de granito, por donde entran los barcos y, en fin, todas las señales de una gran actividad mercantil y de hallarse uno en el emporio de San Petersburgo y de lo mejor de Rusia. Pero, paralizado y muerto como por arte del diablo, sin que pueda nada resucitar hasta la primavera. Pensaba yo, al ver esto, en aquella ciudad paralizada de ‘Las mil y una noches’, donde todo está inmóvil, hasta que la princesa afortunada rompe el encanto, dando un beso al bello príncipe dormido, y todo comienza a circular y a agitarse de nuevo; las palomas arrullan, las moscas zumban, la gente anda por las calles, el viento sopla, las mujeres hablan y cantan, y hasta el jefe de la cocina de palacio que hacía trescientos años que tenía el pie levantado para darle en el trasero a un pinche, acaba de aplicarle, por último, el por tan largo tiempo dilatado puntapié.

  [La ciudad y puerto de Cronstadt, fundada en 1704, era la base principal de la flota del Báltico. El militar e ingeniero canario Agustín de Betancourt (1758-1824) dirigió las obras de ampliación del puerto] En el puerto mercante de Kronshtadt hay este invierno, aprisionados por el hielo, cerca de cuatrocientos barcos de todos tamaños y de todas naciones. Por medio de ellos nos paseamos en trineo. De la misma manera vimos la escuadra rusa en ambos puertos militares. Sólo navíos de línea habría acaso treinta [...] Ya empezaba a oscurecer cuando salimos de Kronshtadt y la noche nos sorprendió en medio de los mares helados. Los caballos que tiraban del trineo del señor Duque eran mejores que los nuestros y le sacaron adelante. Los nuestros se apandaron y dijeron que no querían tirar más. Quiñones, el coronel Obréskov y yo imaginábamos ya, y hasta teníamos por cierto, que íbamos a pasar allí la anoche. La nieve formaba un torbellino en el aire y cubría el trineo con una capa de dos cuartas de densidad. Quiñones y yo nos bajamos para empujar el trineo y hacerle salir de allí; pero, así que nos vimos metidos en la nieve hasta las rodillas, nos asustamos y nos volvimos a meter en el trineo. Por último, y cuando ya teníamos casi perdida la esperanza y nos íbamos resignando a convertirnos en sorbete, oímos el ruido de un carruaje, llamamos, acudieron, y era una malamente llamada diligencia, que nos tomó consigo, por fortuna. Allí nos encontramos con dos patrones de barco, un inglés y otro holandés, de los que por el hielo están detenidos en Kronshtadt y que iban a San Petersburgo. Pero aún no habían terminado nuestras desgracias, aunque ya estábamos más abrigados y resguardados del aire. La diligencia perdió el camino, porque los palos, que clavados sobre el hielo le indican, no podían verse con la nieve que no cesaba de caer y con la oscuridad de la noche. Así anduvimos a la ventura tres o cuatro verstas, sin poder orientarnos. Todos temían, aunque ninguno lo confesara, que volcásemos o cayésemos en alguna hendidura de las que abre la mar cuando se hincha y levanta bajo la losa cristalina que la cubre. Al venir, con la claridad del día, habíamos visto algunas de estas hendiduras, y ninguno de nosotros estaba dispuesto a hacer el papel de Curcio.

  [Cuando se abrió una abertura en el Foro de Roma y un oráculo dijo que sólo se cerraría con una inmolación, Marco Curcio, héroe romano, se sacrificó saltando con su caballo al interior de la grieta. Esta anécdota la recogió Tito Livio en ‘Ab urbe condita’] Por último, dimos otra vez con los palitroques y con el camino, y, aunque tarde y molidos, llegamos a casa, donde comimos muy bien al lado del jardín artificioso de que ya he hablado a usted, y oyendo el apacible murmullo del alto surtidor que hay en su centro» (San Petersburgo, 31 de enero de 1857).

  Ilustraciones: Nesselrode; cochero en trineo, catedral de Kronshtadt

  Continuará con otra píldora valeriana, seguro, ¡la 50!: Los rusos vistos por un andaluz












Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39097.Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  50ª Píldora.- Los rusos vistos por un andaluz

  Hay que entender que la Rusia que nos describe Valera forzosamente era parcial, pues en sus cartas nos hablaba de la Rusia conocida por él. Esto es, la Rusia palaciega de la alta sociedad aristocracia con quien se trataba, adinerada, culta y francófila, el idioma en que podía desenvolverse bien Valera. También hablaba de teatros, tertulias y lances de amor en que se desahoga en sus ratos libres. Nada nos referirá en sus cartas sobre la miseria, la desprotección social, el hambre, las penalidades, y el oscurantismo y despotismo en el que vivían cotidianamente la mayoría de la población de Rusia. Valera, desconocedor de la lengua rusa, ignoraba pues el inframundo en que se desarrollaba la vida cotidiana de la mayor parte de la sociedad rusa. Él mismo reconocía su incapacidad para profundizar en el alma de los rusos, dado su desconocimiento de la lengua eslava, pero no es menos cierto que Valera nos dejó atinadísimas y sabrosísimas apreciaciones sobre el pueblo ruso. Además, téngase en cuenta que la realidad de Rusia era totalmente desconocida en la España de entonces, pues poquísimos españoles habían viajado por el imperio de los zares, y de los que habían visitado la corte de los zares casi ninguno había escrito algo sobre aquel país. Por todo ello, cobran mayor interés aún las cartas de Valera sobre Rusia. A modo de aperitivo, detengámonos algunas apreciaciones de aquel andaluz sobre la Rusia de mediados del XIX:

  «Esta nación es tan digna de estudio que, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre ella, aún tiene más que ver y que notar de nunca visto ni oído [...] A todo esto, sin embargo, no conocemos más que la alta sociedad de Rusia, que indispensablemente se asemeja a la de otros pueblos e ignoramos lo que este es, a no llevarnos de ligero o guiarnos por lo que dicen los libros. Yo entiendo, con todo, que los habitantes de la Grande Rusia, que componen el núcleo de este Imperio, y son más de cuarenta millones, que hablan todos la mismísima lengua, desde el más rico al más pobre y desde el siervo al señor, son ágiles, robustos y sufridos en los trabajos, y ni muy feos ni muy bonitos, aunque tanto su hermosura como su fealdad nos choca más que la que por ahí́ se usa, porque no está hecha la vista a considerarla, y nos parece más peregrina y maravillosa.

  Creo, además, que esta gente tiene más entendimiento para las cosas prácticas de la vida, que para las altas especulaciones metafísicas; que comprenden mejor lo que ven que lo que oyen, y lo que tocan que lo que ven; que imitan más que inventan; y que son, en el fondo del alma, más sensualistas que espiritualistas.

  Es tal su entusiasmo y su amor por la patria, que hacen de él una religión, de que el Emperador es el ídolo. En cambio, materializan y achican algo la religión, para que quepa dentro de los confines del Imperio. Hay aquí́ un dios ruso, un dios nacional, como entre los antiguos pueblos de Asia. El pueblo practica más la moral que entiende los misterios del cristianismo. El clero predica poco y es menos activo en su caridad que el clero católico. El clérigo que, como aquí, tiene hijos y mujer, según la carne, se cuida menos de sus hijos espirituales. Los monjes rusos que guardan el celibato se nota que son, por lo general, más instruidos y ‘devoués’ [delicados]. Aquí los clérigos se dejan crecer la barba y la cabellera, y tienen muy respetables cataduras. Algunos hay grandes, hermosos y robustos a maravilla. El ropaje ancho y pomposo que llevan encima les da un aspecto más importante aún. No son tan ignorantes como se ha dado en suponer, y cuentan muy doctos teólogos entre ellos [...] La vanidad y presunción de esta gente es inaudita, y entiendo que mira con desprecio a todas las naciones de Europa. Sólo aborrecen de todo corazón la Inglaterra, estimándola en mucho. Se admiran de lo francés, estimándolo acaso menos, pero entendiéndolo mejor y simpatizando con ello. De los turcos hablan aquí peor que Mahoma del tocino. De los persas, de los compatriotas de Hafiz, de Firdusi y de Saadi [poetas persas] dicen aquí, en confianza, que son sucios, ignorantes, malos soldados y otras cosas que callo. De los austriacos, lo menos que dicen es que son ingratos y falsos como Judas. De Italia, que es un país degenerado y hasta sepultado en la barbarie. Pocos saben aquí que en Italia hay sabios, poetas y artistas. De España creen que hay muchos ladrones, una anarquía completa y ninguna esperanza de que un gobierno cualquiera se consolide y dure más de uno o dos años. Esto, o más extrañas cosas aún, son las que creen las gentes vulgares, entre las cuales se pueden colocar no pocas de las más cogotudas y autorizadas por su posición. Claro es que en Rusia hay, como en todas partes, personas muy instruidas que piensan de otro modo, pero el sentimiento instintivo es idéntico» (San Petersburgo, 20 de enero de 1857).

  No debe extrañarnos en exceso la visión de los rusos sobre los españoles, pues venía a coincidir con la imagen forjada por los viajeros romántico que se acercaron a España en la primera mitad del XIX, ingleses y franceses, principalmente, y que tan extendida se hallaba por toda Europa:

  «Seguro estoy de que, por muchos disparates que yo piense y diga de esta gran capital y de Rusia entera, nunca serán tantos como los que aquí se piensan y dicen de nuestra amada patria. No pocas personas, por lo demás sensatas, imaginan aquí que fuman todas las señoras españolas, siendo, por el contrario, las que fuman, las rusas: que nos vestimos de majo; que nos damos de puñaladas a cada momento; que viajamos siempre en litera o en mulo; que detrás de cada mata hay una partida de ladrones, y no sé cuántas diabluras más, que pueden tener algún fundamento de verdad, pero que, por fortuna, no lo son completamente. Todos tienen aquí por cierto que durante el invierno están tan desabrigadas y poco confortables las habitaciones de Madrid, que hasta las señoras más aristocráticas se ven obligadas a colocarse una olla con carbón encendido debajo de las enaguas. Las damas rusas no se atreven a abanicarse delante de nosotros, no sea que nos den una cita, nos digan doscientas mil ternuras o nos hagan concebir esperanzas y poco castos deseos, comprometiéndose sin que ellas se lo percaten [...] Mas por lo que toca a la verdadera lengua que se habla en Castilla, ni aquí se estudia ni se sabe palabra, a pesar de la facilidad maravillosa de los rusos para aprender idiomas. La mayor parte de ellos, y singularmente las damas, imaginan que no hay en castellano libros que leer, fuera del Quijote, que está traducido al ruso» (San Petersburgo, 1 de enero de 1857).

  «A pesar de este menosprecio de todo lo extranjero, tienen los rusos un ardiente deseo de parecer bien a las naciones extrañas, y nada los aflige y pica más que cualquier satirilla, por ligera que sea. Así es que se muestran afables, serviciales, y en extremo políticas y finos, y no hay joya que posean y que no enseñen ni habilidad de que no hagan gala, ni riqueza propia que no ponderen, ni flaqueza que no traten de encubrir. Todo para maravillarnos. Cuando nos dan de comer, parece que dicen: “Quiero que creas y pregones que nunca comiste mejor en tu vida”; cuando nos reciben en sus casas, se diría que exclaman: “Asómbrate, que nunca viste cosa más soberbia en tu vida”, y cuando nos enseñan cualquier establecimiento público, quisieran tenernos siempre con la boca abierta y perpetuamente henchida de interjecciones de asombro. En fin, cada uno de los príncipes de por aquí puede ser comparado a aquel célebre Abul-Casen, cuya vida y costumbres habrá laido usted cuando muchacho, en ‘Los Mil y un días’, [Colección de cuentos recopilados por el orientalista francés Petis de la Croix (1653-1713) durante sus viajes por Turquía, Persia, India y China] y cada individuo de la plebe a un ciudadano de no recuerdo qué tierra, donde se imaginaba que, sólo para iluminarla, salía el sol, y que lo demás del mundo estaban siempre a oscuras. La clase elevada y aristocráticas cree, sin embargo, como ya he dicho, que la luz viene de Francia. San Petersburgo es la ventana por donde entra la luz. La censura, que impide la entrada de libros y periódicos non-sanctos, o mancha de negro sus páginas pecaminosas, es el crisol donde esta luz sólida se purifica de toda materia demasiado combustible. La lengua francesa es el cristal clarísimo y hermoso y diáfano, al través del cual se ve la luz. Es asimismo la línea divisoria entre el caballero y el hombre del vulgo; el medio, sin duda, de que se valen con gusto para que los criados y los siervos no los entiendan, cuando hablan, y para que no tengan con ellos comunión de ideas» (San Petersburgo, 20 de enero de 1857).

  Si la influencia de Francia entre la alta sociedad rusa se palpaba fácilmente, no era menor el peso de los alemanes en las cuestiones prácticas: «Las entendederas de los rusos no están, por lo general, muy abiertas, ni creo que sea menester que lo estén. Aquí todo marcha divinamente, sin necesidad de una ilustración muy difundida. Escuelas debe de haber aún de las que fundó Pedro el Grande, donde nadie va a aprender nada. En cambio, los alemanes aprenden, saben y sirven a este país, ya sean súbditos naturales del Emperador, ya se hayan puesto a su servicio voluntariamente. Generales, sabios, literatos, médicos cirujanos, boticarios y hasta panaderos, porque los rusos se asegura que tienen especial afición a mezclar la arena con la harina, para dar más peso al pan, son, en su mejor y mayor parte, de raza germánica. El ruso castizo aborrece al alemán de todo corazón y quisiera verle ahorcado. Las ninfas movilizadas, o dígase en circulación, son también tudescas. O las rusas son más castas, o no tienen arte ni gracia maldita para ejercer el oficio. No es esto decir que no haya odaliscas rusas, pero han de ser de la ínfima clase, que caballeros como yo no visitan. En fin, este punto no lo tengo aun puesto en claro y siento haberle tocado» (San Petersburgo, 26 de enero de 1857).

  Bien que se lamentaba Valera de no conocer el idioma del país para adentrarse en su prometedora literatura: «No sé qué daría yo por saber el idioma ruso y poder tratar a la gente menuda de por aquí, y enterarme a fondo de sus costumbres, de sus creencias y de sus pensamientos y aspiraciones. Pero cuando llegue yo a aprender el ruso, porque he hecho propósito de aprenderle, ya no estaré en Rusia, ni acaso tendré probabilidad de volver a Rusia en mi vida. Mis nuevos conocimientos filológicos me servirían, sin embargo, para estudiar una literatura que, aunque casi ignorada en toda la Europa occidental, no por eso deja de ser rica y promete ser grande con el tiempo» (San Petersburgo, 5 de febrero de 1857). El desconocimiento del idioma del país hacía que observase con atención a la sociedad de los salones de la aristocracia, de la que nos dejó un magníficos retrato:

  «Estamos en la época más animada del año y cada noche tenemos ahora dos o tres bailes. Los hay públicos, de máscaras, en el Gran Teatro; de suscripción, en el club de comercio y en la asamblea de la nobleza, y por convite, en muchas casas particulares, donde no ceso nunca de admirarme de la magnificencia y elegancia con que viven estos señores. Anteayer fue el último baile de la asamblea de la nobleza y hubo en él más de mil setecientas personas. El Emperador asiste en casi todas estas funciones, habla con las damas y caballeros, mezclándose como un particular cualquiera en medio de los grupos, y baila algunas veces. El alto comercio compite aquí con la alta aristocracia, pero, salvo rarísimas excepciones está separado de ella y forma otra sociedad aparte, no mucho menos brillante que la primera sociedad, aunque no tan superferolítica y exquisita. Estos comerciantes ricos y fastuosos son, por lo común, ingleses y alemanes.

  Las damas se visten aquí con tanto primor y riqueza como en París; pero no llevan la exageración de la moda hasta el extremo que las damas de Francia. Aquí no se ven esos miriñaques monstruosos que por ahí se usan. Tampoco creo que se gasten aquí los relumbrones de similor [falso oro] con que se adornan tanto en España las mujeres, pagando a Francia un enorme tributo por objetos que en realidad no valen nada. La mujer rusa que tiene joyas verdaderas las lleva, y la que no las tiene no las compra de alquimia para engalanarse [...] Cuando las señoras no llevan puestas sus joyas, las tienen colocadas en sus boudoirs, en unos como mostradores o escaparates; usanza que no me hace chispa de gracia, porque es transformar la casa en joyería y manifestar demasiado aprecio por lo que se tiene, y cómico deseo de lucirlo, como niño con zapatos nuevos. Las perlas, los diamantes, las esmeraldas y las turquesas y zafiros son las piedras con que más se adornan aquí las damas. Hasta las señoritas rusas cubren con ellas sus dorados cabellos y candidísimas gargantas, desdeñando la sencillez virginal con que generalmente se visten y aderezan las de otros países.

  Pero más aún que el oro y los diamantes, lucen aquí́ las damas su erudición y su ingenio. Los hombres de España bien se puede afirmar que saben más que los rusos; pero las mujeres de esta tierra, en punto a estudios, les echan la zancadilla a las españolas. ¡Válgame Dios y lo que saben! Señoritas hay aquí que habla seis o siete lenguas, que traduce otras tantas y que diserta, no sólo de novelas y de versos, sino de religión, de metafísica, de higiene, de pedagogía y hasta de litotricia, si se ofrece.

  [Litotricia: operación de pulverizar o desmenuzar, dentro de las vías urinarias, el rincón o la vesícula biliar, las piedras o cálculos que allí haya, a fin de que puedan salir por la uretra o las vías biliares según el caso] A menudo es cierto que lo trabucan y confunden todo, dando ocasión a que algún estantigua ‘laudator temporis acti, castigatorque minorum’, [‘Laudator temporis act, castigatorque minorumi’: “Elogiador de los tiempos pasados y castigador de los menores’ Horacio, en ‘Arte poética’] suelte algún dicharacho de mal tono y diga, con Molière o Moratín, que más valdría que supiesen coser o cuidar de la casa. Mas yo, que soy hombre de buen gusto, y defensor y admirador del bello sexo, me entusiasmo hasta de cualquier disparatillo que se le escape y me quedo atónito del desenfado, la gracia y la facilidad con que los dice» (San Petersburgo, 18 de febrero de 1857).

  Con todo, la dificultad del idioma no le impedía conocer ciertos ambientes no aristocráticos: «He descubierto establecimientos eróticos mejores que los que me eran antes conocidos. Hay uno donde suena el órgano durante el coito, y le celebra uno con toda pompa y majestad al son de la música; y hay así mismo casas de baños con muchachas bonitas que lavan y pulen al que se baña y se entregan con él a la fornicación anfibia. Todo esto dará́ a usted una alta idea de la civilización de este pueblo, que conoce y ejerce todos los métodos de que habla Mirabeau en su ‘Erotika biblion’.

  [La ‘Erótica Bibliom’ de Honoré Gabriel Riquetti (1749-1791), conde de Mirabeau, no se pulicaria en España hasta 1905, con el subtituló de ‘La pornografía en la Biblia y en la antigüedad’] Fuerza es confesar, con todo, que aún faltan aquí muchos perfiles, y que las ninfas rusas aún no ‘parissiarum expolito more penem lambunt’, o si se prestan a este acto es con dificultad y repugnancia o movidas de un exceso de ternura hacia el favorecido y dichoso mortal [...] Yo por lo general me contento de las cosas naturales, y no busco ni deseo las extravagancias y delicadezas que ahora se usan» (San Petersburgo, 26 de febrero de 1857).

  Este último latinazgo de Valera no he logrado traducirlo. No estaría mal que quien supiere y pudiere nos lo tradujera, pue seguro que no tiene desperdicio.

  Ilustraciones: Recepción militar; Catedral de San Basilio y Plaza del Kremlin de Moscú; diversas escenas de gente popular

  Continuará con otra píldora valeriana: Distanciamiento con el duque de Osuna


Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39098. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  51ª Píldora.- Distanciamiento con el duque de Osuna (1ª parte)

  Don Leopoldo Augusto de Cueto, conocedor de las prendas literarias y del ingenio humorístico de Valera, antes de salir de Madrid le había animado a que le diera cuenta por carta de los pormenores del viaje, y desde luego, no quedó defraudado. El entusiasmo de Cueto por las cartas que iba recibiendo hizo que de sus manos pasaran a los demás miembros de la secretaria del ministerio. A la vez se hacían copias de estas que circulaban de mano en mano por cafés, tertulias y salones. Valera pronto tuvo noticia del éxito de sus cartas, pues así se lo hizo llegar su madre: «Tus cartas hacen furor y son muy celebradas, así se lo ha dicho Cueto a tu hermana Sofía, y que el Jefe por ellas tiene formado buen concepto de ti a lo menos, digo yo, de tu estilo epistolar» (Madrid, 6 de diciembre de 1856).

  El interés despertado por las primeras cartas fue tal que algunas se dieron a conocer en los periódicos, especialmente en ‘La España’ y en ‘El Estado’, con lo que la celebridad del autor se extendió por todo Madrid, y hasta en Palacio. «Tus cartas escritas y publicadas han gustado mucho en general –escribe la marquesa de la Paniega– y le han gustado tanto a la Reina que a todos los ministros les hablaba de ti y de las cartas» (Madrid, 13 de febrero de 1857). Sin duda, Valera se complacía al conocer la repercusión pública de sus cartas, si bien, no se le escapaba el que llegaran a malinterpretarse, según le advertía a Cueto: «Mi muy querido amigo: Con gran sorpresa he visto en los periódicos las dos cartas que dirigí a usted desde Berlín y Varsovia; y he sentido rubor y encogimiento al verlas publicadas, porque si algún mérito tienen, no haciéndole del que la bondad, ciega a veces, de los amigos quiera prestarles, es en aquellos pasajes algo resbaladizos y meramente anecdóticos que, por su condición misma, no pueden publicarse y que, segregados del resto de las cartas, las dejan a trechos oscuras y truncan las frases y el sentido. Ya mis cartas de por sí, escritas al galope, y sin presumir yo de atildado y retórico al escribirlas, son tan desaliñadas que el leerlas ha de causar enojo a muchos. Pero siga usted publicándolas si quiere, que yo me enmendaré, cuando no en el estilo, pues por mi carácter es imposible que yo le lime y pula para escribir una carta familiar, al menos en las noticias que vaya dando, las cuales procuraré que en adelante sean de más interés [...] Estas cartas, que sin escrúpulo de conciencia escribía yo antes, creyendo que eran para usted solo, me dan hoy notable recelo y me hacen temer que me tengan por atrevido, si no consideran los que esto lean la insólita humildad con que confieso mi ignorancia. ¿Qué podré decir yo de cosas serias y de sustancia que no hayan dicho y redicho Pallas, Gmelin, Blasius, Goebel, Koch, Humboldt y tantos otros sabios viajeros? Ruego, pues, a cuantos pongan los ojos en estas líneas, que no lo hagan por instruirse, sino para divertirse un rato, si, por dicha mía, les parecieren divertidas» (San Petersburgo, 1 de enero de 1857).

  [Los autores citados por Valera, todos ellos alemanes, eran conocidos por sus respectivas obras: Meter Simon Pallas (1741-1811), naturalista autor de ‘Viaje por diferentes provincias del Estado Ruso’ (1773) y la ‘Flora de Rusia’ (1793); Johann Georg Gmelin (1709-1755), naturalista también, se le conocía por el ‘Viaje por Siberia’ (1751); Blasius (1809-1870), zoólogo, publicó ‘Viaje por la Rusia europea’ (1844); Karl Goebel (1794-1851), químico y farmacéutico; Kart-Heinrich Kock (1809-1879), botánico, autor del Viaje por Rusia al Cáucaso (1842)] Tal como era de esperar, conforme la recepción de las cartas alcanzaba mayor repercusión pública surgieron algunas críticas a las mismas, ‘de los envidiosos’, al decir de Sofía Valera: «Muy fastidiado estarás con los chismes que han escrito al Duque [...] Tus cartas han hecho una revolución; hay estúpidos que dicen que son chabacanas; el tío Galiano te ha defendido y contestado que se conoce no saben ellos siquiera nuestra lengua y por consiguiente el significado de las palabras, etc., etc.; ha hecho mil elogios de ti y dice que eres el hombre que más sabe en España, y que tendrás siempre enemigos, porque eres superior y no te pueden perdonar que tengas más instrucción que ellos. Lo cierto es que tus cartas las copian todos los periódicos, hasta el diario de avisos, así es que procura que no hieran ni a los más susceptibles. Cueto me las envía para que yo las lea originales, y creo inútil decirte que me encantan; al tío Agustín se le cae la baba» (19 de febrero de 1857). Y en esta otra: «El marqués de Molins con quien comí ayer, me hizo mil elogios de ti, y me dijo que tus cartas le habían gustado mucho y eso que las había leído con prevención porque algunos tontos envidiosos de la Secretaría le habían informado mal de ellas, sin duda porque ninguno era capaz de escribirlas, y porque ninguno de tu carrera tenía tu talento ni tu instrucción» (Madrid, 23 de marzo de 1857).

  Como no podía ser de otra manera Valera no tardaría en reparar, aunque de momento sin darle mayor importancia, que iba perdiendo la consideración del Duque, al ser advertido este desde Madrid sobre el contenido de las cartas:

  «Indudablemente, querido amigo mío –dice a Cueto–, las armas han sido y seguirán siendo siempre más poderosas que las letras. Quiñones me roba el corazón del Duque. El Duque prefiere que le llamen ‘mi general’ y tener por ayudante un coronel, a que le llamen ‘señor duque’ y tener por secretario a todo un oficial de esa Primera Secretaría.

  Mas yo me consolaría fácilmente de ver a mi rival preferido, porque nunca he sido celoso ni amigo de rivalizar con nadie, si pudiese hablar o acercarme siquiera a las princesitas Troubetzkoy, Dolgoroulki, Lincelov, Menschikov, etcétera, que veo, casi todas las noches, en el Teatro Imperial y en mis sueños, y con las cuales no puedo cruzar una sola palabra, porque esta es la hora en que no hemos tenido aún tertulia elegante donde asistir. El conde Stróganov se está muriendo de viejo, y como toda la nobleza está ligada con él por parentesco o por otras consideraciones, nadie recibe, ni nadie se divierte, y nosotros nos divertimos menos que nadie. Hasta las curiosidades que vamos a ver son poco divertidas» (San Petersburgo, 23 de diciembre de 1856).

  [Grigori Alexándrovich Stróganov (1770-1857) había sido ministro plenipotenciario de Rusia en Madrid de 1805 a 1808] Por estos días confesaba a su hermano Pepe que estaba harto del viaje, y que cada día se veía más distanciado del Duque: «El Duque de Osuna es muy pesado, y sabe Dios cuando se irá. Yo estoy deseando largarme pero no sé como hacerlo sin el Duque. Ya he escrito a Madrid pidiendo que se dé mi comisión por concluida. Gran contento me causará el volverme a encontrar en Madrid. Este viaje me parece entonces una larga pesadilla de que acabaré de despertar, y que será más divertida para contarla que no para soportarla» (San Petersburgo, 20 de diciembre de 1856). En el mismo sentido se explayaba con su madre, y apunta otra circunstancia por la que cree se ha enrarecido su relación con el Duque, el que este no haya sido atendido por la bella Sofía:

  «Nuestra permanencia aquí se prolonga, y no sé cuando volveré por ahí. El Duque, aunque no sea más que por no moverse, le veo dispuesto a quedarse aquí hasta la primavera. Él daría un ojo porque le nombrasen embajador, y rabia porque no lo es. Es un señor muy santo y muy generoso, pero pesadísimo. Con Quiñones se lleva mejor que conmigo. Quiñones le adula y le aguanta; y yo, aunque le aguanto, debo mostrar en la cara que me fastidio. Además de esto, es el Duque un señor incansable, ya para hablar las pesadeces que habla, ya para ir de visita en visita. Quiñones le acompaña a todo como si fuera su apéndice. Yo me quedo a menudo en casa, o me voy por otro lado. Acaso una de las causas de la frialdad del Duque conmigo sea porque Sofía no le ha contestado a la carta que él la escribió en contestación a la primera suya. No hay cosa que más lisonjee al Duque que el que le escriban las damas, aunque sea para pedirle dinero, o que se case con ellas, como hacen a menudo algunas sin vergüenza, y como Sofía la tiene, y no le pedirá́ nada de esto, se quedará el Duque doblemente satisfecho de recibir sus cartas; aunque es tal la extrañeza de la humana condición, sobre todo la de los grandes señores, que tienen poco meollo, que sólo se complacen a veces en querer a los que los explotan y saquean.

  Antes de conocer al Duque, extrañaba yo que con tan pingües rentas como tiene, no luciese más. Ahora lo que extraño es cómo luce tanto. Todo el mundo le roba y se burla de él, le estafa y le explota. Cada uno de sus criados es un José María [alude al famoso bandolero José María Hinojosa (1805-1833), el Tempranillo]. A mí me fuman los cigarros, me quitan los pañuelos y me llevan un rublo (16 reales vellón) por ponerme un botón en unos calzones, y así discurriendo. Si esto hacen conmigo, ya usted calculará lo que hacen con S. E. Con lo que pagamos en un día, esto es, con lo que paga el Duque en un día en esta fonda, se podrían sustentar ahí durante un año una familia entera. Un tal L’Espine, que estuvo en Madrid de agregado de Francia, se ha concertado sin duda con una cómica, su compatriota, para pelar al Duque. Ya por lo menos, que yo sepa, le han pillado unos zarcillos de valor de 10.000 francos. Otros lo quieren casar y conspiran para ello, y hasta le escriben anónimos. La señorita Strattmann es la que tiene más probabilidades de éxito. Por la misma irresolución del Duque creo, sin embargo, que ha de ser difícil que le casen, a no ser que lo acorralen y obliguen, lo que es posible que suceda. Método, a mi ver expuesto; pero el mejor para pillar al pobre Duque [sempiterno soltero, el duque de Osuna no se casaría hasta 1866 con la princesa alemana María Leonor de Salm-Salm]. A pesar de todo lo dicho, sigo siendo de parecer de que harían bien en nombrarle embajador. Con un buen secretario irían las cosas divinamente; y se me debe creer porque no soy yo quien desea quedarse de secretario. Lo que yo deseo es volver a Madrid pronto, y ser diputado. A Pepe, que por Dios trabaje, que él se lo pagará si yo no puedo pagárselo» (San Petersburgo, 7 de enero de 1857).

  Continuaremos en píldoras sucesivas ocupándonos de las ocurrencias estrambóticas y derrochadoras de aquel duque, así como del distanciamiento entre Osuna y nuestro don Juan.

  Ilustraciones: Isabel II; Leopoldo Augusto de Cueto; duque de Osuna; Sofía Valera, José Freuller, Antonio Alcalá Galiano,

  Continuará con otra píldora valeriana: Distanciamiento con el duque de Osuna (2ª parte)







Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 39099. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  52ª Píldora.- Distanciamiento de Valera con el duque de Osuna (2ª parte)

  A comienzos de 1857 la marquesa de la Paniega vino a reconvenir a su hijo por el tono de las cartas que había enviado a Cueto, pues justamente creía que le perjudicarían en su carrera:

  «Lo que me ha disgustado es la seriedad que notas en el Duque, que no creo que desconozca las causas, y creo serán las cartas que has enviado a Cueto, en las que te permitías alguna que otra broma sobre lo que habían ustedes visto; de tus cartas ha hecho Cueto un abuso de confianza, por parecerles bien por elogiarlas, te han comprometido; en la Secretaría se han leído por muchos, el Marqués de San Carlos es hermano del coronel Quiñones y le habrá escrito a su hermano alguna cosa desagradable que este habrá dicho al Duque, o Don Antonio Sanz, o los dos que te he citado, tú no has dicho nada que les pueda ofender a estos señores, pero abultado por la envidia de los oficiales de la secretaría, porque tus cartas se alaban mucho por el ministro mismo, habrán vuelto en tu daño tus expresiones. Ahora no tiene remedio bueno que darle; pero sí puedes hacer en tus cartas elogios grandes del Duque y de Quiñones y procurando abandonar la distracción, hacerle la corte asiduamente al Duque y tener deferencias con Quiñones, penitencia que te impongo como expiación de tu imprudencia» (Madrid, 16 de enero de 1857).

  Percatado Valera del daño que le hacían la publicación de las cartas, escribió a Cueto disculpándose y formulándole algunas puntualizaciones sobre su sentido del humor, por si habían sido mal interpretadas por el ‘vulgus’, y con objeto de aplacar las críticas lanzadas contra él. Aunque esta carta aclaratoria de Valera sobre las supuestas ofensas que había vertido en las anteriores sobre Osuna es bastante extensa, me permito no extractarla en demasía por las interesantísimas consideraciones que formulaba nuestro don Juan aclarando su sentido del humor:

  «Tengo que decirle que estas cartas que a usted escribo, y que están escritas, sobre todo hasta que vi las dos primeras publicadas en los periódicos, sin pararme en respetos, sin atender al estilo, y sin imaginar siquiera que pudieran leerse sino por usted y por el señor marqués de Pidal, me han causado un gran disgusto con que hayan sido divulgadas. Acaso yo, aunque no recuerdo bien hasta qué punto, haya tratado de decir en ellas algún chiste a costa del Duque y de mí compañero Quiñones. Del Duque he hecho también en mis cartas grandísimos y merecidos elogios; pero estos no se han tenido en cuenta.

  Sobre Quiñones habré dicho acaso alguna majadería, por hacer reír, y sin el menor intento de ofenderle. Mi convicción es que Quiñones es un excelente oficial de Estado Mayor, que no tiene mis gustos, que no se entiende bien conmigo, pero que no tiene ni un pelo de tonto. Si Quiñones fuera tonto, no hubiera yo hecho parodia de ninguna de sus cualidades. Los tontos no me divierten, ni para hacer burla de ellos. Jamás he encontrado yo cómico en los tontos, sino aquella mínima parte que tienen de discretos. De lo que resulta que, mientras más discreto es un hombre, más tonterías graciosas suele hacer, y yo, que no me creo tonto, he hecho muchísimas en mi vida, y estoy pronto a reírme de mí mismo [...]

  La risa es un movimiento jubilador y simpático de los nervios, que sólo deben inspirar los amigos o las personas de imaginación y de otras buenas cualidades. Pues qué, ¿no encuentra usted absurdo que una cosa tan humana como la risa, una cosa que nos distingue de los demás animales, porque no le hay irracional que sepa reírse, puede infundírnosla el que lo es de todas veras? Por desgracia, el ‘profanum vulgus’ no alcanza estas filosofías, y es, además, malintencionado y propenso a malquistar a la gente, y a abultar lo malo y a encubrir lo bueno.

  A Lignés le escribí́ una carta poniendo al duque de Osuna actual más alto, aunque ni con mucho con tanto ingenio que Quevedo pone a su antepasado. A usted también le he dicho mil encomios de su excelencia. Pues bien, de esto nadie se ha dado por entendido, ni nadie le ha escrito al Duque diciéndole: ‘Amigo mío, mucho y merecidamente le elogia a usted Valera’. En cambio, a él y a Quiñones le han venido con el chisme de que yo los trato con dureza atroz en mis cartas. El Duque no me ha dicho una palabra; pero Quiñones me lo ha dicho, y como ambos se muestran desde entonces, si más fríos y reservados conmigo, más atentos y finos que antes, a la verdad, aseguro a usted que me castigan de este modo y me tienen avergonzado y contrito. Porque si hubieran sido gente menos seria y formal, ya nos hubiéramos comunicado las bromas, y las bromas hubieran ido ahí sabidas por ellos, y las hubiera habido más a menudo en contra mía, escritas por mí mismo, para que no se dijese que daba lo peor a mi compañero y a mi jefe. Pero, como nada les he dicho, ni podía decirles, porque no era en el carácter de ellos y en el modo con que me trataban, ahora imagino que han de creer lo que he hecho: el uno, traición; el otro, traición e ingratitud a la vez. En fin, Dios me lo perdone, y a usted el haber divulgado tanto mis cartas. A quienes no quiero que perdone Dios es a los que al dar el soplo pusieron en ellas más hiel de la que tengo yo en todo mi corazón, por muy amargado que esté y por mucho que se exprima. Estos chismosos me inspiran a veces compasión, y, a pesar de cuanto queda apuntado, también deseo a veces que Dios les perdone. ‘Perdonadlos', El Duque no me ha dicho una palabra; pero Quiñones me lo ha dicho, y como ambos se muestran desde entonces, si más fríos y reservados conmigo, más atentos y finos que antes, a la verdad, aseguro a usted que me castigan de este modo y me tienen avergonzado y contrito. Porque si hubieran sido gente menos seria y formal, ya nos hubiéramos comunicado las bromas, y las bromas hubieran ido ahí sabidas por ellos, y las hubiera habido más a menudo en contra mias, escritas por mí mismo, para que no se dijese que daba lo peor a mi compañero y a mi jefe. Pero, como nada les he dicho, ni podía decirles, porque no era en el carácter de ellos y en el modo con que me trataban, ahora imagino que han de creer lo que he hecho: el uno, traición; el otro, traición e ingratitud a la vez. En fin, Dios me lo perdone, y a usted el haber divulgado tanto mis cartas. A quienes no quiero que perdone Dios es a los que al dar el soplo pusieron en ellas más hiel de la que tengo yo en todo mi corazón, por muy amargado que esté y por mucho que se exprima. Estos chismosos me inspiran a veces compasión, y, a pesar de cuanto queda apuntado, también deseo a veces que Dios les perdone. ‘Perdonadlos, Señor, que no saben lo que se hacen’. ¿Qué pueden ellos comprender de mis teorías sobre la broma y la risa, en que está basada, y por lo tanto, disculpada mi conducta?» (San Petersburgo, 20 de enero de 1857).

  También tenía que salir al paso de las censuras de algunos compañeros del ministerio que le tachaban de indiscreto y desconsiderado con el país al que había sido enviado, calificándole por ello de mal diplomático. En definitiva, rogó a Cueto que no se volviesen a publicar más cartas suyas:

  «Las propias observaciones mías deben pecar de ligeras, no sabiendo yo, como no sé, la lengua de este pueblo y haciendo sólo un mes que vivo aquí. Y como estas observaciones, sin poderlo yo remediar, pecan a veces de malignas, y ya pueden rayar en chistes, ya en frialdades, conceptúo, después de haberlo reflexionado maduramente, que será mejor que no se publiquen. Hubo un momento, o por mejor decir, hubo una semana entera en que me dejé arrastrar por el demonio de la vanidad literaria, uno de los más tentadores y peligrosos que hay en el infierno, y escribí tres o cuatro cartas más peinaditas y como aderezadas ya para salir en público. De aquí adelante espero que no salgan y las escribiré con el desenfado antiguo, único atractivo que pueden tener y que, publicadas y mutiladas, perderían [...] Sé ya de cierto que estas cartas mías se leen aquí, no mutiladas, como salen en los periódicos, sino por completo. Varias personas me lo han dado a entender, y una señorita inocente me lo ha dicho a las claras [...] Yo entiendo que si han leído aquí mis cartas todas, han de haber visto que del conjunto de ellas resultan más elogios que censuras, y nace una idea más favorable que adversa a este país y sus habitantes» (San Petersburgo, 16 de enero de 1857).

  Desde ahora, la mayor parte de las cartas siguientes sin decaer en interés, sí perdiendo espontaneidad y gracia, procurando Valera guardarse su mordacidad, aunque sin lograrlo plenamente.

  Ilustraciones: Duque de Osuna; diversas vistas de San Petersburgo

  Continuará con otra píldora valeriana.





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49000. Cabra en el Recuerdo.

  Día en que se inauguró el monumento a Juan Valera en Madrid, obra de su sobrino el escultor Coullat Valera.

  Año: 1928.

  Aportación de Rafael Luna Leiva.





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49001. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  53ª Píldora

  De la vida placida y regalada de Valera en San Petersburgo, confiando en que pasasen los malentendidos con el duque de Osuna


  Desde ahora, decíamos en la píldora anterior, las cartas siguientes a que llegaran al duque lo comentarios maliciosos que sobre él había formulado Valera en las cartas publicadas por los periódicos de Madrid, perderían en espontaneidad y gracia, procurando Valera guardarse su mordacidad, aunque sin lograrlo plenamente. Como apreciaremos en esta nueva carta, ya que Valera sabía que se publicaría en algún que otro periódico en cuanto que llegara a la corte: «Ya estamos instalados en la lindísima casa que, amueblada con gran elegancia, ha alquilado el señor Duque por 1.200 rublos mensuales. Hay en ella magníficos salones de baile, hermosa escalera, jardín de invierno al lado del comedor, que parece un precioso patio de Sevilla, con su fuente en medio y un alto surtidor y flores y plantas y frondosos arbustos, que se multiplican en los espejos que forman las paredes, en parte cubiertas de hiedra y otras plantas enredaderas.

  La habitación del señor Duque es muy espaciosa y confortable. La de la señora, como no hay señora [el que era un sempiterno soltero], está desierta; pero no puede ser más cuca y graciosa. Consiste en una serie de estrados, gabinetitos y ‘boudoirs’, donde hay muchos vasos de porcelana con flores, muebles cómodos y elegantes, cierto misterio voluptuoso, y otras mil cosas y circunstancias apetecibles. La alcoba da sobre el jardín de invierno, quiero decir está al lado, en el mismo piso principal, y parece un nido de amores, según la expresión con que Quiñones se la ha celebrado al Duque; expresión que sin duda él ha oído a alguien, porque no se le ocurren cosas tan poéticas y mitológicas; así es que la repite en francés imaginando tal vez que en España y en español no hay más que nidos de chinches o de golondrinas en las casas. Mi cuarto de dormir es también muy bonito, da sobre el jardín y está sobrepuesto al nido de amores [...] Aquí puede uno vivir como el pez en el agua, y sospecho que el Duque no dejará San Petersburgo tan aína. Acaso dé bailes, y de seguro dará comidas en esta casa. Acaso haga venir a ella, con cierto recato, a la comedianta francesa que le ha pillado ya doce o trece mil francos, y que no ha logrado aún y logre al cabo. Acaso en el nido de amores se celebre este erótico ayuntamiento y nazca de él un Gironcillo que herede más de la bondad y excelentes prendas del padre que de la tunantería materna.

  [Esta comedianta francesa a la que pretendía el Duque era Magdalena Brohan de la que ya hablamos en la píldora 47... y a la que también trató Valera de llevársela al huerto... pero de esto ya hablaremos largo y tendido a su debido tiempo]

  Ya tenemos muchos más amigos que vienen a comer con el Duque a menudo. Todos le aconsejan que dé un baile, y muy particularmente cierta dama que le tiene frito y achicharrado. Da la casualidad de que esta dama es la misma que yo vi por vez primera en Petersburgo [de la que nos decía en la píldora 46 que al verla se quedó “atortolado mirándola”], que me causó tanta admiración y que fue causa involuntaria de que me rompiese una espinilla. Su hermosura calmuca sigue asombrándome; pero no me enamora, por dicha mía. Ella no gusta sino de las personas muy empingorotadas; Tolstoi la pretende y no sé hasta qué punto habrá llegado.

  [Las novelas de León Tolstoi (1828-1910) gozaban ya de gran difusión, aun cuando no hubiese escrito todavía su obra magna Guerra y paz (1865-1869)] Pero si el Duque quisiera y no fuera tan cándido, la dama plantaría a Tolstoi por él. Ella es mujer de un capitán, y aunque es, así́ como su esposo, de muy buena familia, no está muy sobrada, si no es de aquellos tesoros naturales que deben ser incomunicables, o al menos intocables.

  En medio de estos jolgorios conozco que estoy yo de más, y que maldito lo que hago ni para qué sirvo.

  Al Duque le seguirán siempre considerando como un gran señor y noble y esplendido caballero; pero no pueden considerarle seriamente como el embajador o el ministro de España en esta corte. ¿Cómo han de considerarme, pues, a mí como un secretario de una Legación de España que no existe? Quedarme aquí́ como amigo del Duque y comensal suyo no puede ser, porque el Duque no me honra, por desgracia, con su amistad, y yo le fastidio. Por otra parte, yo deseo volver a esa Primera Secretaría, y que usted me emplee en algo de importancia. Yo pondré mis cinco sentidos en hacerlo bien, y espero que usted y el señor marqués de Pidal [ministro de Estado] me querrán más que el Duque, a pesar de mis defectos. No me parece que soy tan mala lengua, y creo que del Duque mismo he hecho grandes elogios, en cuanto hay en el Duque que se pueda elogiar. A este país le he elogiado también más de lo que se merece, y cuando veo mis cartas publicadas me suelo avergonzar de tanto elogio, porque creerán que yo no he visto nada en mi vida. Yo soy muy hiperbólico, como buen español; pero lo soy más en el elogio que en la censura. De Quiñones no he dicho más que cuatro chistes fríos, con la intención de hacer reír sin ofenderle. Si yo fuera capaz de tenerle rencor, se lo podría tener, sin embargo. Si él no hubiese venido, estoy seguro de que el Duque y yo estaríamos a partir un piñón; estoy seguro de que el señor duque de Osuna me querría como a un hermano, y hasta el mismo favor y confianza del Duque me hubiera granjeado en San Petersburgo mejor acogida en la sociedad, más distinciones y favores de los que me han hecho.

  En fin, sea como sea, yo no puedo permanecer aquí más largo tiempo. Mi salud tampoco es la mejor. Estoy mimado en mi casa y aquí ni me sirven, ni me cuidan, ni me preguntan siquiera si me llevan o no me llevan todos los diablos. Me parece que si me diera alguna enfermedad grave me cuidarían como a un criado de la casa; pero no me atenderían como a un compañero.

  Adiós. Pronto nos veremos, porque, a pesar de los inconvenientes del viaje solo, me parece que le haré al cabo. No puedo dormir bien, me aburro maravillosamente y padezco de los nervios y del estómago. Me desespera que nadie se compadezca de mis males, y soy capaz de hacer la tontería de contárselo a las damas más amigas para que me tengan lástima. Antes de que llegue este extremo, lo mejor será irse y, sobre todo, repito, estando la misión terminada y no teniendo yo aquí́ motivo oficial de permanencia» (San Petersburgo, 28 de enero de 1857).

  En realidad no dejaría Valera San Petersburgo tan pronto. Y conocemos ya que Valera pasaba del abatimiento al optimismo con relativa facilidad, así, dos días después escribía al mismo Cueto: «A pesar de que mi organización es muy española, esto es, biliosa y melancólica, he llegado a alemanizar mi espíritu y a transformarme en un optimista completo. Cuando más muchacho era yo un cándido; los años, que no pasan en balde, me van ya transformando en un doctor Pangloss; y si alguna vez la bilis reconcentrada me hace ver las cosas negras y feas, cuando estoy en mi acuerdo, y el espíritu sereno domina al imperfecto organismo, lo hallo todo bien y rebién, y el mal me parece un accidente efímero, y el bien lo sustancial y constante. Entonces soy como los zahoríes y descubro todos los tesoros, que hay ocultos en la tierra. Acaso sea una locura ambiciosa de descubrir más tesoros la que nos quita la vista de los ya descubiertos. Acaso los desengañados del mundo, los místicos desesperados y atrabiliarios, sean como aquel derviche que, no contento de las riquezas que descubría después de haberse untado el ojo derecho con la pomada encantada, se untó también el ojo izquierdo y se quedó ciego» (San Petersburgo, 2 de febrero de 1857).

  Y volvía en otra carta a justificarse de tono guasón de sus primeras cartas, y no comprendía cómo sus compañeros de la secretaria de Estado se sorprendían de sus comentarios sobre el Duque: «Si yo he dicho tonterías y burletas a propósito del Duque, por las cuales se podía brujulear que S. E. no es un gerifalte, me parece que esta carencia de gerifaltería les era a ustedes notoria en el parto, antes del parto y después del parto de esta Misión Extraordinaria, para mí tan preñada de desazones; y entiendo que no vine, con mi mala lengua, a revelar ninguna cosa inaudita y recóndita» (San Petersburgo, 27 de marzo de 1857). El incorregible Valera, por más esfuerzos que hacía para no soltar bufonadas, no lograba cumplir su propósito de la enmienda, como bien apuntaba Carmen Bravo-Villasante: «Valera echa a rodar destino, carrera, consideración social, todo a cambio de poder decir cuanto le venga en gana. ¡Cuántas veces sacrificará honores y distinciones, por el gusto de expresar con libertad su pensamiento y poder usar el lenguaje que más le convenga! ¡Bueno es Valera para callarse! Ninguna persona menos propensa al servilismo que Valera, incapaz de adulación y de elogio interesado. Es el espíritu de contradicción en persona, aun a riesgo de enfrentarse con todos los duques y príncipes rusos habidos y por haber. Como tenga opinión formada, y casi siempre la tiene, no hay quien le haga bajar la cabeza».

  Al salir de Madrid Valera había encomendado a la familia las gestiones pertinentes para llevar a buen puerto su candidatura en las próximas elecciones a Cortes, pues de nuevo había retomado el deseo de alcanzar un acta de diputado.

  La situación política de ahora le resultaba más propicia que en ocasiones anteriores, además, era más conocido por las cartas enviadas desde Rusia, aunque las burlas dirigidas contra el Duque le obstaculizarían su acceso al Congreso. Con todo, la familia decidió́ presentar su candidatura por el distrito electoral de Colmenar y Archidona, en donde su hermano Freuller disponía de buenas alianzas electorales, pues el de Cabra resultaba inalcanzable por ser feudo natural de Martín Belda. Ante todo era imprescindible contar con el favor del Gobierno, también sería bueno contar con el apoyo de los duques del Infantado, de Fernán-Núñez, y del propio Osuna, por gozar estos de sustanciales influencias en la provincia de Málaga. En principio, Osuna escribió́ cartas a sus apoderados recomendándoles la candidatura de Valera, aunque el apoderado general del Duque, escandalizado de que su señor protegiese a quien le ponía de dómine chupa en las cartas, dio contraordenes a los arrendatarios de la casa de Osuna. Por si no fuera poco lo anterior, un cacique del distrito, don José Lafuente Alcántara, retiró sus votos comprometidos con Valera después de conseguir de Freuller «los jueces de paz y ayuntamiento a su gusto». Esta traición hizo reflexionar a la marquesa de la Paniega: «Esto de las diputaciones es una tramoyería, que sólo los gitanos cuando venden burros pueden ser más tunos, embusteros y chalanes, todos prometen, todos hacen mil falsías y ninguno es caballero ni leal ni conoce la vergüenza» (Madrid, 1 de febrero de 1857).

  En definitiva, las cartas desde Rusia hicieron el resto para que Valera se quedase sin escaño, una vez más, al perder el apoyo del Gobierno. Narváez, influido también por las cartas, desconfiaba del joven Valera, al no considerarle político domesticable. Sofía Valera, comiendo en casa de Narváez, mantuvo con este el siguiente diálogo, muy significativo:
  – Y diga usted, preguntó el general, ¿no sacará luego las uñas contra mí? – No lo creo –respondió́ Sofía–. Además, mi hermano tiene mucho talento.
  – Precisamente por eso –opuso Narváez– no le quiero yo, porque sé eso.

  Ilustraciones: Diversas vistas de San Petersburgo

  Continuará con otra píldora valeriana: El carnaval, la cuaresma, la Pascua de Resurrección y la religión en Rusia





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49002. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 54: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (1ª entrega)

  Hoy y en días sucesivos (mañana la segunda entrega), nos ocuparemos de la relación apasionada que mantuvo Juan Valera en San Petersburgo con una actriz, Magdalena Brohan. Seguiremos para ello las cartas que escribió a don Leopoldo Augusto de Cueto hablándole de ello. Seguramente, en lo literario, las mejores cartas de todo su epistolario. Comencemos.

  Tal como en otras ocasiones Valera no tenía reparos en plasmar en el papel sus devaneos amorosos. Así, cuando llevaba en San Petersburgo cuatro meses confesaba sentirse enamorado, a la vez que bromeaba con los calzoncillos de mademoiselle de Théric:
  «Empiezo a estar enamorado o cosa parecida. Mi amor, como el amor del Duque, está en el teatro francés, pero acaso gaste también calzoncillos tan impenetrables como los que gasta el amor del Duque. Dicen que esta última ninfa, después de haber recibido infinidad de presentes, no se quita ni se rasga los indicados púdicos calzoncillos, que han venido a transformarse en la piel de cabrito con que las mujeres de Circasia envuelven lo más recóndito y deseable de sus lindas personas, piel de cabrito que les cosen sus padres cuando llegan a ser viripotentes, y que el marido rompe sólo y desata la noche de bodas; piel de cabrito, en fin, que se suspende luego como trofeo en el más conspicuo y honrado lugar de la casa. Ello es que el pobre Duque se da con esto a todos los diablos, como yo me daré, si también para mí hay calzoncillos o piel de cabrito, y detesta las costumbres circasianas adoptadas por las artistas de París» (San Petersburgo, 6 de abril de 1857).

  A mediados de abril de 1857, con delectación, pausadamente, recreándose en el relato como si de una obra literaria se tratara, Valera escribió una extensísima carta que puede pasar por la mejor de todo su epistolario. En ella daba cuenta a Cueto de la experiencia amatoria que le tenía trastornado, al haberse enamorado de la actriz francesa Magdalena Brohan:
  «Dios me ha castigado muy severamente por las burlas que he hecho de los calzoncillos de mademoiselle de Théric, y de la cómica desesperación del Duque. Algo peor que los calzoncillos he encontrado yo, y más desesperado y triste estoy ahora que S.E.

  Yo me creía ya un filósofo curtido y parapetado contra el amor; pero me he llevado un chasco solemne. Estoy en un estado de agitación diabólico y es menester que le cuente a usted mi desventurada aventura. Si no la cuento, voy a reventar. Es menester que me desahogue, que me quite este peso de encima. Nada podía escribir a usted si no escribiese de este amor. No pienso más que en este amor y me parece que voy a volverme loco. Ríase usted, que harto lo merezco. No tengo más consuelo que hacer de todo esto una novela.

  Magdalena Brohan está aquí rodeada de galanes. Los jóvenes del Cuerpo diplomático la adoran rendidos; los inmortales del Emperador la siguen cuando ella sale a la calle; las carnes de seis o siete docenas de boyardos y de príncipes y de estolnicos rebuznan por ella [los stól’nik estaban encargados de atender al zar y a los príncipes en sus habitaciones y viajes]. En el teatro es aplaudida a rabiar, y una lluvia de flores cae a menudo a sus plantas; el príncipe Orlov se pirra por sus pedazos y el duque de Osuna, a quien no le parece tampoco saco de paja, va a verla a menudo y le escribe billetitos tiernos».

  Magdalena Brohan (1833-1900), nacida en París, pertenecía a una familia de actores, la madre y la hermana mayor eran célebres actrices de los teatros franceses. Ella misma se había iniciado a los diecisiete años en la Comedia Francesa, alcanzando desde el principio inusitados éxitos. Su desgraciado matrimonio con el escritor Mario Uchard (1824- 1893) la apartó momentáneamente del teatro, hasta que para alejarse de París arribó a San Petersburgo, donde la conoció Valera. Volvamos a la carta en la que describe su proceso de enamoramiento:
  «Pero ninguno de estos triunfos, ni el haberla visto representar lindamente, ni el oír de continuo hablar en su alabanza a mis compañeros, nada, digo, había movido mi ánimo, ni por curiosidad tan sólo, a hacer que me presentasen a ella. Mi distracción se puede confundir a veces con el desdén o con la indiferencia; y no sé si picada de esta indiferencia mía, o deseosa de tener uno más que la requebrara y pretendiera, Magdalena pidió a Baudin, secretario de la Embajada de Francia, que me llevase a su casa. Digo que ella lo pidió, porque a Baudin de seguro no se le hubiera ocurrido llevarme allí tan espontáneamente, si no lo hubiese pretendido ella. Baudin me dio una cita en su casa para que fuésemos a ver a la Brohan. Falté a la cita, me excusé y no se volvió a hablar de la presentación en algunos días. Mas, hará dos semanas, sobre poco más o menos, Baudin comió en casa y, acabada la comida, me dijo de nuevo si quería yo ir a ver a Magdalena. Le dije que sí y fuimos juntos. Ni la más remota intención, ni el más leve pensamiento tenía yo entonces de pretender a esta mujer. Todas las hermosas damas de Petersburgo, coronadas de flores, deslumbradoras de oro y piedras preciosas, elegantes en el vestir, aristocráticas y amables en el trato y los modales, hablando siete u ocho lenguas, y disertando sobre metafísica y pedagogía, habían ya pasado por delante de mí como ilusiones vaporosas, sin conmover ni herir mi corazón[«Pasad, pasad, mujeres voluptuosas, / con danza y algazara en confusión; / pasad como visiones vaporosas / sin conmover ni herir mi corazón», José de Espronceda en ‘A Jarifa en una orgía’] Pero donde menos se piensa salta la liebre y nadie hasta lo último debe cantar victoria.

  Magdalena estaba en la cama, porque se había dislocado un pie haciendo un papel muy apasionado en el teatro. Ella, según afirma, se exalta por tal extremo cuando representa, que no sabe lo que hace, y llora y ríe, y se enfurece de veras, y el día menos pensado será capaz de matarse o de morirse sobre las tablas. Ya, poco ha, se hirió una mano, y en verdad que las tiene preciosas y bien cuidadas, y siguió representando sin advertirlo, hasta que el público lo notó, por la sangre que derramaba y que le manchaba el vestido. En fin, ella estaba en la cama, muy cucamente aderezada para recibir a sus admiradores. Sus ojos tienen una dulzura singular y a veces cierta viveza y resplandor gatunos. La boca grande, los labios frescos y gruesos, y dos hileras de dientes como dos hilos de perlas, que deja ver cuando se ríe, que es a cada instante. Canta como un jilguero y se sabe de memoria todas las cancioncillas francesas más alegres. Ha leído muchas novelas; tiene ideas extrañas y romancescas, y charla como una cotorra y se entusiasma al hablar, y se anima y se pone pálida y colorada, y todo parece natural, sin que se vea en ella artificio.

  Todas estas gracias me hicieron desde luego notable impresión, entusiasmándome, más que nada, la naturalidad de ‘bonne fille’ de esta comedianta, que verdaderamente hace contraste con la afectación de las damas rusas. Pero mi admiración y mi entusiasmo eran más bien de observador curioso que de enamorado, más de artista que de galanteador rendido. La idea que tenía yo meses ha en la cabeza de que ya no era yo Cándido, sino el doctor Pangloss; de que toda la ternura de mi alma debía ya dedicarse a Dios, a la humanidad entera, o a la patria, o a la filosofía, y no a una individua de carne y hueso, a un ser caduco y lleno de faltas y debilidades, me quitaba todo el deseo de cortejar, y hasta toda esperanza de conseguir algo cortejando, porque yo me imaginaba viejo y para poco. Así es que de la primera entrevista con Magdalena salí sin cariño alguno en el alma y sin apetito en los sentidos.

  De este modo fui aún a verla tres o cuatro veces, y si no recuerdo mal, no noté hasta la quinta vez la ternura con que ella me miraba con aquellos ojos de gato, y lo que celebraba mis ojos, haciendo que me acercase a ella con la luz de una bujía, para ver si eran negros o verdes y compararlos con los suyos, que yo también hube de mirar con atención y más espacio del que conviene. Todo esto delante de personas que allí estaban y que debían divertirse poco con estos estudios sobre el color de los ojos. Aquella misma noche me dijo Baudin que había hecho la conquista de Magdalena; y como Baudin es un francés hugonote, serio y formal, y no un bromista y amigo de pullas, como los franceses son por lo común, yo entendí que algo había de cierto en lo que decía. Y entonces, muy hueco de mi conquista y agradecido a Magdalena, empecé a cobrarla cariño, aunque tibio, y a pensar en aprovecharme pronto de la buena ventura que el Cielo o el infierno me deparaba, y con la cual tendría muy cumplido y airoso fin mi estancia en esta gran capital, llevando conmigo un dulcísimo recuerdo de ella, a trueque de que al partir me llamasen cruel Vireno y fugitivo Eneas’» (San Petersburgo, 13 de abril de 1857).

  [En el Quijote le dice Altisadora a Sancho: “Tú has burlado, monstruo horrendo, / la más hermosa doncella / que Diana vio en sus montes, / que Venus miró en sus selvas. / Cruel Vireno, fugitivo Eneas, / Barrabás te acompañe; allá te avengas” (II, LVII)] Para no abusar de la atención que prestáis a estas píldoras valerianas, debemos dejar aquí la narración que nos dejó Valera sobre el nacimiento de su apasionamiento por la Brohan. Continuaremos mañana.

  Ilustraciones: Diversas fotografías y dibujos de Magdalena Brohan

  Continuará mañana con otra píldora valeriana: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (2ª entrega)





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº49003. Cabra en el Recuerdo. Fotos de cuando se celebró el II Congreso sobre Juan Valera. Datación: abril de 2005. Aportación de Antonio Roldán. Comentarios Manuel Gomez Camacho Reconocemos a Antonio Suárez, Antonio Roldán, Antonio Moreno, Profesor Cuenca Toribio y Joaquín Cejalvo,








Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49004. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 55: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (2ª entrega)

  Prosigamos por donde nos habíamos quedado en la píldora 54. Cuando Valera después de aquella velada tan intensa vuelve a dormir a su casa:
  «Suspendido en estos agradables pensamientos, dormí de muy dichoso sueño aquella noche, y a la mañana siguiente me encontré fresco como una rosa al mirarme al espejo, y tuve por sandez y desidia mía el haber andado tan tímido y retraído de galanteos en San Petersburgo, porque yo consideraba, entonces, que así como Magdalena se había enamorado de mí, quince o veinte princesas pudieran haberse enamorado de mí del mismo modo, por poco pie que yo hubiese dado para ello, que hay grande aliciente en un forastero ‘galán y bien hablado’,[En la ‘Gatomaquia’ de Lope se dice: “¡Oh, cuánto puede un gato forastero, / y más siendo galán y bien hablado, / de pelo rizo y garbo ensortijado!”] venido de tierras lejanas, de la patria de Don Juan y Don Quijote, como quien no quiere la cosa, y que, lejos de ser feo y viejo, era yo lindo muchacho, y otras necedades por el estilo. Con lo cual llamé a un criado y le ordené que inmediatamente me comprase el más hermoso ramillete de flores que pudiera hallar. Vino el ramillete y se lo remití a la señora de mis hasta entonces agradables y desvanecidos pensamientos.

  Aquella noche estaba allí Baudin cuando fui a verla. Mi ramillete sobre la cama. De vez en cuando ella lo miraba, le olía, o se comía una hoja. La camelia más encendida la había arrancado del ramillete y la tenía colocada sobre el pecho. Dos o tres veces me tiró a las narices de estas hojas a medio comer, despidiéndolas de sí con un capirotazo. El día antes había hablado de una no vela de Mérimée titulada ‘Carmen’, en la cual don José empieza de este modo a enamorarse de la gitana. Ella, Magdalena, había dicho a Baudin que no sabía de quien venia el ramillete, pero harto bien que lo sabía. Yo no caí en esto y cuando Baudin se dirigió a mí y me preguntó si era yo quien había enviado el ramillete, contesté que sí, pero sin ponerme colorado y con grande aplomo. –¿A propósito de qué?, me dijo ella. Por capricho–, le contesté. Me dio las gracias y no se habló más del asunto.

  A la noche siguiente volví a verla y me la encontré sola. En un vaso, y sobre la mesa, había otro ramillete más fresco, doble mayor y más rico que el que yo había enviado. No se había arrancado de él camelia alguna para ponerla en el pecho, ni se había mordido una sola hoja. Yo, sin embargo, me encelé al verle, y di celos antes de hablar de amor. Di celos elogiando la hermosura del nuevo ramillete, tan superior al mío. La idea se ha de estimar en esto –dijo ella–, y la idea es de usted; este otro galán no ha hecho más que imitarle–. Este otro galán era el Excmo. Sr. duque de Osuna y del Infantado. Ella me lo confesó, y si no me lo hubiera confesado, lo hubiera yo reconocido, aunque no tenía antecedente alguno de los galanteos del Duque con ella. Yo había visto aquel ramillete, por la mañana, entre las manos del mayordomo del Duque.

  En fin, estábamos solos, y ella en la cama, más bonita que nunca. Nos miramos de nuevo a los ojos, nos acercamos, se encendieron nuestros ojos y llegué a darle un beso en la frente. Se incomodó o fingió incomodarse, y me rechazó. A todo esto no se había hablado ni una palabra de amores. Entonces, sentado a la cabecera, y casi inclinado sobre la cama, me puse a mirarla en silencio y muy fijamente, y a ella se le adormecieron los ojos, y se le humedecieron, y me dijo que la magnetizaba y que se iba a dormir; que si sabría yo desmagnetizarla luego. Con la mayor inocencia y candidez del mundo la contesté que no. Pues entonces, por Dios, no me mire –me dijo ella–. Obedecí́ humildemente y dejé de mirarla; me eché sobre el salón, me puse a suspirar como enamorado y a callar como en misa. Magdalena se incorporó́ entonces y me miró a su vez, con ojos tan cariñosos y provocativos, que me levantó en peso del salón, y diciéndola: “te amo”, me eché sobre ella y la besé y la estrujé, y la mordí́, como si tuviese el diablo en mi cuerpo. Y ella no se resistió́, sino que me estrechó en sus brazos, y unió y apretó su boca a la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me besó mil veces los ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas manos, diciendo que tenía reflejos azules y que estaba enamorada de mi pelo; y me quería poner los besos en el alma, según lo íntima y estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respiramos el aliento, sorbiendo para muy dentro muy unidos, como si quisiéramos confundirnos y unimismarnos. En fin, fue una locura de amor que duró hasta las dos de la noche, desde las nueve. Pero nunca consintió ella, por más esfuerzos que hice, en hacerme venturoso del todo. Y siempre que lo intenté, se resistió como una fiera; por donde, rendido, y lánguido y borracho, me dejé al cabo caer sobre ella como muerto, y como muerto me quedé más de una hora, y ella también ‘pamée’, y uniendo boca con boca, como palomitas mansas. Dafnis y Cloe, antes de saber el último fin del amor, no se abrazaron nunca tan prolongada y amorosamente.

  [Juan Valera traduciría y publicaría con el título de ‘Dafnis y Cloe’ (1880) la obra de Longo de Lesbos ‘Las pastorales’] Varios coloquios, si coloquios pueden llamarse estos ejercicios andróginos, tuve con Magdalena desde aquel día; esto es, desde aquella noche. Estaba yo fuera de mí y se diría que me habían dado un filtro. Adiós libros, estudios, filosofías; ya no había para mí más estudios que Magdalena. Ella se fingía enferma; no recibía a los amigos y me recibía a mí solo. Siempre las mismas ternuras, los mismos extremos, la misma resistencia y el mismo rendimiento y desmayo para terminar la función. Cuando no me hallaba a su lado, o la escribía cartas, que no sé por qué no se inflamaban y saltaban por el aire, como las bombas de percusión de Quiñones, o me recitaba a mí mismo cuantos versos propios y ajenos guardo en la memoria, poniéndoles comentario más poético aún y sublime que la poesía. Cuando me acercaba a ella y empezaba los ejercicios mencionados, se me armaba una música en el cerebro, tan estruendosa como la que hubo en Moscú durante la coronación, con cañones y todo, y tan armoniosa como las sinfonías de Beethoven. En fin, era un frenesí continuo, que no podía durar. Ella, entretanto, estaba incomodadísima con asuntos antiguos y nuevas consecuencias de ellos. Su marido, el poeta Uchard, de quien está separada, acaba de componer una comedia autobiográfica, en la que pinta a ella como un monstruo, y él se pinta como un santo martirizado.

  [Mario Uchard acababa de estrenar en París la pieza teatral ‘La Fiammina’, a la que se refiere aquí Valera y en la que Uchard alude a su desgraciada vida matrimonial] Los periódicos todos han hablado de esta comedia encomiándola mucho y tratando malamente a Magdalena. Entretanto, su amante, no sé su nombre ni quiero saberlo, su amante, aquel, digo, por quien se separó de Uchard, está arruinado, y ella supone que se ha arruinado por seguirla, abandonando sus negocios. Este maldito amante está en París, y ella sostiene que, a pesar de todos los stolnicos, diplomáticos, atamanes, príncipes y boyardos, se ha conservado intacta y fiel, hasta el día en que cayó entre mis brazos. ¡Vea usted qué triunfo! Por desgracia no ha sido completo, y, a pesar de mis arremetidas, me he quedado a media miel» (San Petersburgo, 13 de abril de 1857).

  Dejémoslo aquí hasta mañana, para no fatigar a lectoras y lectores con las sufridas disquisiciones de amores y desamores de Valera con la simpar Magdalena Brohan.

  Ilustraciones: Magdalena Brohan y Mario Uchard (su exmarido)

  Continuará mañana con otra píldora valeriana: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (3ª entrega)





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49005. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 56: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (3ª entrega)

  Continuemos con la larguísima carta, las más extensa de todo el epistolario valeriano, fechada en San Petersburgo a 13 de abril de 1857:
  «Una noche fui a su casa y no me quiso recibir, porque el Duque, Baudin y otros estaban allí y sospechaban ya nuestros amores. Volví a este palacio de la señora Belerma con un corazón más marchito que el de Durandarte.

  [En distintas romances del Romancero antiguo se narra la historia de Durandarte y Balerma: al ser herido de muerte el caballero Durandarte en la batalla de Roscenvalles, encargó a su primo Montesinos que, en cuanto muriese, le arrancase el corazón y lo enviase en testimonio de su amor a su amada Belerma] Y lloré de rabia, y me di de calamochadas, y me burlé de mí mismo, y me enfurecí y me enternecí, y tuve un dolor de estómago espantoso, y los nervios, y en toda la noche no dormí una hora. El rey Asuero [el rey Asuero de la Biblia, o rey de los Persas Jerjes I] se hacía leer la crónica de su reinado cuando no podía dormir. Yo, que no reino en ninguna parte, ni en su corazón, me puse a leer el ‘Teatro de Clara Gazul’, para distraerme.

  [Prosper Mérimée se dio a conocer con el ‘Teatro de Clara Gazul’ (1825), colección de dramas supuestamente traducidos de una autora española, Clara Gazul, a quién llegó inclusive a inventar una completa y creíble biografía]Aquellas historias diabólicas, aquellos amores espantosos inventados por Mérimée, me calentaron más la cabeza.

  Me levanté de la cama, y al amanecer, pálido y melancólico, me puse a escribirle una nueva carta. Le decía que era mejor que me dejara, que yo era un galán de alcorza [galanteador meloso con las mujeres] suave como un guante, y no como aquellos terribles enamorados del ‘Teatro de Clara Gazul’, que me había prestado ella; que la fe, que había hecho tan grandes a los españoles de otros siglos, nos faltaba ahora, a mí sobre todo, y que nunca el diablo, aunque fuese por intercesión de ella, sacaría de mí fruto alguno, por más que se esmerase; que, sin embargo, aunque me faltaba capacidad para las cosas grandes, aborrecía de muerte las cosas vulgares; que nuestro amor era vulgar e indigno de nosotros y que debíamos ahogarle, con otras tonterías y disparates del mismo género.

 Viniendo a terminar la carta con arrepentirme de todo lo dicho, y con repetirle que la adoraba y que no dejase de amarme, y que si había dicho blasfemias y desatinos, era porque tenía la fiebre, como creo que era verdad; pero que a la noche volvería a verla, más apasionado y sumiso que nunca, contentándome con lo que me diera, sin pedirle más lo que con tanto recato se guarda para aquel señor que está en París.

  A todo esto trajo el criado por contestación que no fuese aquella noche a su casa, sino que fuese a la una del día siguiente. Ni una palabra sobre mi enfermedad, ni un “me alegraré que usted se alivie”. La pena que me causó esta contestación no sabré ponderarla. Estuve por dejarme caer de espaldas con la silla en que estaba sentado, dar en el suelo con el occipucio, vulgo colodrillo, y morir como el pontífice Helí, cuando le anunciaron la muerte de sus hijos queridos.

  [El Sumo Sacerdote Helí murió́ al caer de una silla cuando le anunciaron la muerte de sus hijos a manos de los filisteos] ¿Qué hijos más queridos de mi corazón que estos amores apenas nacidos, y ya muertos y asesinados bárbaramente? Pero me contuve y quedé quieto, sin echarme hacia atrás, guardándome para mayores cosas y riendo en mi interior de la idea estrambótica que se me había ocurrido de imitar al pontífice Helí. Antes bien, me propuse hacer del indiferente y del desdeñoso, y plantarla y desecharla de mí, diciéndole que todo había sido broma; a lo cual mis cartas anteriores daban indudablemente ciertos visos de certeza, porque más estaban escritas para reír que para enternecer, si no es que al través de las burlas acertaba ella a descubrir las lágrimas y la sangre con que estaban escritas. Porque es de notar que los hombres descreídos que tenemos el corazón amoroso, solemos amar entrañablemente, cuando amamos, poniendo en la mujer un afecto desmedido, que para Dios debiera consagrarse, y viendo en ella, aunque sea una mala pécora, ‘l’amorosa idea che gran parte d’Olimpo in se racchiude [ Versos de ‘I Canti’ XXIX de Giacomo Leopardi]Temblando me puse a escribir mi carta, pero de despedida; con tanta, con tanta cólera como el moro Tarfe.

  [Según el romance ‘Cercada está Santa Fe’, durante la toma de Granada, el legendario moro Tarfe se acercó́ al campamento de los cristianos afrentándoles al llevar atado a la cola de su montura un cartel con la leyenda ‘Ave María’, respondiendo de esta manera a la ofensa anterior de Hernando del Pulgar, que había colocado un letrero similar en la mezquita mayor de Granada] Por manera que emborronaba o rasgaba el delgado papel, y la carta no salía nunca a mi gusto, y al cabo, después de escribir siete u ocho, determiné no enviar ninguna, tomando la honrada y animosa determinación de despedirme de ella de palabra, conservando, en su presencia, una dureza pedernalina y una frialdad de veinticinco grados bajo cero. Dormí mejor aquella noche, acaso con la esperanza, que yo no osaba confesarme a mí mismo, de que en cuanto le dijese “se acabó”, se echaría al cuello y me pediría que no la abandonase, y que entonces se olvidaría de las obligaciones que debe al de París y se me entregaría a todo mi talante. Y ahora sí que encaja bien lo del antiguo romance, a pesar de Paladino y de los moros de España.

  Ello es que, a pesar de mi terrible determinación de dejarla para siempre, me puse, para ir a verla, hecho un Medoro. [En el poema épico caballeresco ‘Orlando el Furioso’, de Ludovico Ariosto, Orlando se vuelve loco al ser desdeñado por Angélica, pues esta prefiere el amor del musulmán Medoro. Este tema fue tomado por Ercilla, Lope de Vega, Góngora y otros autores. El lucentino Luis Barahona de Soto, en su poema novelesco ‘Las lágrimas de Angélica’, nos presenta al amado de Angelica, Medoro, como joven de singular belleza] Tomé un baño, no sé si para que se me calmasen los nervios y estar más sereno en aquella grande ocasión, o si para estar más limpio y oloroso; me afeité más a contrapelo que nunca, dando a mis mejillas la suavidad de una teta de virgen; me limpié los dientes y perfumé la boca, haciendo desaparecer todo olor de cigarro, con polvos de la Sociedad Higiénica y elixir odontálgico del doctor Pelletier; me eché en el pañuelo esencia triple de violetas de Mr. Bagley en Londres, y, en fin, me atildé como Gerineldos cuando fue por la noche en busca de la infantina, que deseaba tenerle dos horas a su servicio100. [‘Gerineldo, Gerineldo / Gerineldito querido. / ¡Quien te pillara esta noche / tres horas a mi albedrio!’; así comienza el romance de ‘Gerineldo’] Llegué, llamé, estaba sola, me anunciaron y entré resplandeciente de hermosura, pulcritud y elegancia. Pero no estaba ella menos pulcra, elegante y hermosa. ‘Tota pulchra est amica mea, et macula non est in te’ [“Toda limpia eres amiga mía y la mancha no está en tí”; versículo del Cantar de los cantares] le hubiera yo dicho si ella supiese latín. No se lo dije porque no lo sabe, y porque venía yo dispuesto a desecharla de mí, y no a requebrarla. Me senté, pues, a su lado, con gran seriedad, pero sin dejar de admirarme y alegrarme de verla levantada y puesta de veinticinco alfileres [“con todo el adorno y compostura posible? (RAE)]. Seda, encajes, brazaletes, cabello luciente y peinado con arte, qué sé yo cuánto primor y ornato en su persona, que me la tornaba más bonita, y me ponían en el corazón deseo y hasta esperanza de ajar aquellas galas, de enredar aquel pelo, de aplastar aquel miriñaque, y de hacer caer aquella cabeza, tan viva y tan alta entonces, pálida, con la boca entreabierta y con los ojos traspuestos y amortecidos, entre mis brazos.

  A pesar de estos pensamientos retozones, predominó en mí la vanidad y, aunque no dije, desde luego, “se acabaron los amores”, tampoco dije “te amo todavía”. Verdad es que ella no me dio tiempo; ella me despidió antes que yo la despidiera, como si yo me hubiera atrevido nunca a despedirla. Ella me dijo, “olvidémoslo todo” (espantosa amnistía), y me tendió la mano de amigo, como en estos casos se usa, y me dijo con cierta ternura compasiva e irritante, “ne m’en voulez pas”. Entonces tuve yo un momento de inspiración. Tomé su mano, la estreché con amistad y le dije que distaba tanto del “lui en vouloir” por lo que acababa de decirme, que venía dispuesto a decirle lo propio y que ella se me había adelantado; que nuestros amores no habían sido ni podían ser más que un sueño, la ilusión de un instante y que yo me alegraba de que acabasen, porque dentro de tres semanas, a más tardar, debía salir para España, y la separación hubiera sido dolorosísima si nos hubiéramos querido de otra suerte. En todo esto, entró un actor francés, compañero suyo, y hablamos del calor y el frio, y de que ella estaba ya decidida a contratarse en este Teatro Imperial por otros cuatro años, y pensaba permanecer en Petersburgo, sin ir a París, donde sólo le aguardaban disgustos, y murmuraciones y escándalo con la tal maldita comedia de ‘La Fiammina’, que tanto ruido ha hecho, y de la que ella es la mal disimulada heroína. A poco rato me levanté, saludé con mucha desenvoltura y cortesanía y me planté en la calle a tomar el fresco» (San Petersburgo, 13 de abril de 1857).

  Que no, que no han terminado aún los amores y desamores con la Brohan. Continuará en la píldora 56.

  Ilustraciones: Magdalena Brohan

  Continuará con otra píldora valeriana: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (4ª entrega)





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49006. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 57: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (4ª entrega)

  Continuemos... nosotros a lo nuestro. Continuemos con nuestras píldoras valerianas para celebrar a nuestra manera particular el bicentenario del nacimiento de Juan Valera.

  Tras la decepción sufrida en los últimos encuentros con Magdalena Brohan, Valera trató de distraerse, y si era posible de olvidarla, ocupándose en otros menesteres.

  «Pensé ir a la Biblioteca a ver los manuscritos españoles; pero no estaba yo para darme a manuscritos, sino a perros. Todo se me volvía pasear y pasear, sin poder pararme en ningún sitio. La cabeza se me iba. Vi pasar las tropas: caballería, artillería, infantería, que volvían de una gran parada, a la que el Duque y Quiñones habían asistido, y no vi nada verdaderamente. Todo esto era sobre la perspectiva Nevski; pero nunca, por más que caminaba yo, me alejaba mucho de la plaza Miguel, donde vive Magdalena Brohan. A cada paso se me antojaba volver allí, echarme a sus pies de rodillas, y pedirle, por amor de Dios, que me quisiera.

  A vueltas andaba yo con este indigno y bajo pensamiento cuando me tocaron, por detrás, en el hombro. Así tocó Minerva a Aquiles, asiéndole por la cabellera, en ocasión en que ya sacaba el poderoso estoque para dar cruda muerte al ‘anaxandron’ Agamenón.

  [Anax andron: “Soberano de los hombres””, nombre dado por Homero a Agamenón. La escena a la que recurre Valera transcurre en el Canto I de La Ilíada: Aquiles al volver la cara reconoció a Minerva “cuyos ojos centelleaban de un modo terrible”] Volví la cara y no reconocí a la diosa al resplandor de los ojos zarcos, sino al pobre marqués de Oldoini, famoso por padre de Castiglione. [Virginia Oldoini (1837-1899), casada con el conde Verasis de Castiglione, escudero del rey Víctor Manuel. La condesa de Castiglione era conocidísima en París por su extraordinaria belleza] `Ille pater est, quem justae demostrant nuptiae` [“Él es el padre al que muestran las justas nupcias”] Este buen señor está aquí de secretario de la Legación de Cerdeña; aunque ya es abuelo, pretende aún a las damas; ha sido ‘patito’ de la Bossio [Angelina Bozio (1830-1859), soprano italiana] y lo es ahora, como yo, de la Brohan. Es cuanto me quedaba que ser: compañero de desgracias de Oldoini. Me resigné, sin embargo, a ser su compañero de desgracias, y aun de paseo, y le seguí a donde quiso llevarme. Al cabo de mucho andar, vinimos a encontrarnos en la Embajada de Francia; entramos y fumamos un cigarro con Baudin y los otros secretarios. Yo charlé alegremente, como si nada me hubiera pasado. Conocí que me creían ‘dichoso’, porque en San Petersburgo, aunque tan gran ciudad, nada se ignora en cierto círculo. Ya se habrán desengañado, probablemente. Esto fue anteayer.

  Cuando volví a casa, me entró calentura y la aguanté y me senté a la mesa, aunque comí poco. Luego fui a una tertulia y estuve en ella más animado y decidor que de costumbre. Pero cuando entré de nuevo en mi cuarto, a las dos de la noche, y me vi solo conmigo mismo, se me figuró que estaba en el infierno. Imaginé que había estado cinco o seis días en el cielo, que había probado todas sus glorias y que en lo mejor de ellas había venido San Pedro y de un puntapié me había plantado en la calle. Me entraron ganas de matarme, pero no me maté, como ya usted supondrá al leer esta larguísima carta. Acaso fue flaqueza de corazón, o la razón fría, algo risueña y burlona, que no me abandona nunca, ni en los momentos de más pasión, y que mezcla siempre lo cómico a lo trágico. Figúrese usted que me reía de mí mismo, al verme tan desesperado, y no por eso dejaba de desesperarme, ni, al desesperarme de reírme. He comprado aquí un puñal de allá, de Georgia o de Persia, grande, ancho, damasquinado y truculento. Con él se puede cortar a cercén la cabeza de un buey. Tiene este puñal una canal profunda en el centro de la hoja, sin duda para que la sangre corra por allí, y le adornan engastes de oro, donde lucida, si no propiamente, se parecen el monte Ararat, el Arca de Noé reposando sobre su cima, y una paloma con la rama de oliva en el pico. Esto y más observé yo anteanoche en mi puñal georgiano o persa, porque no cesaba de sacarlo de la vaina y pensar en la muerte teatral y aparatosa que pudiera darme con él:
  ‘Osa ferro e veleno meditar lungamente e nell’indotta mente la gentileza del morir comprende’ [Del canto ‘Amore e morte’ de Leopardi]. Por último, en vez de pensar que era una gentileza, vine a tener por cierto que era una tontería el matarse por tan poca cosa, y que, a quererme matar, no habían de faltarme mejores ocasiones en lo futuro, y que ya las había tenido y las había desperdiciado. Porque, al fin, si uno tuviera que matarse cada vez que el suicidio viene a propósito, se ajusta a la acción y termina bien el drama, ‘plaudite cives’, [‘Plaudite, cives’: “Aplaudid, ciudadanos”; palabras con las que los actores romanos solicitaban los aplausos del público al final de la representación] Sería menester tener seis o siete vidas al año, para irlas sacrificando cuando conviene, sin quedarse a lo mejor sin vida, y sin poder ‘trucidarse’ cuando el caso más lo requiera. Cuando voy a un baile y me aburro, me quedo en el baile hasta lo último, a ver si por dicha a lo último me divierto. Y en este pícaro mundo, que es también un baile, me va a acontecer lo propio, y con la esperanza de divertirme algún día, voy a vivir más que Matusalén, pero aburrido siempre, esto es, desesperado; porque yo no puedo aburrirme mientras haya que observar este hermoso y variado espectáculo del mundo. Cuando yo me muera, aunque esté hecho una momia, creo que voy a cantar como la Traviata: ¡Gran Dio, morir si giovane! [En los estertores de la muerte Violeta se queja a su amado Alfredo: ‘Gran Dio!. Morir sì giovane. Io che penato ho tanto’: “¡Dios mío! Morir tan joven. Yo que he padecido tanto”. La Traviata se había estrenado con poco éxito en Venecia, tan sólo tres años antes] Sintiendo siempre no poder gozar ni de la esperanza de gozar algo después de muerto, por donde conviene, para arrostrar decididamente la muerte, creer en la inmortalidad. Leyendo el ‘Fedón’, convencido de lo que dice Sócrates, teniendo motivo y no queriendo ‘vitam preferre pudori’, puede cualquier pagano beber, sin reparo alguno, la cicuta. Pero yo, por no ser nada de veras, ni pagano soy. Momentos tengo en que soy católico ferviente, y siento arranques de meterme fraile y de irme a predicar el evangelio a la Oceanía o al centro de África.

  En resolución: yo pasé anteanoche una noche espantosa, y con pocas como esta, sobre todo si vinieran precedidas de ejercicios andróginos, que fatigan más que los deleites naturales, por vivos que estos sean, sospecho que daría al traste con mi consunta personita. Ayer no podía tenerme en pie, e imaginaba que estaba aniquilado de espíritu y de cuerpo. Pasé por la ultima humillación. Escribí a Magdalena Brohan una carta ternísima, pidiéndole aún que me amase y prometiéndole quedarme aquí los cuatro años que ella se quedase. ¿Con qué impaciencia no esperé su contestación? Si hubiera sido favorable, en seguida le hubiera escrito a usted suplicándole encarecidamente que me dejase aquí de secretario de la Legación y diese a quien gustase mi puesto en esa Primera Secretaria. Pero la respuesta a tanta ternura, a lo mejor de mi alma, que iba envuelto en aquel papel como un ochavo de especies, fueron sólo estas crueles palabras: C’est impossible. Il faut partir. Adieu. Me puse peor de salud. Llamé al médico; me tomó el pulso y me miró la lengua; me dijo que lo que yo tenía era un grande empacho bilioso, y me recetó una purga bastante activa. Hágase usted cargo de qué manera tan prosaica me estoy curando el amor. Estoy a dieta; la pócima hace su efecto, y se me figura que voy sanando. ¡Dios lo quiera!

  De tanto cariño, de tantos momentos de abandono, sólo me queda el recuerdo. Le rogué, pero ella no quiso, que me mordiese en el cuello hasta dejarme una cicatriz, como la del rey Haroldo, por donde Alix, la de la garganta de cisne, le descubrió entre los muertos de Hastings, a pesar de lo desfigurado que estaba.

  [El rey Harold II de Inglaterra murió en 1066, en la batalla de Hastings defendiendo su trono contra los normandos, después de recibir un flechazo entre los ojos. Según la leyenda su cuerpo quedó tan desfigurado que solamente pudo reconocerlo su amante Edith, la del ‘Cuello de Cisne’] Ella no quiso aceptar un anillo que yo le presenté como recuerdo mío. Lo compré en el Almacén Ingles y me costó setenta y ocho rublos de plata. Vale poco, porque en el dicho almacén son unos ladrones; pero como recuerdo siempre valía... Ella, sin embargo, no lo tomó; me cortó con los dientes un mechón de mis cabellos y se lo guardó en un relicario. Ya lo habrá tirado, quién sabe dónde.

  Estamos en Semana Santa, según el estilo griego. Hoy es lunes, día pintiparado para estarse metido en casa, purgándose, haciendo penitencia y hasta confesión general, porque esta carta no es otra cosa. Aquí confieso mil culpas y necedades y me arrepiento de ellas, y hallo algún consuelo en confesárselas a usted y arrepentirme. Nunca, sin embargo, me persuadiré́ de que Magdalena Brohan es ‘une coquine’ [una pícara], sino que entenderé que es buena amante y sublime, aunque yo no sé por qué extravagancias o aprensiones inexplicables de mujer ha hecho de mí una víctima, cuando debiera haberme dejado tranquilo, como yo lo estaba.

  Adiós. Esta carta no debe formar parte de la colección de mis cartas de Rusia. Esta carta está fechada en el país ‘du tendre’» (San Petersburgo, 13 de abril de 1857).

  Pero aquí no concluyeron los amores y desamores de don Juan con la Brohan. En la siguiente píldora daremos por concluida esta apasionada historia de amor.

  Ilustraciones: Juan Valera y Magdalena Brohan

  Continuará con otra píldora valeriana: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (y 5ª entrega)





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49007. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 58: Magdalena Brohan, un amor tempestuoso (y 5ª entrega)

  Como vimos Juan Valera se quedó sin lograr los resultados apetecibles, y eso que había utilizado todas sus armas amorosas, algunas hasta poco edificantes. El narrar a Cueto su desengaño amoroso le servía de consuelo y desahogo, a la vez que le evadía de la angustia en que vivía. Tal como le narraba a don Leopoldo en esta otra carta, no menos conmovedora:
  «En verdad que soy yo muy infeliz, porque, siendo yo tan amoroso y tierno, rara vez o casi nunca hallo quien aprecie mi amor y mi ternura y sepa pagarlos. Ahí está, si no, la Brohan, que no me dejará mentir. La he querido harto neciamente, como la necia carta que sobre el particular escribí a usted, y de que ahora me avergüenzo, lo demuestra a las claras, y vea usted cómo me ha pagado. Todavía, a pesar de mis propósitos, fui a verla el último día de Pascua. Le dije: ‘Xristos vascrés’ [del latín, ‘bendecirás a Cristo’], y nos abrazamos y besamos de nuevo. Me dio una cita para que volviese a la noche; volví, la hallé sola y hubo coloquios tan prolongados, tan vivos y tan tiernos como los de la época primera. No pude, sin embargo, pasar más adelante.

  Por último, ayer noche volví a verla del mismo modo. Durante todo el día no había hecho más que llorar. Su amante, el de París, le había escrito una carta llamándola perjura y otras perrerías, porque alguien le había dado la falsa noticia (yo al menos la creo falsa hasta ahora) de que se había vendido al duque de Osuna. Magdalena estaba desolada. Yo traté de consolarla con mis caricias y con razones muy sensatas. Le dije que, puesto que no se había vendido al Duque, ni quería venderse, no tenía por qué llorar y afligirse tanto. Que si quería aún de amor a ‘Monsieur Chose’, que le diese satisfacción de todo y que se uniese con él de nuevo. Que si no le quería, que se divirtiera y no lo echase tanto de sentimental. La hablé de Casi-santa y se la puse por ejemplo. Ni ella ni yo hemos leído la vida de esta famosa mujer en San Agustín; pero ambos la conocemos por lo que refiere Voltaire, que copia fielmente, a lo que parece, al obispo de Hipona. Ello es que si Casi-santa hubiera sido más rígida y entera, hubiera causado grandes males, y habiendo sido, casi por necesidad, harto liviana, hizo la felicidad de muchos y la propia, y alcanzó la casi canonización y ser llamada Casi-santa. Di a entender, asimismo, a Magdalena, aunque no tan crudamente como aquí voy a decirlo, que, si bien toda mujer casi-santa es digna de consideración y de respeto, nada hay más ridículo ni menos respetable que ser casi-puta [...]

  Mucho reímos con esto y con otros primores que se me ocurrieron; pero pronto volvió ella a los suspiros, a las tristezas y hasta a las lágrimas; y yo le hablé de amores en tono sublime, o que presumía serlo, y ella sacó el mismo tono y me dijo que me había casi-amado y que conmigo había sido casi-infiel a su amante, a quien debía grandes obligaciones y a quien ya amaba de nuevo, no pudiéndome amar a mí. Mas, como a todo esto me besaba la cabeza, y, jugaba con mis cabellos, y podía sus labios en los míos, y me los pasaba por los párpados, que yo cerraba, no pude contenerme dentro de los términos razonables y decorosos, y le di la tarquinada más brusca y feroz que he dado en toda mi vida.

  [Tarquinada: “violencia sexual cometida contra una mujer”. Por alusión a la violencia ejercida en Lucrecia por Sexto Tarquino, hijo de Tarquino el Soberbio] Pero sabido es que nada hay más imposible que forzar a una mujer.

  No hubo forzada
  Desde Helena la robada,
  como dice el villano de Tirso.

  [“Ríome yo de que digan / que ha habido mujer forzada / desde Elena, la robada”, declama realmente Blas en ‘La villana de Vallecas’ de Tirso de Molina] Mi ataque desaforado no sirvió sino de ponerla furiosa, de hacerla llorar más, de acusarme de brutal y de no sé cuantas otras cosas, y de tener que largarme de su casa, aunque perdonado y absuelto, bastante fríamente. Ahora pienso no volver por allá sino a despedirme. Veremos si lo cumplo. Me lo he prometido a mí mismo con la mayor solemnidad. Fuerza es confesar que la refinada cultura de ciertos pueblos modernos cría unos seres monstruosos y absurdos en ciertas mujeres. Esta reflexión, o dígase sentencia filosófica, encaja muy bien aquí́ y es como la moral de toda la historia» (San Petersburgo, 23 de abril de 1857). Valera retomaría los recuerdos dejados por la Brohan posteriormente al escribir algunas de sus obras. Para la novela inconclusa titulada ‘Mariquita y Antonio’ (1861) se inspiraría en aquellos amores y hasta llegaría a incluir un buen trozo de la carta de la ruptura. Ya en la senectud volvería a retomar sus amores juveniles con la Brohan en el cuento titulado ‘El último pecado’, en el que una comedianta rechaza a un amor de juventud después de haberle seducido. Por otro lado, en la poesía titula ‘Saudades de Elisena’, fechada en San Petersburgo en 1857, Valera poetiza sus amores y desengaños con Magdalena Brohan. Dichos versos concluyen trocando el amor terrenal no correspondido por el amor de una mujer ideal:

  Mas no, no te jactes
  Del daño que has hecho,
  Ni temas mi encono
  Ni esperes mi ruego.
  Lo que yo en ti amaba
  En ti ya no veo;
  No eres tú la diosa
  Que adoro tan ciego.
  La diosa que adoro,
  no vive en el tiempo; sus pies inmortales
  no tocan el suelo.

  De momento, como en otras ocasiones, se refugió en otros escarceos amorosos menos sublimes:
  «Mi jefe está o me parece que está ahora más amable conmigo. Días ha que no voy a ver a la Brohan y él sigue a sus plantas de hinojos. Yo trato de consolarme y distraerme por otro lado; mas no puedo ‘eternum servans sub pectore vulnus’ [“guardar una herida eterna debajo del pecho”]. Acudí primero a una española que no sé como está en Rusia, que habla una mezcla de francés, andaluz y ruso de lo más singular que usted puede imaginarse, y que desde las márgenes del Genil ha venido a las del Neva corriendo el mundo en busca de aventuras. Se llama esta famosa granadina la señora Doña Rafaela López de Cano y es tan hidalga como ordinaria, formando lastimoso contraste con las mujeres de su clase –aunque sean de más baja categoría– que hay en el extranjero, y refrescando en la memoria la pobre idea que uno tiene de la civilización femenina en España. Doña Rafaela habrá́ sido hermosa y creo que haya bailado en los teatros, habiendo tenido sin duda una época de triunfos y gloria, que no fueron sino verduras de las eras.

  [“¿Qué fueron sino verduras / de las eras?”, escribió Jorge Manrique en las ‘Coplas por la muerte de su padre’, al evocar a los grandes de este mundo. Las hierbas que crecen en las eras, de las simientes que quedaron en ellas, si no se cogen a tiempo, se agostan y marchitan] Porque desordenada y descuidada acaso más que viciosa (pues el vicio con arte y cuidado no destruye de tal modo) la ha sorprendido la fealdad y la vejez prematura y se haya hoy en el triste período de la transición de puta a alcahueta, crepúsculo más melancólico que el de una tarde de otoño. El sol que traspone para nunca volver y las flores que se agostan y marchitan son en ella la decadente hermosura, que aún da toda su luz en una litografía hecha, al parecer, en París y suscrita con su nombre en este pomposo título “La perla de Andalucía”; pero la perla de Andalucía se va transformando en una ostra. Sus armas están adornadas de corona ‘comital’ [condal] y en el centro de ellas se ve un árbol sostenido por dos osos, o dos lobos, que esto no sé de fijo. Acaso sean dos zorras. Ella lo es indudablemente, y no he tenido fuerzas para correrla, dejándosela a otros de más aliento y empuje que yo, v. gr., a Quiñones.

  La he emprendido luego con la ‘entretenue’ de un general anciano, joven rubia como unas candelas, sentimental y sublime, de hermosísimo pelo y airoso talle, pero de largas narices y delgadez más que regular. Por lo demás, finísima y bien educada y hablando con perfección francés, alemán, ruso, e inglés. Sólo dos horas al día se ve libre del general y estas dos horas me las concede con gusto. Por desgracia son las de comer en casa del Duque, a saber, de 5 a 7 de la tarde. Esto y el no parecerme ella muy apetitosa hacen que al cabo deje también de frecuentarla.

  Me he dado igualmente a ‘servir’, como diría el purista Baralt, a la condesa Zrevuska, mujer del más embustero y tramoyón de todos los rusos.

  [Rafael María Baralt (1810-1860), escritor, filólogo y poeta ingenioso, nacido en Venezuela y afincado en España. Escribió un ‘Diccionario de galicismos’, del que decía Valera que resultaba “muy útil porque las veces que acierta son muchas más que las veces que se equivoca”] El Conde Zrevuska estuvo en España años ha y hay que oírle referir las cosas extraordinarias que vio en España y sacarme por testigo de cuanto refiere. No he visto aún a solas a la señora, y hasta lo presente todo mi galanteo con ella se ha reducido a un deshonesto mirar. Tiene esta dama un sobrino, lindo muchacho, si los hay, pero de lo más mentecato que a duras penas puede imaginarse; el cual me quiere entrañablemente, y como es un ‘lion’ [El término francés lion o lyon se aplicaba a jóvenes ricos y elegantes, de costumbres libres y seguidores de la última moda; presentaba características similares a las del dandy inglés] conoce a todas las mujeres pecadoras, me lleva a verlas y me da a conocer a fondo tan interesantísima parte de la sociedad. Mi amigo el ‘lion’ se llama Lapujin [...]

  Para curar a amor no hay más remedio que poner otro amor, o tierra en medio, y como otro amor no me acude y sigo muerto por Magdalena, aunque sin ir a verla y haciendo del indiferente, deseo largarme, y sin embargo, no me decido a levar el ancla. Pero ya haré un esfuerzo y me largaré» (San Petersburgo, 6 de mayo de 1857).

  Y aquí sí que damos por concluida la historia Brohan-Valera. En las ilustraciones la Brohan madurita.

  Continuará con otra píldora valeriana: De la vida placida y regalada de Valera en San Petersburgo, confiando en que pasasen los malentendidos con el duque de Osuna





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49008. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 59: De la vida placida y regalada de Valera en San Petersburgo, confiando en que pasasen los malentendidos con el duque de Osuna

  Decíamos en píldoras anteriores que desde que llegaron al duque de Osuna los comentarios maliciosos que sobre él había formulado Valera en sus cartas publicadas por los periódicos de Madrid, las nuevas cartas perderían espontaneidad y gracia, al procurar Valera guardarse su mordacidad, aunque sin lograrlo plenamente. Como apreciaremos en esta nueva carta, ya que Valera sabía que se publicaría en algún que otro periódico en cuanto que llegara a la corte:
  «Ya estamos instalados en la lindísima casa que, amueblada con gran elegancia, ha alquilado el señor Duque por 1.200 rublos mensuales. Hay en ella magníficos salones de baile, hermosa escalera, jardín de invierno al lado del comedor, que parece un precioso patio de Sevilla, con su fuente en medio y un alto surtidor y flores y plantas y frondosos arbustos, que se multiplican en los espejos que forman las paredes, en parte cubiertas de hiedra y otras plantas enredaderas. La habitación del señor Duque es muy espaciosa y confortable. La de la señora, como no hay señora [el duque era un sempiterno soltero], está desierta; pero no puede ser más cuca y graciosa. Consiste en una serie de estrados, gabinetitos y ‘boudoirs’, donde hay muchos vasos de porcelana con flores, muebles cómodos y elegantes, cierto misterio voluptuoso, y otras mil cosas y circunstancias apetecibles. La alcoba da sobre el jardín de invierno, quiero decir está al lado, en el mismo piso principal, y parece un nido de amores, según la expresión con que Quiñones se la ha celebrado al Duque; expresión que sin duda él ha oído a alguien, porque no se le ocurren cosas tan poéticas y mitológicas; así es que la repite en francés imaginando tal vez que en España y en español no hay más que nidos de chinches o de golondrinas en las casas. Mi cuarto de dormir es también muy bonito, da sobre el jardín y está sobrepuesto al nido de amores [...] Aquí puede uno vivir como el pez en el agua, y sospecho que el Duque no dejará San Petersburgo tan aína. Acaso dé bailes, y de seguro dará comidas en esta casa. Acaso haga venir a ella, con cierto recato, a la comedianta francesa que le ha pillado ya doce o trece mil francos, y que no ha logrado aún y logre al cabo [se refería a la mismísima Magdalena Brohan]. Acaso en el nido de amores se celebre este erótico ayuntamiento y nazca de él un Gironcillo que herede más de la bondad y excelentes prendas del padre que de la tunantería materna.

  Ya tenemos muchos más amigos que vienen a comer con el Duque a menudo. Todos le aconsejan que dé un baile, y muy particularmente cierta dama que le tiene frito y achicharrado. Da la casualidad de que esta dama es la misma que yo vi por vez primera en Petersburgo [de la que nos decía en la píldora 46 que al verla se quedó “atortolado mirándola”], que me causó tanta admiración y que fue causa involuntaria de que me rompiese una espinilla. Su hermosura calmuca sigue asombrándome; pero no me enamora, por dicha mía. Ella no gusta sino de las personas muy empingorotadas; Tolstoi la pretende y no sé hasta qué punto habrá llegado.

  [No confundir este Tolstoi con León Tolstoi (1828-1910), se trataba de un primo del célebre escritor, Konstantínovich Tolstói (1817-1875), también escritor y poeta] Pero si el Duque quisiera y no fuera tan cándido, la dama plantaría a Tolstoi por él. Ella es mujer de un capitán, y aunque es, así como su esposo, de muy buena familia, no está muy sobrada, si no es de aquellos tesoros naturales que deben ser incomunicables, o al menos intocables.

  En medio de estos jolgorios conozco que estoy yo de más, y que maldito lo que hago ni para qué sirvo.

  Al Duque le seguirán siempre considerando como un gran señor y noble y esplendido caballero; pero no pueden considerarle seriamente como el embajador o el ministro de España en esta corte. ¿Cómo han de considerarme, pues, a mí como un secretario de una Legación de España que no existe?

  Quedarme aquí como amigo del Duque y comensal suyo no puede ser, porque el Duque no me honra, por desgracia, con su amistad, y yo le fastidio. Por otra parte, yo deseo volver a esa Primera Secretaría, y que usted me emplee en algo de importancia. Yo pondré mis cinco sentidos en hacerlo bien, y espero que usted y el señor marqués de Pidal [ministro de Estado] me querrán más que el Duque, a pesar de mis defectos. No me parece que soy tan mala lengua, y creo que del Duque mismo he hecho grandes elogios, en cuanto hay en el Duque que se pueda elogiar. A este país le he elogiado también más de lo que se merece, y cuando veo mis cartas publicadas me suelo avergonzar de tanto elogio, porque creerán que yo no he visto nada en mi vida. Yo soy muy hiperbólico, como buen español; pero lo soy más en el elogio que en la censura.

  De Quiñones no he dicho más que cuatro chistes fríos, con la intención de hacer reír sin ofenderle. Si yo fuera capaz de tenerle rencor, se lo podría tener, sin embargo. Si él no hubiese venido, estoy seguro de que el Duque y yo estaríamos a partir un piñón; estoy seguro de que el señor duque de Osuna me querría como a un hermano, y hasta el mismo favor y confianza del Duque me hubiera granjeado en San Petersburgo mejor acogida en la sociedad, más distinciones y favores de los que me han hecho.

  En fin, sea como sea, yo no puedo permanecer aquí́ más largo tiempo. Mi salud tampoco es la mejor. Estoy mimado en mi casa y aquí ni me sirven, ni me cuidan, ni me preguntan siquiera si me llevan o no me llevan todos los diablos. Me parece que si me diera alguna enfermedad grave me cuidarían como a un criado de la casa; pero no me atenderían como a un compañero.

  Adiós. Pronto nos veremos, porque, a pesar de los inconvenientes del viaje solo, me parece que le haré al cabo. No puedo dormir bien, me aburro maravillosamente y padezco de los nervios y del estómago. Me desespera que nadie se compadezca de mis males, y soy capaz de hacer la tontería de contárselo a las damas más amigas para que me tengan lástima. Antes de que llegue este extremo, lo mejor será irse y, sobre todo, repito, estando la misión terminada y no teniendo yo aquí motivo oficial de permanencia» (San Petersburgo, 28 de enero de 1857).

  En realidad no dejaría Valera San Petersburgo tan pronto. Conocemos ya que Valera pasaba del abatimiento al optimismo con relativa facilidad, así, dos días después escribía al mismo Cueto:
  «A pesar de que mi organización es muy española, esto es, biliosa y melancólica, he llegado a alemanizar mi espíritu y a transformarme en un optimista completo. Cuando más muchacho era yo un cándido; los años, que no pasan en balde, me van ya transformando en un doctor Pangloss [el célebre personaje de ‘Cándido’, novela de Voltaire]; y si alguna vez la bilis reconcentrada me hace ver las cosas negras y feas, cuando estoy en mi acuerdo, y el espíritu sereno domina al imperfecto organismo, lo hallo todo bien y rebién, y el mal me parece un accidente efímero, y el bien lo sustancial y constante. Entonces soy como los zahoríes y descubro todos los tesoros, que hay ocultos en la tierra. Acaso sea una locura ambiciosa de descubrir más tesoros la que nos quita la vista de los ya descubiertos. Acaso los desengañados del mundo, los místicos desesperados y atrabiliarios, sean como aquel derviche que, no contento de las riquezas que descubría después de haberse untado el ojo derecho con la pomada encantada, se untó también el ojo izquierdo y se quedó ciego» (San Petersburgo, 2 de febrero de 1857).

  Volvía en otra carta a justificarse del tono guasón de sus primeras cartas, y no comprendía cómo sus compañeros de la secretaria de Estado se sorprendían de sus comentarios sobre el Duque: «Si yo he dicho tonterías y burletas a propósito del Duque, por las cuales se podía brujulear que S. E. no es un gerifalte, me parece que esta carencia de gerifaltería les era a ustedes notoria en el parto, antes del parto y después del parto de esta Misión Extraordinaria, para mí tan preñada de desazones; y entiendo que no vine, con mi mala lengua, a revelar ninguna cosa inaudita y recóndita» (San Petersburgo, 27 de marzo de 1857). El incorregible Valera, por más esfuerzos que hacía para no soltar bufonadas, no lograba cumplir su propósito de la enmienda, como bien apuntaba Carmen Bravo-Villasante: «Valera echa a rodar destino, carrera, consideración social, todo a cambio de poder decir cuanto le venga en gana. ¡Cuántas veces sacrificará honores y distinciones, por el gusto de expresar con libertad su pensamiento y poder usar el lenguaje que más le convenga! ¡Bueno es Valera para callarse! Ninguna persona menos propensa al servilismo que Valera, incapaz de adulación y de elogio interesado. Es el espíritu de contradicción en persona, aun a riesgo de enfrentarse con todos los duques y príncipes rusos habidos y por haber. Como tenga opinión formada, y casi siempre la tiene, no hay quien le haga bajar la cabeza».

  Al salir de Madrid Valera había encomendado a la familia las gestiones pertinentes para llevar a buen puerto su candidatura en las próximas elecciones a Cortes, pues de nuevo había retomado el deseo de alcanzar un acta de diputado.

  La situación política de ahora le resultaba más propicia que en ocasiones anteriores, además, era más conocido por las cartas enviadas desde Rusia, aunque las burlas dirigidas contra el Duque le obstaculizarían su acceso al Congreso. Con todo, la familia decidió presentar su candidatura por el distrito electoral de Colmenar y Archidona, en el que su hermano Pepe Freuller disponía de buenas alianzas electorales. Desde luego el distro de Cabra resultaba inalcanzable por ser feudo natural de Martín Belda. Ante todo era imprescindible contar con el favor del Gobierno, y también sería bueno contar con el apoyo de los duques del Infantado, de Fernán-Núñez, y del propio Osuna, por gozar estos de sustanciales influencias en la provincia de Málaga. En principio, Osuna escribió cartas a sus apoderados recomendándoles la candidatura de Valera, aunque el apoderado general del Duque, escandalizado de que su señor protegiese a quien le ponía de dómine chupa en las cartas, dio contraordenes a los arrendatarios de la casa de Osuna. Por si no fuera poco lo anterior, un cacique del distrito, don José Lafuente Alcántara, retiró sus votos comprometidos con Valera después de conseguir de Freuller «los jueces de paz y ayuntamiento a su gusto». Esta traición hizo reflexionar a la marquesa de la Paniega: «Esto de las diputaciones es una tramoyería, que sólo los gitanos cuando venden burros pueden ser más tunos, embusteros y chalanes, todos prometen, todos hacen mil falsías y ninguno es caballero ni leal ni conoce la vergüenza» (Madrid, 1 de febrero de 1857).

  En definitiva, las cartas desde Rusia hicieron el resto para que Valera se quedase sin escaño, una vez más, al perder el apoyo del Gobierno. Narváez, influido también por las cartas, desconfiaba del joven Valera, al no considerarle político domesticable. Sofía Valera, comiendo en casa de Narváez, mantuvo con este el siguiente diálogo, muy significativo:
  – Y diga usted, preguntó el general, ¿no sacará luego las uñas contra mí?
  – No lo creo –respondió́ Sofía–. Además, mi hermano tiene mucho talento.
  – Precisamente por eso –opuso Narváez– por eso no le quiero yo, porque sé eso.

  Ilustraciones: Diversas vistas de San Petersburgo

  Continuará con otra píldora valeriana: El carnaval, la cuaresma, la Pascua de Resurrección y la religión en Rusia





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49009. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 60: El carnaval, la cuaresma, la Pascua de Resurrección y la religión en Rusia

  Las fiestas populares y religiosas despertaron el interés de Valera, dejándonos una magníficas descripciones sobre el carnaval, la cuaresma y la Pascua de Resurrección:

  «No puedo más con tanto baile y tanta diversión, y de veras me alegro de que mañana termine el carnaval y entremos en la Cuaresma de por aquí, más severa y penitente que la nuestra, según afirman. Entre tanto, hemos tenido días en que no se ha hecho más que bailar por mañana y noche. Las ‘matinées dansantes’ son aquí preciosas [...] Pero no es sólo la aristocracia la que se divierte, sino también la plebe, que tienen estos días una como feria en la inmensa plaza que está delante del Palacio de Invierno y del Almirantazgo. En unos pequeños teatros de madera se ven titiriteros, que bailan en la maroma y dan brincos y hacen cabriolas; en otros se muestran serpientes, leones, panteras y otros animales feroces. Por un lado, charlatanes o músicos ambulantes entretienen al vulgo con canciones o con decires de mucha risa, para quien los entiende; por otro lado, se venden juguetes, frutas y otras golosinas, en diferentes tiendas y pues tecillos. Aquí hay juegos de sortija y columpio; allí orquestas y tablados donde baila y se agrupa la gente, y acullá montañas de hielo, de las que de continuo bajan como flechas los diminutos trineos y los que se aventuran a dirigirlos. Por todas partes, en fin, a pesar del frío y de la nieve, muchos ciudadanos y ciudadanas, a pie y en coche. Esta fiesta se parece, aunque en miniatura, a la famosa de Dresde de la ‘Vogeliwiese’, a la cual concurre media Alemania, y se regocija en grande con el pretexto de tirar al blanco con la ballesta» (San Petersburgo, 28 de febrero de 1857).

  Después de los desahogos del carnaval se pasaba a la austeridad del tiempo de cuaresma, tal como ocurría en el resto de Europa:

  «Estamos en una época tan santa, tan penitente y tan enojosa para los profanos que, contándome yo en el número de ellos, siento a menudo vehementísimos deseos de largarme. La Cuaresma es aquí terrible. No se ve un alma en las calles, nadie recibe en su casa. Todos están encerrados haciendo penitencia y tratando de elevar el alma a su Creador por medio de oraciones, ayunos y vigilias que mortifiquen y domen bien las carnes [...] Esta primera semana es la más severa de todas porque no hay ortodoxo, rico o pobre, noble o plebeyo, que no haga en ella examen de conciencia y se prepare a recibir la comunión [...] Los teatros están cerrados [...] Para que los profanos hagan también penitencia, además de la que ya hacen con no poder ver a nadie, ha venido el deshielo a poner las calles en un estado lastimoso. A pie no se puede salir, a no querer nadar en un fango negro y nada aromático; y en coche va uno como picado por la tarántula, dando brincos y haciendo contorsiones horribles, con el traqueteo y los sacudimientos que causan los baches en que se hunden los carruajes. Las ruedas hacen subir el lodo hasta las nubes y le salpican a uno miserablemente, embadurnándole la cara y convirtiéndole en un etíope, si se descuida un poco. Entre la gente elegante de San Petersburgo, que tiene en el fondo del alma algo de descreída y de volteriana, puede que haya un poco de hipocresía o de fingimiento en las penitencias que hace; pero el pueblo creyente de veras, se da, en efecto, muy malos ratos por amor de Dios. ‘Non est grave’, dirán ellos, ‘humanum contemnere solatium, cum adest divinum’, [‘Non est grave humanum contemnere solatium, cum adest divinum’: “No es pesado desdeñar el hábito humano cuando llega el divino”, texto del Rosario recogido en la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis] Y por esto, en estos días, se maceran la carne y se alimentan de tagarninas, como vulgarmente se dice. Verdad que a veces suelen caer en la tentación, y si no comen, beben, y por lo mismo que tienen el estómago vacío, se ponen con facilidad calamocanos en lo mejor de la penitencia» (San Petersburgo, 5 de marzo de 1857).

  La Semana Santa, muy al contrario que en su tierra andaluza, se celebraba en Rusia en el interior de las iglesias y con un recogimiento similar al de la cuaresma:

  «Gracias a Dios que ya estamos en Sábado Santo y Cristo resucita dentro de poco. ¡Terrible semana hemos pasado! No hay medio de hablar ni de ver a nadie en estos días. Los rusos harán penitencia o no la hagan, pero ello es que no consienten en ver a nadie. Y lo más triste de todo es que la clase elevada no hace estas cosas ‘corde bono et fide non ficta’75, sino por ser muy ceremoniosa y estar bien regimentada.

  [‘Corde bono et fide non ficta’: “Corazón bueno y fe no modelada”, en las Confesiones de Agustín de Hipona] No sé si hay un general del culto, pero debía haberle, así como hay un general de los teatros. Una persona ‘comm’il faut’ se persignará aquí siempre al levantarse de la mesa, tan maquinalmente como un soldado que se cuadra al ver un oficial que pasa, y del mismo modo, aunque en su vida haya pensado en Dios, se encerrará durante la Semana Santa, y aun una o dos semanas más durante la Cuaresma, y meditará o hará como que medita en los divinos misterios. Por último, si es rico, no sólo tendrá cocinero, mayordomo y lacayos, sino también capilla, y en ella dos o tres popes y unos cuantos cantores. Esto hace que los actos religiosos no sólo no sean aquí verdaderamente católicos, esto es, universales e interesantes a la humanidad entera, que eleva al cielo su plegaria y con la plegaria los corazones en la misma comunión, sino que no son siquiera nacionales y patrióticos. El pueblo, acaso con fe sincera, aunque grosera, acude estos días a los templos, a vísperas y maitines. La nobleza, separada del pueblo, celebra en sus casas las ceremonias religiosas, que representan o recuerdan el temeroso misterio de la redención [...] Las fiestas de Semana Santa no son aquí populares ni solemnes. El Jueves y el Viernes Santo, a no ser porque no le reciben a uno de visita, no se distinguen de los demás días del año. Las tiendas están abiertas, cada cual se ocupa de sus negocios y los carruajes circulan libremente por la ciudad.

  La religión ortodoxa acaso entusiasme aún al pueblo, mas para la gente ilustrada no es más que una religión oficial. El arte no ha hermoseado el culto ortodoxo y las imágenes son feísimas. [Se refiere a las de los iconos, pues en la religión ortodoxa no se da culto a las imágenes de talla] El canto sólo es hermoso y las damas y caballeros rusos se entusiasman con él como con una gloria nacional.

  Religión, lo que verdaderamente se llama religión, no creo que haya mucha; mas, en cambio, hay mucho patriotismo. El ruso no es filántropo, ni teófilo, sino bielorruso. El que quiera amar a Dios y a los hombres, ora encubierta, ora descubiertamente, se hace católico, o se hace filósofo incrédulo o se hace protestante, y fácil es descubrir en ellos estas inclinaciones, a pesar del viejo oficial de la ortodoxia. Sin embargo, en cuanto se toca la cuerda del patriotismo o del odio a los polacos, el ruso más incrédulo o más católico se vuelve más ortodoxo, como ellos se llaman, que Focio mismo.

  [Focio (820-897), patriarca de Constantinopla excomulgado por Roma, con el cual se inicia el cisma entre Oriente y Occidente que daría lugar a la Iglesia Ortodoxa] La dominación de los polacos en Rusia ha engendrado un odio inmenso, inextinguible, contra los polacos. Ahora la están pagando los pobres. Para un buen ruso o para una buena rusa no hay caballero polaco que no sea falso, traidor, tramposo, etcétera, ni dama polaca que no sea deshonesta y liviana. Las crueldades y tiranías de los polacos de hace dos siglos las cuentan aquí como si fuesen recientes y cometidas este mismo año. No hay maldad que no les atribuyan» (San Petersburgo, 18 de abril de 1857).

  En otra carta viene a matizar sus comentarios anteriores sobre el sentido religioso de los rusos. Es evidente que estas cartas, sabedor de que serían publicadas en Madrid, las escribe con más comedimiento de lo habitual en él, pero no por ello están desprovistas de interesantes apreciaciones:

  «En mi última carta dije a usted -escribe a don Leopoldo de Cueto- una infinidad de picardías contra la religión de este pueblo, y hoy me arrepiento y retracto de haberlas dicho. Aquí se escribe y se lee menos, pero se cree mucho más que en Francia y en Italia. Estoy no sólo dispuesto a cantar mil veces la palinodia, sino maravillado y enternecido, además, de cuán religiosos son los rusos y de las bellas cosas que he visto en estos días.

  El Sábado de Gloria se lloraba aún en todas las iglesias la muerte del Señor. El simulacro de su Santo Sepulcro estaba expuesto a la adoración de los fieles. Los sacerdotes entonaban en torno cánticos fúnebres. Sólo de cuando en cuando se dejaba oír un himno fatídico, alguna palabra poética llena de esperanza y alegría. Los profetas de Israel anunciaban la resurrección del Crucificado, y no sólo su gloriosa epifanía, sino la resurrección de toda carne. Confiando, sin duda, en estas promesas, empezó el pueblo a regocijarse apenas llegó la noche, y por toda la ciudad aparecieron ardientes luminarias que dejaban ver, con claridad igual a la del día, las fachadas de los templos y palacios, ardientes luminarias que se duplicaban reflejando en las aguas, ya libres de hielo, del grande y del pequeño Neva y de los cien canales.

  Cerca de medianoche acudió a las iglesias infinito pueblo, y a las capillas del Palacio Imperial y de los magnates personas más encopetadas. Yo fui a la capilla del conde Cheremetiev. Pero ¿qué digo a la capilla? Todo el gran palacio de este poderoso boyardo se había convertido en un magnífico templo. Lámparas de plata, arañas y candelabros de cristal y de bronce, lo iluminaban por dondequiera; gran copia de flores lo embalsamaban y engalanaban [...] Como yo siempre llego tarde a donde quiera que voy, llegué también tarde a casa del conde Cheremetiev. Antes de subir la escalera, comencé a oír un canto, melodioso, dulce y sumiso, que aparentaba venir hacia mí. Subí la escalera, y, no hallando criado ni persona alguna que me guiase, caminé hacia el punto de donde el canto venía. A poco andar hube de detenerme embebecido y vi adelantarse por una extensa galería una pausada y solemne procesión, que con notable majestad y recogimiento discurría por todo el palacio, que de seguro pudiera tomarse entonces por un palacio encantado [...]

  Iba delante un sacerdote vestido de blanco, con una cruz de oro levantada, como para servir de guía; y en pos de él otros con estandartes de brocado, bordados de pedrería resplandeciente. En seguida coros de niños, de jóvenes y de ancianos. Luego familiares de la casa y otras personas de cierto respeto, con sendos mantos de damasco encarnado, guarnecido de anchas franjas de oro, y llevando muy devotamente sobre el pecho las reliquias preciosas, las santas imágenes y los libros sagrados, que, cubiertos de perlas, diamantes, esmeraldas y rubíes, se guardan en el oratorio del Conde. Seguían después muchos caballeros, muy condecorados y vistosos, y no pocos de uniforme. En fin, las damas, las criadas de la casa, las mujeres todas, iban allí también con vestiduras blancas, como las de aquel joven extraño, como las de aquel ángel hermoso que vieron las tres Marías sobre la tumba del muy amado, y que les dijo: “¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos? Id a anunciar que ha resucitado” [San Marcos, 16, 5-6].

  Cada uno de los que asistían a la procesión, llevaba en la mano una vela encendida. Yo me quedé absorto viéndolos pasar, y cuando hubieron pasado, los seguí́ a la capilla. Al llegar a la puerta, la hallamos cerrada. El coro, sin embargo, cantó con un presentimiento dichoso: –‘Cristo ha resucitado de entre los muertos y ha vencido a la muerte con la muerte. Cristo ha vuelto a la vida a los que yacían en la tumba’–. Entonces se abrieron de par en par las puertas del santuario y apareció́ en ellas el primer sacerdote con un ropaje flotante y lujosísimo: en la diestra, la cruz, y en la siniestra mano, un turíbulo. Xristós vascrés, ‘Cristo ha resucitado’ –dijo tres veces– bendiciéndonos con el crucifijo, y, exclamando todos: ‘Va istine vascrés’, “en verdad ha resucitado”; entramos en la iglesia como si entrásemos en el cielo ya redimidos y benditos [...] Hay, por último, un momento en que el coro dice: –“Abracémonos unos a otros, llamémonos hermanos, perdonemos a los que nos aborrecen y cantemos juntos: “Cristo ha resucitado de entre los muertos”–. En este momento solemne los rusos todos se creen verdaderamente hermanos, y los ricos y los pobres, los siervos y los señores se abrazan con efusión extraordinaria. Durante los tres días de Pascua hay este ágape universal; y en las casas, y en las calles y en los templos no se ven más que ternuras. El que va a besar, dice: –“Cristo resucitó”–, y el otro responde: –“En verdad, ha resucitado”–. El Emperador dará en estos días de quince a veinte mil besos por lo menos [...]

  Hace un tiempo muy hermoso: el sol brilla como en España; las calles están llenas de gente a pie y en carruaje; notable contento y animación reina en todo sitio. El exceso de la alegría por la resurrección del Señor hace que muchísimo rusos de los más ortodoxos, se caigan en estos días por esas calles como muertos, o que, por lo menos, vayan dando traspiés. Si no hubiese una causa moral para explicar este fenómeno, se podría suponer que su verdadera causa es el aguardiente. Aquí, sin embargo, llaman al aguardiente, té; los rusos toman mucho té, y en vez de pedir propina para beber aguardiente, la piden para tomar la olorosa y salubre hierba del Catay. Este eufemismo suele producir efectos muy cómicos; y ayer, por ejemplo, me hizo reír de veras el secretario del duque, que ha estudiado la lengua de este pueblo y se entiende con los rusos, y como pasease en su droski (los droskis han reemplazado ahora a los trineos) y se encontrase un ciudadano tendido en medio de la calle con una de las ‘turcas’ más ortodoxas que jamás hubo, el cochero se volvió́ a él y le dijo, con la mayor serenidad: ‘On pil mnogo chai’ [“Este ha tomado mucho té”]. Vea usted que té tan singular se bebe en esta tierra» (San Petersburgo, 20 de abril de 1857). Gran parte del contenido de la carta anterior le sirvió a Valera para un artículo que publicó en ‘El Mundo Pintoresco’ (1858), titulado “La Pascua de Resurrección de San Petersburgo”.

  Los que no salían bien parecidos en el cuadro pintado por Valera sobre la religión de los rusos eran los clérigos ortodoxos: «Una de las cosas que más afligen, sobre todo si se compara a la suficiencia y garbo de los honrados burgueses, de los ricos mercaderes y de los nobles rusos, civilizados y extranjerizados, que por lo menos han leído a Paul de Kock y que han estado o, cuando no, piensan ir a París en el próximo verano, es la rudeza, amilanamiento y rustiquez del que debiera ser verdadero instrumento autonómico de la civilización rusa, el clérigo ruso. Yo no he podido hablar con ellos, pero, como dice el proverbio italiano, ‘vista la porta, vista la casa’; y la verdad, que lo raído y sucio del traje, lo mal peinado de las greñas, el aire poco diligente y muy aguardentoso de la fisonomía y la rudeza de los modales no los distinguen de los ‘mujiks’ [campesinos rusos], antes bien, muchos de estos clérigos o curas de aldea parecen y deben de ser más rudos que los mujiks mismos, los cuales tienen que tener a menudo en prensa el ingenio para mejorar la fortuna o para vivir, cuando nada le inspira el deseo de mejorar, mientras que el pope de lo que canta yanta, y como no ejerce una especie de jurisdicción como nuestros curas, ni se hace superior a los feligreses, teniendo sobre ellos cierto magisterio en el púlpito, en el confesionario y hasta en el consejo de la familia, a veces, hechos una vez sus oficios, dicha su misa y terminadas las canciones sagradas, no le queda más que el aguardiente a que recurrir para distraerse, y vive en la más completa abyección e ignorancia.

  El clero negro, esto es, los frailes, saben algo; de entre ellos salen los obispos, los metropolitanos y los predicadores, aunque rara vez aquí se predica. La religión no se explica con razonamientos, ni se pone al servicio de la moral, difundiéndola en elegantes discursos; la religión ortodoxa se manifiesta por medio de símbolos y figuras y gestos, de los cuales no sé hasta qué extremo podrá comprender el vulgo el sentido. Rara vez el sacerdote explica al pueblo estos misterios por medio de la palabra.

  He oído a muchos rusos quejarse de la ignorancia y falta de respetabilidad del clero ruso; tanta genuflexión, tanta ceremonia simbólica, un santiguarse tan continuo, un tan eterno besuqueo de reliquias, de cruces y de imágenes y tanta postración y acatamiento hacen de la religión ortodoxa algo de parecido a la brujería: ensalmos, conjuros, encantos y evocaciones, que no tienen objeto» (San Petersburgo, 18 de mayo de 1857).

  Continuará con otra píldora valeriana: De visita a Moscú





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49010. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 61: De visita a Moscú (1ª parte)

  En mayo de 1857, antes de regresar a España, Valera hizo una visita a Moscú. Dejándonos una detallada descripción de lo que vio desde el tren en el viaje de San Petersburgo a Moscú. También nos dejó unas interesantísimas apreciaciones sobre su estancia por unos días en Moscú. Así se lo narraba a su jefe en el Ministerio de Estado don Leopoldo Augusto de Cueto, en varias cartas.

  «El 8 de mayo, según el estilo ruso, salí de San Petersburgo para Moscú, en el tren del ferrocarril que parte a mediodía. Vino conmigo un criado ruso llamado Lavión, el cual hablaba alemán. No llevaba yo cigarros conmigo, porque imaginaba que, pues aquí no se fuma en las calles de las ciudades, menos debía fumarse en vagón, donde esta operación es más ocasionada a un incendio. Mucho me sorprendió́ ver que había vagón para los fumadores, donde entré por instinto, o porque el soldado ruso conoció sin duda en mi cara que yo debía fumar y me hizo entrar en dicho vagón, donde hallé fumando a todo bicho viviente, y a no pocas, al parecer, damas. Una mujer fumando despierta en mi alma, o si se quiere en mi cuerpo, sentimientos pecaminosos. No sé por qué, mas ello es que imagino que, pues tan sensible a un placer tan vaporoso, que ni en público puede privarse de él, debe serlo más en secreto a otros más serios placeres, si es que placer alguno puede tenerse por cosa seria en este valle de lágrimas que habitamos. Por otra parte, la mujer fumadora toma, al fumar, cierto aire provocativo y belicoso, y no parece sino que con el pito que tiene en la boca toca a rebato y pide guerra. Y luego, en el movimiento y presión de los labios para sujetar dicho pito, hay yo no sé qué encanto voluptuoso y se transluce el beso nervioso y convulsivo. Por todo lo cual, repito que, no siendo la fumadora ni muy vieja ni muy fea, me enciende algo la sangre. Mas en esta ocasión, estaba yo tan distraído y ensimismado con ciertos amores casi místicos y platónicos que he dejado en Petersburgo, que no paré mientes ni reparé como debiera el primor de las fumadoras, aunque bien noté que dos o tres de ellas distaban mucho de ser feas.

  Llevaba yo conmigo un libro para entretenerme leyendo durante el viaje, imaginando que poco habría que ver del paisaje por donde pasásemos y nadie conocido con quien yo hablase. Mas también en esto me engañé [...] En el camino de hierro de Petersburgo a Moscú se pasa de un vagón a otro, y no pocos venían a este atraídos por la libertad y franquicia que para fumar en él se daba [...] Allí oí decir que esta libertad había sido dada por el actual emperador Alejandro II, y de él, por ende, se hicieron maravillosos encomios, augurando todos que aquella libertad era el comienzo, o dígase preludio, de otras más substanciales y que, en pos de la de fumar, vendrían quién sabe cuántas otras, y muy singularmente la de imprenta, de que aquellos señores se mostraban tan a las claras tan deseosos, que me di a entender que la de pensar y hablar la tenían ya conquistada [...] Ello es que allí se habló, si muy bien del Emperador vivo, muy mal del que acababa de morir; y que si la persona de Alejandro II fue ensalzada, sus ministros fueron amargamente criticados, deprimidos y tachados hasta de incapaces.

  [Nicolás I (1796-1855) como autócrata tenía mano de hierro y actuaba con crueldad, también fue impopular por los diversos conflictos que desencadenó en los Balcanes en su empeño por ampliar sus dominios] No sé lo que en esto pueda haber de cierto, pero sí lo es que la conversación era en francés, y que en esta lengua sólo hablan los iniciados en los misterios de la civilización de Occidente, que misterios son para el vulgo de aquí. La cuestión es grave. La cuestión está en saber si esas ideas extrañas y esa civilización forastera, expresada casi siempre, hasta ahora, en lengua forastera también, han de implantarse de firme en la Santa Rusia y han de popularizarse y difundirse. Yo veía por primera vez en mis compañeros de viaje a la Rusia civilizada no oficial, [...] en una palabra, a la mesocracia o clase media, que empieza a levantarse independiente y rica; pero, como entre nosotros, llena de mal encubierto desprecio por la patria y de exagerada admiración de lo extranjero».

  Prosigue la carta con la descripción de lo que observaba desde la ventana del tren:
  «La miserable apariencia de las casuchas de madera de los pobres siervos y campesinos, y al representarme de nuevo en la imaginación todos aquellos llanos áridos cubiertos de nieve, no pude menos de echarme a discurrir cómo vivirían durante el invierno, esto es, la mayor parte del año, los habitadores de estos países poco favorecidos de la naturaleza. Indudablemente que en muchas regiones de Rusia, y principalmente en las más fríos y boreales, mucha de esta pobre gente ha de pasarse el invierno encerrada en sus cabañas y lamiéndose la pata para nutrirse, como dicen que hacen los osos. Otros, ya poseedores de rengíferos [renos] y caballos, los enganchan a algún trineo y transportan de un lugar a otro algunas pobres mercaderías; otros, por último, hacen durante el invierno el oficio de tejedor, ya de lino, ya de algodón. En el terreno que circunda a Moscú, dentro del radio de muchas leguas, es donde más se ejercitan los rústicos durante el invierno en esta industria algodonera. En cada choza hay un telar y allí trabaja toda la familia, y es tan barata la mano de obra, que estos tejidos, hechos a mano, aún pueden competir con los que se fabrican al vapor, tanto en Rusia, donde hay muchas fábricas, como en el extranjero, de donde son importados, pagando en el día grandes derechos y debiéndolos pagar mucho menores dentro de poco, gracias a la reforma de aranceles. Según la cuenta que me hizo un mercader alemán, desde largos años ha establecido en Moscú y que conoce a fondo Rusia, una familia campesina gana a lo más, tejiendo durante el invierno, siete copecs diarios (un real de vellón de nuestra moneda), mas como tiene leña con que calentarse y algunas provisiones de boca que ha reunido durante el verano, no lo pasa tan mal, o puede vivir, al menos, y despilfarrarse algunos días de fiesta, emborrachándose con aguardiente, al cual es aficionadísimo el pueblo ruso [...]

  Pensando en estas y en otras cosas por el estilo, y durmiendo un poco de vez en cuando, y parándome en las estaciones a almorzar, a comer, a tomar el té y a cenar; imitando en esto a los rusos, que siempre que pueden comen, y no comen poco y mal, sino cuando no pueden comer a más y mejor, llegué por último, a Moscú, a las ocho de la mañana del día siguiente, habiendo empleado en este viaje de 604 verstas [unos 640 km.] veinte horas del ferrocarril. Apenas llegamos a la estación del ferrocarril, y aún no había acabado el tren de pararse, salté en tierra de los primeros, con el ansia de ver la antigua capital de los zares [...]

  Hacía un tiempo hermosísimo, y no creo que por el mes de mayo hiera el sol la tierra de Andalucía con más fuerza que hería la de Rusia entonces. Los árboles desplegaban ya su pompa vernal, y verdes hojas y flores los coronaban; los pájaros cantaban entre las ramas; las cúpulas doradas, verdes, azules y rojas de las mil iglesias de Moscú me deslumbraban con sus resplandores; las campanas henchían el aire de sus sonidos argentinos, y las casas, los palacios, los templos, confundidos entre las masas de verdura, escalonados en el declive de las colinas y extrañamente agrupados con bien concertado y poético desorden, me causaban una impresión tan singular, que nunca, al llegar a ciudad alguna del mundo, la he sentido más extraña. Moscú no me parecía ni más grande que Roma ni más poético que Granada, ni más hermoso que Nápoles, ni más naturalmente rico y grande que Río de Janeiro; pero sí más original, más inaudito que todas estas ciudades juntas.

  A veces entraba el droski por una calle donde las casas pequeñas de madera y de un solo piso, las bardas de los corrales o jardines, que más tenían de lo primero que de lo segundo, la gente pobre, los chicuelos y las mozas sentadas a la puerta, o mirando por los ventanuchos y yo no sé cuántas cosas más, rústicas, le daban el aspecto de una aldea; pero de repente se abría la calle y salíamos a más dilatado espacio, que, elevándose sobre todo el terreno circundante, hacía que la vista se extendiera a la larga en derredor, sobre los valles y colinas que forman la gran ciudad, complaciéndose con la vista de sus jardines y huertos, y perdiéndose en el laberinto de sus torres y alminares, y deleitándose con la bárbara pompa de sus cúpulas doradas. Entonces imaginaba yo que no estaba en Europa, sino en Extremo Oriente, y que, por arte de encantamiento, había llegado a Pekín en vez de llegar a Moscú. Con esta idea disparatada de estar en Pekín, o en la capital de Cachemira, o en alguna ciudad extraña y fantástica, de aquellas que Simbad el Marino vio en sus maravillosas peregrinaciones, vine a dar en casa de Morel, el fondista, tomé un cuarto, me vestí, y salí de nuevo a cerciorarme de si estaba en Rusia o en China, y qué clase de ciudad era esta, que de tal modo hería mi imaginación» (San Petersburgo, 18 de mayo de 1857).

  Ilustraciones: Escenas del ferrocarril en Rusia, del Moscú antiguo y de fiestas campesinas

  Continuará con otra píldora valeriana: De visita a Moscú (2ª parte)





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49011. Pepe Garrido Ortega

  Algunas píldoras valerianas en el II centenario del nacimiento de Juan Valera

  Píldora 62: De visita a Moscú (2ª parte) y vuelta a Madrid

  Prosigamos con las descripciones que nos dejó Valera sobre su llegada a Moscú:

  «Lo primero que hice fue dirigirme al Kremlin, que es en Moscú lo que el Capitolio en Roma o en Atenas era la Acrópolis. Allí los palacios, los templos, los tesoros, los trofeos y cuanto en la ciudad hay de más sagrado, rico y glorioso se guarda y venera. Está el Kremlin situado sobre la más elevada colina de las siete que forman la ciudad. El Kremlin tiene su monte Palatino, como el Capitolio. Rodea y ciñe aquel recinto una muralla singular, guarnecida de torres de más singular y varia arquitectura aún que la muralla. Sobre y coronando la veneranda colina, descuellan las torres de los palacios del Zar y las cúpulas doradas de las tres catedrales y demás conventos e iglesias que allí se parecen. El primer efecto que el Kremlin me produjo fue maravilloso, y más bien trajo a mi memoria el recinto y fortaleza de la Alhambra, que recuerdo algo más clásico y solemne. No me fijé en objeto alguno particular y no hice más que admirarme del conjunto. Una vez que penetré en el Kremlin por uno de los arcos triunfales que le dan entrada, no tanto llamaba mi atención el Kremlin mismo, como la vista sorprendente que desde él se goza, ya de un lado, ya de otro, dominando la extensa capital que se tiende a sus plantas. Los innumerables templos, los tejados de las casas y palacios, los jardines y huertos que los rodean, y la llanura ilimitada que da a la ciudad, por dondequiera, un horizonte inmenso como el de la mar, me hacían imaginar y soñar mil cuentos orientales. Moscú me parecía la capital del gran Tamberlán, que se había civilizado, y yo me imaginaba el sucesor de Don Clavijo o Don Clavijo mismo, que venía a hacerle una visita de parte de mi soberana.

  [El caudillo mogol Tamerlán o Timur Leng, El cojo, forjó en el siglo XIV un imperio extendido hasta Delhi. Hasta su corte de Samarcanda viajó Ruy González de Clavijo como embajador del rey castellano Enrique III el Doliente]

  La separación de las casas unas de otras, el lujo con que se desperdiciaba el terreno, poniendo entre una y otra huertos y bosquecillos, el desorden con que las casas están situadas, aquí una choza de madera, al lado un palacio con columnatas y regio balconaje, y puerta y fachada aparatosas, más allá una iglesia con sus cuatro o cinco cúpulas de las más extrañas formas y colores. Todo esto no parece de cerca tan bien; la casa de madera, aunque no entre uno en ella, no sé qué da a sospechar que ha de ser sucia; el palacio, visto detenidamente, no puede menos de denotar un mal gusto notable, y más apariencia y ostentación que riqueza verdadera, todo él está hecho de yeso y ladrillo; la iglesia, cuyos vivos colores y formas extrañas nos gustaban tanto desde lejos, ofende la vista, de cerca, con sus relumbrones y colorines, y causa un malestar semejante al que sentiría una persona compasiva al ver un hombre desollado andar por la calle; porque, en efecto, estos colorines y relumbrones le hacen a uno creer que a estas iglesias les han quitado el pellejo y que están desolladas, padeciendo, por consiguiente, los más horribles tormentos de verse así, y maldiciendo a quien tal las ha puesto. Cuando yo oía el sonido de mil campanas, me daba a entender que todas estas iglesias, unas en tiple, otras en bajo, se quejaban de su pésima condición y del sino fatal que las condena a vivir en aquel estado. Mas este pensamiento y alucinación estrambótica no me acudía sino cuando miraba de cerca alguna de las iglesias, y singularmente las de peor gusto y más pintarrajeadas. Desde lejos, desde lo alto del Kremlin y perdidos estos pormenores con la distancia, el conjunto de los edificios se me parecía de una belleza rara, y de una novedad que acendraba y encarecía esta belleza [...]

  A un lado de la plaza se levanta un monumento de otro géneros, tan sorprendente y singular en todo, que roba inmediatamente la atención del viajero y le deja suspenso, embelesado y extático. Yo, al verle, me creí trasladado por ensalmo al país de las hadas, al centro del Asia, a alguna tierra casi ignorada aún y donde nunca puso los pies hasta ahora viajero alguno. No es la hermosura, sino la extrañeza la que deleita, suspende y asombra, y hasta nos hace tener por hermoso lo que ciertamente no lo es. Lo que yo tenía delante de mis ojos era una pesadilla de arquitectura. Nunca chino alguno, después de embriagarse con opio, ni árabe que esté saturado de hachich, vieron cosa parecida en sueños. Las más monstruosas y estrambóticas deidades del Tibet o de la India no tuvieron nunca pagodas tan monstruosas y estrambóticas como esta iglesia. El monumento es una iglesia. No sé, ni creo que se sepa, si el arquitecto que trazó y construyó esta iglesia era griego, o chino, o indio o tártaro, pero de seguro que fue un original de primera magnitud120.

  [La catedral de San Basilio fue construida en conmemoración de la toma de Kazán entre 1555 y 1561, bajo la dirección del arquitecto ruso Póstnik Yáukovlev] Ello es que la iglesia se construyó en tiempo de Iván el Terrible, que era él mismo uno de los tiranos más originales que se han sentado en un trono y han empuñado cetro [...] Iván el Terrible halló, o sacó no sé de dónde, un arquitecto digno de él y a propósito para el monumento que trataba de levantar. No cabe duda en que el arquitecto era extranjero, mas se ignora de dónde [...] Pero, antes de penetrar en su centro, considerémosle por fuera. Asombrémonos de ese desorden fecundo de cúpulas, agujas, torres y campanarios; de esa combinación de colores brillantes, de esa profusión de pinturas que cubren y decoran sus muros, como la piel del salvaje más prolija y ricamente tatuado que se pueda hallar en el seno de los bosques vírgenes del Brasil. Las excrecencias, corcovas, pinchos, gibas, trompas y garras de esta quimera, de este monstruo de arquitectura, producen en el alma el mismo efecto que le causaría la vista de un plesiosauro o de otro bicho antediluviano por el orden, si afortunadamente pudiera revivir para que le viéramos en toda su realidad grotesca y sublime. Tiene, sin embargo, el edificio más analogía con el reino vegetal que con el animal. La arquitectura ha imitado siempre más bien los árboles y las plantas que las fieras. Basta un poco de imaginación para fingirse en ella que este edificio es una gelatina à la jardinière o printanière, hecha por un cocinero ciclope para regalo y banquete de los titanes.

  Aquella cúpula parece una inmensa manzana cocida; esta otra una niña o ananás; aquella torre una zanahoria mayúscula; la de más allá un rábano; y los dibujitos pintorreados en el muro parecen incrustaciones de perejil y pedacitos de trufas y setas, y cabezas de alcachofas y de espárragos de jardín. Pero esta gelatina no está echa a molde y sacada de él con una regularidad y simetría maquinales, sino hecha a mano, por arte ignorado hasta ahora y con toda la fantasía y desenfreno creador de un gran artista [...]

  Después de haber referido a usted todas estas maravillas -le indica a Cueto- , que aunque contadas en estilo rudo e indigno de tan elevado sujeto, no dejarán de sorprenderle, no hallará usted fuera de razonable discurso que Iván el Terrible se sorprendiese más aún y se extasiase al contemplar la estupenda creación de su arquitecto; así es que le abrazó lleno de júbilo y le colmó de honores, distinciones y riquezas, e hizo de él el más magnífico encomio y oración panegírica en presencia de todos los estolnicos y boyardos; pero temiendo, al mismo tiempo, que pudiese un día peregrinar por otros reinos y naciones, y hacer para ellos igual o semejante maravilla a la que había hecho para Rusia, y siendo por demás patriota y celoso de la gloria y supremacía de su nación, mandó sacar los ojos al gran arquitecto, para que nunca más hiciese prodigio parecido al de su iglesia de la Protección de la Virgen María, y fuese esta sin par y única en el mundo, como lo es efectivamente [...]

  Era ya hora de comer y volví a comer a mi posada. Fuerza es confesar que las posadas o fondas de Moscú son excelentes, al menos en comparación con las de Madrid [...] Comí bastante bien en el hotel, y solo me fui en seguida a un precioso jardín llamado L’Ermitage, propiedad de mi huésped mismo, que es un francés muy busca vida, y donde, por un rublo, tiene uno el derecho de entrar, de pasear y de oír un famoso concierto vocal e instrumental [...] lo que más llamaba la atención del público y le atraía como por encanto a aquel jardín, era la célebre compañía del ingenioso y nunca bien ponderado Iván Vasílievich, el más gigantesco, así corporal como espiritualmente, de todos los gitanos que he conocido en mi vida. Este gran artista y glorioso patriarca tiene bajo sus órdenes, jurisdicción y protección, por lo menos una docena de ninfas cantadoras y seis o siete guitarristas y cantores de los más inspirados de todo el Egipto o la Bohemia, o como quiera llamarse a la patria misteriosa e incógnita de esta raza singular y vagabunda. En parte alguna hay más gitanos que en Rusia, ni en parte alguna han llegado a elevarse y a distinguirse tanto por sus cantares, danzas e ingenio [...] Sólo los gitanos de España pueden dar una idea de lo que son los de Rusia. Mas, fuerza es confesar que jamás entre nosotros, y perdónenme los aficionados y patriotas, jamás ha llegado el arte gitano a tal punto de elevación y grandeza, a pesar del vito, de la tana y de las playeras» (San Petersburgo, 18 de mayo de 1857).

  De vuelta a Moscú, cansado de servir al duque de Osuna, a quien no había quien moviese de San Petersburgo (al final se quedó allí como embajador), Valera solicitó permiso al ministerio para dar por terminada su misión en Rusia y emprendió́ el viaje de regreso a España, haciendo paradas en Berlín y París. El Duque no quiso ni despedirle:
  «El día que salí de Petersburgo dejó el Duque la casa a las diez de la mañana y se salió a pasear en carretela abierta, con Quiñones, para que no tuviese yo el gusto de despedirme de él, y todas las muestras que ha hecho en estos últimos días son de estar más enojado que nunca, o ya porque le han copiado nuevos párrafos, diciéndole que son de mis cartas a Cueto, o ya porque no se ha holgado con la Brohan, como si de esto tuviese yo la culpa» (Berlín, 10 de junio de 1857).

  En París le aguardaban sus dos grandes amores, malogrados por distintos motivos: Lucía Palladi a la que no volvería a ver más, y Magdalena Brohan que también había regresado de Moscú pero por distinto camino:
  «Heme ya aquí –escribe a Cueto desde París–, en esta insigne ciudad, centro del mundo, escuela de las artes, madre de los ingenios agudos, archivo de las ciencias y de las picardías, templo de Venus y de Baco, y agradabilísima posada, taberna y mancebía para cuantos tienen algún dinerillo de que desprenderse. Con objeto de sacudir la melancolía que me han dado los enojos del duque de Osuna, pienso pasar aquí un par de semanas. Nada más natural, nada más justo [...] Me he bañado, me he rizado el pelo, me he acicalado, atildado y hermoseado, y he ido a ver a las personas más queridas, empezando por ‘la Muerta’ [Lucía Palladi]. Admírese usted de mi constancia. Aún no he visto a D. Luis de la Cuadra, ni a Magdalena Brohan, y ya he visto a `la Muerta’. Al verla recordé́ aquella horrible historia de Poe, que usted habrá́ leído» (París, 23 de junio de 1857).

  Seguramente se refiere al cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849) titulado ‘La caída de la casa Usher’ (1839), en el cual lady Madeline ante los ojos espantados de su hermano y del narrador, aparece para decirles que ha escapado del sepulcro en el que había sido enterrada con vida; los dos hermanos mueren, presos del terror, y el narrador huye despavorido de una horrorosa mansión que se derrumba a sus espaldas.

  Ilustraciones: catedral de San Basilio

  Continuará con otra píldora valeriana: De vuelta a Madrid, al fin diputado





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49012.

  Píldora 63: De vuelta a Madrid tras su viaje a Rusia

  En el verano de 1857, al llegar a Madrid después de su estancia en Rusia, Valera se reintegró a su destino en la Secretaría de Estado, no sin ciertas dificultades de readaptación, tal como le confesaba a Freuller:
  «Querido hermano. Ya hace algunos días que llegué felizmente a esta, y me tienes de nuevo en el ejercicio de mis funciones de oficial de la Primera secretaria. Por esas tierras donde he estado, me he divertido mucho, y adquirido la mala costumbre de trabajar poco o nada, de no tener sujeción alguna y de hacer mi gusto en todo; por manera que el volver ahora a la sujeción y a los cuidados antiguos, se me hace muy cuesta arriba. Pero el haber hallado bien de salud a mamá y a las hermanas y el vivir con ellas compensa otros disgustos [...] Muchas ganas tengo de ir a Andalucía a hacerte y a hacer a mi padre una visita» (Madrid, 10 de julio de 1857).

  Mientras la duquesa de la Paniega se había instalado en Madrid con su hija Sofía, que permanecía soltera, tratando de buscarle un buen partido, don José Valera continuaba en Doña Mencía al cuidado de las escuálidas tierras de labor de la familia.

  Si bien sus cartas desde Rusia habían perjudicado a Valera en su carrera política, a la vez le dieron cierta notoriedad de buen escritor en los círculos literarios. Con todo, dudaba si ello sería suficiente para lanzarse de nuevo al ruedo político, según le confesaba a su hermano:

  «Sobre el negocio de las elecciones no he hecho nada por falta de fe y no por falta de actividad. Creo que tengo fama de persona de mucho ingenio e instrucción, mas a pesar de eso no hallo quien me atienda ni me valga» (Madrid, 11 noviembre 1857).

  En verdad, la situación política del país no resultaba de su agrado. Presidía de nuevo el Gobierno don Ramón Narváez, con sus reconocidos tintes autoritarios. Además a Valera no le gustaban los políticos al uso, no suponiéndoles en sus comportamientos a la altura de altas miras deseables por él:
  «Aquí se habla de continuo y se anuncia la caída de estos ministros -escribía a Freuller-; la Reina se cuenta que no puede ya soportar a don Ramón. Todos están conformes en que este saltará al cabo, pero no sabemos ni prevemos quién vendrá en lugar suyo [...] Esta situación tirante y reaccionaria en que estamos ahora no puede durar largo tiempo y si no dentro de uno o dos meses, dentro de uno o dos años a lo más, habrá un gobierno que disuelva las Cortes y convoque otras nuevas [...] Veremos si para entonces puedo yo ser diputado, lo cual deseo en extremo pero sin impaciencia, y esto por dos razones. La primera porque no confío mucho, y a veces no confío nada, en mí mismo para creer que he de lucirme en el Congreso; y la segunda, porque confío y espero menos aún de mi patria, que creo más perdida cada día.

  Aquí no noto en cuántos son o aspiran a ser algo, sino una presunción desmedida y una envidia que no se aviene bien con esa misma presunción y que nace de que la conciencia les grita de continuo lo poco que valen, a pesar de que son tan presumidos. De todo lo cual, y de la falta de turrones bastantes y del deseo que tienen todos de enriquecerse y de mandar y figurar nace grande aborrecimiento y discordia, y no amor del bien público, ni cosa que se le parezca. Por manera que mande quien mande, siempre irá esto de mal en peor, a no intervenir milagro, que yo no espero. Aquí ni hubo, ni hay, ni habrá una política digna, ni un pensamiento generoso. Toda la ciencia de los que dicen que gobiernan se reduce a mantenerse en el poder más largo tiempo que consientan las circunstancias, y el pataleo desesperado de los que ya mandaron y quieren volver a mandar, o de los nuevos que están aún más impacientes de estrenarse en el mando y más deseosos de mascar a dos carrillos como si tuvieran una cuantas comidas atrasadas. Todas estas malas pasiones existen también en otros países, pero en cambio hay lo que aquí no hay, quiero decir: más saber, menos fatuidad y más patriotismo y una idea política y principios determinados y altos que sirven de base y no de pretexto a cada partido».

  El colmo de la desfachatez política se la adjudicaba Valera al grupo político ultra conservador de los llamados ‘neocatólicos’ de Cándido Nocedal, defensores de las posturas más reaccionarias y clericales. Vamos, los de Vox de por entonces.

  «Aquí, hasta los principios más altos se ponen en ridículo al ponerse en boca de esta gente –escribe igualmente a Freuller–. Ahora, por ejemplo, tenemos a los neocatólicos, santos Padres de la Iglesia que parecen escapados de presidio y que acabarán por hacernos echar la mano al bolsillo para que no nos quiten el reloj o el pañuelo en cuanto oigamos gritar ¡Viva Jesús! [...]

  Todas estas cosas que suceden en España tendrían remedio si verdaderamente hubiese una opinión pública independiente, enérgica y autorizada; pero aquí, sólo se ocupan de política los que quieren turrón; los demás dejan que vayan las cosas por donde Dios o el diablo quieran y no se meten en nada. Aquí, en Madrid, habrá́ unos dos o tres mil tunantes, y en los principales pueblos de las provincias otros tantos, que son los únicos que politiquean porque viven de eso. Todas estas consideraciones hacen que me entren remordimientos si por acaso politiqueo algunas veces, y que me tenga entonces por tan bellaco como los otros. Así es que rara vez politiqueo» (Madrid, 26 de agosto de 1857).

  Al poco de formular estos juicios sobre la situación política cayó Narváez, por haberse negado don Ramón, se musitaba en los mentideros de la Corte, a promover a oficial del Cuerpo de Ingenieros a Enrique Puigmoltó Mayans, el amante de turno de Isabel II.

  De momento se formó un Gabinete presidido por el general Armero, que si se mantuvo por algún tiempo fue por encontrarse la Reina próxima a dar a luz, ya que en tales circunstancias no se tomaban decisiones importantes. Tras el nacimiento del príncipe Alfonso, el futuro Alfonso XII, hijo de doña Isabel de Borbón y de don Enrique Puigmoltó. Este era conde de Torrifiel por el padre y vizconde de Miranda por afecto Real, y tras el nacimiento de Alfonsito fue alejado de la Reina mandándolo de agregado militar a la Legación en Londres.

  Valera, en carta dirigida a Freuller, habla del ‘supuesto’ padre del Príncipe recién nacido, a la vez que disculpa a la desdichada Reina:
  «Ayer fue el bautizo, y el Príncipe se llama Alfonso. Tendremos, pues, con el tiempo, un Alfonso XII. Ahora, con estar la Reina de sobreparto, no se habla de Puigmoltó ni de ningún sucesor suyo. La Reina, sin embargo, a pesar de este defecto, vale más, a mi ver, que la mayor parte de los pillos y de los tontos que aquí lo mandan y disponen todo» (Madrid, 8 de diciembre de 1857).

  Ilustraciones: José Freuller y Alcalá Galiano; general Ramón Narváez; Cándido Nocedal y Rodríguez de la Flor; Enrique Puigmoltó Mayans; caricatura de Isabel II entre algunos de sus amantes

  Continuará con otra píldora valeriana: El general Armero reemplaza a Narváez en el Gobierno





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49013.

  Píldora 64: El general Armero reemplaza a Narváez en el Gobierno

  En la última píldora valeriana nos habíamos quedado cuando Isabel II retiró su confianza al general Narváez. Sustituyéndole en la Presidencia del Gobierno, el 15 de octubre de 1857, otro general, don Francisco Armero y Fernández de Peñaranda. En el sistema constitucional de la época la Reina tenía la potestad de designar a los presidentes de gobierno, al igual que podía destituirlos cuando lo estimara conveniente, sin intervención de los diputados del Congreso. De hecho en el momento de su destitución Narváez gozaba de mayoría parlamentaria.

  Aun cuando Armero pertenecía al mismo partido político que Narváez, el Partido Moderado, trataba de alejarse de las posturas reaccionarias de Narváez y sus partidarios. Ello llevaba consigo un cambio general en todas las carteras ministeriales. Para el Ministerio de Estado, para el que trabajaba Valera, fue designado ministro Francisco de la Rosa. Quien cesó en la subsecretaria a Leopoldo Augusto de Cueto. Como bien sabemos valedor de Juan Valera, por lo que este veía peligrar su destino en dicho ministerio. Así participaba a Freuller la posición en que se encontraba:
  «Comyn ha venido y ha tomado posesión de su destino de subsecretario. Sentiré que nos eche a los que estamos aquí para que entren otros tantos pretendientes que hay. Esta Secretaría está gobernada por cuatro viejas, a saber: la Paulina Cabarrús [recordemos, su primer amor], la Montúfar, no me acuerdo que otra, y la Montijo [madre, Manuela Kirpatrik]. Esta última debiera ser amiga mía, pero no lo es, y lo que quieran las cuatro viejas sucederá de nosotros. Otras muchas putas jubiladas y algunas alcahuetas vienen a ver a don Francisco al Ministerio, y entre ellas, la famosa Violante, que es la alcahueta de más campanillas y entono que hay en Madrid. Don Francisco [de la Rosa] está chocho [con 70 años de edad] y creo que Comyn lo mangoneará y hará todo. Supongo que los negocios se seguirán haciendo con los pies y que seguiremos más perdidos y más en ridículo cada día» (Madrid, 8 de diciembre de 1857).

  Por ventura, de momento, le dejaron en el destino, pero don Juan, acertadamente, no consideraba a Armero lo suficientemente afianzado como para ligarse políticamente a su Gobierno:
  «Este Ministerio -escribe de nuevo a Freuller- si tuviese fuerza disolvería las Cortes, mas no la tiene [...] Yo hasta ahora no he escrito de política, ni he tomado color político, ni me he alistado en ningún partido, por manera que lo derecho sería que me nombrasen diputado de un modo independiente, para que yo a mi vez pudiese ser diputado independiente, aunque para ello el día en que me hallase en oposición con el Gobierno tuviese que soltar el empleo. Lo poco o nada que valen aquí los hombres ha sido causa hasta ahora de que no tome yo partido con ninguno de ellos y de que, por lo tanto, no muestren empeño en darme favor que yo no pido y que temen que no les he de pagar. Mas esta misma nulidad de los hombres me da, por otra parte, esperanzas de que si yo adquiriese por mí cierta posición y me pusiese en punto donde pudieran oírme, acaso sería y haría algo» (Madrid, 23 de diciembre de 1857).

  Como vemos Valera se mostraba cauto en posicionarse públicamente en política, ante las incertidumbres de momento. Desconfiando de que Armero y los suyos se afianzaran en el poder. Pero recalquemos esa desconfianza suya a que lo mantuvieran en Estado o que le ofrecieran otro destino, que “yo no pido y que temen que no les he de pagar”. Lo de siempre, Valera no se rebajaba a pedir turrones, y los que podían suministrárselos desconfiaban de él, dada su independencia política.

  Ilustraciones: Francisco Armero y Fernández de Peñaranda; Francisco de P. Martínez de la Rosa.

  Continuará con otra píldora valeriana: Iztúriz, viejo amigo de la familia Valera, nuevo Presidente del Gobierno





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49014. Píldoras valerianas sobre la vida y andanzas de Juan Valera

  Píldora 65: Iztúriz, viejo amigo de la familia Valera, nuevo Presidente del Gobierno. Al que sigue otro gobierno de O’Donnell

  Armero duró poco al frente del Gabinete de Ministros, tan solo se mantuvo durante tres meses. El 14 de enero de 1858 Isabel II confió el gobierno a don Francisco Javier de Istúriz Montero (1790-1871), viejo amigo de la familia del padre de Juan Valera. Isturiz y José Valera, como defensores de la Constitución de 1812, habían coincidido en sus años mozos en la prisión militar del castillo de San Sebastián en Cádiz, a la vuelta de su destierro del funesto Fernando VII que reimplantó el absolutismo.

  Ahora, al presidir el gobierno Istúriz era de esperar mejores perspectivas para Juan Valera con vistas a las próximas elecciones. Aunque como bien sabemos la independencia política que había adoptado hasta el momento podía obstaculizarle la obtención del acta de diputado a la que aspiraba, la del distrito de Archidona en la provincia de Málaga. De esta manera venía a transmitirle a su hermano Pepe su preocupación del momento: «Anoche estuve de nuevo en casa de don Javier, y sigue en favorecerme; pero temo que, con sus distracciones, y con el gran cúmulo de negocios que tiene encima no me tenga bastante presente. Por otra parte, yo, aunque no sea progresista, no soy tampoco liguista, ni polaco, ni moderado en fin» (Madrid, 11 de febrero de 1858).

  Como vemos, ni se juzgaba del Partido Moderado, ni “liguista” o partidario de la formación política de la Unión Liberal de O’Donnell (un partido al que podríamos calificar de centro), ni mucho menos deseaba mezclarse con los “polacos” de Sartorius, a cuya facción derechista del Partido Moderado pertenecía su paisano Belda. Con lo cual su situación política no resultaba muy ventajosa, para cuando se convocasen las próximas elecciones: «A don Javier le he dicho -comenta a Freuller en la misma carta- que puede contar conmigo porque es un caballero de los pocos que hay en su partido; y creo que don Javier creerá en mí por relaciones de familia y por lo mismo que es tan caballero. Pero ¿qué confianza quieres tú que tengan en mí, ni qué empeño en favorecerme Belda y otros por el estilo? Antes, temo que favorezcan a Cárdenas que es lobo de la misma camada. Así es que yo desconfío de ellos y me temo que ellos no se fíen mucho de mí. De Campoamor [se refiere al afamado poeta], por lo que tiene de polaco y tunante, que para mí son palabras sinónimas, tampoco espero mucho; y si algo espero de él es por los servicios literarios que le he hecho, escribiendo en su periódico, y publicando en otro, tiempo ha, un artículo elogiando sus versos mil veces más de lo que merecen» (Madrid, 11 de febrero de 1858).

  En todo caso, el Gobierno de Istúriz tampoco duró lo suficiente, se mantuvo durante cuatro meses y no le dio tiempo para convocar elecciones. El 30 de junio de 1858, ante los sucesivos fracasos de varios gobiernos de los moderados, la Reina recurrió a la Unión Liberal de don Leopoldo O’Donnell. Ahora Valera sí creyó llegada la hora de representar a su tierra en el Congreso de los Diputados, pues Belda, sin alterar su trayectoria política, lógicamente, quedaba fuera de la Unión Liberal, al permanecer vinculado a los sectores más inmovilistas y conservadores del moderantismo. Así, Valera se dispuso a dar algunos pasos para preparar su candidatura, aunque de momento solamente contaba con las influencias de su hermano en la provincia de Málaga y el apoyo de algunos políticos relevantes de la nueva situación, como los generales Concha y Serrano. De todas maneras persistía en mantenerse independiente, sin vincularse con la Unión Liberal, de aquí los escollos que se le presentaban:
  «He estado hoy en la Dirección General de Artillería. Al subir la escalera me encontré casualmente con mi padrino don Manuel de la Concha. Subimos y entramos juntos en el cuarto de Serrano. Este me dijo entonces que había hablado en el Ministerio de Gobernación para que en Archidona apoyasen mi candidatura, y que había contestado Posada Herrera que no tenía inconveniente en aceptarme por candidato del Gobierno, pero no por aquel distrito, cuyo diputado natural era Lafuente, a quien el Gobierno debía sostener porque votó con la minoría en las últimas votaciones del Congreso y es, por tanto, de la situación. El general marqués del Duero [Manuel de la Concha] dijo que hablaría aun a Posada Herrera y vería el medio, si es que hay alguno, de arreglar este negocio; cuando no, que él me apoyaría y sostendría, aun en contra del Gobierno. Ambos me ofrecieron también buscarme otro distrito, si bien en todo he visto mucho más sincera y vivamente decidido en mi apoyo al Marqués que a Serrano. De todo ello saco yo en consecuencia, aunque es triste, que a pesar del favor de estos dos poderosos, me quedaré probablemente sin que el Gobierno me declare su candidato. ¿Crees tú –pregunta a Freuller– que será́ posible luchar con Lafuente con tan grande desventaja?» (Madrid, 22 de julio de 1858).

  Como para vencer en los comicios era conveniente hacerse un nombre en el distrito, había que persuadir a los electores de que se tenían tales influencias en Madrid y que con ningún otro diputado recibirían mayores prebendas, pero, como Valera carecía de la maña necesaria para apañar turrón, confiaba en las influencias de su hermano y en su capacidad para el chalaneo político:
  «Mi desaliento proviene principalmente de que aquí poco o nada puedo hacer de lo que me encargas –se justifica ante el hermano–, y cuando doy algún paso no puedo conseguir sino que digan que lo he dado infructuosamente; por esto y no por pereza me inclino a no darlos. Al tonto de Loring (magnate de la alta burguesía malagueña) le visité y mamá le envió tarjeta. No ha sido para pagarme la visita. Cánovas creo me quiere bien y que no me hace la guerra; pero tiene harto que hacer para sus propias elecciones y necesidad de estar bien con toda la trinca electoral de ahí, y no tiene grande influjo en Gobernación donde dominan los monistas [partidarios de Alejandro Mon] . No es extraño, por consiguiente, que no pueda favorecerme. El marqués del Duero es un ñoño y de nada me sirve, a pesar de su buen deseo. Serrano tampoco me sirve de nada; supongo que porque no quiere. Pero hazme tú diputado y ya me serviré yo mismo, y serviré a los amigos. Ya verás cómo entonces pido y exijo lo que sea razón y no me paro en repulgos. Lo que a mí me giba es el andar pordioseando favores y esto es lo único que podría hacer ahora» (Madrid, 27 de agosto de 1858).

  Pobre Valera. Una vez más confiesa “su poca maña” para acopiar turrón, pero le suplica a su hermano, ciertamente con poca convicción, que lo saque diputado por Archidona y él se las apañará para agenciar y repartir turrón a tutiplén a los que le voten.

  En todo caso, independientemente de los partidarios que le pudiera agenciar su hermano, el contar con el beneplácito del ministro de la Gobernación, Posada Herrera en este caso, era imprescindible para lanzar la candidatura con garantías de éxito. Y a ello trataba de aplicarse Valera, espoleado por el hermano: «Estuve anoche a ver al ministro de la Gobernación y me dijo, en resumidas cuentas, que deseaba que yo fuese diputado, pero que también deseaba que Lafuente lo fuese. Después de este exordio y de decirme que tenía de mí las más excelentes noticias, me habló del distrito de Orotava en Canarias, como ofreciéndomele, mas yo no recogí́ prenda y S. E. pasó adelante. Me habló luego del distrito de Cabra, me leyó una carta de Cabeza de Hierro ofreciendo derribar a Belda con el apoyo del Gobierno y me ofreció a su vez todo su poder si me presentaba yo contra Belda en aquel distrito».

  Don José Alcántara Romero, apodado por sus paisanos Cabeza de Hierro, había sido alcalde de Cabra durante muchos años mientras perteneció́ al bando político de Martín Belda, aunque ahora al romper con este se había pasado a la Unión Liberal. Prosigue su carta.

  «Yo le contesté que Belda era adorado en su distrito y que me parecía difícil, si no imposible, vencerle; pero por dar tiempo al tiempo le dije que lo consultaría todo con mis amigos y parientes, que son muchos y poderosos en aquellos lugares. No pienso consultar a nadie porque sería tiempo perdido, pero le dije que consultaría por salir del paso. Hablamos algo de ese distrito y tanto a Posada Herrera como a Barca [Oficial del ministerio de la Gobernación y amigo de Juan Valera] les dije los compromisos que tú habías contraído con los electores [de Archidona] y de los cuales era punto menos que imposible prescindir. El Ministro estuvo amabilísimo conmigo, pero lo que yo deduzco de todo es que quiere y apoya a Lafuente por candidato en Archidona y que en los demás ministros halla también Lafuente favor y amparo; por lo cual será́ en extremo difícil conseguir nada en estas secretarías que pueda redundar en contra de Lafuente» (Madrid, 4 de septiembre de 1858).

  Conocemos cómo Valera deseaba fervientemente llegar a ser diputado por su tierra natal, tal como lo habían su tío Pedro Valera y Viaña (en 1843). Si bien, la propuesta del ministro no le convencía, pues no se le escapaba que el propósito de Posada era hacerle desistir del distrito de Archidona y obstaculizar la candidatura de Belda en Cabra. Esto último resultaba dificultoso, ya que Belda disponía de tal manera del cacicato de Cabra que nadie osaba enfrentársele. Con todo, influenciado por su tío Agustín, y con los ofrecimientos recibidos desde Cabra, Valera dudaba si aceptar parcialmente la propuesta del ministro de la Gobernación:
  «Como Posada Herrera, al ofrecerme el otro día los distritos de Orotava y de Cabra, si bien era su intento ofrecérmelos a fin de que soltase el de Archidona, no me impuso condición alguna, yo, aunque desde luego deseché el de Orotava, no quise inmediatamente desechar el de Cabra, y le dije que sobre este asunto me dejase tiempo para consultar a mis parientes y amigos. En efecto consulté a tío Agustín y resultó de la consulta: primero, que en manera alguna y por ninguna clase de ofertas debía yo abandonar lo de Archidona; y segundo, que a pesar de esto, no estaría de más presentarse contra el pillete de Belda, y valerse del Gobierno para echarle por tierra. Si yo salía por ambos distritos de Archidona y Cabra, tanto mejor, puesto que tenía donde escoger. Con este propósito, no yo, sino don Agustín Valera escribió al otro día a tío Perico para que convocase y reuniese a los Vargas, a Cabeza de Hierro y a don Felipe [Ulloa] el Peje [peje: “hombre astuto, sagaz e industrioso”], que todos son grandes enemigos de Belda» (Madrid, 10 de septiembre de 1858).

  Como esta píldora se está haciendo más larga de lo conveniente, para evitar que a alguien se le indigeste dejaremos el desenlace de las elecciones de 1858 para la próxima entrega.

  Ilustraciones: Francisco Javier de Istúriz Montero; Leopoldo de O’Donnell, Luis Sartorius; Manuel Gutiérrez de la Concha marqués del Duero, Francisco Serrano, José Freuller y Alcalá Galiano

  Continuará con otra píldora valeriana: Valera se hace diputado. Aunque, ¡ay! no por Cabra





Don Juan Valera y su obra.Monográfico de Cabra en el Recuerdo

Nº 49015. Cabra en el Recuerdo.

  Celebrando a nuestra manera el 200 aniversario del nacimiento de don Juan Valera junto a su busto, obra de su sobrino Coullaut Valera, en el romántico patio del Museo de Bellas Artes de Córdoba.